lunes, 23 de enero de 2012


Parejas Perdurables, II parte


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Para olvidar el mal sabor que le quedó a Tere, y mi extrema tensión vivida por la excursión a Río León Safari, propuse realizar la que en su día concerté con el visitante bodeguero de Montferri.
Le estaba agradecido por haberme descifrado el mal resultado de mi cafetera.
Y no le pareció mal a Tere salir una tarde de Tarter para conocer una Bodega comercial.
El trayecto más corto que el de Albiñana, sólo tenía el inconveniente del trazado vial. Cincuenta y siete curvas, muchas de ellas cerradas, invitaban a marearse quienes tuvieran tal predisposición.
Uno de mis hijos, así lo manifestó.

-Xavi, lo que tienes que hacer es permanecer quieto. El coche no es una sala deportiva. Sigue el ejemplo de tus hermanos. Ya podrás correr y saltar cuando lleguemos, que será dentro de quince minutos.

Inimaginable me parecía, que esta recomendación, me la tendría que aplicar a mí mismo, treinta y cinco años después.
Una vez jubilado, me desprendí del coche, cuyo uso me resultaba superfluo. Tres años de apenas viajar alguna que otra vez con los de mis hijos, permutó mi percepción del transporte como pasajero de tal forma, que no aguantaba una hora seguida sin acusar fuerte mareo.

-Papá, eso te ocurre por cuanto no paras de hablar moviendo la cabeza.

Mi hijo tenía razón. Debí aplicarme el cuento, o es que ya no recordaba mis sentencias para con ellos de niños. Sin embargo, ya no es suficiente a mi edad permanecer quieto y mudo. Solo ayuda.

La cuestión en esta primera visita a la Bodega de Montferri fue que tuvimos que indagar el domicilio del bodeguero. Al ser un pueblo pequeño, el primer viandante que nos cruzamos ya nos lo indicó. Todo el mundo era conocido.

Muy contento nuestro anfitrión, nos acompañó a la nave cercana en la que ubicaba siete toneles de roble conteniendo dos mil litros cada uno del vino.

Se trataba de la cosecha anual de los viñedos comarcales con variantes de blanco y tinto, mientras que otros cinco de solo ochocientos litros, contenían diversidad de rancios, aromáticos y mezclas de procedencia de otras regiones.
Nos dio a probar un par de variedades que consideraba de mejor buqué. Aconsejó que escupiéramos sin tragar el vino, para no resultarnos su efecto excesivo.
Luego abrió la tapa del “Cup”, piscina subterránea de cincuenta mil litros donde almacenaba su gloria enológica de tinto con dieciséis grados de alcohol. Le introdujo una vara con una jarra sacando a la luz un líquido de intenso color tinto, a la par que denso.
Lo probamos Tere y yo, pero de los niños sólo se lo permitimos al mayor. Su sabor exquisito, nos encantó.

Lamentamos no traer garrafas como las que poseíamos en Tarter para llevarnos unos cuantos litros. Sería lo indicado para acompañar a las rebanadas de pan con tomate y lonchas de jamón en los días invernales aposentados frente a la chimenea del hogar encendido.

Le agradecimos que además nos enseñara alguno de los viñedos cercanos y explicara la forma de explotarlos con máxima efectividad.
Le prometimos que próximamente acudiríamos de nuevo pero esta vez preparados con nuestras seis garrafas de dieciséis litros.

Confiamos plenamente en lo que contó. Era el distribuidor de este vino por Cataluña, Aragón y Valencia. No tenía problema alguno en la distribución, ya que la graduación de este vino, hacía imposible que se oxidara. Los vinos corrientes de entre diez y doce grados, no resistían guardarse sin buen acondicionamiento, más de dos años. Lo normal era que antes del año, se volvieran vinagre.

Su “Cup” llevaba utilizándose con una antigüedad de cincuenta años.  Aquél vino procedía de una variedad de uvas de la región, con una cierta proporción de Aragón, mantenida a través de todos los años.
Se formó una solera que le dió el buqué característico. Antes de la extracción de diez mil litros para su comercialización, le agregaba otros tantos de cosechas recientes para completar los cincuenta mil. Así, la solera era siempre la misma.

Tal como lo contó, imaginé a unos microbios componiendo aquél líquido divino, de una raza beligerante contra los osados invasores.
Así, al denotar este ejército, una invasión en su hábitat de cuarenta mil litros por otro de diez mil, su aplastante superioridad, decidía la contienda. Los microbios recién llegados, pasaban a ser amigos conversos, o históricos enemigos yacentes en el fondo del “Cup”.

Total que durante cincuenta años aquél vino mantenía su buqué.

La sorpresa nos la llevamos un mes después al repetir la visita con nuestras garrafas a cuestas.
Al regresar a Tarter, coloqué cinco garrafas en el garaje. Justo sobre el suelo hormigonado que cubría las raíces de la higuera asesinada.  Lugar fresco y oscuro.
Pero no pudimos resistir la tentación de preparar unos piscolabis y catar el buen vino de la garrafa que situé en el mostrador del bar para su fácil alcance.

¿Nos mintió el bodeguero?. El vino que escanciamos de la garrafa, no sabía igual. Pero vimos con nuestros propios ojos como nos las llenó recién salido un cubo del cup. Aquello tenía que contárselo. Dijo que la gradación le hacía inmune a los cambios en años. Y solo hacía una hora salimos de su bodega.

A la mañana siguiente, comimos acompañando la comida con aquél vino. Solo llenamos cuatro medios vasos, ya que no queríamos que se nos subiera a la cabeza. Pero de nuevo….¡Tenía el sabor original!.

Comprendí lo sucedido. El trasiego del cup a las garrafas,  más luego éstas marearse por las cincuenta y siete curvas del trayecto, revolucionarían a los microbios del caldo, con cuya fricción sudarían excitados. Los olores de su frenética actividad, no se correspondían con los emitidos en su hábitat apacible.

Recordé lo que les ocurría a los primeros bajeles que comerciaban de la Península Ibérica a la América Latina. Los vinos se picaban con el transporte. Curioso era que los buenos se agriaban mientras que los agriados se rejuvenecían.

Comprobado lo cual, rellené botellas corrientes de tres cuartos de litro, abandonando la garrafa. Mejor usar botellas de las cuales escanciaríamos con pocos movimientos, hasta su agote.
El resto de las garrafas, fue respondiendo a tal tratamiento, resultando un acierto.

Y tentado estuve de encarecer a Roano y su equipo de vendedores que le dieran publicidad atrayendo clientes en el Restaurante, pero me abstuve al pensar en la imagen contraria que ello pudiera dar a la Urbanización. 

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