jueves, 17 de marzo de 2011

Parejas perdurables (continuación 20)

Me afectó la noticia. El Consejero Delegado de la urbanización “La Selva Negra Catalana”, apareció muerto en su despacho de La Gran Vía, en Barcelona, con una bala en la sien, disparada por la pistola que aún tenía en su mano.

No era el mejor día para recibir esta información. Empezaba a levantar cabeza merced al cúmulo de encargos habidos después del afer Castillo. Y todos los encargos se relacionaban con urbanizaciones. En mi despacho, acumulaba más de treinta planos relativos a seis de ellas, que para facilidad operativa, tanto yo, como mis ayudantes, los apoyábamos a la pared enrolladlos y en posición vertical.

Para conseguir este nuevo despacho, había tenido que comprometerme con el Banco Popular, mediante una póliza de crédito. Y los bancos desconfiaban de los clientes insolventes. Léase, sin propiedades inmuebles a su nombre. Máxime a los que como yo que operaba ya con Cajas de Ahorros con créditos en curso sin cancelar.

Tuve que poner a mi nombre, la nueva vivienda que ahora la ocupábamos Tere, yo, y los dos primeros hijos. Esto lo hice por necesidad al prever el nacimiento del segundo hijo.

Aunque la Justicia, cerraba el caso como suicidio, recordando a Castillo, a mí lo sucedido con el Delegado de La Selva Negra Catalana, no me lo pareció.

Sospeché siempre de sus colaboradores, ya que indirectamente, les conocía sus hazañas. Y la muerte del interfecto, allanaba muchas dificultades que imperaban en su negocio. Máxime cuando los Bancos al tenerle como ahora empezaban a tenerme a mí con la soga al cuello, con su desaparición, se quedaban sin cobrar créditos y préstamos, de elevadas cifras.

Los beneficiarios eran los socios ocultos, que ahora disponían del negocio sin ningún gravamen. El banco solo podía embargar bienes del difunto, pero no de la sociedad, que no era subsidiaria. Y el difunto ya llevaba varios años en que sus bienes avalaban otros tantos créditos de bancos de la competencia.

En todo caso los pleitos se realizarían entre Bancos. La estafa, tenía mérito.

Y yo, un simple técnico que sacaba muchas veces las castañas del fuego a estos avispados Hombres de negocio, no lograba más que unos emolumentos muy limitados. Se suponía que los Capitostes del negocio, conseguían verdaderas fortunas, con sus trapicheos.

Me estaba imaginando que honradamente, de ser uno de ellos, sin ánimos de estafar a nadie y cumpliendo con la legalidad, quizá no sería una fortuna lo que lograra, pero al menos percibiría unos beneficios holgados.

Lo estaba pensando, ya que en los tres años transcurridos de mi matrimonio, solo conseguí lo comido por lo servido

Y ahora me venía a buscar al despacho, Tere con J.C. para ir de compras. Tenía una gracia innata J.C., o se la veía por ser su padre. Sonreía y venía corriendo a mis brazos…… ¡No!. Pasaba de largo, llegaba a la pared y de un manotazo, los treinta planos ordenados y apoyados en vertical, pasaban en horizontal sin orden ni concierto.

Esto lo repetía tantas veces como venía de visita. Era inútil que le explicara que luego daba trabajo en volverlos a clasificar. Hacía una cara de arrepentimiento, y……hasta la próxima.

Mejor dicho, las próximas que ya lo realizaba como un consumado actor. Fingía con seriedad a pasos comedidos su intención de abrazarme, pero al estar a mi lado, corría a desbaratar los planos. Y luego con una gran sonrisa, parecía decir “Ja,ja, te la volví a pegar” y venía a besarme. Esta era una de las gracias que jamás olvidé, así como la de su conocimiento de la música clásica de “Manguen”, como llamaba él a las Walkirias de “Wagner” y demás piezas de nuestro LP. Y dos años después una pregunta que realizó al visitar las obras de una calle en plena montaña, con declive acusado:

-Pero, papa, ¿Por qué haces calles tan cansadas?.

Esta frase ya delataba a un comodón empedernido. Solía levantar las manos en busca de ayuda. No quería andar, prefería subir a nuestros brazos.

Pero lo acontecido hasta el nacimiento del segundo hijo, también tuvo su miga. Buscando solucionar el fiasco del Sr. Castillo, accedí a la invitación de presentarme para Jefe de Talleres de Minas de Potasa de Suria.

Lo hablamos Tere y yo, pareciéndonos una solución. Los alquileres de vivienda allí eran baratos y el sueldo a parte de ser fijo, muy apropiado. Amén que los fines de semana, podía acudir al despacho en Barcelona, atender los recados y poner en solfa los trabajos de un solo ayudante, ya que temía la escasez de encargos.


Estabamos llegando a Suria. Faltaban siete Km. Solo atravesar el pueblo de Callús, pero la carretera estaba invadida, diría que por el pueblo entero.

-¿Habrá habido un accidente?. Dijo Tere.

-No me lo parece oyendo esa música.

Casi paré el coche. Avancé a unos cinco Km por hora haciendo ráfagas de luz para que se apartaran al menos un par de metros para dejar el paso expedito.
Oí unos golpes en el capó y un hombre me gritaba:

-Pare ya. ¿No ve que están bailando?.

Acojonado, paré del todo. No comprendía nada. Tres minutos después, el mismo hombre me indica:

-Ande, ya puede pasar.

Sin comentarios, obedecí.

-Tere, creo que ya sé de que va. Callús, carente de locales amplios, los días de su festividad, adaptan la carretera para sala de baile. No me extrañaría que quien nos increpó fuera el Alcalde.

Era un sábado y lo aproveché para el traslado familiar a nuestra nueva vivienda.
Llevaba un mes, siendo un vice Jefe de Talleres de la Mina de Potasa. El Jefe titular, pendiente solo de siete meses para su jubilación, no me permitía que me inmiscuyera para nada en su trabajo.

Y esto topaba con lo acordado con el Ingeniero Jefe Director de la Empresa, Sr. Sotomayor. Quería que me pusiera al día de toda la cadena de producción y de los servicios auxiliares para atender reparaciones, e instalar maquinaria para mejoras en extracción.

Los químicos estaban probando un nuevo método de limpieza de la sal, a base de flotación en bañeras experimentales. Y los mecánicos, aguardaban a un Ingeniero Belga, lógicamente de la misma empresa Solvay, que montaría un ingenio aparatoso, almacenado en unas trescientas cajas voluminosas. Tendría entonces que estar presente en su armado y croquizar los pasos a seguir, como ilustración, previendo su desarme, para reparaciones. Eliminar fallos tratándose de maquinaria de precisión.

Mientras no apareciera el Belga, tal misión era para mí, lastimosa. Con la primera semana tuve suficiente para entender todo el ciclo de la cadena extracción, lavado, secado y embalaje y transporte.
También bajé un par de veces hasta el nivel ochocientos del subsuelo. Tenía que comprobar los mecanismos de los ascensores y de los planos inclinados, así como la circulación de las vagonetas.

Pero cuando quería atender a alguien de carpintería, o a los caldereros que presentaban sus quejas o problemas en el trabajo, el Jefe aún no jubilado, montaba en cólera diciendo que aquello no era de mi incumbencia y que hasta su jubilación, no estorbara su labor.

Me sentía pues como una nulidad. ¿Qué debía hacer durante ocho horas laborables?. ¿Pasearme por la Mina?. No disponía de una autoridad superior en mi función a quien obedecer. Al único que en atención a su veteranía, tenía que considerar como mi superior, se negaba a darme ninguna misión a cumplir. Es más, le molestaba, que hiciera algo.

¿Qué concepto tendrían de mí los casi quinientos operarios que me vieran día tras día pasear sin hacer nada?.
Lo único bueno, era el sueldo. Y durante el primer mes en que estuve solo preparando el nuevo hogar, lo pasé en la única fonda existente en aquél tiempo, casa Guilá.

El Ingeniero químico, me dio la bienvenida y después de un par de semanas de mi permanencia, ya tuvimos suficiente contacto para que sabedor que pronto estaría allí mi mujer, me invitara un día a cenar en su casa.
El día en cuestión, para ser puntual a la cita, mudé la ropa en el mismo despacho de los talleres. Al llegar a su casa, abrió la puerta su mujer muy nerviosa y reticente a que entrara. Titubeaba a hablarme con sinceridad, hasta que al fin me pidió que volviera más tarde que su marido no había llegado aún.

Alucinante lo que estaba viviendo. Di una vuelta por los jardines colindantes, hasta que vi al colega dirigirse a su casa. Esta vez sin titubeos, su mujer me abrió la puerta y se comportó como una Geisha. Tal fue la transformación.
Pasamos una velada alegre, dándome consejos para el trato que debía dar a quien debía sustituir, y algún que otro comentario sobre la vida de los vecinos, que más del ochenta por ciento eran peones de la Empresa.
A la mañana siguiente, el Ingeniero del departamento de electricidad, comentó:

-¿Pero que fuiste a su casa estando su mujer sola?.

-Bueno, él me invitó a cenar.

-Pero cenar con él, no con su mujer. Mal lo pasará la pobre si su marido se entera de tu estancia a solas.

- Pero, que estancia a solas ni que niño muerto si no pasé del umbral ni permanecí más de un minuto allí con la puerta entreabierta.

-Carlos, nuestro compañero es muy buen chico, simpático, amable y a quien puedes confiar, por buena persona, pero sus celos….. si pudiera, obligaría a su mujer que por la calle fuera con burka.

Un terrón de silvina la sal extraida de las minas de Potasa.

Vista de la población de Suria