Parejas Perdurables II parte.
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No hizo falta ir a ver al Alcalde. Vino a verme él, para decime que se
temía que era el último año de su representación como Cabeza del Municipio.
Las elecciones estaban al caer. Tarter no era más que uno de los siete
enclaves de población diseminado por el Municipio. Tan pocos habitantes moraban
en sus masías, que se conocía todo el mundo. Sabía perfectamente que las
encuestas apuntaban a que el nuevo Alcalde sería Pep. Nombre familiar de José.
-¿Se refiere al granjero?.
-El mismo. Presentó mucho interés en que le
nombraran y por mi parte, incluso le apoyo. Son veinticuatro años los que llevo
en el cargo y ya es hora de dejar paso a la juventud.
-Bien está, aunque Pep no es que pueda
llamársele joven. A menos que su interés venga influido por su hija.
Impensable cuando sostuvimos esta conversación, que realmente mi
supuesto tomaría razón de ser, cinco lustros después.
Lo que me llevó a pensar que la vida de Pep, responsable de su granja
con veinte vacas, tenía que ser muy sacrificada.
Un día nos invitó a Tere y a mí, a que pasáramos por sus establos. Nos
daría a probar la leche recién ordeñada.
Le tomamos la palabra. Yo recordaba el sabor autentico de la leche
cruda inalterada. Lo recordaba por mis
correrías de infancia en mansiones rurales. Aquello, una vez conclusa la guerra
civil, se acabó. Se obligó a vender la leche pasteurizada y había que hervirla
antes de su consumo. Disfruté con la nata que hacía, pero el sabor de leche
cruda recién ordeñada, ya no lo volví a probar.
Fue pues una alegría por mi parte, retroceder en el tiempo y saborear
de nuevo leche vacuna al natural. En cambio Tere, tras disimular su
repugnancia, deglutió un pequeño sorbo, se excusó y jamás quiso volver a saber
nada de la leche sin tratar y sin hervir.
El ordeño, evidentemente, era manual. La masía tenía en todas sus
instalaciones el regusto de lo rural de finales de la edad moderna.
Pero lo que nos sorprendió tanto a ella como a mí, fue que en el
establo tuviera un tocadiscos.
-Tengo discos de música clásica y otros de
ligera. No solo apacigua la música a las vacas, sino que se inquietan si las
ordeñamos sin música. Y hay un grupo mayoritario que prefiere la clásica. Las
demás no parecen ser tan selectivas.
Nos pareció un chiste, hasta que se prestó a demostrárnoslo. Al compás
de una música sosegada, permanecieron inmóviles permitiendo el ordeño sin
mugir. Sin la música, se movían, daban coletazos, e incluso el cubo receptor
corría riesgo de ser pisoteado.
Pues aquél era el Pep que conocía y que por lo visto en adelante sería
con quien debería tratar la legalización de Tarter.
Pensé que quizá siendo novel en tal puesto de responsabilidad, sería
más activo con Urbanismo y lograría que la Administración, nos tomara en serio,
beneficiándonos con servicios Municipales aunque nos costara impuestos por ello
y por declaración Catastral.
Al mes siguiente, Pep era el nuevo Alcalde. Le felicité y le expuse la
situación de la Urbanización, por lo que esperaba tomara cartas en el asunto,
ya que Tarter disponía de más construcciones que los seis enclaves conjuntos
del resto del Municipio. Y desde luego sobrepasaba ya el doble de habitantes de
todo el Municipio, claro que solo fines de semana. Dados de alta en el censo,
solo había dos familias.
Erré la presentación. Precisamente lo que yo consideraba como un
beneficio para la Entidad rural, él lo consideraba un quebradero de cabeza.
Cada grupo de caseríos se dedicaba a una actividad específica. Unos
eran granjeros como Pep, otros agricultores de cereales de campos con mediana
extensión, otros apicultores, hortelanos, viticultores, todo lo que necesitaban
era el suministro eléctrico y un pozo de agua en cada enclave.
Lo último como inicio de industrialización fue la instalación de lo
que en aquellos días resultaba novedad en granjas avícolas.
Era idea del primo del ex–alcalde. Una nave con centenares de gallinas
ponedoras, disponían del grano y agua automatizada, temperatura graduada y
alumbrado nocturno. De los ponederos partían canales metálicos en pendiente que
conducían por gravedad los huevos a unas cajas con cartones para ubicar veinticuatro
huevos.
Un defecto no resuelto hacía
que a veces algún huevo caía de punta, resquebrajando su cáscara.
Así como cada lunes llevaba al mercado las cajas de huevos en estos
cartones almacenados, no le era factible con los resquebrajados, puesto que a
diario los tenía que apartar para ofrecerlos a los vecinos a un tercio del precio
normal.
Como paradoja, aquellos huevos “deteriorados”, eran los verdaderos “frescos" a consumir al mismo día de su puesta. Los “perfectos”, llegaban al mercado ya
con una media de tres días de vejez y se vendían por un precio triple.
Nosotros fuimos adictos a tal suministro, gozando tanto de su precio
como de su sabor, aunque para el propietario le resultara una merma en el
negocio.
Sin embargo, no siempre disponía de huevos estropeados suficientes,
para quienes se los demandábamos, cosa que a él le beneficiaba. En estas
ocasiones adquiríamos de los enteros.
Viendo pues como el Municipio rural al que pertenecíamos los colonos
de Tarter se administraba de manera extrema dispar, entendí la postura de Pep,
al ser contraria a la del ex alcalde.
La oferta que obtuve a mi llegada, por parte del ex alcalde, me animó
a promover la urbanización. Ahora, años después cuando casi la podía concluir a
pesar de carecer del respaldo estatal Urbanístico, debía luchar por la
oposición del nuevo Alcalde, igual que antaño sucedió con Santa María en
Cubera.
Aquí, no tenía dificultad por culpa de intentos de prevaricación. Las
dificultades eran reales por carecer este tipo de Municipios, de unas arcas que
posibilitaran la realización de Plan General urbanístico.
Sin ello, Urbanismo, no permitiría siquiera la segregación de las
fincas por superficies menores de once hectáreas. Y yo llevaba ya vendidas
ciento cincuenta segregaciones de menos de mil metros cuadrados. Todo ilegal,
pero consentido por el que fue responsable del Municipio.
Y debido a lo mismo, las compañías de servicios como agua y
electricidad, tampoco podían intervenir como contratantes de usuarios ilegales.
Tenía que ser yo, el único cliente y gratuitamente distribuir la energía y el
agua.
Podía dejar de hacerlo, con lo que abortaba definitivamente a Tarter.
Quedaría como uno más de los estafadores de tantas urbanizaciones a las que los
promotores abandonaron sin realizar obra alguna, a pesar de yo haber invertido todos los ahorros en las obras realizadas.
O, debía seguir atendiendo a mi costa tales servicios. Calculé que
voluntariamente, serían pocos los que se avinieran a sufragar los gastos.
Máxime cuando había quien ya era usuario de la electricidad, por contra los
que no. Asimismo unos disponían del agua para la vivienda, en tanto que otros
la usaban para la vivienda y la piscina, con lo que el caudal de unos y otros
no era comparable.
Luego la recogida de basura, empezaba también a ser otro problema, por
el cúmulo captado en una zona que se hacía pequeña.
Teniendo todo en consideración, rogué a Pep, que solicitara catastrar
Tarter y pedir la aprobación de unas Normas Subsidiarias de construcción, a las
que adaptarnos con la venia de Urbanismo.
No de muy buen grado, Pep, dejó en manos del Secretario, para tal
solicitud.
No tardaron los inspectores oficiales en iniciar los trámites. Basándose
en mis planos de proyecto, desarrollaron las identificaciones con número
catastral de cada parcela, a la que de entrada le imponían un valor con cuota
anual imputable.
El desarrollo de las Normas Subsidiarias, ya sería más lento. Lo
inmediato, era contribuir al Erario. De momento, esto no me solucionaba nada,
en cambio sí me gravaba el mantenimiento de las instalaciones.
Mi resolución, en lugar de aligerar costos, los incrementó. Y ni aún
así, satisfice a los colonos, viéndome obligado a instalarles gratuitamente,
contadores eléctricos y de agua a cada usuario para control de consumo.
Y ni eso, fue suficiente.