¿Qué ocurrirá, pensé?. Sin comerlo ni beberlo, me hallaba involucrado en una misteriosa trama que me convirtió, en el ogro que no creía ser.
-Le ruego Señor, que disculpe a mi hija, ya que el Doctor la está medicando y le recomendó que aparte de tomar tranquilizantes debe cesar en actividad laboral. Si le parece, dado el poco tiempo que estuvo con Ud. nos despediríamos sin más.
-Pero, ¿cómo?. ¿Qué le ocurre a Tecla?. Siento mucho que con las esperanzas que depositaba, tenga que prescindir de ella.
-Me lo temí que sucedería esto por lo cual le insistí en la extrema sensibilidad de mi hija. Se toma el trabajo muy a pecho y cualquier presión la estresa.
No me lo podía creer. ¿Qué estrés?. Si en todos estos días no le encargué más que la transcripción de los documentos para los contratos de la compra de Sumella y un par de cartas a clientes. En todo caso a partir de ahora, sí tendría verdadero trabajo por asumir todo lo de la nueva organización.
-Siento mucho esta situación y más aún por no haber sido consciente de su estado anímico. De ninguna manera quisiera agravar su delicada salud. Por descontado que le abonaré su trabajo que bien merecido lo tiene.
Pensé en que debía indagar lo que ocurrió ya que las pocas veces que vi a Tecla por el despacho, siempre sonriente, atenta, y en su mesa ordenada……¡ Ya!, ¡ Claro!, superordenada. No tenía papeles desperdigados, sólo un retrato de su madre, la máquina de escribir y el teléfono. ¿Cómo realizaba su trabajo? ¿Dónde tenía el material de oficina?.
Posteriormente supe que de los seis cajones de su mesa despacho, uno era exclusivo para sus efectos personales y los otros cinco, traían unos rótulos pegados indicando su contenido.
1)-Material mecanográfico,
2)-Material dibujo.
3)-Fichero clientes.
4)-Citas anuncios.
5)-Notas contabilidad.
Y no sólo eso. El interior de los cajones con una perfección inusitada mantenía extremo orden. Los lapiceros, colocados paralelamente todos perfectamente afilados mirando al Norte. A la derecha los de colores y a la izquierda los negros de distintas durezas. Entre ellos, las gomas de borrar lápiz y tinta. Frente a ellos las grapas, su grapadora, unas tijeras y el afilador de lápices.
El fichero de clientes, por grupos enlazados con una cinta los de clientes, los de proveedores, los de citas previas, los de bancos y la correspondencia pendiente.
En fin, en el cajón del material mecanográfico, además de cuartillas , folios y carpetas para dosier, mantenía el papel carbón separado por un diccionario, a todas luces usado para comprobación en sus transcripciones, que por lo visto, le evitó más de un error del original a transcribir.
Y los sobres de cartas, con su sello correspondiente.
En las citas anuncios, se distinguían asimismo dos tipos de post-it para Don Carlos recados urgentes, para anuncios publicitarios, para citas personal, para llamadas preferentes.
Y me di cuenta que en verdad mis citas y horarios planificados, se desarrollaron sin inconvenientes.
Total tenía una SECRETARIA perfecta, en lugar de una simple mecanógrafa, habiéndolo ignorado.
La Recepcionista me comentó que viendo como Tecla estaba muy atareada, se le ofreció repetidamente para mecanografiar algún documento, ya que ella disponía de muchos ratos libres. Sin embargo no le parecía bien a Tecla que alguien realizara su trabajo. Y esto hizo que cada día sobre su mesa aparecía algo del contable, o de los delineantes para transcribir, o encarpetar los dosieres. Y siempre era la última en salir del despacho puesto que sí tenía trabajo, mucho más de lo que le había mandado yo.
-Será Ud, quien me tenga que disculpar el no haber prestado suficiente atención a su hija. Estuve y sigo estando muy ocupado por crear una Sociedad, lo que me apartó de la oficina muchos días.
Lamenté la pérdida de la “niña”, pero automáticamente la recepcionista se encargó de poner un anuncio para una suplente. Aunque no fuera un dechado de perfección, como Tecla.
Ahora el siguiente problema era el de considerar el valor del capital idóneo a declarar en la constitución de la Sociedad y los nombres de los socios fundadores.
Lógico que el principal accionista sería yo, atribuyéndome el 80%, luego pondría a Tere con el 16% y el resto del 4%, para el posible tercer socio obligado. Una sociedad anónima requería un mínimo de tres socios y su peso decisorio hasta el 5% de participación era muy débil. Otra precaución a tomar.
¿Podría contar con mi Arquitecto colaborador?
Parejas perdurables (continuación 35 a)
Rut, se llamaba la nueva empleada. Pero no la tomé como mecanógrafa. La destiné a recepción. Judit, estaba mejor preparada para sustituir a Tecla. Judit se ocuparía de la mecanografía y de todo lo que Tecla sin yo haber sido consciente, realizaba.
Una Secretaria, era lo que necesitaba y Judit con el tiempo que llevaba en el Gabinete, estaba al corriente de todo.
Una vez acordado con Orpí, el arquitecto colaborador, que los honorarios del anteproyecto de la urbanización Santa María, visado del Colegio de Arquitectos y futuro Proyecto para ambos municipios los destinaría como aporte a la Sociedad, lo ligué con la primera segregación de la finca Sumella a su favor. Su valor, lo equipararía al de las futuras facturas del proyecto, contra la Sociedad.
Así la sociedad disponía de un Capital dinerario más otro por Propiedad inmobiliaria. Daba mayor seriedad y apariencia ante los esperados clientes.
El Propietario, firmó los documentos previstos, una vez percibida la cantidad estipulada.
Ante Notario una vez obtuve el poder, procedí a la venta de la primera segregación de tres hectáreas de la parte alta de la finca, a favor de Orpí. Y seguidamente, creamos la Sociedad, en la que intervino también Tere.
Al mismo Notario encargué las legalizaciones y con su gestor atender los arbitrios y gravámenes de la finca adquirida, para ya disponer de una Finca libre de cargas, lista sin impedimentos legales para sus futuras segregaciones a favor de terceros.
Seguidamente atendí los consejos de mi amigo abogado, y antes de recurrir a una alternativa legal in extremis, reemprendí diálogos con los Alcaldes.
Varios meses, transcurrieron sin ningún avance que presumiera aceptación por parte de ellos.
Como la base del negocio estriba en las ventas, si no realizaba ninguna, llegaría el día que no podría afrontar ni los gastos de legalización, ni los de la nómina ya respetable del Gabinete.
Pasé el Anteproyecto a mi abogado para que cursara las gestiones pertinentes, a fin de obtener los deseados permisos.
Me desentendí de sus gestiones ya que escapaban a mi conocimiento. Para propiciar algún avance físico, solicité a ambos municipios licencia para una obra sobre la parte de finca matriz que correspondía a cada cual. Al no tratarse de lo adquirido por la Sociedad, la solicitud de edificación de un particular sobre su propiedad, ni uno ni otro pudieron negar mis solicitudes. La superficie de la finca rústica superaba con creces el mínimo edificable.
Con tal licencia, pasé a solventar el problema del agua. El precio de la traída de agua desde Cubera a Sumella, era inasequible. Se respiraba la influencia del Alcalde. La Empresa concesionaria, no viendo negocio sustancioso para un par de viviendas en proyecto, pedía el importe total de la infraestructura para la traída del agua hasta la entrada de la finca.
Desistí pues de la Compañía y busqué a un zahorí.
Mientras, el propietario de una finca con frente al camino que comunicaba Sumella con Cubera, viendo meses de movimiento con maquinaria que contraté para la aperturas de calles, al solicitarle que permitiera ampliar el camino de dos metros y medio, se negó.
Le expuse que pretendía que sus veinte metros de fachada, los retrocediera tres metros ya que el vecino del otro lado del camino, gustoso permitía retroceder cuatro metros y medio más, convirtiendo el camino en una calle de diez metros ancho. Le revalorizaría su finca.
No solo no permitió esta ampliación sino que dio a entender que si me extralimitaba, me demandaría.
Seguro que conocía mi talón de Aquiles. Como no disponía de licencia para Urbanizar, un simple chivatazo al Alcalde era suficiente para pararme los pies.
Promover una Urbanización a la que los clientes tuvieran que acceder recorriendo medio kilómetro con un camino estrecho y sin asfaltar, resultaba ilusorio.
Cuanta razón tenía Tere, con lo de los problemas ocultos. Sin embargo, no podía echarme atrás.
Nuevas gestiones, condujeron a complicar la cuestión con lo que desistí de utilizar este camino como acceso principal. Recurrí a otro propietario de una finca que enlazaba Cubera con Sumella, pero no le atravesaba ningún camino.
Tenía que convencerle de una de cuatro opciones:
Ceder el paso gratuito.
Vender la superficie necesaria para convertirla en vial.
Vender la finca en su totalidad.
Ceder el paso y adherirse a la urbanización.
Otro mes transcurrió antes no decidió optar por vender la finca en su totalidad.
Restaba otro problema básico: La electricidad. Por allí lo máximo divisado correspondía a una deficiente instalación para Cubera, de una compañía de suministro por reventa. Ya que se trataba de una población semirural con setecientos habitantes. Había que aguardar que las grandes compañías planificaran su red futura. Y por aquellos días la que mostraba mejor expectativa era ENHER.
La negociación también resultó dura. Para convencerles debía presentarles los planos aprobados por Urbanismo. Ya, ya, y si la construcción de la línea hasta mi finca, la financiaba entera, como pedía la compañía de agua, segura que no abría dificultad.
Todos estos inconvenientes los mantuve silenciados a Tere. No solo por recibir el sarcasmo de “¿Qué te dije?”, sino para no intranquilizarla. íbamos a por el quinto hijo. Esperaría a tener resueltos los problemas antes de su nacimiento.
El abogado tenía algo que comunicarme. ¿Sería para bien?.
La vida seguía su curso.
Teníamos salidas con nuestros amigos, sobre todo los que estudiaron con Carlos.
Por suerte las mujeres nos aveníamos bastante, por lo que no surgían problemas. Poco a poco éramos más parejas pues a medida que se iban casando se unían a nuestras tertulias. Esto llegó a ser una traba debido a dos puntos principalmente.
Uno fue la falta de puntualidad por parte de muchas de ellas, eso de llegar al cine cuando la película ya estaba empezada, a mí particularmente me molestaba bastante. Ellas se escudaban en que tenían niños pequeños. En realidad yo era la que tenía más, y en efecto dejarlos acostados, para no dar demasiado trabajo a la persona que los cuidaba, me suponía empezar la tarea mucho antes de lo acostumbrado.
Reconozco que he sido muy “cuadriculada” en este aspecto. Respetando al máximo los horarios para todo.
Me anotaba en una lista todo lo que tenía que hacer, para poder dedicarme con más o menos prisas. Todo antes que llegar tarde. Es algo que no soporto, la falta de puntualidad.
Y quiero hacer constar una cosa que la fui descubriendo poco a poco. Yo estaba nerviosa, porque quería ir deprisa, y mis nervios indiscutiblemente se los pasaba a los hijos, que aquel día, no había manera de que se quisieran meter en la cama, incluso lo notaba el más pequeño de turno, el que aún tomaba biberón.
Por aquel entonces me preguntaba admirada si aquello podía ser cierto.
Ahora al cabo de los años, ya sé que sí.
Mi estado anímico, repercutía sin dudarlo en el de los hijos, mis nervios sin darme cuenta se los estaba pasando de alguna manera a ellos, que tardaban una barbaridad en dormirse.
Después, ponernos de acuerdo en qué tipo de cine queríamos ver, también inducía a discrepancias. Total que acabamos dejando de ir al cine, y nos metimos de lleno en espectáculos, de vodevil, éramos conocidos en un teatro dedicado exclusivamente a este género, por el alboroto, que formaban los hombres ante las mujeres con poquísima ropa, y por los chistes subidos de tono que se explicaban, (hasta donde la censura les dejaba), los decían con medias palabras pero los que hablábamos catalán los entendíamos perfectamente, cosa que el inspector de la censura de turno, que estaba entre las bambalinas, no las captaba por desconocer el idioma.
Ahora nos preguntamos si podía existir tanta ignorancia.
Y puedo dar fe de ello.
Aquel teatro que era muy conocido en Barcelona, se llamaba “EL MOLINO”, queriendo imitar de alguna manera al de Francia. Salvando las distancias, ya que el nuestro, carecía de la ostentosidad del francés.
Pero bueno, allí nos reíamos y lo pasábamos bien, y de esta manera tan simple, no se rompió la cadena de las salidas nocturnas, pero sí que se fueron espaciando, ya que todos cargados de hijos, muchas veces nos veíamos obligados a quedarnos en casa, por alguna gripe o anginas inoportunas de los pequeños.
Referente a los trabajos del marido todos los argumentos del marido, me parecían buenos, se tenía que hacer algo para tirar adelante la casa de una familia numerosa.
Pero todas las trabas que iban surgiendo, a pesar de no estar metida de lleno en los negocios, me hacían estar en una tensión de alerta permanente, era como tener encima la famosa espada de Damocles.
La incertidumbre siempre ha sido una de las peores cosas que me han llegado a traumatizar, y tal como se estaban desarrollando las cosas, yo no podía evitar pensar en si todo saldría bien, o surgirían cada vez más contratiempos.
Por suerte tenía bastantes ocupaciones con la casa y los niños, y no me podía dedicar todas las horas del día a pensar en estas cosas.
No obstante aquí ya surgió algo que se fue repitiendo con más frecuencia a través de los años venideros.
La ausencia del marido en el hogar. Los trabajos lo mantenían alejado por muchas horas. Tenía que viajar mucho y muchos días no venía a comer. Llegaba a casa cuando los niños ya estaban por lo menos bañados y cenados, y en la cama, aunque estuvieran despiertos.
Eso me dolía pero era consciente que no podía obligarle a que participara en estas tareas, que por otra parte, en aquel tiempo se suponía que era misión a cumplir de las madres.
A pesar de todo realmente fueron unos años buenos en todos los aspectos.
Era un poco como vivir dentro de una burbuja de jabón de esas que van tomando todos los colores del arco iris. Todo muy bonito.
La juventud tiene esa prepotencia, que puede con todo.
Y menos mal…