Parejas Perdurables II parte.
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Luego vino la ducha con agua fría y salimos frescos como una rosa. Así,
dimos un paseo por los jardines, sin desentonar. Formamos un todo con la
naturaleza.
-Aquí, se respira una tranquilidad que no me la
concedió, ni la contemplación de los parajes de Torreciudad.
-Si lo analizas, Tere, es que allí estábamos
envueltos con la masa turística, nada apacible. Ni al recrearnos con las obras
de arte del templo, podíamos sentirnos ajenos a la multitud. Niños incluso llorando
por aburrimiento y otros por gastarse bromas mutuas, no parar quietos. El
jolgorio, interrumpido con frecuentes llamadas al silencio, no fueron lo más
indicado para olvidar nuestra pertenencia al grupo.
Aquí, es distinto. Los clientes tienen
nuestras mismas ansias de tranquilidad. Los grupos se enfrascan en
conversaciones distendidas. Disfrutan como nosotros al enajenarse del mundo en
estos bucólicos parajes.
Nos embarcamos en una de las tres piraguas del pequeño estanque. Los
cisnes nos rodearon, seguramente por si les echábamos alguna migaja. Su belleza
contribuía al bienestar que sentimos. Remando sin prisas, alcanzamos la orilla
opuesta, donde los sauces llorones bañaban sus hojas extremas en el estanque.
A su sombra, nos tumbamos, resguardados de los rayos solares y nos
sentimos románticos como hacía tiempo no fue.
Al presentarnos al comedor, seguimos notando aquél ambiente apacible.
Las mesas, casi todas ocupadas por parejas, destacaban por el lucimiento de las
prendas de vestir de las señoras y la seriedad de las de los caballeros. No me
atreví yo, presentarme en pantalón corto. Ni mucho menos sin corbata. Es que el
silencio enmarcaba la actitud de los comensales.
El camarero que nos acompañó a nuestra mesa, nos recomendó en un hilillo
de voz, el menú.
Imbuidos por aquél ambiente Tere y yo nos hablamos cuchicheando.
Imaginamos que también era el proceder de los demás.
Subimos a nuestra habitación, donde después de breve descanso, al que
llamamos “mitgdiada”, nos mudamos con ropa campera y seguimos recorriendo los
parajes del balneario.
Un corro de tres parejas, jugaban a la petanca. Otro
grupo, más atrevidos en la cancha de tenis. Más allá parejas solitarias daban a
suponer que se echaban flores.
Nos anunciaron que después de la cena, podíamos asistir a
la sala de baile, donde una orquesta actuaba tres días a la semana y hoy
tocaba.
A Tere también le entusiasmó. Yo simplemente por
complacerla, volví a vestir lo mejor de mi atuendo, muy limitado por la función
que nos propusimos en disfrutar de un viaje aventurero impensado en acudir a
festejos sociales.
Prescindiendo de mi innato temor al ridículo por realizar
movimientos rítmicos al son de los compases, saqué a Tere a bailar. No me hubiera
perdonado nunca, omitir tal protocolo, igual que cuando éramos novios.
Era una situación bien distinta. Antes por motivos
egoístas y acaramelarla tragaba mi vergüenza. Ahora, por complacerla
demostrando que la quería.
La música asimismo plácida y de compases lentos, seguía
invitando al público a hablarse en susurros.
A media noche finalizó el festejo y pasamos a nuestro
aposento decorado con exquisitez, para complementar la agradable velada. La disfrutamos
mucho mejor que la noche rara, rara, de nuestra boda.
Al menos esta vez, las
duchas que tomamos, eran controladas, no como la resultante del bravío
Mediterráneo echándose sobre nuestras cabezas. Y la consiguiente amigdalitis de
Tere, que acabó con nuestro viaje de novios.
Por la mañana asistimos a las sesiones relajantes de
terapias distintas, entre las de agua a presión, las de barro, los masajes y de
nuevo la piscina.
Total este segundo día aún lo pasamos mejor conociendo
todas las instalaciones, el trato del personal y la asistencia a cualquiera de
nuestras apetencias.
De repente a Tere, se le impuso un ansia por saber de
nuestros hijos.
Llamando a su madre, se calmó, al poder hablar con ella y
los dos peques. Todos de maravilla. Nadie nos echaba en falta. Y de los
mayores, ni de J. C. en la mili, ni el segundo con sus Boy Scouts, ni los tres
en Tirvia, nada se sabía.
-Mujer,
que quieres que hagan si siguen su estancia normal, ¿telefonear a diario, que
están bien?. La mejor noticia que puedes recibir es la de no haber noticias.
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