sábado, 26 de febrero de 2011

Parejas perdurables (continuación 15)

En año y medio que llevábamos de noviazgo, asistimos a las bodas de Doc, Luis, Morán, “La Fiera”, Ramón y Ernesto (el Don Juan).

A cual más ostentosa. Contribuí como todos los compañeros en los típicos regalos de utilidad para el futuro hogar de las parejas. Esto, treinta años después, degeneró en “lista de boda” en determinados comercios, para que los regalos no repitieran los mismos objetos y satisficieran a las necesidades de los protagonistas.

Ni que decir tiene que cuarenta años después, la degeneración de tal costumbre, llegó a convertir el típico regalo en un simple ingreso en metálico a la cuenta de los novios. Pragmáticos hasta el fin.

Como nuestro enlace ya tenía fecha prevista, 1- Enero 1958, restaban únicamente tres meses desde de la entrega del anillo de compromiso. Teníamos que esforzarnos en decidir cual piso de los tantos visitados íbamos a alquilar.

El que nos gustó fue uno de reciente construcción, pero con la pega de que al ser muy solicitado, se adjudicaba a los que aportaban cuarenta mil pesetas en depósito, a devolver sin intereses, al rescindir el contrato, fuere el año que fuere.

Esto en aquél tiempo, era mucho dinero y limitaba a los candidatos solicitantes. Aprovechando mi reciente ingreso de Andorra, sin más ambages, firmé el contrato.

Luego en dos meses, debía amueblarlo. Renovación de crédito bancario y elección conjunta con Tere de los imprescindibles muebles para dormitorio y comedor. Esperábamos que los enseres, procedieran de los regalos de boda y el ajuar, por donación de los padres de Tere.

Para mayor ahorro, fui invitado permanente a comer en casa de mis futuros suegros. Dejé de acudir al “Chiu-Chiu”, restaurante económico cercano a mi despacho. Se trataba de comidas caseras de Menú, sin carta. Aunque no eran tan económicas sus comidas como las de los comedores del SEU, (no hubiera resultado decoroso que siendo un ex - estudiante, desplazara a los que aún lo eran), pero algo mejor condimentadas las comidas, sí lo eran.

Por supuesto, la de los suegros sabía aún mejor.

Avisé a Tere, que aquella tarde traían el comedor completo. Pasaría a reunirme con ella al salir de su oficina, e iríamos a contemplar el efecto de su instalación. Programaríamos la decoración pertinente.

La ilusión crecía a ambos. Ya nos imaginábamos casados en nuestro hogar. Al atardecer allí solos los dos, y sin alumbrado aún no contratado, tan intensa fue la sensación, que no puede más que abrazarla apretujándola contra mí, recorriendo con mis manos su anatomía. Al llegar a su delantera, sentí fuerte dolor entrepierna motivado por un gran recalentón. Los calzoncillos ajustados según la moda, impedían una libre hinchación. La presión pugnaba por la resistencia del tejido del slip.

Pedí disculpas y azorado dije .

-Vámonos Tere, es muy tarde y aquí, ya no respondo de mis actos.

Aquello, a pesar de mis propósitos de no repetirlo, con el pensamiento tan cercano de nuestro enlace, sí se repitió. Y debía solucionarlo a no tardar.

Una opción, era abstenerme en la inspección de sus senos. Limitar caricias y minimizar los tiempos de estancia en intimidad.

La que tomé no fue esta. Compré unos calzoncillos de los del tiempo de mis padres, en forma de pantalón corto muy holgado. Ya no dolía mi miembro con los recalentones. Disponiendo de espacio libre, no recibía presión alguna. Aunque iba creciendo el ansia de llegar a mayores.

Un esfuerzo que debía realizar aún durante un par de meses.

No habiendo rechazo contundente por parte de Tere ante mis inspecciones anatómicas, entendía que ella compartía mis sentimientos y aceptaba mi decisión de postergar el acto final ya que correspondíamos a la enseñanza recibida de nuestros progenitores.