martes, 20 de diciembre de 2011


Parejas Perdurables (Continuación 78 )

Pues aprovechamos la ocasión para ser más íntimos. Mis hijos estaban acostumbrados a convivir con su abuela, aunque ahora ya empezaban a ser demasiado creciditos. Sin embargo, todo queda en casa.

Al mayor me lo auto adjudiqué y compartimos el “tálamo”, en tanto que el segundo, compartió la habitación con su abuela, como lo más natural.

Me vino a la memoria el día que con pocos años de edad, apenas sabía hacerse entender. Su abuela le acostaba, le daba las buenas noches y apagaba la luz. Muy excitado el niño no tardaba dos minutos en berrear:

-“Que me cae el pijama”.  Buaaa….

Vuelta e encender la luz, levantando la colcha la abuela sujetaba el pantalón del pijama, con un lazo para que no le resbalara de la cintura.
De nuevo:

-“¡Me cae el pijama!. No puedo dormir.” Buaaaa….

A la tercera que se quejó, fue la vencida y se entendió: No le caía el pijama, lo que al estirar las piernas para dormir, le “subían los camales del pijama y le molestaban las arrugas.

Solucionado el problema, opté por llamar a Tere, para darle el reporte del día. Ella se las apañaba bien con el quinteto, pues le ayudaba una muchacha vecina que se brindó por estos pocos días dedicarle las mañanas para lo que hiciera falta y por las noches su hermana mudó su domicilio por el nuestro.

Mi suegra se alegró de que Tere saliera tan bien parada y con una despedida lacónica, pasó el teléfono a los niños que casi no se hacían entender por querer contar de un tirón la aventura del viaje.

Por la mañana, después de haber compartido cama con mi hijo, le propuse que compartiéramos el aseo inaugurando su primer afeitado.
Tenía la edad en la que mi padre, me enseñó cómo manejar la navaja de barbero. Eran otros tiempos. Lo más efectivo y aún vigente era para conseguir un perfecto rasurado, realizarlo como en las barberías.
Con una brocha, jabón en pasta y un recipiente para la adaptación de agua caliente, se procedía a realizar muñujos en la cara repetidamente, con lo que se reblandecía el pelo.

Se decía que un buen bañado, ya es medio afeitado. Y tenían razón. Si alguien lo duda, que pruebe con un cuchillo, rasurar su cara en seco.

Luego con un afilador de cuero empastado de suave esmeril, se procedía a pasar la navaja barbera una y otra vez, en un mismo sentido, para lograr un afilado casi diría magnético.
Me decía cómo debía empuñarla y manejarla por tramos faciales dando movimiento a la muñeca.
Todo esto era aparatoso y peligroso. Al menor descuido aparecían trazas sangrantes por la cara. Por eso había que aprender.

Pero ya se prescindía de tan arcaico sistema en los viajes turísticos, así que a mi hijo simplemente le presté mi espuma de jabón en spray y la maquinilla con las hojas de afeitar. No necesitaba lección alguna.

-A partir de ahora, al menos un par de veces a la semana, deberás afeitarte, pues el vello se vuelve duro y afea mucho la cara.

Desayunamos en el hotel y al recibir la minuta, que me temí sería abultada, francamente, no me esperaba tanto.
La razón era que nuestra llamada telefónica desde recepción, se contaba doble de lo normal. Una por ser conferencia al extranjero y otra por ser servicio especial del hotel. 
Sin chistar pagué con pesetas que fueron también bien recibidas, no sin antes dirigirme al empleado ad hoc, que realizaba los cambios de moneda, evidentemente a su favor.
Total pagué la novatada y me propuse acudir a algún banco para change pesetas-francos.

Después de un paseo corto, reemprendimos viaje hacia Marsella.
Como nos gustaba recorrer el litoral mediterráneo, escogí siempre las carreteras que lo bordeaban. Atravesamos nuevamente la Camarga que les gustó a los niños más que a mí mismo. Y después de horas sin ningún aliciente por carretera angosta llegamos a Marsella.

Siendo un puerto destacado de Francia y de historia magnificada en las aulas colegiales, la entrada que se nos avecinaba daba ganas de echarse atrás. No acertamos la década para visitar tan importante ciudad.

El estado de abandono de los edificios limítrofes de la carretera, junto a la suciedad ennegrecedora de sus muros, daba una sensación, tétrica. A mi regreso me enteré de la crisis que se ensañó con esta ciudad durante la década de los 70. No se superó sino en la siguiente, tanto en el comercio, como en el turismo.

 Las nuevas obras y remodelaciones, permitieron realzar la belleza que antes la suciedad ocultaba.
No apetecía entrar en la Ciudad ante esta desgraciada entrada, así que atravesamos el puerto, rumbo a Cannes.

Como se hacía tarde paramos a comer en Toulón siempre atraídos por los puertos y playas, aunque no nos bañamos en ninguna y sin parar, llegamos a Cannes.
Me hacía gracia recorrer las calles del entorno de del Festival de cine del Mediterráneo.
Se consideraba que las mejores películas, eran las premiadas allí. Y los medios de comunicación, no faltaban año tras año en popularizar la ciudad, el Festival y los artistas que acudían junto a sus directores.




Como estábamos cansados de hacer kilómetros nos quedamos a cenar y pernoctar.
Lo hicimos en un restaurante típico del puerto que nos ensalzó una mariscada especial típica de los marineros.
A mí oir simplemente mariscada ya se me hizo la boca agua, también le apeteció a la abuelita, pero no al segundo de mis hijos. Como no faltarían los mejillones, a él le daban asco.
Imposible convencerle por lo que le dí la oportunidad de probarlos y si no le apetecía ni eso, que pidiera lo que se le antojara al camarero.

La cena, con luces de faros de barcas, en una terraza frente a la playa del puerto , oyendo unas melodías de trastienda que debían ser habituales para amenizar veladas, invitaba a sentirse romántico.

-Carlos, me arrepiento de haberte acompañado yo en este viaje. Debías haberlo hecho con Tere. Esto es para disfrutarlo de joven.

-Pues no tiene que arrepentirse que bien merecido tiene Ud. un asueto que le distraiga de los avatares adversos. Lo que en todo caso debe entristecerla no haberlo realizado Ud. con su marido. Con Tere, ya programaré otro viaje, cuando los niños vayan de Colonias. Y recuerde que para mí, Ud. ha sido mi segunda madre por el trato que me dio al quedar huérfano y el que ha seguido dándome como abuela de nuestros hijos.

La cena transcurrió, con la opípara mariscada. A mi segundo hijo, tampoco le pareció mal. Incluso se esforzó y comió más de un mejillón, que al principio los había eludido del plato.

Repetimos pues para pernoctar, la misma función del día anterior en Sete, y de maravilla resultó, hasta conocer lo sucedido por la noche en la habitación de la abuela.



Parejas Perdurables (Continuación 78 a )

Mi suegra, contó lo mal que pasó la noche mi segundo hijo. No me llamó ya que claramente se trataba de una mala digestión.
Vomitó un par de veces antes no concilió el sueño. De madrugada, un retortijón, le hizo acudir al excusado tres veces.
La cara que se le veía al desayuno, denotaba la amarga experiencia vivida.

-Tómate un brebaje de hierbas por todo desayuno, y no comas nada hasta hallarte bien restablecido.

Le estaba dando a mi hijo la solución que para mí aborrecía. Pero era lo que se estilaba en estas ocasiones y que yo mismo, más de una vez tuve que catar.

Por otro lado, comprendí que no debimos presionarle para comer en la cena lo que a él le producía ascos. Recordé que de pequeño, a mí me repugnaban los caracoles. Bueno a mis ochenta años, siguen repugnándome, que le vamos a hacer. En cierta ocasión, la abuela paterna, quiso festejar con mis padres un acontecimiento, cocinando un guisado de caracoles con patatas.
Viendo yo en la cocina a los bichos extraídos de una vasija de tela de alambre, y la baba que dejaron como huella rastrera, me hicieron exclamar:

-Yo no quiero comer esta asquerosidad.

La abuela, me calmó.

-No tienes porqué. Si no quieres no te obligaremos.

Una cosa es ser conciliadora y otra distinta complaciente. Así que a la hora de comer, ¡caracoles para todos!.
Yo no pude con ellos y así lo dije. Luego iban a darme las patatas solo, sin caracoles.

-¡NOOOO!. Estas patatas llevan el jugo de los caracoles.

Y preferí ayunar. Ahora que lo pienso, fue la mejor decisión que tomé, puesto que hubiera acabado como ahora mi hijo con los mejillones.
Salimos tarde esperando que mi hijo se recompusiera del todo.

Pasamos de largo Niza, deseaba recrearme un día entero en Mónaco. Las aventuras que contaban los mayores en mi infancia, dejaron en mí la semilla que con los años fructificó convirtiéndose en vehemente deseo.

Tuve la prudencia al entrar en Mónaco, preguntar por un hotel barato al primer transeúnte. Por suerte, barato no era sinónimo de cutre. Y tal como nos sugirió el peatón, no muy lejos de donde nos hallábamos vimos a un sugestivo hotel.

Comimos allí ya que era tarde, nos aposentamos en las habitaciones ya de modo habitual y salimos a recorrer el Principado.
Como mi segundo hijo aún no se encontraba demasiado bien, prefirió regresar al hotel con su abuela. Luego le propuse a J.C. que nos diéramos una vuelta por el circuito de fórmula I, para poder contar a los conocidos como nos convertimos en émulos de Niki Lauda.
El anterior año se había convertido en el Campeón Mundial.  







-Bravo papá. Esto será fantástico. Vamos a correr por el circuito que tantas veces nos han televisado.

-Y mira que es reconsagrado este circuito. Lleno de vueltas cerradas, paso por túnel, tramos estrechos, y todo cruzando la ciudad a la que con mucha dificultad la aíslan para el día del campeonato.

Recorrimos el trazado, que lo vi peligrosísimo, a pesar de circular a media velocidad. Así y todo, en tres de las revueltas, me veía rozar laterales. Eran siempre inesperadas. Pero a J.C. le entusiasmaron. Ya tenía algo que contar a sus compañeros de estudios.

Al atardecer, con el hijo ya recuperado de la intoxicación por la mariscada, fuimos a recrearnos en los jardines del Casino.
Verlo por fuera y pasear por allí, pero no entrar, ya que los niños lo tienen prohibido.




Como nos gustó mucho, a la mañana siguiente recorrimos de punta a punta al pequeño Principado entreteniéndonos en contemplar la panorámica que ofrecía el Instituto Oceanográfico de Monaco.



Los niños de nuevo entusiasmados por recrear mentalmente la serie televisiva de Cousteau. 

Era el Director de esta Institución, y un protegido de los Príncipes Rainiero y Gracia.
Cousteau, junto a Félix Rodriguez de la Fuente, eran los ídolos para la juventud estudiantil. El primero por sus experiencias a bordo de su nave Calipso, las aventuras submarinas por todos los Océanos y su inventiva al aplicar los últimos adelantos en aquella nave transformada en laboratorio.

Y Félix, con su serie El Planeta Tierra, y la Fauna Ibérica, promotor de vocaciones a Veterinaría y defensores Ecológicos. Por cierto que fue desgraciado su fin, que ya predijo él mismo en más de una ocasión. Para su trabajo, disponía de medios precarios. Uno de ellos era una avioneta, con la que tenían que hacer juegos malabares para mantenerse en el aire. Y tal como se temía en un vuelo sobre unos acantilados, la nave no pudo remontar y pereció, junto a los acompañantes.

Luego no podíamos partir sin visitar el Palacio principesco.
Queríamos recorrelo pero la pareja de guardia al estilo de la Inglesa, no permitía traspasar sin permiso especial, el recinto cercado con una cadena a muchos metros de distancia del Palacio.



Les conté a los niños lo que sabía de aquél País, mas pequeño aún que Andorra y el motivo por el que tuve ansias de recorrerlo personalmente. Lo que no les podía contar era era el desenlace de la Princesa Gracia, por inimaginable que fue unos años después.