domingo, 2 de octubre de 2011

Parejas perdurables (64)


Parejas perdurables (continuación 64  )

Ramón comprendió que estaba abusando de mis intervenciones a favor de la empresa asumiendo riesgos incluso indirectos, como el de incluir al colaborador Ibáñez, en la nómina de la amplia plantilla y aprovisionando el almacén con los lingotes de plata que vino a valer un millón de pesetas.

Y ahora, por creerlo de especial interés, ofreció en compensación, crear una sociedad expendedora de un diseño especial de futuras botas futbolísticas, con la marca Kubala.
Para demostrar que era una oferta por agradecimiento a mis desvelos, la sociedad la constituiría Kubala y mi mujer.

Kubala, mítico jugador del Barça, por los años 70 era el seleccionador Nacional de España.






Ramón logró de  Ladislao Kubala, lo que nadie consiguió hasta aquél día en que le ofreció patrocinar unas botas diseñadas con perfecta adaptación  a las necesidades de un profesional futbolista.
Kubala, no necesitaba ni que le hicieran publicidad, ni él hacerla de ningún producto ajeno a su formación profesional, por el máximo estatus en que se hallaba.

Precisamente recriminó a  ”La Saeta Rubia”, como llamaban al otro fenómeno coétaneo suyo  adscrito al Real Madrid, Alfredo Di Stéfano, el haberse vendido a la publicidad en la campaña televisiva en que aseguraba:

-“Si yo fuera mi mujer las medias XX, serían mis preferidas”. O algo así .



Para Kubala, esto resultaba denigrante. Que un futbolista publicitara medias nada menos que de mujer,  para el publicista podía ser de impacto favorable a su pretensión de éxito, pero para el actor, era rebajarse hasta el suelo.

Por lo visto llevaba años Ladislao, recibiendo ofertas de todo tipo de anuncios, pero no le satisfacía ni “lavar mas blanco”, ni “mantener la línea con….”, ni “más rápido con el nuevo Fiat..” ni, ni, ….que nada tenía que ver esta publicidad con los futbolistas , ni las competiciones, ni su estatus de jugador, entrenador, o seleccionador.

Encajó pues la oferta de Ramón, ya que le gustó el diseño las botas, y el tipo de publicidad que podía ejercer, no saliendo en los posters sino por el concepto aprovechando su fama.
Por ello, en lugar de percibir emolumentos, sería él mismo que se beneficiaría con la comercialización.
El mínimo de participantes para crear una sociedad es la de dos personas físicas. Ni Kubala conocía a Tere, ni Tere conocía a Kubala pero para presentarse ante el Notario a firmar la creación, este requisito, era intrascendente.

Creada la sociedad, había que planificar la fabricación de las botas y orientar su publicidad para el tiempo adecuado, que no sería antes de haber realizado un sondeo de las necesidades a cubrir, el tiempo requerido para la fabricación de la primera expedición , el costo de todo ello, el margen de beneficio y capital a depositar, dado que Kubala, sobre admitir la utilización de su marca, no pondría de su bolsillo ni un céntimo.
A pesar de acelerar los trámites, no se dispusieron todos los datos sino un año después.
Las botas las fabricarían en Elche. El fabricante se comprometía a suministrar mil pares al mes, si le confirmábamos el pedido, con una provisión de fondos del cincuenta por ciento.
En el ínterin  Kubala ya había enseñado el calzado a sus allegados, e incluso lo aguardaba para que lo estrenara la Selección Nacional.

Mal momento. Mis inversiones tocaron techo. Le pasé la gestión a Ramón. Que se encargara de captar capital, pero no a través de bancos. El problemón que se me avecinaba de los Bungalowes, absorbía  toda mi atención.

Por aquellos días Prat traspasaba el negocio de congelados de Hospitalet, y creaba una nueva sociedad en un polígono industrial entre Barcelona y Sabadell. Lo titulaba Frio Santiga S.A.
Y por lo visto el capital de esta sociedad, lo captó mediante aporte paterno, el suyo por recuperación de la inversión en Hospitalet  y el de un negociante de empresa similar, de Sabadell.
El otro socio de Hospitalet,  Aitor,  vasco y amigo del tiempo de sus correrías juveniles, cuando estudiaba  ingeniería en Barcelona,  justo ahora, finalizada la carrera, no solo canceló su parte en el negocio, sino que partió  para residir en Vascongadas con su familia.

Una tarde, iba a entregar a Prat, el proyecto del bloque Gemini II, cuya obra no se finalizó. Solo se concluyeron las obras de estructura, la planta baja y primer piso .
Le propondría ampliar con dos alturas más, si estaba dispuesto a dotar al edificio con ascensor.

La secretaria, cariacontecida, no se atrevía a aclararme el motivo por el cual Prat no estaba, ni estaría en su despacho aquél día ni a la mañana siguiente.
Como al fin me enteraría,  y sabía los intereses que compartíamos, así por lo bajito me comunicó que se lo llevaron a comisaría.

-¿Hay alguna anomalía con la nueva empresa?.

-No dijeron nada los policías, pero parece que es una cuestión entre él y su socio.

No podía imaginar lo ocurrido entre ellos. Quizá al reparto de beneficios por saldar la empresa, aparecerían trapos sucios.
Me afectó pensar que su detención en una comisaría, asemejaría la de aquellos vendedores que intentaron embaucarme.
La estancia en las dependencias de las comisarías, repugna a cualquier bien nacido.

Hasta una semana después, no conocí por su boca, el mal trago.
Le tuvieron encerrado en el cuartelillo, teniendo que dormir de mala manera sin ropa que cambiar y por la mañana siguiente sin pasar por el aseo, le encararon ante un muro cutre,  sacándole fotos de cara y perfil.
La cara de patibulario, se entiende que la hagan los imputados y presidiarios al hacerse en estas condiciones.  Cara sin afeitar, ojos somnolientos, incluso con legañas, cabello sin peinar  con el cuello de camisa arrugado.
A media mañana le abrieron ficha con cargos por falsear talones bancarios y abuso de atributos.

Su socio, disponía de una cuenta corriente, paralela a la de la empresa conjunta. De esta cuenta, un talonario, estaba a disposición del administrador, que era Prat. Muchos pagos se hacían con esta cuenta, desde la fundación. Prat equilibraba saldos a semejanza de lo que hacía yo con mis veinticuatro cuentas entre corrientes, pólizas e hipotecas. Claro que los trasiegos destinados a un negocio desde otro, en mi caso nadie podía cuestionarlos. Todas respondían a mi mismo nombre.

Prat, como administrador, no faltaba al despacho ni un día, en tanto que su socio, aparecía por allí únicamente cuando había alguna cuestión delicada para tratarla  reunidos. Para facilitar la labor de Prat, sin estar presente en las transacciones, dejaba un talonario firmado guardado en la caja fuerte de su despacho.

Cuando se agotaba el talonario firmado, Prat a sabiendas de su socio, expedía talones de otro en blanco, imitando la firma.

Esto mientras eran socios, no tenía mayor importancia ya que el negocio era común, pero a partir de la propuesta de liquidar por venta o traspaso,  ya no había razón para seguir con esta operativa.
Nada menos, el banco admitía sin pestañear los talones de falsa firma, en tanto que los verdaderos, se los miraban con recelo.

Al cancelar su cuenta de Barcelona, Aitor, desde Bilbao, la halló en números rojos. Se percató que una serie de talones de los que no tenía conocimiento, habían sido cobrados cuando él ya había finiquitado su participación social.
Se asustó, no por el hecho en sí, sino al escuchar al abogado de su familia, que le agoraba el más negro destino entre rejas y el descrédito familiar, cuya honorabilidad quedaba mancillada.

Debía sin demora denunciar el delito, sopena de convertirse en colaborador de un delincuente que podía seguir emitiendo talones distribuidos por la península y arruinar a sus padres. Y más barbaridades. Aitor, firmó lo que le presentó el abogado de la familia, y la Justicia siguió su curso.

Prat, tuvo que enterarse de esta imputación por parte de su socio, estando entre rejas.
Su padre, acudió y al conocer los hechos, le sacó de allí mediante otro abogado que presentó al juzgado  aquello que llaman “Habeas Corpus”.

Y lo que no hubiera sido más que un comunicado en el que los talones habían sido emitidos con anterioridad al finiquito de la sociedad y destruir los talonarios restantes, se convirtió en un sarao entre abogados Catalanes y Vascos, que duró un par de meses.
Prat recriminó a su antiguo socio tal actitud, que con una simple llamada telefónica se hubiera resuelto y nadie tenía que haberse enterado del modus operandi que él ya conocía, a pesar de no ser ortodoxo.

Y el mal ya estaba hecho, pues a partir de aquél día Prat estaba fichado, aunque no procesado, por haberse desestimado el delito.
Pero tuvo consecuencias para la nueva sociedad de Frío Santiga, ya que enterado el nuevo socio, no cesó hasta obligarle a retirarse.

Y las consecuencias, como si de fichas de dominó se trataran, también me alcanzaron a mí.



Parejas perdurables  (continuación 64 a )


- Carlos, esta niña no te hace ningún favor, mándala de nuevo con Ramón, aunque lo que necesita es urbanidad.


Solamente Tere, había visto a la nueva secretaria suplente de Irene, un par de veces. En cierto modo, tenía razón. Tampoco a mí me satisfacía su presencia provocativa para los clientes jóvenes.


Su vestimenta en aquél tiempo se pasaba de llamativa. Cubría un cuerpo bien surtido de delantera y trasera, con un pareo ceñido para la parte superior, en tanto que una minifalda de las más cortas para la inferior. Y su cara picarona, mostraba pertenecer a una incipiente teenager. Más que secretaria, era una recepcionista sin aspiraciones.

Fue Ramón que me la endosó. Él disponía de una secretaria de primera, Teresa, homónima de mi mujer. Sin embargo Felicia, servía de auxiliar a su valorada secretaria.
¿Porqué pues me la envió?. Se trataba de una sustitución temporal de Irene, mi secretaria que en sus dos años de servicio demostró asimismo su valía.
Tere, que la conocía bien, no podía menos que compararla con Felicia. El Sol y la Luna.

Prat también tenía otra diligente y eficaz secretaria, Eloísa. Irene fue compañera de Eloísa larga temporada, habiéndose formado en una academia privada de Barcelona. Intimaron en amistad, por cuanto Eloísa vivía sola en Barcelona. Procedía de Melilla y allí se hallaba su familia.

Por la buena oferta laboral que recibió de Prat, puso todo su empeño en ser útil a su empresa, hasta tal punto que los empleados, así como los clientes habituales, inferían que su relación con el Jefe, debía ser algo más que laboral. Yo jamás pude constatarlo, pero que era muy apreciada por él y a la que confiaba todos los entresijos del negocio, era evidente.

Irene, se presentó a mi despacho poco después de haber iniciado negocios con Prat, recomendada precisamente por él y Eloísa. Y me recordó a la niña que tuve años antes y que perdí por su frágil salud.

Se repetía aquella fatalidad. A Irene, siempre la vi pálida, seria y contra la apariencia de Felicia, estilizada discreta.
Con la cantidad de asuntos que llevaba yo entre manos, su ayuda resultaba esencial, sino imprescindible, cosa que Felicia era incapaz de solventar ninguna papeleta sin consultarme primero, o si no estaba en el despacho, consultarlo al contable.

El día que sangró por la nariz Irene estando yo presente, me preocupé temiendo lo peor.
Mi mujer la acompañó a Urgencias sanitarias donde le cortaron la hemorragia y desvelaron su anemia.
Quería ella quitar importancia, indicando que esto le ocurría con frecuencia pero que pronto se recuperaría.

Le dí un mes de baja, esperando que se medicara y restableciera para poder seguir con su eficiente función de secretaria.
Aunque a su regreso perjuraba que se encontraba perfectamente, no duró más de dos meses, tras los cuales anunció su cese por motivos de salud. Lo dicho, se repetía la historia. Mala suerte para ella y para mí.

Mientras no dispuse de una nueva aparentemente fiable, Tere asistió al despacho a ratos y me ordenaba lo que buenamente estaba en su mano, respondiendo correo comercial y programando visitas.

En tanto, mi preocupación principal era la de los cobros realizados por ventas aplazadas de unos bungalowes en construcción.
Viendo el retraso real de la construcción de los 58 proyectados, propuse a Construcciones Domenech y Hnos. que se hiciera cargo de la mitad, pues evidentemente, no podía cumplir nuestro contrato para la totalidad, mientras yo debía hacerlo para con mis clientes.

La razón que adujo Domenech por el retraso, escondía una realidad que yo sospechaba pero él sabía. La pudo disfrazar por algo que le iba a favor. La carencia de material de construcción que acusaba Cataluña entera.

La proliferación de urbanizaciones, así como la masiva construcción de viviendas protegidas estatales y la moda de pavimentar a base de lechos de hormigón, colapsó la producción de las cementeras y las bóvilas. Era verdad pues que las empresas productoras de materias primas, dosificaban la entrega de la demanda atendiendo a una reducción proporcional al consumo habitual de los clientes conocidos y desatender los pedidos de nuevos clientes, o de bajo consumo.

Lo que venía a ser un racionamiento como en los tiempos de la guerra.
Cementos Fradera se hallaba cerca de Santa María y allí, un amigo mío, ostentaba el cargo de Ingeniero-director.  Le expuse mi problema y como favor especial, me suministró un camión de diez toneladas de cemento portland.

Domenech reanudó la construcción durante tres días, después de los cuales desaparecieron los albañiles y las toneladas de cemento.
Fui a verle en su despacho en la Gran Vía de Barcelona, justo en el edificio que años antes, Adams, “La Selva Negra Catalana” tenía como domicilio social.
Bromeando me contó cómo estaba sentado en la butaca que aquél desgraciado usó al pegarse un tiro.
Y que no me preocupara por las obras paralizadas. En Santa María ya no tenía tochos ni tochanas, (piezas básicas para levantar paredes de obra) por lo que no podía trabajar. El cemento se lo llevó para poder acabar unas obras en Tarragona ya que también se le paralizaban, pero en pocos días volvería con los tochos de procedencia castellana, ya solicitados.

El tamaño de estas piezas fabricadas en castilla, era un par de centímetros inferior en longitud y grosor. Ello requería un aumento en el precio de la colocación por metro cuadrado, así como un plus por el transporte extra radios.
Lo clásico, ir por lana y salir trasquilado. Quería rescindir el contrato y se avecinaba, la petición de aumento del precio concertado.
Aquél día tuve que transigir, pero reduciendo en el contrato el número de bungalowes inicial y que retirara las letras aceptadas por su correspondiente importe.

En realidad por mi temor, lo que deseaba era rescindir el contrato en su totalidad, pero como me hizo creer que estaban entregadas a la financiera, aquello no tenía marcha atrás.

Esperando un milagro que permitiera, recuperar las letras de la financiera, o ver finalizadas las obras, me dispuse a solventar aquella papeleta ofreciendo un plus a mis albañiles para que el primer grupo de seis bungalowes, lo acabaran definitivamente cuanto antes.

Luego los amueblaría, según lo proyectado y a los clientes con contrato, les explicaría que por motivos de fuerza coyuntural, me veía obligado a devolverles los pagos percibidos, rescindiendo la venta aplazada. Y quienes tuvieran mayor interés, deberían adquirir los bungalowes notarialmente, al contado en un plazo máximo de dos meses, suficientes para el retiro de las letras concertadas.

Como era de esperar de mal grado, desistieron de la compra y con ello devolviéndoles lo poco que habían ya entregado, me sacudía una responsabilidad de encima.

Dos fueron lo que prefirieron permuta con solares. Más a mi favor.
El problema no se acababa con este final feliz para los adquirentes que confiaron comprar sobre plano, pues era evidente que no podía arriesgarme al previsible incumplimiento de finalización de obras para el verano siguiente.

No pudiendo pues obtener capital por ventas de lo proyectado, debía intensificar la de los solares.




Parejas perdurables  (continuación 64 b )

 

Felicia, me anunciaba la visita de “Un Señor”. Ni siquiera aprendió que las visitas han de tener nombre y apellidos. Anunciarme a Un Señor, solo me daba la pista del veinticinco por ciento de personas que pudieran ser. Una señora, un Joven, una Joven.
Como pronto volvería Irene, me abstuve de hacerle corrección alguna.

-Bueno, pues que pase Un Señor.

Otra que tal. ¿Qué hacía aquel señor que resultaba ser el último contable de la ex señora Batlle?.
Estaba ya olvidando los pleitos y desprendimiento final por subasta de los “modelitos” que embargué al chulo de Conchita, cuando aparece el contable que lejos de velar por mis intereses, acabó siendo su escudo protector.

Me expuso que se hallaba sin trabajo, ya que con el finiquito de la empresa de confección, la ex Sra. de Batlle, iba a rehacer el negocio por su cuenta, pero muy limitado con lo cual, él ya no tenía cabida allí.
Aquello me olía a una petición de empleo, con velado chantaje. Como si se hubiera quedado sin empleo por mis malas artes al denunciar a Conchita y a su chulo. El negocio se le fue al traste, no por los desmanes de la caradura de aquella mujer. ¡Que va!. Era por cerrarles el grifo de la financiación y no dejar seguir siendo estafado.
No erré mi juicio.

-Pues pensé que Ud. podría admitirme para llevar la contabilidad de la Urbanización.

Me expuso su precaria situación con esposa y dos hijos en edad escolar, a los que ya no podía seguir manteniéndolos en las escuelas de pago.
Anda ya. O sea, que un simple contable de una empresa más bien pequeña, se permitía llevar a sus hijos a colegios de pago. Cada vez se me hacía más insoportable la presencia de aquél individuo. Falso, traidor, recibiendo emolumentos no merecidos y permitiéndose lo que yo no hice con ninguno de mis hijos.
Las escuelas Nacionales eran lo suficiente respetables para educar a los niños tanto de familias modestas, como pudientes.

-      -  Lo siento, pero también estoy reduciendo plantilla. Una vez entregue las obras en curso, liquidaré Santa María.

Mantuve lacónica conversación para que se diera cuenta que no era bienvenido.
Viendo que no tenía oportunidad ni con intentos de chantaje, al despedirse aún me pidió que le hiciera una recomendación para alguna otra empresa.

Aquél tío, tenía un rostro de cemento Portland como el que obtuve de la cementera de Garraf.

Cuando comenté esta visita, con Tere, los nervios no la dejaban. Mejor no hubiera rememorado el tema, pues ya sabía que ella se toma muy a pecho lo vivido con tal gente.
Para desviar la conversación, le pregunté por el resultado de la reunión en el colegio. 

Se promovía una especie de asociación de padres de alumnos, que intervendrían conjuntamente con los profesores, para mejorar la educación.
El pediatra de nuestros hijos, tenía también en el mismo colegio a sus dos hijas y posiblemente, por su profesión le nombraron presidente.

Pedían organizarse como si de una sociedad se tratara, con secretario, tesorero, vocales y seguir unos estatutos, levantar actas de las reuniones quincenales y …….

-Mira, Tere, no estoy para perder el tiempo en reuniones donde ya sé para que sirven, máximo si le quieren dar tanto boato. Mi parecer es que la educación de los hijos, la han de recibir de sus padres en el hogar y de sus mentores en el colegio. Son ellos los que están capacitados para la enseñanza y no nosotros para torcerles su labor.
No servirá de nada. En nuestra generación, recuerda que ningún padre iba nunca a enseñar a los maestros cómo debían tratarnos. Es más si recibían notas de queja por nuestro comportamiento, o bajo rendimiento en los estudios, lo estimaban para reconvenirnos a nosotros. Y siempre consideraban que en el colegio los padres eran ellos.

En una visita al pediatra, realizada en su consulta dos años después para atender a nuestro quinto vástago, le pregunté cómo se desarrollaba la asociación de padres, ya que yo, no asistí ni una sola vez.

Pues me dio la razón. Fue un entusiasta al inicio, por lo que se sintió halagado al nombrársele presidente, pero lo dejó aborrecido por tratarse de una “olla de grillos”. En las reuniones, se trataba de todo menos de asuntos concernientes a los estudios, o método de educativo. La gente no era puntual y después de perder hora y media de conversaciones inocuas, o chafarderías, se tenía que programar la próxima reunión sin sacar ninguna conclusión. Y al final se decidía hacer una excursión fin de curso, para lo cual se realizaba una colecta.

Visto el tiempo perdido, dimitió siguiendo mis pasos y ya llevaba medio curso, en que tampoco aparecía él por el colegio.

Tere, por la calle, se encontró con una antigua amiga de cuando era forofa de la Radio. Matilde, no solo seguía siendo forofa, como ella misma, sino que además llevaba tiempo interviniendo en los seriales radiofónicos y al doblaje de películas.

Este accidental encuentro reavivó su antigua amistad y como si se tratara de una circunstancia celestial, nos iba a cambiar la vida. Al menos, nuestro último  domicilio.

La invitó a su piso, que era un edificio proyectado exclusivamente para empleados de los medios de comunicación, periodismo, radio y televisión. Se hallaba a doscientos metros del nuestro en una calle adyacente.
Se construyó quince, hacía quince años  mediante una Cooperativa. Los socios, así obtuvieron un edificio, casi al cincuenta por ciento del coste normal en aquél tiempo, lo que ahora representaba un valor incluso inferior al cuarenta por ciento de lo que valía la nueva construcción.
En planta baja, aún se hallaba el taller del periódico El Brusi.

Portada de la primera edición del Diario de Barcelona, “ El Brusi”, en 1 -10 - 1792


Le mostró la total distribución de su piso que era simétrico al del frente de su rellano. Compartían el ascensor dos viviendas por piso en escaleras principales.

Había otro ascensor asimismo compartido en la parte de patio de luces. Era el utilizado por el servicio, y recogida de basuras, así como lavaderos, ya en desuso tras popularizarse las lavadoras el,ectricas.
La sala de 40 metros cuadrados era una tentación obscena, que a Tere la cautivó, pero más aún su cocina-comedor de otros veinticinco metros cuadrados y tres baños.
Lo definitivo: Cinco dormitorios. Casi uno por hijo.

Cuando me lo contó, también yo quedé cautivado. Es que Matilde envenenó nuestros sentidos al indicar que debido al fallecimiento de su vecino, la esposa se trasladaba a vivir con su hermana, ya que sin descendencia, aquél piso le resultaba una carga. Lo vendía por lo que le costó, con el valor actualizado. Mas tarde supe la verdadera razón.
Y no disponía más que un mes de tiempo para ponerlo en venta si algún conocido no se lo adquiría, para después pasarlo a una inmobiliaria que realizara la operación.

No tardé un minuto, en ponerme en contacto con Matilde, para que me presentara a la propietaria.
Fuimos citados por ella en el piso en venta, Tere y yo. Nos maravillamos por el buen estado de conservación y el magnífico recibidor decorado con maderas nobles y sus tres accesos para un pasillo, un dormitorio y la sala con portadas de dobles hojas acristaladas y emplomados sus vidrios de colores igual que los rosetones de las Catedrales.

La tentación era insuperable cuando dio el precio. Quince millones. Tuve que controlar mi tembleque incipiente y hablar pausadamente, pues mis palabras demostraban excesiva alteración. ¿Cómo no iba a alterarme?. Un piso así, cualquier inmobiliaria hubiese pedido entre treinta y cuarenta millones.
Fingiendo que nos gustaba sin exagerar, pero que atendíamos a su perentoria necesidad de realizar la venta hipso facto, allí mismo le prometí que le traería un par de millones como paga y señal, y que procediera a preparar la escritura notarial tan pronto lo estimara conveniente.

Ya me metí en otro lío. Pero, ¿no era aquello una ocasión pintada calva?.