martes, 24 de mayo de 2011

Parejas perdurables (continuación 41 )

Parejas perdurables (continuación 41 )

La bomba sumergible que instalé de 5 CV en el pozo nº 1, habría que sustituirla pronto por otra de 10 CV.
Un comprador, se emperró en adquirir un solar del confín de Santa María. En la parte más alta. Y donde aún no se abrieron calles. Un incordio, vamos. Porqué disponiendo de más de doscientos solares con calles abiertas con alumbrado en ejecución y red de agua operativa, en niveles más bajos, aquello era un capricho infantil.

Sí, lo era. Y de no ceder a su capricho, se perdía la venta y lo más interesante: El primer cliente que por su cuenta iba a edificar una torre.

Esto daba fiabilidad a la Urbanización. Hasta aquél día no habían más que solares vendidos y solo cuatro edificados, para venderlos naturalmente.
La contribución de los clientes construyendo sus viviendas, favorecía la revalorización del resto en venta.

Pero allá arriba, la presión proporcionada por la bomba no era suficiente. La red disponía de tuberías resistentes hasta 10 atmósferas nominales, que aguantaban incluso veinte atmósferas, garantizadas por la Empresa suministradora.

Como el agua se hallaba a más de 20 metros de profundidad, esta altura dejaba de ser eficaz, por lo que la bomba nueva debía con el coeficiente de seguridad permitido, subir el agua a la cota 80 metros sobre la de la boca del pozo.
Mientras estudiaba la idónea, sobre unos catálogos proporcionados por la empresa fabricante, Judit, acababa de recibir una misteriosa llamada.

-Don Carlos, una Srta. Tiene algo delicado que contarle, si puede ser a solas.

-¿Está aquí?.

-No está al teléfono, que mantengo abierto, si es que quiere atenderla, pero recomienda que la atienda sin testigos.
Eso faltaba, ahora la atiendo. No escuche ¿eh Judit?. Voy a complacer a la interlocutora.

-Diga. ¿Con quién hablo?.

-Me dirijo a Ud. por mi cuenta, sin que nadie lo sepa, pues el caso es que los vendedores que le vinieron a ver, están en la Comisaría, donde pasaron la noche detenidos. Tengo una tarjeta de Ud. que ellos llevaban en su cartera. Sería muy beneficioso que les visitara, antes de que los pasen al Juzgado.

-Pero, ¿de que está hablando?. ¿Porqué están detenidos?.

-Por un talón sin fondos, han sido denunciados. Si les pudiera cubrir el importe, les retirarían la denuncia. Están ahora en muy mala situación y no saben a quien recurrir.

-Y Ud. ¿quién es?.

-Una amiga que intenta ayudarles. La Comisaría es la de Vía Layetana. Le ruego que les vea ahora.


Colgó la Srta. Que no dio su nombre, pero que al decir una amiga, pensé de inmediato en la Juanita que buscaban los “vendedores” la noche, que me invitaron. Me puse muy nervioso.
¿Debía ayudar a unos desconocidos que me pusieron en un brete con Tere, por su causa?.
¿Tenía que ayudarles pagando la cena de gourmet que me regalaron?.
¿De qué importe sería el talón sin fondos?.

Me quedé serio y pensativo, cosa que lo observó Orpí.

-¿Qué ocurre Carlos?.

-Que me piden que vaya a Comisaría de inmediato.


Le conté la aventura de aquella madrugada y la mala opinión que adquirí de la parejita, que ahora se demostraba que eran unos rufianes. Y si la Juanita tenía mi tarjeta, sacada de la cartera de los compinches, debía ser por algún motivo, si no los policías también tendrían tal dato y me habrían llamado ellos.
Tampoco podía asegurar que no me hubieran fichado y me citaran directamente como testigo al menos en el Juzgado.

Lo discutimos con Orpí y con el contable. Entre si iba, o no iba. Al fin, decidimos averiguar lo ocurrido en comisaría, y acabar con las dudas.
Por lo que pudiera ser, me acompañaron ellos también. De hacer falta dar razones, ellos eran mis validos.

En la comisaría un policía nos preguntó que deseábamos. Al citar a los detenidos, preguntó de qué les conocíamos. Una vez oída mi versión, optó no solo por negarse a que los viéramos sino que mejor nos olvidáramos de tales indeseables.

-Estos individuos aquí nos visitan con demasiada frecuencia y esta vez van a escarmentar. La denuncia lo es por el dueño de un Restaurante al que timaron con un talón sin fondos. Como la cifra abultada ya entra en la imputación de estafa, esta vez no se librarán tan fácilmente como en anteriores ocasiones. Si no les conocen, mejor váyanse y procuren no conocerles nunca.

-Carlos, vamos a celebrar haber salido tan bien librado. ¡ Vaya ojo tienes para buscar colaboradores!.


Ya tranquilizados, reímos la ocurrencia de Orpí y solté lo que supuse les ocurrió.
Enlacé la pretensión de que catara varios vinos para alegrarme, cosa que no me entusiasmó, la discusión con el Maitre, luego la búsqueda de Juanita, indispuesta, luego con las srtas. bailando en Casablanca, y finalmente, lo contrariados que demostraban estar al fallarles la amiga y mi firme decisión en abandonarles sin seguir la juerga.

Me tomaron por el Pardillo que abonaría sus vicios. Me enteré que su plan aquél mes les falló conmigo y con otros tres como yo. La deuda del restaurante podía ascender al menos como cuatro veces la de aquel día. Y lógico que el Maître tomara tal decisión.

Juanita sería la srta. artífice del simulacro teatral de accidente estando acompañada del pardillo de turno.
O bien apareciendo falsos policías, a los que eludían permitiendo escapar al embaucado, o bien simulando llevar a la srta. a Urgencias, excusándole su asistencia, ya que ellos se ocuparían de todo, para no provocar escándalo y llegara a enterarse su mujer.

A la mañana siguiente, le pasaban la factura en su despacho, amedrentándole para que atendiera los supuestas gastos realizados por su bien. Le mantenían ajeno al accidente, sin recurrir a su esposa.

Orpí, tenía razón. Mi ojo con los colaboradores bizqueaba a más no poder, sino el equipo que posteriormente contraté, lo confirmaba.

Parejas perdurables (continuación 41 a )

Me ausenté para no seguir siendo testigo de un espectáculo vergonzoso. Ocho corros, cada cual compuesto por una docena de posibles compradores de solares, atendiendo a los pitidos de un dirigente, iniciaban la subasta.

Ocho vendedores cada cual rodeado con sus clientes, después de soltar un panegírico de la Urbanización y el solar en concreto que pisaban, declaraba que el precio normal era ……¡Asombro para mí!....cinco veces superior al que yo les di como referencia.

Lo rebajaban a tres veces y a partir de aquí, en el tiempo que recibían los pitidos, se iniciaba una subasta. Se adjudicaba el solar al mejor postor al término del tiempo previsto.

De no haber puja, uno de los presuntos clientes, obviamente un vendedor infiltrado, hacía su oferta, que si finalizaba sin más pretendientes, sería una venta ficticia, con la que el vendedor, esta vez se quedaba sin comisión, igual que el infiltrado. Pero cuando alguien seguía la puja, resultaba un buen tanto. Al oír el pitido, se le adjudicaba y los posibles interesados, en la subasta no agraciados, podían todavía optar por adquirir los solares adyacentes con un valor intermedio entre el del adjudicado y el declarado como valor normal.

Me había dicho el cabeza de grupo de vendedores, que solían obtener en cada sesión el resultado entre ocho ventas y veinticuatro. De ser inferior, abandonaban definitivamente la urbanización, pues según su experiencia no respondía a los plácemes de la clientela típica.

Y de ser superior a los veinticuatro, ofrecían trato más favorable a la Promotora.

Se trataba de cobrarse el valor excedido al precio base. Si lo vendían en subasta tres veces al fijado por mí, según ellos, a mí no me costaba ninguna comisión, en cambio ellos se cobraban el doble de lo que yo recibía. Esto llevaba unos problemas legales, que mejor no cuento cómo los resolvían.

Pero si vendían con éxito remarcado, entonces permitían rebajar sus emolumentos gradualmente, hasta equilibrar el fifty fifty.

A la mañana siguiente, les esperaba en el despacho para recoger los contratos. Estando disgustado por la vista de aquél teatro borreguil, mi disposición a despedirlos, era firme. Más aún, cuando Orpí conocedor de este sistema de venta, me puso al corriente sobre la presión insana que ejercían a sus presas.

Salían con un autocar concertado desde Barcelona con un centenar de pasajeros, de los cuales, una veintena lo constituían vendedores declarados unos, e infiltrados otros que disimulaban su pertenencia al equipo y de vez en cuando alababan la organización de tal excursión.

El autocar paraba en el Restaurante más próximo a la Urbanización en venta, y obsequiaban a los excursionistas con un refrigerio convenido. Les entregaban panfletos alusivos a la oferta de solares y ya se disponían a recorrer el objeto del negocio.

Después de la actuación en la subasta, rápidamente los volvían a subir al autocar, sentándose los vendedores declarados, al lado de los forzados clientes, tratando durante todo el viaje solo el tema que les traía. Que el cliente entregara una cantidad a cuenta para preparar el contrato de compra-venta.

Si el cliente argüía carecer allí de metálico, se le acompañaba hasta su casa. La cuestión era no perder la venta, tras finalizar la efervescencia inculcada al comprador.

A pesar de todas estas precauciones un porcentaje de clientes a la mañana siguiente, no aparecía por el despacho para legalizar su compra. Preferían perder lo entregado a cuenta.

Y esta fue la decepción. Habían vendido doce solares. Se presentaron ocho compradores, a precio tres veces superior al por mí fijado. Quise rescindir contratos por las implicaciones que me reportaría abonar en metálico, una cantidad doble del líquido que proporcionaría el producto de la venta.

Me permitieron cancelar solo a dos, por ser las de menor valor, pero tuve que firmar contrato de venta a los seis restantes. Por supuesto, que no me interesó contratarles a ellos para más excursiones.

Pasado el trance, recapacité: ¿cómo puedo seguir vendiendo al precio justo, sin dejar patente a estos seis clientes que habían sido estafados?.

Lo discutí con Orpí y me dio ánimos.

-Carlos, en el estado avanzado que tienes la Urbanización, si valoras los costos de lo que te queda por atender y el capital invertido, te dará una idea del valor real sin beneficio al día de hoy. Luego le aplicas los intereses bancarios y legalizaciones de ventas, que las cobras a cinco años y el beneficio prudencial a favor de la Sociedad y verás cómo este precio de adquisición de los nuevos clientes, no es exagerado. Creo que incluso deberías subir más el precio.

O sea que se repetía lo de no hay mal que por bien no venga.

Establecí nuevos precios a los solares en venta, que por descontado se realizarían a ralentí.

Llegó el momento temido de aceptar mi obligada dependencia con el banco. Pero antes, jugaría mi última baza con la ENHER.

El Transformador iba a cargo de la empresa eléctrica, pero la red de línea en Baja Tensión, por las calles de Santa María, pretendían que fuera al mio.

Aleccionado como estuve por los propios ingenieros de ENHER, aduje razones para cambiar el trato. Aporté los planos de una serie de proyectos de edificaciones, situadas en solares estratégicos que hacían ineludible la llegada del suministro en B.T. a todas las calles, y la más perentoria sería la del solar recientemente vendido.

Les excusé de enterrar la línea, a cambio de dejarla conclusa aérea en toda la Urbanización, en ambos Municipios. Después de discutir pros y contras, transigieron con la condición de que les dejara a ellos como exclusiva sunistradora de energía en toda la Urbanización.

Lo que en aquél momento no entendí, un tiempo después, resultó que contra resultar detrimento tal concesión, me salió rentable.