Parejas Perdurables II parte.
Sigue 6
Salimos ya del camino sin rasguños perceptibles. Y eso por la óptima
calidad de la pintura que los alemanes imprimían a sus coches Mercedes. Con las
que se utilizaban en los de fabricación española, cualquier roce con el ramaje
de aquél bosque, hubiera dejado su huella.
Esta vez, atravesamos Vielha, tomando la carretera que nos llevaría al
Lago San Mauricio en el Parque de Aigües Tortes.
En un punto indeterminado la carretera bordeaba la montaña con una
gran cuneta.
En ella en cascada caían las aguas de la fusión de nieve. Como el
Mercedes no disponía de aire acondicionado, el aire caliente entrando por las
ventanillas hacía más irresistible el calor veraniego. Y la carrocería ardía.
Tanto Tere como yo sudábamos la gota gorda. La visión de aquella
cascada de agua, nos representó la imagen de una ducha original.
Paramos justo a su inicio, colocando el capó bajo las aguas, salpicó
de tal modo, que perdimos la visión del parabrisas y a toda prisa cerramos
ventanillas.
Salí del coche, me quité la camiseta y gocé asimismo del refresco
improvisado.
-Sal Tere, esto es una ducha gratuita y
oportuna.
-¿Cómo salgo?. La puerta no tiene espacio. Si
abro, rozaré la pared y penetrará el agua al coche.
Tuvo que salir por la puerta del conductor, pero además a ella no le
apetecía despojarse de la ropa para ducharse.
El agua de la cuneta, atravesaba la carretera y se unía a un torrente con
bastante caudal. Poner los pies allí sí que le sedujo, aunque resbaló y ya era
innecesario tomar precauciones para no mojar la falda. El baño le salió
completo incluso empapando su ropa interior.
-Si avanza un poco, podré poner también mi
vehículo a refrescar.
Se trataba de un turista que compartía nuestra idea. Avancé unos
metros, soportando el Mercedes la caída de aquellas aguas por su parte trasera,
en tanto que el recién llegado se colocaba en mi puesto anterior.
También
salieron sus ocupantes, y se montó allí una tertulia de gozosos veraneantes.
Carcajada va, carcajada viene, demoramos allí la estancia, no sin temer que podíamos
entorpecer el paso a la posible circulación de otros vehículos.
Sin aguardar mudar la ropa, subimos al coche, reemprendimos la marcha
y tras cruzarnos con un par de poblados de montaña, no pude resistirme a una
invitación.
A nuestra derecha, un rótulo rústico, con una flecha indicativa,
anunciaba
“ Dolmen a 3 Km”.
-¿Qué haces Carlos?. Que esto es otro camino
que acabará mal.
-Esta vez no Tere. Si lo anuncian será por
cuanto el vial será apto, aunque como camino.
Pedregoso lo era. Con muchas curvas también y con tramos de pendiente
fuerte más aún. Pero al menos su ancho de cuatro metros no disminuía.
-Y ¿si se les ocurre a más viajeros subir por
aquí, o los que klo hayan hecho quieran bajar?.
-Siempre pones pegas. Así no iríamos a
ninguna parte. Tanto un caso como otro, tenemos tiempo de hacer una maniobra de
medio aparcamiento. Nadie recorre estos caminos a mayor velocidad. Es lógico,
estar prevenido.
Sin novedad llegamos al promontorio donde se podía aparcar y desde
allí contemplamos el Dolmen.
La verdad, quedamos decepcionados. Teníamos la idea de los monumentos
megalíticos mediante una concepción infantil. Los imaginábamos colosales. Al
menos que tuvieran una altura bastante superior a la de una persona y que la
losa que cubriera los pilares pudiera albergar a unos cuantos hechiceros
practicando sus cánticos.
Pensándolo ya viendo la realidad, aquello que debieron erigir los
pobladores de la edad de Piedra, resultaba ya una proeza colosal.
Se calcula que unos tres mil años a.c. los pobladores de estos parajes
podían disponer de pocos más útiles que los conocidos de la edad de piedra. Y
aunque fuera elevar aquellas moles de cientos de toneladas sobre unos pies
derechos asimismo de gran tonelaje a más de un metro de altura, su realización,
debía haberse ejecutado con inteligencia y cooperación del grupo humano.
La prueba del mérito queda demostrada en que este tipo de monumentos
proliferan descubiertos y datados a miles de años de ser erigidos, sin
detrimento alguno.
En cierta ocasión un descerebrado, para llamar la atención derribó uno
de ellos, mediante una grúa. Costó mucho tiempo después, mediante la maquinaria
moderna, colocar de nuevo la losa en su lugar.
Nuestros edificios actuales y monumentos, no serán capaces de resistir
tantos milenios.
Visto el Dolmen, regresamos sin tropiezo alguno, a pesar de temer
hallar más visitantes por el camino.
Para finalizar la aventura atravesamos el Parque Nacional de Aigües Tortes
contemplando el Lago de Sant Maurici.
El recorrido, nos plació a los dos y nos abrió el apetito. Tal como
prometí a Tere comimos y nos quedamos en un hotel donde pernoctamos.
Lo bueno quedaba para la mañana siguiente. Nos
dirigiríamos a Torreciudad.
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