Parejas perdurables.(continuación 6ª)
Recuerda Tere:
Recibimos la carta en la que nos explicaba a toda la familia de sus andanzas por Madrid.
Todos sabíamos de su manera de organizarse la vida, para poder subsistir. Y ahora resultaba que incluso estando prestando el servicio Militar, también trabajaba incluso sabiendo que le podría repercutir negativamente en su disciplina militar. En casa se comentó que era arriesgado, ya que el cuerpo humano, por joven que fuera, también tenía sus necesidades de descanso.
Cosa que presumiblemente no podría hacer si continuaba con aquel frenético plan de ganar dinero.
Le había parecido buena la idea de buscar “madrinas” para sus compañeros, y lo comenté con mis amigas de siempre, y estuvieron de acuerdo. Yo sólo tuve que poner las direcciones que ellas mismas me dieron permiso para darla, y de esta manera Carlos haciendo de intermediario, se entabló una correspondencia entre sus amigos y mis amigas.
Era divertido. Parecía como si aquello fuera un juego. Cada dos o tres días, se carteaban, explicando las cosas más tontas y más pueriles. Comentaban si habían visto alguna película buena, la recomendaban a los “pobres chicos”, para darles ánimos.
Yo estaba muy al corriente por lo menos de las misivas que mi amiga íntima me explicaba y me dejaba leer las cartas. Me decía que se sentía muy a gusto en su papel de benefactora de aquellos muchachos, lejos de sus casas, y que procuraba animarles todo cuanto podía.
Yo seguí con la rutina del trabajo, las clases de pintura, los conciertos musicales, y sobre todo la radio, que me acaparaba por completo. Siempre que podía acudía a los seriales, que algunos de ellos los daban en directo en los estudios de la emisora. Tanto mi amiga como yo nos desvivíamos por asistir. Por suerte mi padre siempre estaba dispuesto a acompañarnos, ya que se radiaban por la noche, y él, se esperaba abajo en una cafetería. Todo un detalle, porque al pobre esos dramas radiofónicos no le gustaban, por eso nos esperaba pacientemente, a que terminaran y nos llevaba hasta casa.
En la oficina a mi también se me complicaron un poco las cosas. Un día subió el encargado Don José, y muy serio me dijo que quería darme un sabio consejo. Que me hablaba como lo haría un padre con su hija. Por la edad, seguro que podría serlo. Imagino la cara de susto que debí poner. Me recomendó que no entablara ningún tipo de relación que no fuera la estrictamente laboral sobre todo, con los dos muchachos que eran un poco mayores que yo. Que siendo la única fémina del lugar, podría dar opción a discusiones entre ellos.
Ahora con el paso de los años, imagino que él, al estar siempre en contacto con ellos, habría oído algún comentario. Y yo le debí parecer bastante infantil, y muy alejada de la realidad. Me insistió en que era mucho mejor alejarlos si se me insinuaban queriendo salir conmigo.
Y así lo hice. Tal como D. José imaginaba no tardó uno de ellos en querer acompañarme al salir por las tardes. Lo tuve fácil, sin desairarle, le dije que tenía las horas ocupadas en las clases, y que ya iba con muchas prisas para no llegar tarde. O sea que en la oficina, seguro que pasé de ser la niña infantil, a la antipática y engreída Teresa.
Parejas Perdurables
Dos compañeros, atendieron mi oferta de cartearse con amigas de Tere. Al principio, sus comentarios eran ampliamente discutidos en conciliábulo, pero al poco tiempo, se convirtieron en reservados. Como cada cual gozaba de sus aventuras, las cartas, pasaron a ser asuntos privados, sin comentarios.
Especialmente las de Tere, tomaban un cariz claramente interesado. No se trataba de hablar del tiempo, o de la prohibición Municipal del uso de las bocinas de los vehículos. Explicaba Tere, como el primer día de tal aplicación, amaneció la Ciudad con un silencio fantasmal. Era la impresión por contraste a las sinfonías habituales formadas en los atascos cotidianos.
Ahora expresaba sus sentimientos íntimos, los confesaba a un “amigo”. Se sentía frustrada por no poder acabar los estudios, ya que debía colaborar en el sustento familiar, estrenándose de Secretaria en una imprenta.
Me solicitaba fotos de mis andanzas por el cuartel, a caballo, en las motos (como la de Ernesto), en los Jeeps, y perspectivas de los carros de combate, con la formación del escuadrón a mis órdenes.
En compensación me envió fotos suyas con el grupo de amigas y una en la que mostraba todo su palmito de curvas seductoras y melena suelta asimismo sugestiva.
Era una velada confesión de su incipiente interés por mi persona. Parecía que el anterior habido con el joven, antes de mi partida, se debilitaba. Dudaba ya en confesarle de inmediato mis sentimientos, que podían tener garantía de éxito.
No creí oportuno realizarlo por carta. A su debido tiempo, lo haría en un vis a vis a mi regreso en Barcelona.