sábado, 19 de marzo de 2011

Parejas perdurables (continuación 21)

La permanencia en Suria, no se desarrollaba con satisfacción. Todo eran problemas.
Al tercer mes, por fin apareció el Ingeniero Belga y en realidad, resultó un aliciente, ya que era consciente de que mis aptitudes se veían realizadas.
Sin embargo, la meticulosidad del Belga en la nivelación de cada elemento, me desquiciaba.
No veía la necesidad de perder más de una hora en nivelar cada pieza ensamblada. Le dije en varias ocasiones que si las piezas eran perfectas, una vez la base se niveló, forzosamente los ensambles de las demás, niveladas estarían.

No sé si por mi deficiente francés, ya que él no hablaba español, no me entendía, o no quería entenderme.

Por las mañanas, me comunicaba muy mal con él, ya que estaba más pendiente en croquizar los ensamblajes que en pensar en francés, pero por las tardes ya pillaba el ritmo y hasta me volvía locuaz, lo que facilitó nuestra armonía, hasta el punto que se atrevió a contar chistes sobre su flamante coche Citroën “tiburón”, de reciente fabricación . Su principal novedad era la incorporación de la suspensión hidroneumática con corrector automático de altura.


Por el contrario, mi coche era un Ford T, de los que usaron los Intocables de Elliot Ness, en los tiempos de Al Capone. Y no sé si se burlaba, o compadecía de mi pobre adquisición. Hacía un gesto con ambas manos, acompañado de expresión facial de asco, como diciendo:

-Vamos, hombre, este vejestorio, hay que tirarlo.

No le faltaba razón, ya que pocos meses después tuve que deshacerme de él por razón de peso.
Con todo, al cuarto mes de mi etapa de “Jefe de Talleres”, se acabó mi verdadera ocupación en la Mina. Reanudé la inactividad con el desdén indefectible del Jefe titular en activo.

En el interín me enteré que Tere, prácticamente, desde mi salida matutina para el trabajo y mi regreso a comer, se lo pasaba llorando. Sentía su soledad, a pesar de ocuparse de J.C. Se hallaba de nuevo en estado de gravidez, lo que reanudó su habitual tendencia a los vómitos.

Suria, dista más de cuarenta Km. de la costa. Imposible desde allí ver el Mar. Factor importante para ella. Y su madre tampoco podía visitarla.
Me dolió, conocer su tristeza. Y ya se acumulaban los contras para nuestra permanencia.

Se enteró también de que cumpliendo mi misión, en cuanto sustituyera al actual Jefe de Talleres, sería bajar con frecuencia a todos los niveles subterráneos de la mina. No le dio importancia, hasta que se concienció, de que aquello no era intrascendente.

Ocurrió que el día en que transmitían por la TVE el partido Barça-Madrid, algo especial para los Catalanes, el último minero que salió a superficie, no halló su placa en el cuadro de control. Por el contrario estaba la placa 172.

Lo denunció al vigilante, saltando la alarma. Llamaron al domicilio del 172. Su mujer dijo que no había llegado aún.
Automáticamente, se movilizaron varios mineros, recorriendo los niveles en que trabajaron este día. Ni rastro, ya no quedaba nadie allí. Aquello les dio la luz de lo que podía haber sucedido. Llamaron al teléfono de la fonda Guilá.

Efectivamente, entre la troupe de asistentes para contemplar el partido de fútbol, se hallaba el minero 172, con la placa 112 en el bolsillo.
Inmediatamente se presentó a la mina, pidiendo disculpas por su error y por la alarma inútil creada.
Se intercambiaron las placas y con este precedente, el control futuro ya no lo realizaron los propios mineros, sino que fue el controlador quien a cambio de sus placas les entregaba el casco minero marcado con su propio número. Y al salir repetían el intercambio inverso. Quedaba perfeccionado el control.

En cuanto la consecuencia de este error, para los dos interfectos fue ¡terrible!….se perdieron el ambiente entusiasta que ante el televisor de casa Guilá, con desaforados gritos, celebraban todos, los goles del Barça.

Y lo que resultó la puntilla para detestar seguir en Suria, fue el desgraciado accidente del Director, cuando con su mujer y seis hijos, chocó su vehículo, contra el árbol centenario, custodia de la entrada de su chalet.
Murió él no por el choque, sino por fallo cardíaco en aquél instante. Todo lo que pudo hacer antes de expirar, fue reducir la velocidad del coche y así su familia resultó indemne.
Esto para mí fue definitivo. Mi compromiso con él quedaba rescindido. Regresaría a Barcelona con mi familia, a reanudar y ampliar las actividades del despacho.
Y teniendo al segundo vástago en gestación, necesitaba con urgencia adquirir una vivienda con suficientes dependencias.
A esta urgencia, debí la suerte de no ser alcanzado por la estafa de la inmobiliaria SAICA.

Recuerda Tere:

Dicen que los bebés, ya dentro del claustro materno sienten las mismas congojas y alegrías que sus madres, y puedo dar fe que es muy cierto.
Nos pareció bien ir a vivir al pueblecito de Suria, más que nada porque ya estaba en camino el segundo hijo, y el ofrecimiento de un salario fijo nos convenía.
El primer inconveniente fue no poder ir directamente a Suria que era donde nos habían dicho que nos aguardaba una casa incluso con jardín.
Fuimos a parar a Callús mientras no nos pudieran instalar donde realmente nos correspondía por el estatus de Carlos.

Pero… cuando se ha vivido en una gran ciudad como ya lo era entonces Barcelona, tener que dejar aquel ambiente, para meternos en un pueblo de reducidas dimensiones, creo recordar que solo constaba de una calle principal que era la carretera, y unas pocas casas a los lados, la verdad es que se me cayó virtualmente el mundo encima. El lugar de trabajo quedaba lejos del domicilio.

El marido estaba muchas horas trabajando fuera de casa, yo sola con el hijo mayor que aún no tenía los dos años. Recuerdo que lloré mucho. Me veía sola, sin encontrarme bien del todo, ya que el embarazo, aunque no fue tan pesado como el primero, también me pasé unos cuantos meses vomitando. Y JC, igual que yo, también encontraba a faltar a los abuelos, ya que en su media lengua me preguntaba por ellos.

Total que puedo asegurar eso que se comenta que el feto acusa el estado de animo de la madre, porque el segundo hijo que fueron también cuatro kilos y medio de bebé, salió de lo más llorón. Sobre todo por las noches.

Quizás pueda parecer algo fuera de toda lógica, mientras vivimos en Callús, yo necesitaba tener un vínculo que me siguiera uniendo, como si fuera un cordón umbilical a lo que había dejado en Barcelona, la familia, las amistades. Y creo que en aquel tiempo me leí por enésima vez “Lo que el viento se llevó,” porque me daba cuenta que mientras leía, mi cuerpo y mi mente retrocedían a la primera vez que lo leí y vi la película, ambas cosas habían dejado en mi persona un recuerdo inmejorable.

Esta tontería, de verdad que conseguía que por lo menos, durante un espacio de tiempo, me aislara de lo que me rodeaba porque me resultaba incómodo.
Este libro aún lo conservo, está hecho una ruina, pero aunque parezca absurdo en su momento fue un punto de apoyo y le tengo un especial cariño (porque soy de las que quieren a los libros, como si fueran personas) Para mí, tiene un valor sentimental, que con el paso de los años, lo he explicado a los hijos. Ellos se maravillaban, cuando les decía que podía abrir el libro por la página que quisiera, que enseguida me situaba y podía seguir con lectura, siguiendo el hilo de la narración.

Procuraba que el marido no se diera demasiada cuenta de mi pena por haber dejado la ciudad. Pero hay cosas que no se pueden ocultar por más que se intente. Que estuviéramos tan pocas horas juntos no ayudaba precisamente a mejorar mi estado de ánimo.

Parejas perdurables (continuación 21 a).

No hubo ninguna oposición a mi cese en Minas. Simplemente, al finalizar mi quinto mes en la Empresa, tuve que firmar un documento en el que bajo mi honor, me comprometía a no acceder, ni tratar con ninguna otra Empresa Minera de la Península ibérica. Como si ocultaran secretos Industriales.

Años después, supe que Solvay, vendió en 1982 al INI (Instituto Nacional de Industria), la factoría. Su explotación pasó a manos de Fodim s.a. La explotación de la sal de potasa en el Mar Muerto a cielo abierto, hacía inútil sufragar los altos costes de explotación subterránea. La mayoría de los empleados obtuvieron una jubilación forzosa.

De haber permanecido allí, mi jubilación se hubiera adelantado quince años.

Otra vez en Barcelona precisaba con urgencia un piso asequible, pero espacioso. Los de segunda mano, en principio no me seducían. Merced al anuncio de la Inmobiliaria SAICA, coloso emergente de la venta y alquiler de viviendas en Barcelona, fui a sus oficinas de la Diagonal, viendo los proyectos de construcciones que tenían, todas ellas en solares Chaflanes de Islas del Ensanche.

Muy sugestivos y módicos, tanto por su ubicación, como por la superficie de los pisos y su distribución, con tres dormitorios y dos baños. Me aclararon que eran tan baratos, ya que se entregaban al comprador, un año después de haber contratado su compra mediante contrato provisional en que se pagaba el diez por ciento de entrada, otro diez en las mensualidades hasta el día de elevar a escritura pública, con hipoteca Bancaria por el resto.

Ya no me apetecía tanto, al tener que aguardar un año. Tere alumbraría como mucho en seis meses, pero para decidirme me presenté al solar donde se decía se construía el edificio.

De un año, nada. Aquello servía para gancho comercial. Se trataba de un solar, en el que un gran rótulo anunciaba la adquisición por SAICA para la construcción de doscientas cincuenta viviendas.

Ni grúas, ni maquinaria, ni hombres trabajando. Si se estaba vendiendo con la promesa de entrega para un año sin siquiera iniciar los cimientos, conocía a la perfección, su imposibilidad. Al menos y eso con mucha suerte, no sería factible en dos años.

Para mí una desilusión y tuve que apechugar con una vivienda de segunda mano.

A los cinco años, estalló el escándalo. Eran miles las reclamaciones a SAICA por pisos vendidos y no entregados.

Ni siquiera el solar del anuncio era de la empresa. Habían trasladado en estos años, la misma pancarta a otros chaflanes, arguyendo a los clientes excusas intragables, hasta que se unieron y presentaron demanda por estafa, ya aventada por los medios.

Los pleitos y sus apelaciones, se prolongaron hasta 1990, en que la entidad fue definitivamente eliminada, con testaferros en la cárcel, por poco tiempo y la multitud de estafados, sin recuperar ni una peseta.

Tuve que agradecer la premura del parto de Tere, merced a la cual, yo no estaba entre ellos.

Para el nuevo piso, otra incursión bancaria. Esta vez, cuenta con hipoteca del Bco. Hispano. Tuve que iniciar un organigrama, para control de las funciones reservadas a cada entidad bancaria, con una o más cuentas. Las de economía doméstica, las hipotecarias y las de la razón social que daba al despacho.

Habiendo cesado en la Academia y en Minas de Suria, me hallaba del todo comprometido en la multitud de trabajos provenientes de urbanizadores.

Con un antiguo colega, nos ayudamos aunando los propios equipos y realizando levantamientos topográficos de fincas en proyecto.

Los kilómetros diarios a realizar para nuestra misión, hacían imprescindible que los vehículos de transporte fueran fiables. Mi F.O.R.D., respondía perfectamente a lo que en aquél tiempo se vulgarizaba.” Fabricación Ordinaria Reparación Diaria”. Y no era en detrimento de la marca, sino todo lo contrario. El automóvil, era más fuerte de lo imaginado, pero su edad, se había excedido tres décadas.

Cada viaje, a la ida o a la vuelta, necesitaba una reparación, de lo más simple. Solo causaba retraso y quedarse con las manos embadurnadas de grasa y suciedad, que luego pasaba al volante, al asiento y a los pantalones.

Pero el súmmum, fue en una curva cerrada y en pendiente, en que a pesar de no sobrepasar los cuarenta kilómetros por hora, se inclinó perdiendo la verticalidad hasta tal punto que circuló sobre dos ruedas hasta equilibrase a la salida de ella.

La curva era pronunciada, por lo abrupto del terreno y la respuesta del vehículo, obedecía a la dinámica, pero no estaba acostumbrado a actuaciones circenses inadecuadas para un equipo técnico.

Esto, junto a que en otra ocasión perdí una rueda en mitad de la carretera sin posibilidad de parar debido a la intensa circulación, me decidieron seguir el consejo del Belga que me dio en Suria.

Dar de baja el coche, representaba un gasto por impuestos y burocracia. El mecánico de mi taller, me propuso que por muy poco dinero podía venderlo para desguace, o para alguno de sus clientes. Así lo hice y según me enteré, todavía mi Ford, a manos de un nuevo propietario circuló dos años más.