jueves, 16 de febrero de 2012

Parejas Perdurables IIª parte (8)


Parejas Perdurables II parte.

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Raro fue, pero a pesar de llegar al mediodía al Balneario, de nuevo con calor desmesurado según le correspondía por la época estival y quizás por el incipiente cambio climático, nos apeteció nadar en la piscina de agua termal.





Luego vino la ducha con agua fría y salimos frescos como una rosa. Así, dimos un paseo por los jardines, sin desentonar. Formamos un todo con la naturaleza.

-Aquí, se respira una tranquilidad que no me la concedió, ni la contemplación de los parajes de Torreciudad.

-Si lo analizas, Tere, es que allí estábamos envueltos con la masa turística, nada apacible. Ni al recrearnos con las obras de arte del templo, podíamos sentirnos ajenos a la multitud. Niños incluso llorando por aburrimiento y otros por gastarse bromas mutuas, no parar quietos. El jolgorio, interrumpido con frecuentes llamadas al silencio, no fueron lo más indicado para olvidar nuestra pertenencia al grupo.
Aquí, es distinto. Los clientes tienen nuestras mismas ansias de tranquilidad. Los grupos se enfrascan en conversaciones distendidas. Disfrutan como nosotros al enajenarse del mundo en estos bucólicos parajes.

Nos embarcamos en una de las tres piraguas del pequeño estanque. Los cisnes nos rodearon, seguramente por si les echábamos alguna migaja. Su belleza contribuía al bienestar que sentimos. Remando sin prisas, alcanzamos la orilla opuesta, donde los sauces llorones bañaban sus hojas extremas en el estanque.

A su sombra, nos tumbamos, resguardados de los rayos solares y nos sentimos románticos como hacía tiempo no fue.

Al presentarnos al comedor, seguimos notando aquél ambiente apacible. Las mesas, casi todas ocupadas por parejas, destacaban por el lucimiento de las prendas de vestir de las señoras y la seriedad de las de los caballeros. No me atreví yo, presentarme en pantalón corto. Ni mucho menos sin corbata. Es que el silencio enmarcaba la actitud de los comensales.
El camarero que nos acompañó a nuestra mesa, nos recomendó en un hilillo de voz, el menú.
Imbuidos por aquél ambiente Tere y yo nos hablamos cuchicheando. Imaginamos que también era el proceder de los demás.

Subimos a nuestra habitación, donde después de breve descanso, al que llamamos “mitgdiada”, nos mudamos con ropa campera y seguimos recorriendo los parajes del balneario. 
Un corro de tres parejas, jugaban a la petanca. Otro grupo, más atrevidos en la cancha de tenis. Más allá parejas solitarias daban a suponer que se echaban flores.










Nos anunciaron que después de la cena, podíamos asistir a la sala de baile, donde una orquesta actuaba tres días a la semana y hoy tocaba.

A Tere también le entusiasmó. Yo simplemente por complacerla, volví a vestir lo mejor de mi atuendo, muy limitado por la función que nos propusimos en disfrutar de un viaje aventurero impensado en acudir a festejos sociales.
Prescindiendo de mi innato temor al ridículo por realizar movimientos rítmicos al son de los compases, saqué a Tere a bailar. No me hubiera perdonado nunca, omitir tal protocolo, igual que cuando éramos novios.
Era una situación bien distinta. Antes por motivos egoístas y acaramelarla tragaba mi vergüenza. Ahora, por complacerla demostrando que la quería.
La música asimismo plácida y de compases lentos, seguía invitando al público a hablarse en susurros.

A media noche finalizó el festejo y pasamos a nuestro aposento decorado con exquisitez, para complementar la agradable velada. La disfrutamos mucho mejor que la noche rara, rara, de nuestra boda. 
Al menos esta vez, las duchas que tomamos, eran controladas, no como la resultante del bravío Mediterráneo echándose sobre nuestras cabezas. Y la consiguiente amigdalitis de Tere, que acabó con nuestro viaje de novios.

Por la mañana asistimos a las sesiones relajantes de terapias distintas, entre las de agua a presión, las de barro, los masajes y de nuevo la piscina.
Total este segundo día aún lo pasamos mejor conociendo todas las instalaciones, el trato del personal y la asistencia a cualquiera de nuestras apetencias.

De repente a Tere, se le impuso un ansia por saber de nuestros hijos.
Llamando a su madre, se calmó, al poder hablar con ella y los dos peques. Todos de maravilla. Nadie nos echaba en falta. Y de los mayores, ni de J. C. en la mili, ni el segundo con sus Boy Scouts, ni los tres en Tirvia, nada se sabía.

-Mujer, que quieres que hagan si siguen su estancia normal, ¿telefonear a diario, que están bien?. La mejor noticia que puedes recibir es la de no haber noticias.


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