jueves, 14 de julio de 2011

Parejas Perdurables (continuación 49)

Regresar a Barcelona después de un fin de semana de recreo, era complicado en aquél tiempo y sigue siéndolo en el día de hoy a pesar de las mejoras en la red viaria, ampliaciones en las calzadas, creación de autopistas, eliminación de pasos a nivel y nuevos túneles en montañas.

Todo inútil puesto que el parque móvil, fue creciendo a la par.

Viendo cómo se dificultaba la salida de Santa María para ingresar a la carretera general, decidí repostar en Sitges, ya que a su entrada se ubicaba una gasolinera con muchos surtidores y haría la espera ágil, contra lo que sucedería si pretendía ir en sentido contrario para hacerlo en la gasolinera de Cubera, que luego otra vez hubiera tenido dificultad de nueva incorporación.

El Dodge, andaba con la reserva de gasolina, pero no tenía que circular más que dieciséis kilómetros.

Claro que consumía veintiún litros a los cien, por lo que con cuatro litros que quedaran a la reserva, era suficiente.

Primer error. La reserva no daba idea de si iniciaba, o llevaba así bastantes kilómetros.

Segundo error. El motor consume gasolina incluso parado el coche, pero en ralentí.

Tercer error. El consumo de arranque, es superior al de mantenimiento a velocidad de régimen.

Cuarto error. La batería, permitía un número limitado de arranques cuando se realizaban sin reposición por la marcha del vehículo.

Cada uno de estos considerandos, me eran conocidos. No era ningún conductor novato. Pero inimaginable me fue que una ver incorporado en la caravana, tuviera que permanecer un tiempo parado.

A la que los vehículos adelantaban, avanzaba los pocos metros que permitían y de nuevo a esperar.

Esta operación la realicé tantas veces a motor parado como a ralentí, pues según lo que parecía cada momento la espera podía prolongarse mucho, por el contrario otras se acortaba.

No comprendía el porqué. Sin embargo al ver de lejos la gasolinera, también vi el motivo de las alternancias.

El paso a nivel del tren tenía la barrera cerrando el paso. Allí pasaban todo tipo de trenes. Los expresos, los de mercancías, los de rodalías y los de intercambios.

Esto vi y entendí las consecuencias en la caravana de la que participaba. Pero también noté el horror, al no lograr arrancar el coche de nuevo. A base de usar el demarré, avancé algo intentando salir de la comitiva en una breve ampliación de la calzada. Casi lo logré, pero a unos diez metros la mole de dos toneladas de “Poder”, ya no pudo con el “Dodge”. Se acabó la gasolina y la batería.

Me apeé. Hice señas a los vehículos que me seguían. Me entendieron y ayudaron a ganar el trecho que faltaba para salir de la caravana.

Como el peso era considerable, se apeó toda la familia y empujando los desconocidos conductores, con la buena voluntad también de Tere, conduje al arcén el que a partir de aquél momento, consideré como el “maldito Dodge”.

Llegué a la gasolinera, pedí la lata más grande que tuvieran a disposición llenándola de gasolina y un carrito, para conducir una batería para recargar la mía. Tuve dificultad para esta operación de regreso al coche. La caravana era densa. Tuve que sortear vehículo a vehículo, antes no llegué al ensanchamiento del arcén. Y además, recibir improperios de los conductores que creían que era el causante del atasco. No se calmaban hasta que por sus propios ojos, divisaban la barrera del ferrocarril.

Resuelto el problema, tuve que seguir el calvario de reincorporación, llegada a la gasolinera, devolver la batería y llenar a tope el tanque de gasolina.

Al cruzar las vías del tren vinieron los recuerdos de cuando allí mismo, con mi ayudante unos años atrás, nos dormimos.

También era un incordio la barrera, aunque no con la exageración de este lunes fatal. Habíamos realizado un trabajo de campo muy original en Hospitalet el Infante. En lo que llamaban Miami Beach. Lo que lo hacía famoso, más que el nombre era el condenado viento intempestivo, constante.

http://www.youtube.com/watch?v=WeIOhL2cn_8

Con la esperanza de realizar nuestro trabajo en condiciones, dado que se trataba de fincas del interior, estuvimos más de una hora perdiendo el tiempo. Era inútil. El viento soplaba igual racheado. El taquímetro, a causa de la resistencia ofrecida por el trípode al viento, se mantenía vibrante.

Imposible realizar lecturas. Estuvimos a punto de marcharnos y volver otro día.

Un lugareño, se jactaba que daba lo mismo. Allí el viento soplaba aunque hubiera calma chicha por las inmediaciones, desde enero a Diciembre.

Al fin decidimos prescindir del taquímetro y realizamos el trabajo de medición con cinta métrica, nos ocupó cinco horas.

Era tardísimo cuando agotados y con apetito, regresamos al despacho. Pero evitamos tener que volver en otra ocasión con la duda de encontrarnos en las mismas condiciones adversas.

La barrera del ferrocarril nos pilló justo en el momento en que íbamos a cruzar las vías. Nos quedamos allí aguardando. Incomprensiblemente tardaba en levantarse sin cruzar tren alguno. Mal cálculo, o exceso de prudencia. La realidad fue que nos dormimos los dos.

Unos estridentes bocinazos, nos rescataron de los brazos de Morfeo y excusándonos, seguimos sin más novedad.

El mal trago proporcionado por el Dodge, con su extraordinario consumo para otorgarle el calificativo de Poder, acabó con la poca simpatía que me proporcionaba circular con vehículos espectaculares solo útiles para satisfacer la vanidad de los pretenciosos.

Devolví a Gómez el coche, encareciéndole que para las próximas remesas de renovación de los vehículos para alquiler, se ciñera a coches de mejor rendimiento económico. Al fin y al cabo eran los comerciales de mayor demanda.

Por mi parte la experiencia de devolver y recoger una y otra vez los vehículos cuando los precisaba, me resultaba cargante.

Mi cambio de opinión se efectuó por asimismo un cambio de circunstancias. Antes de mi accidente en Garraf, llevaba mucho tiempo, en que sólo lo necesitaba algún día que otro entre semana y los fines, pero precisamente mientras opté por prescindir del fijo en propiedad, lo necesité a diario y preví que con los trabajos acumulados en cartera, esta circunstancia sería de larga duración.

Al cominicárselo a Gómez, me hizo una propuesta, que reunía unas características que de entrada parecían inmejorables. Entrando en detalles, tuve que sospesar la parte legal.


Parejas Perdurables (continuación 49 a )

Según Gómez, se veía obligado a cobrarse de un antiguo cliente, presunto futuro socio, mediante la adquisición de un Mercedes matriculado en Andorra, donde él residía. Las promesas de aporte capital fallaron y al final, se salió del negocio de coches de alquiler, con fuerte cantidad debida al negocio.

Gómez, asimismo sin capital para seguir, me propuso intervenir en el negocio, como así lo hice y tampoco disponía del líquido necesario, para finiquitar el precio del Mercedes en Andorra, ni mucho menos para legalizar la entrada del vehículo a España.
En aquél tiempo, los vehículos de procedencia extranjera, pasaban unos rigurosos controles, que aparte de ser buen negocio para la Aduana, dotaban a los usuarios propietarios de tales vehículos de gran prestigio a los ojos de quienes no podían permitírselo.

Se trataba de un mercedes rojo, para mejor pasar desapercibido y de dimensiones también modestas como las que permitían traslados de camillas, además de seis ocupantes pasajeros y un subpiso con capacidad de equipaje superior al antiguo Seat 1500. Y al ser Diesel, un consumo mínimo. Con tanque que permitía autonomía 500 Km.

Las características mecánicas eran ideales para una familia como la mía. No lo eran según mi criterio por lo ostentosas, que harían (y así ocurrió siempre), dar la sensación de pertenecer a un potentado.
Gómez estaba dispuesto a renunciar a su parte contributiva, poniéndola a mi disposición, en atención a que le salvé el negocio sustituyendo al deudor.

Muy tentadora era la oferta y me puse en contacto con agencias de importación. No acabaron de aclararme ni el costo total de la operación por entrada del coche a España y matriculación a mi nombre, ni el tiempo que en ello invertirían.
Sin embargo, a todas luces sería menor que la mitad del precio que se pagaba por los Mercedes similares que circulaban recientemente por Barcelona.
Y para que no desistiera de la operación, el agente de importación, soltó lo que para él debía ser razón definitiva para tal adquisición.
Los vehículos así importados, eran INEMBARGABLES.

¿Es que era premonitorio?. Por mis conocimientos la cantidad de Empresas constructoras o Urbanizadoras que se iban al garete, superaban lo racional.
Los promotores de los que tuve noticias, dentro de sus peculiaridades, acabaron con suicidio, con ingreso a la cárcel, con desaparición del mercado, con absorción por otras sociedades, y….con embargo de sus bienes.

De todo lo conocido, lo único que temía yo, era fracasar en la culminación del proceso urbanístico de Santa María y perder todo lo ganado con mi trabajo y organización.
Claro, ésto sería lo que agoraba mi agente importador.
Adelantándome a los acontecimientos a este respecto, recuerdo una de las consecuencias de haber optado por quedarme con el Mercedes.

-La documentación, por favor.

Un guardia civil, nos paró antes de entrar en el área de peaje. Otro, le secundaba metralleta en mano, y otro se dirigía a más coches, invitándoles asimismo a someterse a control.
Entregué mi DNI y el de propiedad del Mercedes.

-Los DNI de sus acompañantes, también.

-¿Ha ocurrido algo especial para que inspeccionen tan a fondo?

-Nada, es un control rutinario.

¡Seguro!. Lo máximo que llegué a comprender era que aquél guardia civil, únicamente conocía la acepción de “rutinaria”, por realizarse en la ruta de los viajeros. Pues otra cosa, no sería. No estaba acostumbrado a que en mis ya miles de viajes aparecieran guardias con metralleta en ristre.
Esto se pasaba de castaño oscuro. Íbamos como siempre a primera hora de la mañana dirigiéndonos hacia nuestro destino habitual. Sin embargo era la primera vez que una inspección de estas dimensiones alteraba nuestro itinerario.
Nos fijamos que seleccionaban coches. Sólo paraban a los de color rojo. ¡ Vaya coincidencia!.

-Carlos, pon la radio. Si ocurrió algo siniestro lo comentarán.

Hice caso a mi ayudante. Tras breves instantes de acabar con un anuncio publicitario, el locutor dio la noticia.
A primera hora de la mañana, unos atracadores asaltaron la furgoneta que traía monedas fraccionarias, para cambios de los cajeros en los mercados de Grandes superficies.
Se llevaron a punta de pistola, catorce sacas de cincuenta kilos cada uno, conteniendo lo que debían ser monedas entre cinco, diez, y veinticinco céntimos de peseta. Calculaban que ascenderían a cinco millones de pesetas.

Una vez liberados del encierro en el propio Hipermercado del Prat de Llobregat, los empleados del transporte del dinero, denunciaron que cuatro individuos a cara descubierta, les intimidaron cargando las catorce sacas en un vehículo rojo.
¡Ajá!. Entendido todo. El atraco se perpetró, apenas una hora antes de pasar por este control.

No fue solo este percance que tuve por tan llamativo coche, pero en los catorce años que lo conservé, realizó una labor que no la habría conseguido con otros vehículos. Su rendimiento por economía en consumo y por utilidad variada manifiesta, compensaba con creces los inconvenientes.

Sí visto ahora, resultó más un acierto que un error dar conformidad al gestor para iniciar los trámites. El coste del trámite ascendió a cinco veces lo normal para un vehículo Nacional, o extranjero pero de segunda mano y matriculado en España.
Y eso era una minucia. Lo retuvieron en la frontera, durante el trámite que duró cinco meses. Luego el garage donde se ubicaba estos cinco meses, me cobró pupilaje.
Y la puesta a punto tras tanto tiempo de hibernación, me la cobró un taller de Barcelona a precio de millonario.
Cualquier cantidad que hubiera requerido Gómez como acreedor del antiguo socio, hubiera representado la anulación total del beneficio por precio bajo como resultaba en Andorra.

En fin, para compensar tal insignificante beneficio monetario en la adquisición, Gómez, me propuso un paliativo. Adquirir antes de embargar un edificio de cuatro plantas y local industrial en San Juan de Malta, afectado por el plan de remodelación de la zona, ya que estaba a punto de prolongarse la Diagonal de Barcelona para su llegada al Mar.

Pues esto resultó otro afer. Y ya estaba por demás dar detalles a Tere. Más bien llevaba tiempo en que se desentendía de los negocios. Estaba concentrada en el hogar y la atención de nuestros hijos.


Parejas Perdurables (continuación 49 b )

Según contó Gómez, invirtió su dinero en la hipoteca del edificio de la calle San Juan de Malta. En él vivían en cuatro pisos, inquilinos todos mayores, rayando a ancianos, más el piso principal, en el que residía la madre de un cliente, viuda y propietaria del inmueble.

La planta baja, estaba alquilada a una industria de recubrimientos metálicos. Disponía de un permiso para la galvanotecnia y electrólisis, pronto a caducar que el Ayuntamiento al estar el edificio afectado, ya no lo prorrogaría.

El alquiler era para el industrial, extraordinariamente bajo, aunque ascendiera a tres veces lo que pagaba el resto de inquilinos juntos. Por ello, no mostraba disposición alguna en abandonar el local, aunque se hallara en precario.

Los demás inquilinos, iban desapareciendo por extinción de contrato, o por óbito, dada su avanzada edad.

Aguardando la disponibilidad del edificio, el hijo de la anciana propietaria, un manirroto, se fue hipotecando, mientras no podía vender el edificio.

Recién fallecida la propietaria, su hijo pródigo desesperado, iba a gastar su último cartucho para obtener dinero.

Con tal de eximirse de los gastos de herencia, estaba dispuesto a ceder el edificio por un millón de pesetas netas. Significaba que entre la cancelación de la hipoteca existente y las deudas al fisco, así como las de cambio de titularidad, el nuevo adquirente apechugaría junto a lo que pretendía cobrar, ascendería la inversión a una cifra cercana a los tres millones.

Consulté los valores del Catastro y en que punto se hallaba el proyecto de reparcelación urbano en el Ayuntamiento. A pesar de que en un próximo año, no determinado aún, se procediera a su derribo, el simple valor del solar superaba con creces esta inversión.

Pero ello no se lograría antes de que el edificio, se hallara totalmente desocupado. Mientras disponía de los ingresos procedentes del inquilinato.

Pareció interesante invertir en este inmueble, y pasé la orden a mi gestor para ultimar los requisitos de su adquisición.

El día previsto para la transacción en la Notaría, llenamos el despacho del Sr. Notario, entre su secretario, el vendedor, yo como adquirente, el gestor, Gómez, el contable de Usama y un desconocido, acompañante del vendedor.

No me pareció oportuno preguntar por aquella intromisión en un acto privado, ya que también a mí me acompañaban el gestor y el contable de Usama, que poco tenían que ver con el vendedor. Mi interés en asegurar que la operación, era la de que no se desviara mi compra por derroteros imprevisibles. El edificio pasaría a nombre de Usama, pero yo particularmente, lo gravaba con nueva hipoteca asimismo de un millón. Era la manera de no descapitalizarme.

El gestor, estaba en contacto con un dependiente suyo, desplazado al Registro de la Propiedad. Su misión era que en cuanto la función protocolaria de la compra-venta llegara al punto de la firma, desde el Registro el empleado, daría su visto bueno, al cotejar los gravámenes existentes en esta propiedad.

De aparecer algo no declarado por el vendedor, desistiríamos en la operación.

Todo correcto, a las doce y pocos minutos, firmamos y el sr. Notario, procedió a encargar una copia auténtica, para rápidamente, acudir al Registro de la Propiedad, ya que a las trece horas cerraban la admisión de documentos, hasta la mañana siguiente.

La escritura, en la Notaría, llevó su tiempo en protocolizar. La transacción era compleja. Se requería un precio de venta, que se abonaba al vendedor, mediante el millón en metálico, y el resto, cancelando hipoteca existente, mas gastos por embargos Municipales.

Y una segunda escritura, se efectuó en la que para extinguir cargas, hipotecaba por un millón a la propiedad de Usama.

Total, a pesar de salir el contable con las escrituras de la Notaría y tomar un taxi, llegó al Registro a punto de cerrar.

Comentó que le atendieron merced a que cuando llegó él al mostrador, estaban ultimando una nota del cliente que le precedió. De no darse esta circunstancia, no le hubieran admitido los documentos, hasta el lunes siguiente.

Mi gestor y yo, nos tranquilizamos por el éxito habido, ya que tantas precauciones tomamos. Pues no. Al atender los gastos Notariales quince días después, se descubrió el pastel.