Parejas Perdurables II parte.
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-¿Cómo se portaron los nenes?.
Preguntamos a la abuela. Nuestro regreso a Barcelona fue precipitado,
pues Tere padecía en la estancia en el balneario, por el desenvolvimiento de
los niños con su abuela.
-Contad a los papás las excursiones que hemos
hecho al Parque.
La verdad es que lo pasaron de maravilla, malcriados hasta lo
indecible. La abuela, les traía el desayuno en cama. Les colocaba los
calcetines, y en volandas, los llevaba al aseo todas las mañanas, les proporcionaba
juegos que una y otra vez desperdigados por el piso, se los recogía ella misma
para guardar.
Les ponía a la hora de comer, las cucharadas a su boca, les permitía
gritar, saltar, correr por el pasillo a sus anchas, en fin……. El desmadre total,
permitido.
En atención a sus desvelos, le propusimos que los días que nos
quedaban, antes del regreso de los mayores en colonias, fuéramos todos a
Palamós. Tere lo apetecía. Los efectos de abstinencia de aires marinos, con el
calor veraniego, se le agudizaban.
Y que los fines de semana, viniera también la cuñada, cuyas vacaciones
no podía realizarlas hasta setiembre por imposición de su empresa.
En esta ocasión, Tere disfrutó la estancia en playas de la Costa
Brava, con intensidad. La mejor niñera, su madre, nos acompañaba complaciéndo a
la familia entera.
Por mi parte, creí oportuno enseñar a nadar a la pequeña, pues era la
que faltaba para este aprendizaje y a sus cinco años, ya tocaba.
Lo que ocurrió, es que no se comportaba como anteriormente lo hicieron
sus hermanos. En cuanto no hacía pié, se me agarraba al cuello como una lapa.
No había manera de que me soltara por más que le prometía agarrarla yo
para que flotara. El forcejeo lo vio Tere que automáticamente vino a
llevársela.
-Carlos, no la obligues. Cuando le apetezca,
se atreverá.
Así fue. Días después tras contemplar como su hermano sin miedo alguno
realizaba chapuzones y se adentraba al mar, con cierta lejanía de la playa,
ella misma se atrevió. Luego ya me pidió, que realizara mi enseñanza de nadar y
hacer el “muerto” por si se cansaba.
No duró la placidez veraniega, para mí. Aquél primer sábado que vino
Conchi, mi cuñada, me intranquilizó. Dijo que tuvo una llamada de los
vendedores de Tarter, por averías en las instalaciones que suplieron
contratando a un fontanero electricista.
Tuve que contactar con ellos. En aquél tiempo, contactar con una
urbanización, sin teléfono fijo, era complicado. La era de los inalámbricos se
iniciaba, pero nadie de allí disponía de ninguno. Vista esta carencia, ahora,
treinta años después, se hace incomprensible. Raro es quien no dispone de su
propio celular. Mejor aún de su calculadora con un Ipod. Innecesarias las
cámaras, merced a estos modernos adminículos dotados además del acceso a
internet.
Dejé recado a las oficinas, para que llamaran al teléfono público de
Palamós a determinada hora de la tarde.
No nos pusimos de acuerdo en la manera de resolver problemas que a la
postre su resolución se cargaría íntegra a mi cuenta.
Los pocos días que quedaban de vacaciones, la familia los disfrutó,
pero yo lo pasé mal por la intranquilidad sobre los problemas que se me
presentaban en el Tarter y más por tener que disimular con sonrisas y
parabienes a la familia, evitándoles a ellos mi preocupación.
La petición por parte de los colonos, se acentuaba. Exigían disponer
de la electricidad directa con la compañía y que se les facturara el agua de
acuerdo a su consumo real.
Por aquél tiempo no había más de ochenta propietarios con su chalet
construido. Por el contrario eran un centenar los adquirentes de terreno sin
edificar y que se hallaban aún en curso sus plazos mensuales.
Lo que requerían, eran empresas suministradoras que contrataran los
servicios con ellos individualmente.
Ninguna empresa estaría interesada para una clientela tan exigua. Y si
era yo quien debía atenderles, hasta ahora lo hacía con un canon trimestral por
parcela que apenas me servía para atender las facturas de electricidad por
FECSA.
Como la reglamentación estatal del uso y distribución de agua y
electricidad, era altamente restrictiva, me impedía complacer a la vez las
exigencias de los usuarios y las de Urbanismo.
No tenía más remedio que presionar al Alcalde, que de una vez por
todas activara la legalización de Tarter, demostrando la influencia y eficacia
de su Diputado. Durante siete años, había brillado por su ausencia.
El desencanto lo obtuve con el notición del Alcalde.
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