viernes, 26 de agosto de 2011

Parejas perdurables ( continuación 57 )

-Tere, ayúdame a llegar al coche y vámonos todos, que si tardo algo más, no podré conducir.

Acabábamos de realizar unas zambullidas en la playa de Cubera. Los niños en plena guerra de agua unos y construyendo castillos de arena los otros. Yo sin darme cuenta, realicé un mal gesto espinal y noté la clásica sacudida lumbar.

Creo que no lo conté pero de estudiante, cierto día al agacharme para recoger unas piezas de hierro que iba a croquizar, lo hice con tal mala fortuna, que me quedé hecho un cuatro.

No podía moverme. Llamé a Agustina, que me ayudara a tumbarme en la cama y llamara al médico.

Estaba asustadísimo. ¿Me quedaría paralítico?. El médico al verme en cómica posición y que no me atrevía ni a mover el brazo libre, pues el otro lo tenía atrapado por mi propio cuerpo contra el colchón, soltó una carcajada.

No se molestó ni a tocarme. Directamente una receta para ciertas pastillas, un linimento y una faja ortopédica. Recomendó que no intentara ningún movimiento doloroso. Simplemente, dejar pasar las horas y que lo administrado hiciera su efecto. Podía estar así uno, o dos días.

Su risa, en principio me pareció ofensiva, pero pensándolo fríamente, fue el inicio de la recuperación. Desapareció el miedo a quedar inválido.

Tres años más tarde, de nuevo al ponerme sudado en una corriente de aire con el torso desnudo, noté el tirón. Esta vez, ya no me asusté pero tuvo Tere que ayudarme para colocarme en una butaca en postura algo forzada. Esta vez el médico me recetó unas inyecciones y a la mañana siguiente, siempre con las debidas precauciones, ya me incorporé al trabajo.

Y ahora, con la experiencia de ocho años con esta espada de Damocles acompañándome, conocía no solo el remedio, sino los síntomas anunciatorios del tirón y su desarrollo. Sabía que aquél dolor iría en aumento y en pocos minutos, me quedaría clavado. Luego como de costumbre, con las inyecciones que traería el médico y veinticuatro horas mínimo de vagabundeo por la cama, como nuevo.

Claro que en pleno verano y si aire acondicionado, la cama era una sauna. Muy desagradable estar sudando permaneciendo quieto, pero el calor veraniego en realidad ayudaba a la recuperación con menos horas de convalecencia.

-J.C. haz venir a tus hermanos al coche que nos vamos. Papá no se encuentra bien.

Los niños capitaneados por J.C. muy contrariados, pero también preocupados ya que no entendían que podía ocurrirle a papá, rápidamente dejaron sus juegos y se dirigieron al coche.

Tere abrió la puerta, dejó que me apoyara en ella y ladeándome, procuré colocar mis posaderas en el asiento. Luego, con una lentitud semejante a los movimientos de estudio en un filme a cámara lenta, fui tomando la posición del conductor agresivo. Solo me faltaba rugir.

El kilómetro y medio para llegar al chalet, lo pasé angustiado, temiendo en cualquier momento paralizarme en el punto del recorrido menos deseable.

Hubo suerte, pero descender del coche, andar hasta la cama y tumbarme en ella, fue otra película de antología.

Por lo demás, sin novedad y atendido ya por tercera vez sin necesidad del médico, Tere siguió mis propias instrucciones y se comportó como auténtica enfermera.

Y ¿cómo pasar tantas horas tumbado ajeno a las normales actividades?. Pues con trabajo mental.

Pensé en lo poco libre que me sentía debiendo atender a demasiados negocios y con personal que así como en principio parecían subordinarse incondicionalmente, a la larga se convertían en colaboradores de poco fiar y cargando su responsabilidad sobre mis hombros.

Recordé a Narciso, un contable de los inicios de Santa María, que después de manifestar claramente que prefería seguir con Orpí, me adquirió el 2 Caballos Renault por bajo precio y sin abonar nada, prometíó pagarlo mediante doce letras aplazadas a un año.

A la tercera, abonada, me pidió que le firmara la documentación para el cambio de nombre, a pesar de no estar satisfecho el precio de la compra-venta. Accedí. Se lo vendió de contado a un tercero y devolvió todas mis letras.

Pedí a Tere que dejara de verse con la mujer de Narciso, ya que me revolvía las tripas tratar con semejantes parejas. ¿Por unas letras ridículas, aquél personaje que fue de confianza en el negocio, enseñaba cual era su calaña?.

Pues pensé de nuevo en él y me alegraba de haber perdido el contacto para siempre.

Otra vez me equivocaba, el siempre, solo duró doce años.

Pero también urdí como deprenderme de Robino. Lo puse en práctica unos meses después. Le aconsejé, que se hiciera cargo del negocio totalmente con la imprenta del socio y en otro despacho, ya que pensaba reducir efectivos y abandonaría el mío próximamente.

Ante la nueva organización, le cedía casi todo mi mobiliario. Yo no lo precisaba en mi nuevo despacho. En realidad me trasladaría al de la empresa creada por Jacinto, ya que se me ofreció para colaborar con él.

Y además posteriormente con los congelados.

Mucha ilusión Robino no demostró, a pesar de que con lo que le ofrecía para montar su próximo despacho, era un pequeño capital.

A la secretaria, le daría seis meses para elegir entre seguir con Orpí, o despedirse amistosamente.

Y al negocio de Confección, ya en pleno desarrollo de la fase de liquidación recomendada por Rodriguez, lo delegué al colaborador en el negocio de trofeos Deportivos.

Me quedaría una vez desprendido de Gómez con los coches, Robino con las Revistas Discográficas, Conchita con los Modelitos y Orpí con el gabinete técnico, solo con Santa María, Los Congelados y Los Trofeos.

Urdido ya, y habiendo dado muchas vueltas la cuestión por mi cerebro, se lo comuniqué a Tere.

-Tere, como estaré mucho tiempo en el despacho de Jacinto, te apunto como administradora de Santa María.

-Pero Carlos, que yo no sé nada de construcciones y ventas comerciales. Y que los niños aún requieren mucha atención.

-No te preocupes. Una cosa es lo oficial y otra la realidad. Tú serás la secretaria perfecta desde casa, atendiendo los asuntos como lo hacías de soltera en la imprenta. Y con el rebaje de nóminas que obtendré, puedes asignarte tu propio salario. Estoy seguro, que no me defraudarás como lo han hecho los contables que conociste.

Y Tere, jamás me defraudó. Y además, se ganó la futura, que es la actual pensión de jubilación.

Saludos de Avicarlos.