Parejas perdurables (continuación 76 )
Una vez probado que un grupo electrógeno a gasolina de pequeña
potencia era inadecuado, urdí cómo al finalizar el chalet nº 12 de los por mí proyectados. Podía convertirlo en vivienda con bastante comodidad.
Los motores de estos grupos individuales, eran muy manejables y
ocupaban poco espacio, pero el ruido ensordecedor que emitían, hacía imposible
permanecer inalterado.
En medio del bosque, posiblemente escamparía a la fauna varios
kilómetros a la redonda. No había otra solución que construir una caseta para
acallar el ruido. Eso lo haría más adelante pero con un grupo electrógeno
trifásico, accionado a gasóleo, y con cincuenta caballos de potencia.
De entrada debía prescindir de la energía eléctrica, pero suplí tal
inconveniente con una serie de artilugios todos ellos consumiendo butano. Era
la época del auge de la empresa butanera. Adquirí una nevera, una cocina y una
estufa, ya popularizadas por la creciente publicidad, por su cómodo
funcionamiento.
Y para alumbrarnos también disponíamos de los quinqués de Camping-gas.
Faltaba la aspiradora, la lavadora, el lavavajillas, el ventilador y
otros muchos artilugios en principio prescindibles.
Mientras ultimaba instalaciones, para hacerlo acogedor, tuve que pasar
alguna que otra noche solo en la urbanización. De esta manera, al alba ya
reemprendía la labor y distribuía las órdenes perentorias para la cuadrilla de
albañiles y los peones lugareños.
La población cercana, ya estaba al tanto del progreso de las obras.
Los comerciantes, nos recibían con gusto, pensando en que si aquella
urbanización seguía su curso esperado, verían incrementada su clientela, como
así fue en los años siguientes.
De momento al lamentar que no podía aprovechar las horas de atardecer
por falta de luz, en un comercio de Ultramarinos, como se llamaban antes a los
que eran una mezcla de droguería y colmado, me ofrecieron casi por nada, una voluminosa
caja que guardaban de antiguo, llena con trozos de velas.
Por lo visto desde que se electrificó la población, su consumo
decreció hasta su nulidad. Lo único que vendían eran antorchas para las
procesiones y los cirios de la Iglesia.
Los trozos de velas, algunas simplemente enteras pero
descascarilladas, ya no las quería nadie.
Pues resultó una solución, puesto que aquella caja, a pesar de consumir
los cachos de vela a discreción, quemando en todas las piezas del chalet, me
duró hasta tener solucionado el alumbrado con butano.
Carrión, al establecerse con su familia, también inició el servicio
del restaurante con las velas que sobraron.
Ya no tenía que acudir yo para servir cafés. Él y su familia, se
ocupaban de todo. Su mujer resultó buena cocinera y él un adelantado maître. Ya
le salían los cafés con la nueva cafetera, exactamente igual que en cualquier
bar administrado por profesionales.
Lo aprendió como yo, el año anterior, al servir un café solicitado por
un excursionista.
-Señor: este servicio de café no tiene calidad
a pesar de ser escaso. ¿Tanto quiere ahorrar?.
-Perdone. No es eso. Lo que ocurre es que
jamás había manejado una cafetera automática. Le doy la razón que no me salen
ni suficiente sabrosos, ni completas las tacitas. Si insisto en sacar al máximo
para llenarla, sale peor como infusión acuosa.
-Mire, yo soy profesional y si me lo permite,
le daré las instrucciones precisas.
Vio como la cafetera era adecuada, que el tiempo de accionamiento de
la máquina también lo era y que el vapor salía con la adecuada presión, luego
dijo:
-Enséñeme el café que usa.
Le mostré el que tenía molido tal como lo adquirí de los Ultramarinos.
-Eso no sirve para cafetera automática. Mire:
ya que no tiene su molinillo para moler a medida que se sirven los cafés, adquiéralo
de grano entero mezclando tres clases. Luego exija que se lo molturen extrafino,
para cafetera automática. Por lo demás, verá como cambia el resultado.
Y no le faltó razón. El café mío perdía aroma aparte que la moltura
gruesa, convertía la medida del brazo en un amasijo de marro granado. Allí se
perdía todo el sabor. Salía un chorrito, captado por la tacita a servir, restando
el vapor entre el marro hinchándolo y obturando más salida.
Le agradecí la lección y en broma me dijo que como pago, le visitara
yo en Montferri, una población con viñedos a veinte kilómetros, hacia la costa.
Allí él tenía de una bodega, con Toneles de varios vinos y un "cup" de cincuenta
mil litros, del que suministraba a toda la provincia. El cup, es una piscina subterránea a la que no le entra la luz más que cuando se abre la trapilla, sea para extraer el vino, o para rellenarla antes de que su nivel descendiera un veinte por ciento. Así el buqué se mantenía por los siglos.
De momento así quedó la cosa, pero una vez ya instalados en la Torre
preparada para Tere y mis hijos, decidí realizar con ellos la excursión inversa
a la del visitante.
-Tere, ¿qué te parece como quedó la Torre.?
-Mucho mejor de lo que esperaba, pero nada
que ver con el Niu-Blau. Aquí no veo más que bosques. Y no digamos del frío que
hace.
-Esto es inevitable. Te apetecería ver el Mar
azul y esto es un mar verde. Pero para el frío verás el hogar que diseñé en el
comedor, cómo tira….
Leña no falta, pues con la limpieza del
bosque todos los vecinos la disponemos gratis. Eso sí, hay que cortarla.
La verdad fue que tenían su encanto las veladas a la lumbre del “foc a
terra” como llamamos a los hogares adosados a la pared con una chimenea de tiro
graduable.
A los niños les apetecía permanecer allí observando las llamas
chisporroteantes, por trozos de leña de pino verde, saboreando hogazas de pan recién
tostado allí, restregadas con ajos y untadas en aceite. Y el acompañamiento de
jamón de Jabugo, remataba la pitanza.
Eran horas de contar cuentos y saborear estas vivencias tan diferentes
a las recordadas del Niu-Blau, mirando al Mar.
Parejas perdurables (continuación 76 a)
Antes que nada, para traer a la familia a “veranear” en Tarter quería
dejar conclusa la fuente sustitutoria de la balsa abrevadero.
Vista la indecencia practicada por una persona cuya gracia la tenía
por donde se desprendió su obra defecada, procedí a practicar un aliviadero y
desecar el espacio que ocupó la balsa durante tiempo inmemorial.
Seguí por las paredes del torrente cuesta arriba, hasta hallar un
lugar por el que la humedad superficial visible, delataba la procedencia del
manantial.
Realicé unos surcos de medio metro de profundidad, al bies, quince
metros por la derecha y otros quince por la izquierda, concentrándolos en forma
de uve, hasta el punto en que esperaba acumular el agua de procedencia poco
profunda. Sigo pensando que no era más que un escurridero de aguas
superficiales de la montaña.
Como fuere, resultó un manantial de poco caudal, pero continuo.
En la confluencia de los surcos, enterré un depósito, para sedimentar
los arrastres arcillosos. A éste por su nivel alto, le coloqué una tubería
asimismo subterránea, la acerqué hasta el lugar apartado de la carretera. Su
final lo rematé con un caño metálico a la altura de medio metro del suelo.
Otra cavidad a los pies del caño, la doté de un sumidero con rejilla.
Con una tubería enterrada, traspasé la calle recién abierta por las
máquinas y lo dejé aflorar a unos cuantos metros cuesta abajo, con lo que el
agua iría directa al rio.
Con mampostería una pared, contuvo las tierras dejando un frente
limpio del que salía el caño. Y en sus laterales formé también con obra, unos
bancos que daban el pego a cualquier fuente campestre.
Así a aquella calle con toda razón, le puse el nombre de “Calle de la
fuente”. Por lo mismo, la calle superior la titulé “Del Bosque” y como más
arriba aún tracé otra asimismo paralela a la carretera, se me ocurrió “Diana”,
pensando a
en la Cazadora mítica, ya que aquí venían cazadores de jabalíes, como
a los que inesperadamente desahuciamos de su madriguera.
Y por las mañanas en que recorría el bosque inspeccionando lugares
idóneos para formar plazoletas, por lo visto despertaba a la fauna como al
tejón que por primera vez en mi vida lo vi al natural, a pocos pasos frente a
mí. Parece que ambos nos sorprendimos por un igual. Me detuve, a contemplar que
bicho sería aquello, cuando el tejón, hizo lo mismo, dirigiéndome su mirada sin
dejar de andar sin prisa.
Una vez se ocultó en la espesura tomé nota de sus huellas para poder
acreditar que clase de animal era. Fue un tejón.
En otra ocasión sucedió algo similar con una pintada.
Cuando lo conté, se rieron de mí.
-Pero ¿cómo quieres ver a una pintada por el
bosque?. No las hay por la península Ibérica.
Dudé de lo que vi, hasta que el celador de O.P. me explicó que en la
forestal había una granja avícola, de la que con frecuencia se les escapaban
animales. Y las pintadas, tenían todos los números para traspasar la débil
cerca. Me devolvió mi confianza, puesto que así sin temor le conté cómo debajo
del coche una mañana me encontré a un gato montés. Lo que llaman el Linx Ibérico.
Como también es raro un ejemplar así, que merodee por bosques Hispanos, ya no
me hubiera atrevido a mentarlo. Seguro que se reirían los interlocutores
creyendo que confundía al Linx, con el gato del vecino.
Y como colofón, un cazador me ofreció una lechuza. La obtuvo por
carambola en una incursión por el bosque y creyó que disecada adornaría a la
barra del restorán.
Ya no se podía decir que aquél lugar del Tarter era desierto. De
vegetación, era exuberante, de fauna no carecía y variada. Y lo que antes faltaban,
seres humanos, también llegó el turno de poblarlo.
Carrión mostró sus dotes de cazador, acompañando al grupo de rurales,
aunque esto solo funcionaba dos meses al año. Mientras se ocupó de realizar
alguna venta de solares.
Al llegar el equipo contratado por mí, no le sedujo obtener la simple
comisión de solares míos y siguiendo las directrices de su mujer, obró, tal y como
le desaconsejé.
Vendía terrenos suyos, que a bajo precio, competían con mis
vendedores.
Le advertí de nuevo, que si bien el aportar clientes en la
Urbanización, beneficiaba al negocio para el resto de finca, a este ritmo él no
lo vería. Y era malograr el regalo que le hice, con el que con cinco años de
espera le hubiera reportado pingües ingresos.
Se lo conté a Tere, que me hizo ver cuán apurado debía estar Carrión.
Le daba la sensación que en verdad se hallaría bajo mínimos. Que hubiera
aceptado ir a vivir, e instalarse con su mujer al restaurante en lo que a ella
le parecía lugar inhóspito, era un indicio. El que se amoldara a hacer de contable,
cazador restaurador y comisionista, era lo definitivo. Seguro arrastraba
números rojos por actuaciones antiguas.
Su hijo mayor tampoco aligeraba la carga familiar, o sea que vender
parte de su terreno, resultaba una solución.
-Pues ya que lo dices, es probable que los
viajes trimestrales que realiza para ir a ver a sus padres en Valencia, no sean
solo para visita de parabién. Siempre que vuelve trae dinero que según afirma
le entregan para negocios.
Y me temo que lo que le sucede, es que está separado, o divorciado de
su primera mujer, de la cual tiene una hija que vive en Valencia.
No hablamos del tema, pero seguro que es la causa por la que se le van
los ahorros.
-Pues ten cuidado con las atribuciones que le
das. Pueden volverse en tu contra.
Imposible imaginar aquellos días, cuán certera fue su visión. Sin
embargo yo le iba a proponer algo agradable para que empezara a mirar al Tarter
con ojos optimistas.
-¿Qué te parece si organizo un viaje a Italia por unos diez días, tú,
yo y los dos mayores?. Ya tiene edad para disfrutarlo, no como las otras veces
que aparte del trabajo por sus cuidados, ni se enteraron de lo que veían del
mundo.
-¿Y qué hacemos con los cinco pequeños?.
-Por diez días tu madre puede cuidarlos, viniendo a nuestra casa, que
en realidad, la escrituramos a su nombre.
-Es abusar. Se hace mayor y cinco niños es mucho para ella sola. Mi
hermana sigue apareciendo por su casa de noche y algunos días ni eso. Tiene una
responsabilidad grande en la empresa y sigue al Director a casi todas las reuniones
en Madrid.