jueves, 3 de febrero de 2011

Parejas perdurables (continua 7ª)

Morán, se distinguía entre mis compañeros por su boyante economía. El hospedaje que eligió en solitario, no era nada barato. Además se permitía el lujo de invitarnos alguna vez a cenar en el “Hostal del Estudiante”. Un restaurante de campanillas al que acudía bastante turismo, ya que en aquellos días la Universidad, de la que era parte adyacente, por obras se mantenía cerrada.
Tampoco habría subsistido tal restorán con aquellos precios si en verdad contara con clientela estudiantil.

Me pidió que en uno de mis viajes a Madrid, le retirara de una joyería, una medalla conmemorativa de las Bodas de Plata de sus padres. La encargó personalmente con un diseño original. De dimensiones notorias y sobre plata una grabación en oro con nombres y fecha.

Me entregó el dinero de su coste, superior a dos pagas del cuartel. Para él las pagas venían a representarle propina.
No tuve inconveniente ya que la joyería se hallaba en el itinerario entre la estación de Atocha, terminal del ferrocarril y la Plaza España, mi destino en el edificio de su mismo nombre.

Al entregársela, comenté lo bonita que resultaba y que era merecedora de exhibirla en una vitrina. Sus padres se sentirían orgullosos de tener un hijo tan considerado.
Por su parte me confesó que estaba tramitando poder darles la sorpresa el día de su celebración. Se presentaría a su hogar para felicitarles y regresaría a la mañana siguiente. Solo le faltaba combinar los horarios de vuelo en Barajas.

Le recordé la inconveniencia de tal proyecto. Yo me la jugaba a diario con mis idas a Madrid, puesto que algún imprevisto algún día podía requerir nuestra asistencia por la tarde al cuartel. Este era un riesgo extremadamente pequeño, puesto que saliendo de “rancho”, el cuartel se libraba de la oficialidad. Los únicos que permanecían eran los de Servicios, de Guardia, de Vigilancia, o los de Semana.

Pero un viaje a Barcelona, merecía otro respeto. De descubrirse podía ser sometido a Consejo de Guerra, por deserción.
Se rió, diciendo:

-Ja,ja, Carlos, no estamos en guerra y yo firmaré mi entrada normalmente. Mi salida del Cuartel la haré cinco minutos después de mi entrada.

-Con todo, este día figurarás como presente en el cuartel, pero a la mañana siguiente, ¿Seguro llegarás a tiempo para firmar?.

-Carlos, eres un pusilánime. Con tantas consideraciones, no llegarás nunca a ningún lado.

Parte de razón tenía él, pero el resto la tuve yo.

El esperado día, Morán con su medalla en el bolsillo, llegaba por la mañana al aeropuerto del Prat (Barcelona). Pensaba en la sorpresa que daría a sus queridos padres, cuando…….¿veo bien?. ¿Qué hacen mis padres aquí?.

Gestionando nerviosos, sus padres entre abrazos y palabras entrecortadas, le conminaron que tomara el pasaje adquirido para su regreso a Madrid, en el vuelo que despegaba en quince minutos.

Entre su salida de la puerta de llegadas y el recorrido para la puerta de salidas, le enteraron de que se esperaba para aquella tarde la visita “imprevista” del Coronel.

Pasaría revista al Regimiento, con todo lo que aquello implicaba. Formar a la tropa. Todas las unidades con sus pertenencias exhibidas como en una parada militar normal. Por descontado la Oficialidad entera, recibiría los partes de sus subordinados y el Teniente Coronel transmitiría la clásica orden:

-Mi Coronel, sin novedad en el Regimiento.

¿Cómo daría tal parte si faltaba Morán?.

Llegó a tiempo, ya que alquiló un taxi de Barajas a Alcalá. Algo cara le salió la sorpresa frustrada, pero eludió el mal mayor. Yo había llamado a sus padres poniéndoles al corriente de la situación.

Desde aquél día, Morán me mostró agradecimiento, que lo materializaría brindándome trabajo en el taller de su padre en Barcelona.

Mi futuro, iba esclareciéndose. Las promesas de mi antiguo Jefe, ahora las de Morán y lo recaudado por mi trabajo. La decisión de declararme a Tere ya era irreversible. Me sentía capaz de sostener un hogar modesto.
Parejas perdurables

Recuerda Tere:

Recibimos la carta en la que nos explicaba a toda la familia de sus andanzas por Madrid.
Todos sabíamos de su manera de organizarse la vida, para poder subsistir. Y ahora resultaba que incluso estando prestando el servicio Militar, también trabajaba incluso sabiendo que le podría repercutir negativamente en su disciplina militar. En casa se comentó que era arriesgado, ya que el cuerpo humano, por joven que fuera, también tenía sus necesidades de descanso.
Cosa que presumiblemente no podría hacer si continuaba con aquel frenético plan de ganar dinero.

Le había parecido buena la idea de buscar “madrinas” para sus compañeros, y lo comenté con mis amigas de siempre, y estuvieron de acuerdo. Yo sólo tuve que poner las direcciones que ellas mismas me dieron permiso para darla, y de esta manera Carlos haciendo de intermediario, se entabló una correspondencia entre sus amigos y mis amigas.

Era divertido. Parecía como si aquello fuera un juego. Cada dos o tres días, se carteaban, explicando las cosas más tontas y más pueriles. Comentaban si habían visto alguna película buena, la recomendaban a los “pobres chicos”, para darles ánimos.

Yo estaba muy al corriente por lo menos de las misivas que mi amiga íntima me explicaba y me dejaba leer las cartas. Me decía que se sentía muy a gusto en su papel de benefactora de aquellos muchachos, lejos de sus casas, y que procuraba animarles todo cuanto podía.

Yo seguí con la rutina del trabajo, las clases de pintura, los conciertos musicales, y sobre todo la radio, que me acaparaba por completo. Siempre que podía acudía a los seriales, que algunos de ellos los daban en directo en los estudios de la emisora. Tanto mi amiga como yo nos desvivíamos por asistir. Por suerte mi padre siempre estaba dispuesto a acompañarnos, ya que se radiaban por la noche, y él, se esperaba abajo en una cafetería. Todo un detalle, porque al pobre esos dramas radiofónicos no le gustaban, por eso nos esperaba pacientemente, a que terminaran y nos llevaba hasta casa.

En la oficina a mi también se me complicaron un poco las cosas. Un día subió el encargado Don José, y muy serio me dijo que quería darme un sabio consejo. Que me hablaba como lo haría un padre con su hija. Por la edad, seguro que podría serlo. Imagino la cara de susto que debí poner. Me recomendó que no entablara ningún tipo de relación que no fuera la estrictamente laboral sobre todo, con los dos muchachos que eran un poco mayores que yo. Que siendo la única fémina del lugar, podría dar opción a discusiones entre ellos.

Ahora con el paso de los años, imagino que él, al estar siempre en contacto con ellos, habría oído algún comentario. Y yo le debí parecer bastante infantil, y muy alejada de la realidad. Me insistió en que era mucho mejor alejarlos si se me insinuaban queriendo salir conmigo.

Y así lo hice. Tal como D. José imaginaba no tardó uno de ellos en querer acompañarme al salir por las tardes. Lo tuve fácil, sin desairarle, le dije que tenía las horas ocupadas en las clases, y que ya iba con muchas prisas para no llegar tarde. O sea que en la oficina, seguro que pasé de ser la niña infantil, a la antipática y engreída Teresa.