Parejas perdurables (continuación 65 )
Jamás mi cerebro, se vio sometido a tanta presión. Estaba con un dilema crucial. Mi decisión de abandonar negocios, predominaba. Salir de tantas responsabilidades ajenas a la familia, como eran los empleados, los clientes y los colaboradores. Cualquier paso que diera atrás, un montón de familias saldría perjudicada.
Jamás mi cerebro, se vio sometido a tanta presión. Estaba con un dilema crucial. Mi decisión de abandonar negocios, predominaba. Salir de tantas responsabilidades ajenas a la familia, como eran los empleados, los clientes y los colaboradores. Cualquier paso que diera atrás, un montón de familias saldría perjudicada.
El bienestar familiar actual y futuro, requería meterme en más
responsabilidades. ¿Qué procedía?.
El piso que disponíamos era ya algo mejor que el tipo medio usual. Teníamos tres
dormitorios y la del tálamo nupcial, así como dos baños y un aseo.
Al tener ocupado un dormitorio por la doméstica, tuvimos que amueblar
con cuatro literas a uno, destinado a los cuatro vástagos menores y a los dos
mayores en el otro, donde le pusimos además la cuna de la niña. Solo hacía seis
meses que la retiramos de nuestra habitación.
Por delante teníamos un futuro de al menos catorce años, ocupando el
hogar diez personas, sufriendo el hacinamiento.
Cada vez las despedidas nocturnas en el dormitorio de los cuatro
menores, se dilataban por el jolgorio, al principio jocoso.
Se notaba que las incomodidades iban variando su humor y el jolgorio
se convertía en discusiones. Extrapolando, de no disponer de un piso con mayor
capacidad vital, las risas de ahora, serían riñas diarias.
Muy fuerte era pues el deseo de Tere y mío, de adquirir un piso como
el que ahora sin esperarlo, se nos ofrecía.
Los cinco dormitorios, permitirían ser distribuidos, mejorando
sensiblemente el panorama. Uno para la sirvienta, otro para el primogénito con
una mesa para estudiar, otro para la
niña, y los otros dos, ya solo necesitaban literas de tres y dos.
Para acabar, dispondríamos de la magnífica alcoba matrimonial con sus
amplios armarios empotrados. Además los
tres pasillos con techo útil para ubicar tres altillos en los que venía de
perillas inquibir la cantidad de objetos personales, u obsoletos. Entre ropa
interior de los niños, ropa de verano y ropa de invierno, ya se ocupó uno de ellos.
Y merced a los armarios que poseíamos y que cabían en cada habitación de los niños, nos quedarían otros dos altillos, para ocupar por lo que se avecinara.
Mentalmente, discurrí que rescatando capital de los bancos a los que
poco a poco cancelaría, obtendría los quince millones para la compra que pedía
la Sra. propietaria, más las ochocientas mil pesetas previstas por gastos
notariales y de Hacienda.
Sí. Hacienda podía resultar un problema. El mío, era que tenía
demasiadas propiedades a mi nombre. El edificio de San Juan de Malta, el piso
actual, ocho apartamentos aún no vendidos, el chalet Niu Blau, el despacho
antiguo y menos mal que no figuraba el de Jacinto, que era de él.
¿Para qué sirve la suegra, aparte de ayudarnos atendiendo a los
nietos?. Claro, mi suegro había expresado cuando le ofrecí el apartamento
Gemini, que le ilusionaba tener una esposa propietaria.
Y a ella, ni fu, ni fa, pero le hizo gracia ir a la Notaría, incluso
parecía rejuvenecer ante el acontecimiento. Luego, era una candidata perfecta
para intitularla propietaria del piso nuevo.
Ella, carecería de gravámenes por patrimonio, cosa que distaba de lo
que le sucedía a la Sra. vendedora.
Esta debía ser la razón por la que se desprendía de una propiedad a
tan bajo precio.
Por lo visto sabía que el valor mínimo a vender sin que le causara
problemas era el del valor catastral, que en Barcelona era dos veces y media
inferior, al comercial medio catalogado.
Por otro lado, para venderlo, debía declarar todas las propiedades
heredadas de su marido. Lo heredado se hallaría al límite del valor en que cambiaba
el baremo del impuesto por transmisiones patrimoniales.
Un millón más declarado en su venta, a ella podía costarle pasar del
baremo bajo, al superior de Hacienda. Tal vez hasta le costaría treinta millones más.
Según recuerdo, los porcentajes oscilaban entre un treinta y un
cincuenta y seis por ciento del total valorado. Y prefirió, rebajar el piso al
mínimo legal, favoreciendo al comprador.
Lo discutimos Tere y yo, dado que dar la titularidad a su madre, podía
traer otras consecuencias futuras. Como me sentía yo, tan hijo de ella, como
Tere misma lo era y no habiendo más familia que nos pudiera obstacularizar la
disposición de un bien familiar, lo dimos por factible. Salió a colación, que
su hermana algo tendría que decir, puesto que también era familia.
Afortunadamente, la cuñada estaba tan bien unida a Tere, como a sus padres y
reconoció que caso de óbito de sus padres, ella renunciaba a su parte de
herencia por esta procedencia.
Tomada pues la resolución la puse en práctica. Entregué los dos
millones prometidos a la mañana siguiente, firmando documento para la elevación
próxima a escritura de venta.
No tuve ninguna dificultad con los bancos en Barcelona. Lo gordo sería
cómo presentarme a los tres bancos de Girona para retirar trece millones y
medio en metálico.
El Banco Industrial, en Girona, fue el primero al que comuniqué mi retirada
a la mañana siguiente siete millones en metálico. De no avisar con antelación,
tales cifras en metálico, no las atienden por ventanilla.
Al presentarme, me atendió el director, que se extrañaba de mi
actitud. Quería entregarme talón conformado para poder usarlo en cualquier
entidad, como si de metálico se tratara.
Le comenté que debía realizar una compleja operación y necesitaba el
metálico para su distribución.
Contraofertó el entregarme
tantos cheques fraccionados como le requiriera.
La cosa al final debería confesarla en su cruda realidad. Pensaba
cancelar la cuenta en cuanto el riesgo de mi póliza venciera, cosa que preveía
en la siguiente quincena.
Que la operación a realizar, se debía a cancelaciones de cuentas y
adquisiciones patrimoniales en metálico. Se dio cuenta de mi firme decisión, me
entregó personalmente el dinero y ya no insistió más.
Los siete millones para despistar, envueltos en papel de periódico,
fueron siete fajos de mil billetes de mil pesetas. Siete kilogramos de peso
total. Los repartí entre una cartera de mano y una bolsa.
Mi próxima entrevista con el director, fue ya vencido el plazo de
riesgo de la póliza. La usé durante tres años para el desarrollo de la empresa
de Congelados.
Seguía con mi plan de cancelaciones, ya que reducí capital bancario
con tal importe convertido en propiedad ajena. Era titular la suegra.
El director se resistía a mi cancelación.
-Don Carlos, ¿es que le hemos fallado en
algo?. Si tiene otros bancos que le hayan hecho oferta, estoy dispuesto a
mejorarla.
-No tengo ninguna prevención contra Uds. Para
crear la Empresa me solicitaron garantías y se las aporté, luego con ello
trabajé con su póliza crediticia, la usé y ahora doy por conclusa la misión.
Congelados ya no me necesita.
-Pero Ud. se llevó siete millones para
ingresarlos al Banco Hispano. Un empleado nuestro le siguió desde aquí, como
protección por ir solo por la calle con tanto dinero.
Quedé sorprendido, máxime cuando la discreción de mi protector debió
ser extrema. No advertí ningún seguimiento, ni anormalidad en el breve trayecto
peatonal de doscientos metros, hasta el Banco Hispano.
-Pues se equivoca Ud. Al Banco Hispano, no le
ingresé nada. Le retiré tres millones, también para cancelar cuenta y después entré
en el Banco Central, que ya sabe, es colindante, y por lo mismo rescaté el
saldo de un millón y medio más.
Este capital, sirvió junto con más cantidades
de cuentas barcelonesas, para tal como le dije, distribuirlo en inversión
inmobiliaria.
Ya solo me quedaba organizar un revuelo con las dieciocho cuentas que aún disponía en Barcelona y conminar a los compradores de solares por contrato aplazado a que lo hicieran público.
Y estaba dispuesto a escriturales incluso a los que les faltara más de un año su cumplimiento, con el simple reconocimiento de la deuda pendiente, en su escritura.
Y algo en principio intrascendente, hizo que me enterara de lo poco fiables que resultan a veces los segundos de a bordo y lo estúpidos que son ciertos asesores legales al aconsejar a sus clientes.
A Beltri, que con los años se convirtió en el “segundo de a bordo”, le conocí al regresar de su temporal búsqueda de trabajo por Francia.
En realidad la ayuda era mutua, pero mayor provecho saqué yo.
Y estaba dispuesto a escriturales incluso a los que les faltara más de un año su cumplimiento, con el simple reconocimiento de la deuda pendiente, en su escritura.
Y algo en principio intrascendente, hizo que me enterara de lo poco fiables que resultan a veces los segundos de a bordo y lo estúpidos que son ciertos asesores legales al aconsejar a sus clientes.
Parejas perdurables (continuación 65 a )
A Beltri, que con los años se convirtió en el “segundo de a bordo”, le conocí al regresar de su temporal búsqueda de trabajo por Francia.
Su padre viudo, era uno de tantos emigrados, que se estableció en Ivry,
París. Tuvo la suerte de obtener la confianza de un potentado que le nombró
portero de una de sus mansiones posteriormente habilitada como Hotel.
Beltri, llevaba dos años de casado sin conseguir puesto destacado en
el Banco Español de Crédito (Banesto), por lo que intentaba abrirse camino con
otras perspectivas.
Le concedieron una excedencia de tres años, por lo que si hubiera
obtenido algo mejor en Francia, aprovechando posible convivencia con su padre, allí hubiera residido con su mujer
definitivamente. No fue así, ya que a pesar de la ayuda de su padre, apenas subsistía
con lo que ganaba de solador en una empresa constructora.
Coincidió su ausencia con mi traslado al primer piso de propiedad que
obtuve, al cesar en Minas de Suria.
Mi primer piso, sin teléfono resultaba un hándicap para reemprender
labor técnica y de promoción inmobiliaria. Un teléfono fijo, en edificios
nuevos, requería que la Telefónica, hubiera hecho llegar hasta allí su red.
Este impedimento, sin embargo, era menor que el de la avalancha de solicitudes
de toda la Ciudad, motivando retrasos de conexión incluso superiores al año.
Acaba de abrir el Gabinete Técnico con Orpí, cuyo despacho se hallaba
a siete kilómetros, lo que hacía de primera necesidad una comunicación telefónica.
Tere en pocos días hizo amistad con una vecina, la mujer de Beltri, del edificio contiguo
de construcción anterior, que sí, disponía de teléfono. Y apenas lo utilizaba.
Incluso pensaba en darlo de baja, ya que lo que recibía de su marido Beltri desde
Francia, le obligaba a reducir gastos.
Me la presentó y aproveché proponerle que me permitiera por las tardes
durante un par de horas, usar su teléfono y me haría cargo yo de las facturas
de Telefónica. Ella me hacía un favor a mí y seguiría disponible su teléfono para
cuando regresara su esposo.
En realidad la ayuda era mutua, pero mayor provecho saqué yo.
Justo cuando obtuve mi conexión telefónica tan esperada, por lo
que ya no acudiría más al teléfono de la
vecina, regresó de Francia Beltri.
Vino a verme para agradecer la ayuda a su mujer y ofrecerse de
contable, ya que disfrutaba de dos años aún de excedencia al banco.
En principio no me pareció mal. Me hallaba predispuesto a emplearle,
por agradecimiento. Le puse al tanto de la misión a cumplir, la cual le
conllevaría más tiempo en atender el teléfono por anuncios, que por la
incipiente contabilidad que requería el despacho.
Al funcionar mas bien que mal, el Gabinete, obtenía mayores ingresos
por operaciones de venta terrenos, que por proyectos técnicos.
Fue desenvolviéndose el negocio, por lo que tomé confianza a Beltri, y
le otorgué facultades amplias para atender clientes y preparlos para negociar,
primero conmigo y un tiempo después con él mismo.
Los contratos de compra-venta aplazada, los imprimí para facilitar la
diligencia mediante un simple relleno de datos del comprador, precio pactado,
plazos con relación de letras aceptadas y los datos del solar a adquirir.
Se entregaba pues por duplicado a firmar por el comprador. Uno se lo
llevaba él y el otro, pasaba al archivo de ventas.
Con las letras aceptadas se hacía un recorrido de reparto por las
cuentas bancarias habidas, para proceder al principio a su descuento y tiempo
después solo al cobro.
Todas esta funciones, Beltri estaba más que capacitado para
realizarlas, así que su trabajo se veía de gran utilidad.
La confianza llegó a que realizara muchas gestiones bancarias y
visitas a clientes, obteniendo también compradores provinentes de su círculo de
amistades.
De contable pues, pasó a “segundo de a bordo”, tomando como contable a
un nuevo empleado, asimismo recomendado por él. Era otro padre de familia
también vecino suyo, necesitado de mejorar su situación al haber entrado en
fallida la empresa que le empleó. Y que ya conté como me salió rana con la compra-si-pagar de mi 2 Caballos Renault.
Mis ausencias por trabajos de campo, hacían ya imprescindible una
plantilla de empleados administrativos, como si de una Entidad importante se
tratara. Dos contables, la secretaria, la telefonista, los cinco delineantes, y
por toda ayuda al reparto de responsabilidades, el arquitecto Orpí.
Al principio me sorprendió la meteórica creación de empresa, luego me hizo sentir importante, pero al final,
afloró mi innato miedo al fracaso ante el cúmulo de responsabilidades que iba
adquiriendo.
Dos años después Beltri se despidió, pasando de nuevo al Banesto, con
una posición respetable, pues los años de excedencia le valían también como
antigüedad.
Seguimos viéndonos, sin embargo, ya que sus tardes libres, las
aprovechaba para finiquitar contratos antiguos, algunos de los cuales eran de
él mismo, por haberme adquirido una manzana entera y seguía usando mis
contratos impresos para gestionar también los suyos.
El contrato que realizó
por venta de uno de los mayores solares, era a favor de su padre.
Me lo entregó, con las letras sin aceptar. Se trataba de simplicar
trámites legales y su padre no pasaría por Barcelona hasta su jubilación, justo
vencidas las letras de la operación.
Las domiciliaría a su nombre en una cuenta que administraba Beltri, en
el propio Banesto donde ahora era un apoderado. No convenía pues tener que dar
explicaciones a sus superiores sobre este arreglo.
De este modo, se limitaba a retirar las letras por su cuenta a cada
vencimiento.
No me pareció tampoco problema. Y además le pedí que se presentara en
mi nombre al despacho de Prat, que estaba en proceso del traspaso de su empresa,
por crear la de Santiga. Ir unas cuantas tardes a resolverle asuntos bancarios,
le reportaría un sobresueldo.
Y ahí se acabaron las buenas relaciones con quien fue mi segundo de a
bordo.
Mi decisión de cancelar asuntos para reducir negocios, motivó citar al
Notario a todos los que en aquél año les vencía el contrato de venta.
Uno de los clientes, no estuvo de acuerdo con la redacción que ofrecía
la escritura.
-Oiga, su contrato cita un valor del solar,
pero está denunciando otro distinto. - Constató el Notario.
El cliente, miró la copia de contrato que presentaba yo para su redacción.
-Mi contrato, no es este. Y mi firma tampoco,
pero sí lo es la de las letras, que tampoco son la cantidad que dice. Yo pagué
tres más como puede ver las que le enseño.
¡!!!!! Otra ducha fría. ¿Cómo que no era el contrato de copia mío,
igual que el de él?.
Pues así era. Se declaraba el precio de venta un diez por ciento más
caro en el contrato del cliente, que en el mío. Y faltaban tres letras no
relacionadas que sí pagó el cliente a Beltri al contratar.
Y esto ya se fue repitiendo con los demás clientes citados para
escriturar. El Notario, estaba dispuesto a que desistiera de la venta, pero
esto no era posible ya que ellos atendieron lo contratado por la persona que
oficialmente me representaba en mi despacho y no se trataba que ahora les
reclamara importe alguno.
La estafa me la había realizado Beltri, al darme a mí contratos con firma
falsificada, señalando un menor importe de venta, lucrándose él de la
diferencia.
Las letras eran auténticas, por lo cual los bancos las atendieron estos
cinco años de aplazamiento. No habiendo
devoluciones, imposible sospechar anomalía alguna.
A mí no me resultaba oneroso, declarar como cantidad confesada a la que
se suponía había cobrado yo, por lo que simulé que había un error por parte de
la copia firmando la venta notarial sin más problema. Al recuperar del cliente
las letras pagadas y el contrato privado, tenía en mi poder el cuerpo del
delito.
Más trabajo para Rodriguez. Bueno no, que aquí, no acabó la cosa.
Llamé a Prat. Le puse al corriente de lo descubierto sobre Beltri.
Parejas perdurables (continuación 65 b )
Llamé a Prat. Le puse al corriente de lo descubierto sobre Beltri.
-Pues conmigo no va a hallar donde agarrarse. Hasta ahora,
me ha sido diligente por cuestiones bancarias y saldos de cuentas clientes. Dispongo
de la mitad del personal, ya que son los que trasladaré a Santiga. Y Beltri, allí
no vendrá.
Estaba pensando en
traer la documentación falsa recogida de la Notaría a Rodriguez. Que se la
estudiara y obrar en consecuencia.
Tenía en mis manos el
contrato de la venta a su padre. Ahora con conocimiento de su ardid, imaginé
que habría gato encerrado.
Pedí al servicio de telefónica,
si podían hallar el teléfono de Mesier Beltri en Ivry, París.
Pues claro que lo
hallaron. Nada menos el de la portería de un edificio de pupilaje.
-Sr. Beltri, soy el promotor de Santa María, dónde según
contrato firmado por su hijo, le vencen las tres últimas letras para cancelar
la compra de su solar. Si pudiera Ud. pasar por Barcelona pronto, realizaría la
escritura, aún sin haber vencido, puesto que estoy liquidando operaciones.
-¿Cómo dice?. Creo que no entendí bien, ¿Qué faltan
liquidar tres letras?, ¿qué letras?. Yo lo adquirí de contado y que demoraría
la adquisición en escritura pública, para mi próxima jubilación.
Ya nada me extrañaba. Entendí con ello, que su hijo se habría quedado
el dinero. Me excusé y que ya le volvería a llamar después de unas
comprobaciones.
Llamé al banco. Las letras estaban descontadas, pero el jefe de la
sección de riesgos dio orden de retenerlas, ya que serían devueltas por orden
del librado.
Ya no me faltaban más datos para ofrecer a Rodriguez y así lo hice.
Mi secretaria le trajo un dosier explicando el caso y con todas las
letras de los cinco contratos irregulares, ya escriturados y lo averiguado telefónicamente
de la venta a su padre.
Dos días después, vino Rodriguez con el caso estudiado.
-Este contable, te la metió, hasta el fondo.
Te cuento la película de los hechos.
La secretaria, nos interrumpió, ya que tenía una llamada de París.
Se trataba del Sr. Beltri. Trató a su hijo de pillastre. Y que
acudiría tal como le pedí, a pesar de no tenerlo previsto. Su hijo, manejaba
una cuenta bancaria, a su nombre, dejándola sin fondos. No se trataba pues de
que hubieran letras falsas, sino que le había robado el capital que enviaba
desde Francia para disponer de él en la Jubilación.
Rodriguez, me miraba con ojos de mochuelo. Su asombro lo dirigía hacia
mí.
-No me cuentes más Carlos. Este individuo es
un solemne prestidigitador, a parte de pillastre como le llama su padre. El que
me asombra más eres tú. ¿Cómo te las apañas para rodearte de tales genios?.
Me daba los preliminares de la actuación judicial, si decidía actuar.
-Te advierto que hay que presentarlo como retracción
de menor cuantía, que no llega a inculparse como estafa.
Se consideraba que los cinco solares a razón del diez por ciento
estafado correspondía al valor de medio solar, pero no al actual sino al que
figuraba en contrato y no alcanzaba las cien mil pesetas.
Lo que sí ordenaría el Juez es el despido procedente de un empleado
abusando de su puesto de trabajo. Pero esta sentencia me importaba un comino.
Un despido de una persona que no figuraba en mi nómina ni ahora, ni nunca. Era
un empleado del Banesto, no de Usamasa.
-Pero, ¿Cómo no te enteraste hasta cuatro
años después?. Por lo que he visto este pillo, te la debió jugar desde el
inicio. Según cuentas había realizado un centenar de ventas atendidas por él.
Pues le reportarían diez solares a su favor, que serían los que te adquirió con
el dinero que te había estafado.
- Ahora que lo dices, entiendo que las
últimas visitas por las tardes que hacía, no eran para ordenar los contratos y
poner cuentas al día. Lo que realizaba era el canje de los contratos archivados
falsos, por los verdaderos.
-Claro, al ir al Notario, con contratos
verdaderos no te enterabas, pero por lo visto, no le diste tiempo a que
canjeara los cinco últimos y al fin te enteraste.
Ten pues en cuenta, que al juzgado solo
podremos reclamar cien mil pesetas, mas las costas judiciales que irán a su
cargo. Mis honorarios, van a subir aproximadamente lo mismo y van a tu cargo.
Igual que los modelitos que reclamaste, lo comido por lo servido. Tu decides.
-Ya veo como se burlan de mí. Y mi derecho al
pataleo no me satisface. Lo que lamento es que se embolsó, el equivalente a un
millón trescientas mil pesetas con su ardid, aparte que le pagaba su salario,
mientras de estas ventas, a mí me quedaban netas menos de la mitad de lo que
robaba él. Gana más un contable de esta calaña que el mismo propietario.
Imposible contarlo a Tere. Tampoco a nadie en el despacho. Opté por
llamar a Beltri en el Banesto para solventarlo discretamente. Me propuso vernos
un día, ya que estaba ocupado con la mudanza de su hogar a un barrio señorial.
Que había realizado una operación fuerte y en todo caso me firmaría
letras.
¡ Ah !. Esto era una solución. Me firmaría letras……. No había
suficiente con haberme robado durante dos años, ahora le tocaba burlarse de mí.
Pero sabiendo que ya no veríamos más por nuestro barrio, ni a él, ni a
su mujer, con la que la mía estaba compenetrada, desistí de toda venganza y
procuré olvidarme de él.
Como queda patente, no lo conseguí. Cuarenta años después, aún lo
recuerdo.
Y otro tipo de amenaza nos sorprendió aquella noche. La policía
llamaba a todo el vecindario, para abandonar de inmediato, el edificio, por amenaza de
bomba.
Mujeres a medio vestir, niños en pijama, ancianos socorridos para
aligerar el abandono del hogar.
Un centenar de personas nos reunimos al bar-restaurante de enfrente.
Algunos traían mantas para cubrirse y a tres mujeres les dio un ataque de
histeria.
¿Hasta cuando debíamos permanecer en aquellas condiciones?. Era la
media noche. Al dueño del bar, no le importaba cobijar gente hasta las tres de
la madrugada. Si tan seria era la cuestión, también él permanecería con
nosotros hasta averiguar si aquello era falsa alarma.
Lo fue. Inspeccionada la imprenta del Brusi, comprobaron que el
paquete anunciado era de recortes de periódico. En esta ocasión los terroristas
tuvieron conciencia y no pusieron una bomba de verdad, sabiendo que treinta y
seis familias del edificio, no tenían nada que ver con la política del
periódico y podían salir lesionados.
A las dos de la madrugada, la policía nos liberó de la angustia,
pudiendo regresar a nuestro hogar, sin embargo, más de la mitad de vecinos aún permanecieron
discutiendo la jugada una hora más con la pinta de indumentaria que mostraban, tan
apropiada para un revellón.