Parejas
perdurables
(continuación 62 )
La reunión, aquella
noche la mantuvimos en casa de Jacinto. Sandra la anfitriona, se vistió de
gala. Lucía como no se podía más y mejor. Las esposas de los colegas también
parecía que querían destacar. Tanto yo como supongo los colegas, nos sentíamos
orgullosos de nuestras mujeres. Por algo las elegimos. Pero vi que Tere se
sentía algo cohibida. Iba muy elegante, luciendo el conjunto de sortijas que le
regalé en su onomástica, pero su vestido era el del año anterior.
-Tere, ¿no te encuentras a gusto?.
-Tendremos que espaciar más los encuentros. No
dispongo subvención para lucir vestido nuevo para cada velada.
Entendido. A pesar
de ser amigos de toda nuestra vida de casados, el pundonor de quien luce mejor,
contaba. Le indiqué que resaltara las joyas de conjunto que llevaba y eran de
estreno. Unos pendientes, un collar, la sortija y brazaletes. En verdad muy
bonitas. Eran diseño de Pablo, un joyero
autónomo conocido vecino de Tere, cuando vivía con sus padres.
En esta ocasión
conjugaba el buen gusto en el diseño y en la calidad de las gemas de colores
arracimados. Rubíes, ópalos, aguamarina, berilo y esmeraldas, todas ellas de
tamaño diminuto para lograr el efecto de su agrupación.
Parece que mi
halago le satisfizo y se enfrascó con las amigas ya con aplomo.
Tras animada charla
con las cinco parejas que nos hallábamos, pregunté a Jacinto qué sabía de su
compañero de estudios que tres meses antes me presentó. Se dedicaba a pesar de
ser licenciado en abogacía, a la adquisición de edificios enteros y venderlos
por pisos. Pero siempre propiedades de la gran Ciudad.
Era mi deseo,
liquidar la urbanización y negocios adjuntos, para dedicarme asimismo en el
negocio inmobiliario en Barcelona.
Mis ausencias del
hogar hubieran sido menores y además el negocio, más lucrativo. Mi pregunta a
Jacinto, llevaba la intención de procurarme una entrevista con su colega.
-¡Uy, Carlos!. Al menos tendrás que aguardar cinco
años para verle. Es el tiempo de cárcel que ha de cumplir según la sentencia.
Por lo visto las
sorpresas no podían faltar jamás en mis contactos sociales. El amigo que
esperaba me presentara, a pesar de su título de licenciado en abogacía, no pudo
escapar de la justicia, al ser denunciado por estafa en la venta doble de un
mismo piso.
Precisamente su
título en este caso le perjudicó. No pudo alegar ignorancia de las leyes ni de
la turbia maniobra realizada para desvirtuar la inscripción Registral.
Total un chasco.
Cuando le conocí en una sesión de la Notaría, tres meses antes, me produjo una
sensación de envidia.
Le veía con todo lo
que me faltaba a mí. Yo, necesitaba para cualquier acto importante, el
asesoramiento de un abogado. Y además dependía siempre de los bancos. En cambio
aquella persona que imaginaba ideal, sabía como desenvolverse conocedor de
todas las Leyes y al tratar con edificios de la Ciudad, vendiendo pisos de
contado, o bien con hipoteca a cargo del cliente, tendría una cuenta abultada y
saneada. Para postre era soltero. ¿No era raro?.
Pues la realidad
distaba mucho de lo imaginado por mí. Los edificios que adquiría lo eran con
anomalías. Prometía cancelar tales anomalías al propietario, por lo que le
rebajaba el precio de venta. Mientras se suponía realizaba gestiones para
legalizar la propiedad, ya buscaba clientes de los pisos a los quienes se los
ofrecía en inmejorables condiciones, prometiendo también tramitarles la
hipoteca que necesitarían para tal compra.
Le entregaban
cantidades de compromiso, que muchas veces las perdía el comprador al no lograr
la financiación prometida. Pero los que sí llegaban a obtenerlo, exigían la
escritura inmediata.
Una de estas ventas
la realizó a un extranjero que no ocuparía el piso, ya que lo adquiría como
inversión.
Éste fue el que
luego vendió a un verdadero cliente necesitado de la vivienda de inmediato.
Desvirtuó los datos
registrales y confió que este piso, sería ignorado por el extranjero. No tuvo
suerte y el extranjero supo que su piso estaba
habitado.
-Caramba Jacinto, tenía esperanzas de negociar con
él. Quiero cuanto antes liquidar Santa María. Me quedan dos hectáreas, en una manzana
frente a los bungalowes y tres en la parte de Cubera.
Mi idea era
realizar un máximo de segregaciones de la finca matriz de la que aún era
propietario en privado.
Luego el resto lo
pasaría a una nueva sociedad que la crearía, para no intervenir en ella hasta
que mis hijos fueran mayores. Usamasa, tenía que hacerse cargo de lo adquirido
a Orpí y otra hectárea de una finca adyacente, cuyo propietario rogó la
incluyéramos al proyecto de Santa María.
Mi plan era cesar
en la construcción una vez realizados los proyectos en curso. Constituir una
nueva sociedad, como una inversión futura para provecho de mis hijos cuando
fueran mayores. La titulé, e inscribí poco tiempo después con el nombre de 7V2 haciendo
alusión a los siete hijos.
Mientras vendía
solares uno a uno, tenía el beneficio normal por las mejoras introducidas en
obras y servicios a la urbanización, pero los inversores capitalistas, lo que
adquirían lo olvidaban veinte años para luego hacer negocio. Un rendimiento
diez veces superior al que podía ofrecer una buena inversión bancaria.
Quería pues
aprovechar esta coyuntura para que mis hijos una vez creada su propia familia,
dispusieran de algo, que yo no tuve jamás.
Además de la finca
matriz, quedaban algo más de dos hectáreas, pero que no eran solares.
Pertenecía este resto de finca a la superficie de las calles abarcadas. Luego
se me ocurrió para reducir gastos de compraventa, dejar esta superficie sin
vender, quedando en el registro de la Propiedad, como resto de finca matriz,
que en su día se entregaría al Ayuntamiento como era normativa.
En teoría era un ahorro por gastas de legalización, aunque en la práctica salí trasquilado.
Esto se lo expuse a
Jacinto, sin ninguna oculta intención. Pero él pensó que estaba en apuros y me
indicó que tenía una idea, que me la expondría una vez madurada.
Sin darle
importancia, seguimos con la fiesta, en la que para no ser menos que los snobs,
todos tomábamos copas Whyski, sin que nos gustara a ninguno.
Tambié hubo la
sesión de proyección de diapositivas en la que se iniciaba con las familiares
del reciente viaje por el extranjero y que se acababa finalizando, para quitar
el mal sabor del palo administrado a los colegas, con unas diapositivas adquiridas
en Perpiñán.
Aquello desvanecía el peligroso sopor que aportan las poses
manidas para recuerdos de familia. Las poses de la nueva sesión de diapositivas, también eran manidas, pero no por
familiares, sino por señoritas que lucían sus magníficos vestidos de piel
humana.
Nuestras esposas
simulaban abuchearnos por indecentes, pero ninguna salió de la sala. Y
posteriormente coincidimos todos que a ellas también les sedujo.
Terminada la
velada, empezó mi curiosidad por lo que barruntaba Jacinto, ante mi confesión.
Y a la larga, resultó un acierto.
Parejas perdurables (continuación 62 a )
Tere estaba contenta. Menos mal. En la velada con nuestros colegas al principio estaba cariacontecida, por el deslumbramiento de la indumentaria femenina exhibida por sus amigas.
Se fue animando y ahora me revelaba el secreto.
-Carlos, acertaste con el regalo de estas preciosas alhajas. Todas las amigas se fijaron en ellas y me pidieron el teléfono de Pablo, para requerirle encargos originales.
Este fue el principio de otro calvario, para mí. Efectivamente, en pocos meses Pablo satisfizo encargos de nuestras amistades, ganando con su trabajo, lo que no ganó en todo el año anterior.
Como reconocimiento a la publicidad gratuita que le hicimos, me pidió que le prestara unos días el taquímetro, que quería confeccionar una miniatura en oro lo más exacta en proporciones inclusive en el movimiento de giro de los planos vertical y horizontal.
No tuve inconveniente ya que mi Otto-Fennel, ya estaba resultaba obsoleto, cuando al mercado salían los taquímetros auto-reductores, precursores de los de láser.
Me causó muy buena impresión, cuando me trajo como obsequio, su miniatura de un cm, con posibilidad de girar la alidada 360º y además moverla en sentido vertical. Verdaderamente disponía de gran habilidad y además de instrumental apropiado para esta perfección.
Sí. Esto lo descubrí tardíamente, como ardid para granjearse mi confianza.
Un mes después, me pidió audiencia. Estaba dispuesto a ampliar su pequeño taller, con un par de ayudantes y suficiente materia prima, ya que su clientela iba en aumento, gracias a Tere y a mí.
La materia prima de los joyeros no es nada barata. Por ello, precisaba cien mil pesetas en oro, que podría atender entre tres y seis meses.
Me sugirió que si le obtenía este pequeño crédito, a pesar de que cien mil pesetas en la década de los sesenta, no tenía nada de pequeño, me los podía devolver con letras a vencimientos hasta medio año.
Para no tener que entrar en contabilidades que complicaran mis cuentas, le sugerí que solamente le haría firmar una letra por tal cantidad a tres meses.
Luego él abonaría la mitad a su vencimiento y firmaría otra por valor del resto, con vencimiento a otros tres meses.
Total, a mí me resultaba poco complicado y a él le salía de fácil atención, puesto que la mercancía adquirida se habría convertido en joyas para sus clientes.
Llegado el primer vencimiento, me llamó indicando que le era imposible atender ni siquiera las cincuenta mil pesetas estipuladas.
Esto me trastornaba. Estaba con la mosca tras la oreja por las letras devueltas del negocio de Confección, que me encasquetó Conchita. Los bancos ven muy mal las devoluciones y más si lo son por clientes que cosechan alto porcentaje de ellas.
Le entregué a Pablo las cien mil pesetas en metálico para que no la devolviera, sin embargo, me firmara una nueva por el mismo importe, comprometiéndose a hacerla efectiva a su nuevo vencimiento.
Lo que ocurrió, fue la demostración renovada de mi candidez. Se quedó el dinero, no atendió la letra, que recibí con sobresalto su devolución y además desapareció de su domicilio.
Se trataba pues de una estafa de doscientas mil pesetas. Cara me costó la miniatura del taquímetro.
Para no aparecer ante el banco como emisor de letras de colusión, pedí el rescate de la última letra en circulación, alegando cambio de domicilio del librado.
Su nuevo domicilio lo supe mucho tiempo después ya que se ausentó de Barcelona. Desistí reclamaciones que aún me hubieran costado más que el beneficio de recuperación de lo estafado. Preferí ignorarle, cosa que sigue en vigor, después de cuarenta años, pasando otro mal recuerdo a la historia.
El caso es que para que lo olvidara sin vestigios delatorios, un día desapareció del joyero de Tere, el “regalo” de la miniatura de taquímetro.
Hacía varios días que nuestra puerta del piso, parecía debería necesitar un repaso del cerrajero, pues de vez en cuando, al cerrar de golpe, se quedaba la puerta no cerrada del todo, con lo que un fuerte empuje podía abrirla sin llave.
Los niños perjuraban que al salir, ellos cerraban bien la puerta, por lo que pensé que lo mejor sería cambiar la cerradura.
Demasiado tarde. Tere se encontró la puerta abierta y en el piso no había nadie, ni niños, que estarían en el colegio ni sirvienta que estaría en la calle para cumplir los recados.
Se alarmó y recorriendo el piso, por el pasillo, encontró un par de joyas. Ya con terrible presentimiento entró en la alcoba. Cajones de la mesita revueltos, más joyas encima de la cama, y el armario violentado.
Comprobó que le faltaban al menos un setenta y cinco por ciento de las joyas acumuladas desde nuestro noviazgo. Y lo que le dolió más, la desaparición de una sortija que llevaba una piedra aguamarina, de un tono inigualable, flotante sobre aro de platino. Jamás volví a visualizar por las joyerías de Barcelona algo que se le pareciera en belleza y su especial tonalidad del azul marino.
Deduje la acción meticulosa de los cacos.
En primer lugar van por parejas. Uno en el lugar de su acción y otro en la calle vigía de eventualidades, que transmite a través del interfono de la cancela. Un simple timbrazo, delata peligro.
Días antes preparan la puerta con un pequeño clavo introducido en la cerradura, que hace fallar su accionamiento automático. Y estudiado el comportamiento familiar para saber días y horas oportunas en las que se halla la vivienda desprotegida.
Seguro el aviso de que llegaba mi mujer, hizo salir de estampida al caco, abandonando parte de la mercancía, incluso perdiendo por el camino las que halló Tere por el pasillo.
Seguro que el caco, en aquél momento se hallaría escaleras arriba para no enfrentarse con Tere. Y en todo caso ya después, o bajando por el ascensor, o por la escalera como un vecino cualquiera, saldría a reunirse con su compinche.
Pero por lo menos no todo fueron desgracias en mi etapa laboral. Aciertos hubo, acompañados de desaciertos por inexpertos ante las lecciones de la Vida.
Cuando nos volvimos a ver, con Jacinto, me indicó que a su padre le interesaba mi oferta de venta de las hectáreas de Santa María. Simplemente, permutaba su inversión ayuda para los Congelats en que intervenía Jacinto, por la del terreno, visto que su desarrollo se consolidaba, como futura Urbanización revalorizada.
Aquello me pareció chusco. Un Notario realizando una compra-venta a su favor. ¿Daría fe de su acto comercial, él mismo?. Claro que no. Fuimos a un colega suyo donde se elevó a público nuestro compromiso.
Yo me libré de pasar a mi nombre antes la propiedad, ya que disponía aún del poder notarial recibido desde un principio por el vendedor.
Resultó una operación neta, sin gastos de ninguna índole por mi parte.