Parejas
perdurables (continuación 63 )
Los niños se
divertían paseando con el asno que Felipe conducía por la urbanización.
Felipe por lo
visto, pretendía introducirlo a la vida familiar. Pero de cual familia había
que aclarar. De la nuestra, por supuesto que no y para formar parte de la suya,
necesitaría una cuadra.
En la oferta que le
hice de vigilante de la Urbanización, esto no se contemplaba. Le ofrecí cobijo
temporal para él, su mujer y su hijo en un apartamento y allí un burro, más
bien desentonaba.
Le sugerí que se
desentendiera del animal, o que se buscara otro trabajo.
Se lo pensó mucho,
pues aún lo retuvo un par de semanas, metiéndolo por las noches en la choza de
pastor en que los ladrones quemaron los cables de la red de alumbrado. Y lo
alimentaba con algarrobas. El antiguo campo aún mantenía en pié una veintena de
algarrobos. Y por el suelo abundaban sus frutos caídos, secos y a punto de
pudrirse.
No comentó lo que
le decidió vender el asno y quedarse en el apartamento como portero
extraoficialmente, ya que el contrato era para guarda.
Lo que le decidió,
según averigüé, fue el miedo que le metieron que si solo alimentaba al burro
con algarrobos, a base de cólicos se le moriría.
No está demostrado
que así fuese, pero lo cierto es que a los caballos se les da como golosina y
no como base principal de alimentación. Pues se ve que son extraordinariamente
energéticas, cosa que en tiempos de lo guerra civil, se aprovechó para fabricar
chocolate barato.
Por lo visto si se
les da recolectados sin secar, sí producen trastornos fuertes inclusive la
muerte por cólicos. Y éste debió ser su temor, ya que no pensaba gastar dinero
en piensos. Las algarrobas las tenía gratis.
Aquel verano
resultó accidentado. Tere y los niños, lo pasaron íntegro en Santa María,
mientras yo, debía acudir cada semana, dos días a Barcelona para atender al
despacho y control de las actividades de Ramón. Me anunció el problemón que le
causó Ibáñez con la constante baja producción de Trofeos.
La tienda
funcionaba a pleno rendimiento, pero la demanda de copas de diseño para
multitud de centros deportivos, se iba acumulando sin poder servir los pedidos.
Le dejé con su
problema ya que me pareció no era de mi incumbencia, aunque al final, lo fue.
Al volver a la
Urbanización, Tere me enseñó un eucaliptus partido por un rayo.
-Carlos ayer una tormenta con muchos relámpagos
destrozó este árbol, viéndolo desde la habitación con los niños. Pasamos mucho
miedo.
.
Planté unos
doscientos por la urbanización, para eliminar los poco decorativos algarrobos
que quedaban y además, formar oasis en las plazas. La ventaja de los eucaliptos
es que en un par de años ya adquieren gran altura y frondosidad de hojas, cuyo
aroma atrae y extermina a los mosquitos. Y eso también era de gran interés,
mientras no se desecaron totalmente las salinas infestadas.
Este contratiempo
inesperado, me hizo recapacitar. Si seguían tormentas de tal calibre, los
apartamentos peligraban.
Y otro día al
regreso de Girona, planificado el
desarrollo del negocio de congelados, muy entroncado con la organización de
Prat en Barcelona, de nuevo Tere estaba fuera de sí.
-Esta vez, te has librado de una desgracia, al no
quedarte a dormir conmigo.
-Cálmate, ¿qué ocurrió? .
Me trajo a nuestra
alcoba y me enseñó mi almohada, cuya funda, estaba salpicada de quemaduras. Y
la lámpara de la mesita, rota, con el portalámparas de cobre fundido.
Un rayo de las
muchas tormentas veraniegas que caían por la zona, cayó por la noche a la red del
tendido eléctrico aéreo. Tal debió ser su intensidad, que encendió todas las
luces de la vivienda, estando apagadas y mi lamparilla, seguro la de más ohmios
de resistencia, explotó cayendo el cobre fundido sobre lo que tenía que haber
sido mi cabeza, de haber pernoctado allí.
Fue un aviso. Me costó calmar a Tere, ya que jamás había sido
testigo de tal tipo de tormentas con aparato eléctrico. Y en esta ocasión, es
que la vivió, con una intensidad inusual incluso para cualquiera acostumbrado a ver caer rayos
en alta montaña.
El resultado de esta
descarga, lo absorbió la almohada que le
separaba treinta centímetros de ella.
Pensé de inmediato,
que los apartamentos requerían la instalación de un pararrayos. Lo elevaría veinte
metros por encima de su cubierta. Con ello se protegía un radio de cien metros
según los datos técnicos suministrados por el instalador.
Elegí el tipo de
pararrayos de tecnología más adelantada como era la de los radiactivos, salidos
al mercado pocos años antes.
Era aconsejable
doblemente su instalación, para los Apartamentos, el Restaurante y los chalets
circundantes, entre el que se hallaba el Niu-Blau, el nuestro.( Nido azul).
No demoré su
instalación, pues si no le proporcionaba confianza a Tere, se acababan nuestra
vacaciones. Mejor dicho las de ella con los niños ya que yo seguiría con los
mismos recorridos kilométricos de Girona a Barcelona y a Cubera. Mi labor era
la misma pernoctara donde pernoctara.
El colmo resultó al
finalizar el verano, cuando creímos dos meses después de instalar el
pararrayos, estar a salvo de las tormentas.
Me vendieron el
artefacto como radiactivo, cuya punta de platino, resistía la entrada de rayos
que produjeran temperaturas de hasta mil quinientos grados. De no ser material noble,
pocos rayos resistiría un cabezal. Motivo que encarecía enormemente su precio.
Sin embargo vista
la descripción del aparato, no era platino lo que emitía la radiación y atraía
al rayo a su cabezal, sino una punta de Americio, el isótopo 241, que era
radiactivo y estaba patentado y promocionado por ENRESA.
¡Vaya timo!.
Tere me estaba
indicando como venían las tormentas, a semejanza de la que aquella tarde
contemplábamos la familia entera desde el chalet.
Un estruendo ensordecedor
lo oímos casi inmediato a un chispazo por caída de un rayo a uno de los postes
de hormigón de dos metros altura, que enmarcaban nuestro recinto.
Vimos claramente,
como quedaba partido. ¿Y el pararrayos?.
Esto es lo que
cuarenta años después supe:
Pararrayo
Radiactivo.
En 1923 el físico Gustavo Capart, colega de los hermanos Curie, patenta el primer pararrayo radiactivo provisto de radio 226 publicitando que este nuevo pararrayo protegía hasta un radio de 100 metros. Desde esa fecha se empezaron a instalar a nivel mundial, hasta que en 1962 el científico Muller Hillebrand. y H. Baatz, realizaron estudios con respecto a estos pararrayos radiactivos, su estudios mostraron a la comunidad científica que los pararrayos radiactivos eran no sólo un engaño (a causa de su tan promocionado radio de protección de 100 metros) sino también por el riesgo radiológico con consecuencias cancerígenas.
Por esta razón a partir de 1985 se inició el desmontaje de los pararrayos radiactivos a nivel países desarrollados y el nuevo material radiactivo (americio 241) fue devuelto a Inglaterra, país que la producía. Inglaterra al verse inundado de su propio material radiactivo, apunta a países lejanos a Europa como terreno propicio para deshacerse sus productos nocivos, es así como llega al Perú, sin embargo, recién en el año 2001 el Ministerio de Energía y Minas prohíbe el uso de estos pararrayos y hasta el día de hoy el IPEN no obliga, con mano dura, el retiro de todos los pararrayos radiactivos, a pesar de significar grave riesgo para la salud y el medio ambiente.
En 1923 el físico Gustavo Capart, colega de los hermanos Curie, patenta el primer pararrayo radiactivo provisto de radio 226 publicitando que este nuevo pararrayo protegía hasta un radio de 100 metros. Desde esa fecha se empezaron a instalar a nivel mundial, hasta que en 1962 el científico Muller Hillebrand. y H. Baatz, realizaron estudios con respecto a estos pararrayos radiactivos, su estudios mostraron a la comunidad científica que los pararrayos radiactivos eran no sólo un engaño (a causa de su tan promocionado radio de protección de 100 metros) sino también por el riesgo radiológico con consecuencias cancerígenas.
Por esta razón a partir de 1985 se inició el desmontaje de los pararrayos radiactivos a nivel países desarrollados y el nuevo material radiactivo (americio 241) fue devuelto a Inglaterra, país que la producía. Inglaterra al verse inundado de su propio material radiactivo, apunta a países lejanos a Europa como terreno propicio para deshacerse sus productos nocivos, es así como llega al Perú, sin embargo, recién en el año 2001 el Ministerio de Energía y Minas prohíbe el uso de estos pararrayos y hasta el día de hoy el IPEN no obliga, con mano dura, el retiro de todos los pararrayos radiactivos, a pesar de significar grave riesgo para la salud y el medio ambiente.
Parejas
perdurables (continuación 63 a
)
Hay que ver como crecen los enanos. Cuando se entera uno
de los sucesos ajenos de tal índole, deduce que por descontado, es imposible le
sucedan a uno mismo.
Hasta que le toca el turno. A mí me tocó no el turno,
sino un repiqueteo a través de los años.
Ya que hablé de Felipe, a él me referiré ahora.
Todo empezó con mi necesidad de mejorar la economía para la subsistencia decente
familiar.
Me propuse convertir unas fincas rurales abandonadas en
los confines de dos municipios colindantes, en una urbanización. Se esperaba
que la labor a ejecutar, sumada a una pequeña inversión, sería recompensada con
los beneficios de plus valía.
Era, o sigue siendo una fuente económica social.
Intervienen en la captación de tributos el Estado, Urbanismo, Los Municipios,
el amplísimo ramo de la construcción, los transportes, las fábricas de muebles
y electrodomésticos, y una serie de industrias anejas.
La cantidad de mano de obra, es colosal. Y un promotor
como fui, sin ser consciente de ello, estaba contribuyendo a la economía
Nacional de modo significativo.
Todo trae consigo riesgos. Ante la bárbara competencia
existente, una urbanización con futuro, era la que dispusiera de un máximo de
instalaciones urbanas. Los servicios primarios eran el suministro mediante red
eficiente de agua, electricidad y red viaria consolidada.
Luego venían las
instalaciones deportivas, y por descontado la restauración y zona comercial.
Cuando encargué a Orpí el proyecto de los apartamentos
Gemini, contaba con tres pólizas de crédito bancario de tres bancos para fines
concretos, pero que usaba a diestro y siniestro, mezclando conceptos. Las tenía
con escaso uso, ya que para mí eran un seguro contra posibles eventos negativos
como los de las letras devueltas por clientes.
Estas cuentas las llevaba exclusivamente yo, ajenas a la
manipulación de los contables de los negocios, a los que permitía acceder solo a cuentas corrientes.
Y eran estas pólizas las que una y otra vez, servían para
equilibrar desfases en las usuales cuentas de los negocios.
Siempre llegaban los negocios a fin de mes con las arcas
semivacías. No había manera de lograr los cobros de clientes a tiempo para
cubrir nóminas. Y lo curioso era que a pesar de tales desfases, los resultados
eran positivos. Un misterio.
Pues disponiendo de saldo positivo de las pólizas,
suficiente para la construcción, lo propio era llevarla a término cuanto antes.
Cada semana, se elevaba un piso de la estructura de
hormigón. Los sábados se retiraban los albañiles y yo mismo procedía a regar la
parte desencofrada para asegurar un fraguado perfecto.
El proyecto para economizar, no levantaba más que las
cuatro plantas permitidas sin ascensor. Y además las escaleras, al aire libre.
La superficie mínima de cincuenta metros cuadrados, era ideal para uso de un
máximo familiar de cinco personas.
Una cocina-comedor americana, un dormitorio doble,
un aseo y una sala con compartimento separable con un tabique móvil corrugable,
que de noche cerraba otro dormitorio.
Y la terraza cara al mar, y consecuentemente al sol, con
una superficie de nueve metros cuadrados, era el mayor atractivo.
Urdí un tipo de venta especial, que facilitara rápida
enajenación, sin gastos publicitarios.
Obtuve al finalizar la obra, el permiso municipal de “habitabilidad”,
tras haber declarado ante Notario la división de los dieciséis apartamentos del
Gemini I.
Con ello a la vista y una docena de copias de los planos,
los enseñé a los directores de los bancos, con una oferta de “alquiler, con
opción de compra”.
Se trataba de un contrato en el que el cliente aceptaba
por el módico importe trimestral de lo calculado como alquiler, que le sirviera
al cabo de máximo dos años, de entrada para la compra del mismo.
El alquiler lo establecí, como si fuera venta a veinte
años, de forma que representaba el pago de una hipoteca, pero sin gastos de
intereses bancarios.
Presumiblemente, era una oferta golosa, pues el bajo
precio podía darlo en base a los nulos costos de comercialización, amén que los
de financiación.
Se cumplió a medias lo propuesto, pues muchos temieron
que algo se escondía tras una oferta excepcional. Tres empleados de banco que
me conocían ya de años, fueron los primeros adquirentes, y Picot, comentando mi
oferta a amigos suyos de Girona, sin esperarlo avivó el deseo de convertirse en
propietarios a otros cuatro conocidos.
También se interesó Robino, que me pidió le reservara la
cuarta planta, para sus amistades.
Viendo pues que no me durarían mucho los dieciséis apartamentos
del primer Gémini, necesitando reservar el de Felipe, como guarda, antes de
activar la venta del resto, cedí uno a mis suegros.
Ellos salían ganando convirtiéndose en propietarios cuando
no esperaban jamás tal situación y menos al sacar de sus pequeños ahorros
disponibles, una alta rentabilidad.
Por nuestra parte, Tere y yo, nos beneficiábamos de
tenerles los fines de semana y los meses de verano, como si siguiéramos
viviendo en familia. Los niños tenían a sus abuelos para atenderles cuando se
ausentaba Tere.
La cuñada ya crecidita, también resultó una excelente
embajadora de la Urbanización. Acudía con frecuencia con sus amigas, que a la
postre trajeron a sus amistades. Santa María iba adquiriendo la faz que
deseaba. Una real urbanización consolidada, con unos solares muy revalorizados,
al haberse liquidado más del cincuenta por ciento de los proyectados, y un diez
por ciento edificado.
Lo que ignoré hasta un par de años después era el trato
privado que los amigos de Picot, tuvieron con Felipe.
Según la idea de los avisados compradores opcionales de
una planta entera, había sido la de pedir un crédito personal por valor de dos
años de alquiler de los apartamentos, con lo que se sentían capitalistas.
Tenían el dinero prestado y una futura propiedad, a la
que le sacarían rédito, subarrendandola.
Si ellos vivían en Girona, no podían atender las
funciones de arrendatarios y menos tener en condiciones habitables para los
clientes pasavolantes. Era de cajón, pues, tratar con Felipe, a mis espaldas.
Entregaron las llaves a Felipe y le prometieron unos
emolumentos por su servicio.
Esto ya de haberlo conocido a tiempo, hubiera sido causa
para despedir a Felipe, pero ignorándolo, el uso que dieran los arrendatarios de
los apartamentos, no era de mi incumbencia.
Por lo visto, los Gerundenses, avisados, no tenían tantas
luces como eran de prever. No calcularon, que cada trimestre debían atender a
su propio crédito de la Caixa, más el alquiler de mi contrato. Y que los
alquileres que sacaba Felipe, eran de un solo trimestre anual y muy
excepcionalmente por el de algún fin de semana invernal.
Al segundo año, que era cuando podían decidir la
adquisición definitiva, consideraron que su capacidad administrativa de
recursos bancarios, no llegaba a tanto. Me cancelaron el contrato.
Al pedirles la devolución de las llaves me enteré al fin que
las tenía Felipe a quién las cedieron
para su uso. Tampoco dí mucha importancia a tal anomalía, pero ya me prevenía
de la actitud de mi guarda infiel.
Entendí el motivo por el que aquellos apartamentos
estaban concurridos con gente desconocida, incluso en invierno.
Al pedir cuentas a Felipe por el abuso, me dijo que aquellos
apartamentos eran de él y que no tenía porqué darme las llaves.
¡¡¡¿¿!!?? Quedé descolocado. Ante su aplomo al verter tal
insensatez, creí estar soñando. ¿Sabía Felipe quien era él y quien era yo?. O
tenía que preguntarme lo contrario. ¿Quién era yo, y quién era él?.
Parejas
perdurables (continuación 63 b
)
Por enésima vez acudí a Rodriguez. Por lo visto me metí en
el extraño mundo de los negocios plagado de escollos.
Entre pillos, estafadores, abusos de poder, prepotencia
de los regidores, arbitrariedades de los comerciantes, e inconscientes, como
Felipe, era imposible seguir con mi idiosincrasia.
Yo no cambiaría el mundo, pero el mundo se me comería a
mí. Mi decisión de abandonar se fortalecía. Quería desprenderme de todo y
aceptar cualquier trabajo por humilde que fuera, pero donde careciera de
responsabilidad.
No es nada fácil desligarse de las tramas urdidas sin
involucrar a socios, amigos, subordinados, e incluso a la propia familia.
Si no quería ser también yo motivo de perjuicios a las
personas que confiaron en mí, tenía que desprenderme de los negocios
paulatinamente con prudencia.
No esperaba que tal prudencia, se precipitara tres años
después, en respuesta obligada para defensa propia ante la justicia.
-Carlos,
te aconsejé que al guarda no le dieras más atribuciones que las del contrato
legal y eso de cederle temporalmente una vivienda, fue excederse en
benevolencia, que como ves ahora pagarás tu las consecuencias.
-Deja
ya de recriminarme que bastante dolido estoy y no deseo otra cosa que lanzar la
toalla. Si lo consigo, tu mismo, perderás un cliente, a mí.
-Bueno
parece algo inverosímil el comportamiento de un empleado indocumentado que se
adueñe de cuatro apartamentos de su patrono y además ocupe otro que graciosamente
se le cedió.
Rodriguez presentó demanda judicial a Felipe, que ni así
hizo caso. Erre que erre, aquellos apartamentos eran suyos, porqué le
entregaron la custodia los Gerundenses.
Presentado ante el Juez, para no proseguir con el
despropósito, Rodriguez formuló en conciliación un trato por despido de guarda,
junto a una compensación por desalojo de los apartamentos ocupados
indebidamente, como eran el de su familia en la planta baja y otros dos de la
planta de los gerundenses que cedió a parientes.
La compensación era la de darle un plazo de treinta días
para devolver las llaves y percibir cinco mensualidades normales con lo cual
podía buscarse la vida por otro lado. Y no volver a poner los pies por Santa
María.
Procedía con urgencia vender el resto de apartamentos
pero ya de contado.
No fue difícil. Se habían revalorizado y los compradores
no tenían ninguna dificultad en adquirirlos mediante hipotecas que les
facilitaba su banco.
Rodriguez me recomendó que me deshiciera totalmente de
esta propiedad. Cerré el recinto, reservé una parte del jardín para dieciséis
plazas de parking.
A los vencidos del contrato les propuse escriturar su
compra, ampliada a una plaza de parking, por un valor simbólico, mientras que a
los nuevos adquirentes les incrementé el valor real.
A continuación, nombré un administrador para el bloque
Gémini I, al que atenderían los dieciséis propietarios de los apartamentos con
las partes alícuotas comunes de cercado del recinto, jardín, fosa séptica, escalera, plazas de parking y
pararrayos.
Me sentí bastante aligerado al verme libre total del
primer bloque. Lo comenté a Prat, quien se interesó por el segundo bloque con
el restaurante. No lo pensé dos veces. Con tal de desprenderme de propiedades,
se lo ofrecí apenas sin beneficio.
Con aquel capital pude tapar los agujeros que se
avecinaban de la construcción de los Bungalowes y el fallo de la producción de
copas y trofeos realizados por Ibañez. Ramón me pidió que lo absorbiéramos en
plantilla y que siguiera la fabricación como hasta entonces había cumplido.
Para ello tuve que aportar una respetable inyección de
capital con el que se adquirió una tonelada de plata en lingotes de kilo.
Tenía material para manufacturar su producción durante más
de un año.
Esto era un retroceso ante mi plan de extinción de
negocios, pero si no atendía, se iba al garete el negocio de Ramón, con lo cual
se perjudicaba él, la plantilla de empleados, respetable en número y de nuevo a mí mismo.
La compra del bloque Gémini II, cambió la relación con
Prat.
Coincidió con la aparición en el mercado del congelado de
una multinacional FINDUS. Adquirida el año 1970 por Nestlé, adquirió gran
relevancia en el mercado español, con una competencia imparable.
La cantidad de pequeños industriales elaborando croquetas
y productos de pastelería, proliferó hasta la saturación.
Seguro que ya era habitual y de dominio de los
fabricantes, el proceso de aserrar carnes y pescados y convertirlos en croquetas. Las ventas se incrementaron lo indecible por ser un consumo casi
imprescindible por el público. Le costó estos años para ser un consumidor habitual
de congelado, pero ahora, la demanda se la satisfacía una exagerada cantidad de
empresas, por lo que tocaba menos venta para cada una de ellas.
Prat prefirió dar un giro al reparto al detall de
congelado, vendió sus instalaciones y montó nueva sociedad en Santiga, cerca de
Sabadell, en un polígono industrial donde alquilaban cámaras frigoríficas y los
impuestos municipales estaban subvencionados.
La nueva empresa, ampliaba su actividad comercial a todo
tipo de representaciones, como la que ya tenía del Whisky, y unas marcas de
vino del Penedés.
Picot, acusó también el estancamiento en la venta de
croquetas y se fijó en el tipo de productos que ofrecía Findus. Se trataba de
dar la vuelta a la competencia. Teníamos una gran cámara que para ser rentable
debía estar durante todo el año, con un movimiento medio de su capacidad.
Lo propio era también nosotros en convertirnos en
industriales y precisamente ofrecer productos no habituales y que Findus no
produjera. Las patatas de Olot, eran famosas en la región. Procedían de lugares
de la Garrotxa, comarca de la que Olot es la capital. Luego esta sería una
novedad.
Las imaginó rellenas de carne picada de cerdo para el público en
general y con carne de ternera, para el público más general en que entraban los
musulmanes.
Esta idea tardó en poder llevarse a cabo, pero al cabo de
unos años, ya no siendo socio yo, tuvo un éxito arrollador.
Lo que le ocurrió con tales cambios en sus actividades a
Prat, resultó un descalabro que aun y siendo él responsable, no se merecía el
ensañamiento al que le sometió el abogado de su socio partícipe de la mitad de
la empresa que vendió, para crear la nueva en Santiga.