Parejas Perdurables (Continuación 81 )
Estaba dando vueltas a lo comentado por Carrión, sobre la Urbanización
Santa María, relativo a la isla mayor enclavada en Cubera.
Deduje que se procedía allí también a una reparcelación, dividiéndola
en dos islas al ser atravesada diagonalmente, con una calle en proyecto. Y no
se hablaba de ningún PERI. Era decisión, a dedo.
Como mis problemas en Tarter ya me distraían suficiente, postergué
ahondar en este nuevo de Cubera, para cuando me hallara con ánimos suficientes
para encararme con el Ayuntamiento.
No se trataba de un Alcalde ahora, pues el que me dio guerra sin
cuartel, ya se perdió en el olvido. En todo caso, serían reminiscencias por
intereses de alguien para obtener ignorado beneficio.
Así fue, pues años después, al decidir mi intervención renovada, supe
la razón y su procedencia. Una aberración, de despropósitos continuados, que colea
aún en la actualidad.
Al verme con Carrión en el Tarter, le confesé que tenía mis sospechas
de lo que estaba ocurriendo con Santa María, por lo que aguardaría unos años
más antes de reemprender acciones.
-Debemos concentrarnos en activar el
desarrollo de Tarter. No es suficiente una campaña publicitaria, debemos
realizar mejoras ostentosas y ofrecer motivos lúdicos para los posibles
clientes.
-El Alcalde, propuso que con los jóvenes
colonos de Tarter, formáramos un equipo de fútbol. Los fines de semana, también
vendrían para practicar el deporte, los jóvenes de las distintas entidades que
formaban el Municipio.
-Sí, no está mal. Un aliciente para las
familias que nos visitan, pero aún son muy pocos los jóvenes asiduos en acudir
los fines de semana, nos pasamos entre niños, menores, y los ya maduritos en
exceso.
-Los vendedores, ya se apuntarían. A ellos les
viene de perillas.
Así fue. El equipo de vendedores con su cabecilla Roano y su segundo
Pelón, fueron los organizadores de equipos para entreno los fines de semana. Improvisaron
una Competición Tarteros- Vecinos, para finalizar al tiempo que se iniciara la
temporada de cacería. Prácticamente, serían los mismos componentes,
futbolistas y cazadores.
- -Tere,
los niños ya tendrán mayor aliciente en Tarter. Verás como al final les
entusiasmará.
- - No a
mí. Cuando ya teníamos amistades en Santa María y nos desenvolvíamos con
verdadero placer disfrutando de juegos, reuniones y un magnífico paisaje
marino, nos internamos en un bosque, lleno de peligros y aislados del mundo
civilizado.
- - Hija,
no te pases. Ya viste como lo transformé. Aislados no lo estamos. Tienes el
coche que te regalé para que puedas sin ninguna dificultad acudir a mercados, o
tiendas de los pueblos vecinos. Está avisado el farmacéutico y el médico más
cercano. Recibirás el correo a diario durante el verano.
Efectivamente, en aquellos días, ya tenía buen cariz la urbanización.
Lo que le faltaba aparte del suministro eléctrico por no haberse inventado aún,
eran los teléfonos móviles, o celulares. Claro ahora, con los Ipod, también
resultan obsoletos.
Y la torre que inauguraríamos,
estaba verdaderamente enclavada en un entorno de espesura boscosa.
Para su construcción, talé y limpié un mínimo de terreno,
imprescindible para formar un jardín y una barbacoa.
Al eliminar considerable cantidad de pinos concentrados, su estado
raquítico, no me causaba piedad ni desazón, pero uno, a un metro de los
cimientos proyectados, parecía destacar de entre sus hermanos, con un cuerpo
visible de pino añoso, y ramaje exuberante.
Hice un cerco a su alrededor, lo podé y procedí a defenderle de
inclemencias meteorológicas, supliendo sequía por riego moderado.
Me lo agradeció un par de años, pero al tercero, con el ánimo compungido,
no tuve más remedio que proceder lo mismo que anteriormente hice con sus congéneres: Talarlo.
Se convirtió en un hermoso gigante cuya altura doblaba la del tejado
de la torre. Sus ramas, de grosor considerable barrían las paredes al
movimiento inducido por el viento y deduje que sus raíces no visibles, eran las
que resquebrajaron la acera alrededor del chalet, levantándola y amenazando
hacer lo mismo con los cimientos.
Aquél invierno, aún preferimos no estrenar el chalet de Tarter. Lo
haríamos al final de curso. Los niños invitaron a sus amigos para que les
visitaran.
Ya vendí la torre de Pierola y lo más práctico para los fines de
semana, resultó alquilar un apartamento en Castelldefels, a dieciséis kilómetros
de Barcelona, lo que era un paseo.
La sorpresa inicial de hallar uno a primera línea del mar a tan bajo precio
de alquiler, se desvaneció, al segundo día de su ocupación.
-Carlos, es raro que un apartamento en sexto piso de altura dominando
el maravilloso panorama Mediterráneo, nos lo alquilen tan barato.
-Lo atribuyo a que le sacarán partido en verano, por eso nos cobra por
adelantado dos meses. Seguro que al vencimiento nos pedirá otro precio.
No era exactamente esto. La prueba es que nuestra segunda ocupación,
ya que era de fines de semana, fue la última.
Rehusamos reclamar dinero alguno, ya que lo pagado por anticipado, según
trato, no admitía devolución.
El primer sábado llegamos a tomar posesión del apartamento, a medio
día. Mientras los niños jugueteaban por las inmediaciones, Tere, tomaba
posesión de su reino culinario. Le ayudé a preparar algunos canapés mientras
ella procedía a cocinar un suculento caldo reconfortante. Era apetecible, dada
la humedad fría reinante como era natural en invierno frente al mar.
La tarde la disfrutamos, paseando por una playa sin alma viviente.
Por la tarde, acudimos al único bar que abría en invierno. Charlamos
con el dueño, que se lamentaba de la tremenda diferencia entre una temporada
invernal y la veraniega. No se atrevía a amplir el negocio, que le comportaba
más personal fijo y que no rentaba durante siete meses al año.
Se extrañó que fuéramos inquilinos del edificio de marras. Sin
embargo, no hizo comentarios.
Después de ver la tele en la habitación, nos dispusimos a dormir en
los tres dormitorios que disponía el apartamento. Nos distribuimos ocupándolos,
además del sofá cama del comedor-sala de estar.
De dos en dos, copábamos su capacidad, ya que J.C. iniciaba su
prevista emancipación, quedándose en Barcelona, a sus anchas.
Las doce de la media noche, en edificio desocupado, a una altura del
suelo de veinte metros, el ulular del viento encogía el alma.
Bueno, también hacía que te agarraras bien a la pareja que brindaba
calor y seguridad. Muy bien. A dormir, o lo que sea.
Diez minutos después al ulular del viento, se sumó el tintineo de unos
vasos sobre la mesita de noche. Y un ligero temblor, acusado por la lámpara
colgante. Y un traqueteo ruidoso, claro procedente del paso de un mercancías
por las vías del tren a treinta metros de distancia del edificio por su parte
trasera.
-Niños, no tengáis miedo, esto es por retumbar el traqueteo del tren
hasta la altura en que nos hallamos. Dormid tranquilos.
Veinte minutos más tarde se repite la función. Nos volvimos a
despertar todos. Y siguió una y otra vez.
Contamos once pasos de trenes ascendentes y ocho de descendentes. Los
mercancías aprovechaban sus viajes nocturnos por ofrecer menos impedimentos a
los trayectos diurnos turísticos.
No resistimos la segunda semana, y preferimos quedarnos en Barcelona,
cambiando hábitos.
Parejas Perdurables (Continuación 81 a)
Al restaurar viviendas antiguas al pié del castillo, una higuera
estorbaba, impidiendo una necesaria ampliación. La vimos decrépita, aunque con
alguna rama llena de vigor y el tronco desde su emerger del suelo con visibles
raíces, era corpulento pero parcialmente dañado.
Sabía de la extrema resistencia de este frutal. Y después de lo
experimentado con el pino levantando la acera y cimientos de la torre, me temí
lo peor.
Procedí a su tala incluso eliminando el tocón a ras, aserrando el
máximo de raíces visibles. Como pareciese una extinción total del arcaico
árbol, procedí las obras, pensando en que a su término el lugar ocupado por la
higuera, sería el garaje de nuestros vehículos y almacén de áperos,
herramientas y maquinaria.
Al siguiente año, me llamó la atención el resurgimiento de la higuera.
Las raíces se engrosaron y extrañamente revitalizaron a un nuevo brote.
Repetí mi labor “arboricida”, al asesinar a aquel neonato árbol, excavando
una profundidad de medio metro eliminando raíces. Sabía que esto era utópico,
pues las raíces de una higuera, lo mismo abarcan un recinto de varios metros,
como cientos.
Esto lo sabía desde mi tiempo de levantamientos topográficos en fincas
rurales. Me contó un lugareño el litigio que tuvo con su vecino por culpa de
una higuera cercana a su linde.
Había empleado un capital en la construcción de un pozo en su campo de
secano, sin hallar agua. Para que no resultara baldía la labor realizada, lo utilizó como aljibe, ya
que las lluvias eran escasas.
El tercer año, el aljibe perdía agua, por lo que su nivel no subía por
más lluvia que lo alimentara. Al reparar las grietas, vio la causa. Una raíz de
higuera se metía por las grietas del cemento.
Y no había más higuera en lontananza que la del vecino a más de cien
metros del aljibe.
La discusión fue por cuanto las leyes de buena vecindad en predios
agrícolas, prohíben mantener arbolado de savia dulce, a menos de veinticinco
metros del linde vecinal y aquella higuera, se hallaba a escasos seis.
Sin embargo reconoció que el problema hubiera sido el mismo de cumplir
con lo reglamentado, ya que a la higuera, ni cien metros más la hubieran
impedido que fuera a beber del manantial apetecido, cuando en su alrededor
dominaba la sequedad. Eso sí, quizá hubiera tardado algunos años más en
conseguirlo.
Con esta experiencia en mi memoria, una vez descalzadas las raíces aserré las diversas ramificaciones en esta
profundidad.
A continuación, empleé varios litros de ácido sulfúrico, para
cicatrizarla y luego, al hoyo de medio metro, le vertí doscientos kilos de
concreto.
Una vez fraguado el relleno del hoyo, nivelé el suelo y lo dejé apto
para enlosar, cosa que estaba tentado de realizar por mi mano prescindiendo de
los albañiles.
Le conté a Tere lo avanzadas que estaban las obras y que a partir del
verano ya podíamos ocupar lo que llamé Torre Pairal por haberle habilitado doce
dormitorios. Como si de un hotel se tratara.
Pensaba en que los amigos de de nuestros hijos, usualmente invasores
del hogar en Barcelona, podrían por invitación, también visitarles en Tarter
pasando la noche si se terciaba.
Era curioso como los compañeros colegiales de nuestros hijos eran
asiduos también en sus juegos en nuestro hogar. Jamás al revés.
Posiblemente la razón estribaba en que con nosotros, veían una
continuidad del colegio más animada, además que de un espacio mayor que el disponible por ellos ellos en sus casas.
-Este sábado, Carrión nos invita a la comida
inaugural del Restaurante. Y la paga él. Su mujer hace de cocinera y su hijo de
camarero. Carrión, de Barman y maitre. Un acontecimiento.
-¿Pensaste en el destino del Restaurante?.
¿De qué se nutrirá, durante el tiempo que se precise antes no sea conocido y
acudan clientes?.
-Carrión, lo administrará mientras yo busco a
alguien interesado, al ver su puesta en marcha. Y de ser necesario, le ofrecería
al posible regente, la casi gratuidad del local durante diez años, o venta por
un valor simbólico. Lo que interesa es dar vida a la Urbanización.
La comida inesperadamente, resultó mucho mejor de lo razonable.
Entre mi familia, la de Carrión y otros catorce comensales
desconocidos, nos hallábamos como si de un restaurante normal se tratara, con veintiséis
personas ocupándolo, mediante doce mesas.
Y el hecho de haber diseñado el edificio con aseos exteriores y otros
interiores, daban prestigio a la Sala Comedor, cuya única conexión con el resto
de dependencias, era la barra frente a la entrada.
Felicité a Carrión por haber superado la prueba. Había ubicado en la
cocina a otras tres encimeras para proceder a la elaboración del menú. Ayudó
a su mujer una cocinera Gallega, esposa de uno de los comensales. Y también me
di cuenta del aumento de neveras al lado de la barra. También el menaje, era
nuevo.
Total, aquello sería objeto de una factura de la cual Carrión no hizo
mención.
-¿Qué te pareció Tere?, ¿No ves futuro al
Restaurante?.
-Muy lejano, pero no a manos de esa mujer.
-¿Qué quieres decir?. La cocinera gallega
solo era provisional para el evento.
-No. La mujer de Carrión, no me da buenas
vibraciones
A mí, ni fú, ni fa. A quien tenía que satisfacer aquella mujer, era a
su marido y por lo visto, se entendían a la perfección. El trato yo lo tenía con
Carrión, no con su mujer, pero ya Tere me puso la mosca tras la oreja.
Nuestra relación empezó a agriarse, al presentarme dos meses después,
en pleno verano y con una incipiente asiduidad de clientela, una factura de
material de menaje y aparatos culinarios adquiridos sin consulta alguna.
-Lo menos que podía haber hecho era que pretendía dotar al restaurante
de este menaje y aparatos, máxime cuando no son de importe baladí.
-Don Carlos, tenga en cuenta que redunda en el negocio. Al fin y al
cabo este material es suyo.
Cuando lo supo Tere, volvió al ataque.
-¿Te sorprende?.Es su mujer que le induce actuar así. Mejor te liberes
de ellos.
-Pero, Tere, es que se trata de mi brazo
derecho aquí en el Tarter. Si le doy un ultimátum, me expongo a depender
directamente del equipo de vendedores. Serían ellos los que se moverían para
buscar un regente del Restaurante. Y para ello, no tengo más remedio que ir a
declarar la obra nueva Notarialmente y segregarla del resto de finca matriz.
Decidido, me presenté a la Notaría del vecino Pueblo, al que
concentraba las operaciones de Tarter.
-Don Carlos, esta redacción de límites ¿es
correcta?.
-Pues sí Señoría, le acompaño la escritura de
la finca matriz.
-Tendrá que modificar algo de estos datos,
pues el Registro de la Propiedad, así, no se lo aceptarán. Son una duplicidad
de propiedad.
-¿Cómo?. Si las únicas segregaciones con
declaración de obra que llevo realizadas, no son más que las torres de planta
baja y lo próximo será un grupo de pareados. ¿A cual duplicidad se refiere?.
-Pues los datos idénticos que un tal Carrión,
trajo a favor de su mujer.
¡¡¡ Ya….!!!