Parejas Perdurables IIª parte
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¿Es que las leyes de probabilidad se ensañan conmigo?. El CIR nº 1, en Colmenar Viejo, fue el que tocó en suerte cumplir el servicio militar, a mi segundo hijo. Nos llamó para que le viéramos desfilar el día de la Jura de bandera. Y nada menos con el orgullo de ser Cabo 1ª, y haber realizado la instrucción del Cetme, alcanzando la mayor puntuación de su grupo.
En verdad, ni a mí, ni a ninguno de mis hijos nos ilusionaba para nada lo relacionado con la milicia, pero ya que se trataba como en su día me tocó a mí en Alcalá de Henares, cumplir con la Patria, al menos saber que tenía un hijo que algo destacaba de sus compañeros me complacía.
Preparé el viaje, al que se apuntó la que era su novia y hoy su mujer, madre de mis dos nietos que por fin se libran de la mili, por declararse obsoleta y útil solo para voluntarios profesionales.
El viaje en coche se nos hacía pesado, por coincidir con uno de los días más calurosos de aquél verano. Y se trataba de quinientos kilómetros, no precisamente de autopistas, que por aquél tiempo escaseaban.
Sudorosos, mi actual nuera y yo, nos apeamos del coche una vez avistado un hueco para aparcar en la enorme explanada, pero ocupada por cientos de vehículos de otros tantos visitantes. Mi mujer, más gozosa que nunca, carente de la mínima muestra de sudor, bendecía aquella calurosa mañana.
Inexplicable pero así nos conocimos Tere y yo y así sigue igual : adora el calor cuando yo lo detesto por empaparme la poca ropa de vestir en verano, mientras se acurruca con ropa de abrigo exagerada, por el frío invierno, cuando yo con el simple traje chaqueta, me siento suficiente abrigado.
Pero esto no me importaba tampoco. Estaba dispuesto a disfrutar del espectáculo y ver lo que podía haber variado del tiempo en que era yo, actor y no espectador. Lo que me paralizó, fue ver como a mi lado aparcaba otro coche, del que se apeaba mi antiguo contable al que le vendí el 2 CV.
Recordé que tenía un hijo de la misma edad que mi segundo, y procediendo ambos de Barcelona, la probabilidad de que les tocara cumplir con el servicio a la Patria, en este centro de reclutas, era muy alta. Ningún problema. Eso se entendía. Pero que en una explanada de cientos de metros, con varios cientos de vehículos aparcados, tocara a este odioso personaje a mi lado, era una burla matemática del cálculo de probabilidades.
No le podía ver ni en pintura, por la desfachatez que gastó conmigo, doce años atrás. El coche que aparcó a mi lado, casi deseoso de que lo viera, no era el 2 CV Renault, sino un flamante Seat de mayor potencia y tamaño. Y lo adquiriría aportando como pago la diferencia entre el valor del nuevo y la entrega del viejo, que aún disponiendo de la documentación que le entregué, no me pagó jamás.
Llevaba una década sin contactar con él y le estaba olvidando merced a la absorción de todos mis sentidos que me exigía Tarter. Sin embargo, por lo visto Tere y la mujer del caradura, siguieron siempre en contacto telefónico, e incluso se veían en reuniones escolares, ya que ellas dos congeniaban y no era ella era la persona que nos estafó.
Con cara de circunstancias, tuve que tragar saliva, y dar la mano a aquella pareja indeseable.
No acabó aquí la cosa. Sin poder hablar claro ni a Tere ni a mi nuera, sacamos a colación la coincidencia y lo bonito que sería ver a tantos uniformados de caqui.
No supe desprenderme de ellos y tuvimos que aguantar dos horas entre la multitud dejando que las mujeres mantuvieran palique, en tanto que yo me distraía haciendo comentarios a descocidos, para no dirigirle palabra a él. Creo que lo entendió, pues él se dirigía de vez en cuando a comentarios con su mujer.
Una vez libres de la parada militar, nuestro hijo resultó la salvación. Nos reunimos con él, ya que quiso mostrarnos el barracón que ocupaba por su rango de Cabo 1ª. Nuestos indeseables vecinos de aparcamiento, por fin se fueron con su hijo.
Todo el tiempo que pasamos allí, hablando con nuestro hijo y sus compañeros, estaba inquieto por ver como dar esquinazo y salir del aparcamiento, antes que apareciera la amiga de Tere y se enzarzaran de nuevo en comentarios sobre nuestros creciditos vástagos.
Estaba ya con la marcha atrás para salir del aparcamiento cuando Tere dijo:
-Carlos, párate. Vienen Mercedes y su marido. Vamos a despedirles.
- Ya lo harás por teléfono en Barcelona. No me atolondres que a lo mejor les piso.
Ignoro si ellos nos vieron partir, pero a mí aquél tipo se me atravesaba. Tanto es así que la comida que tomamos en un restaurante de la carretera, se me indigestó.
Saludos de Avicarlos
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