Recuerdos de lecturas de poesías, que realicé a los diez años de edad. (Me maravilla que las recuerde)
El pelotazo
A un chiquillo un chicazo
le encajó tan tremendo pelotazo,
que le hizo un gran chichón en el cogote;
mas la pelota, al bote
volviendo atrás con ímpetu no flojo,
tornó por donde vino,
y encontrándose un ojo en el camino,
al autor del chichón dejó sin ojo.
No haga al prójimo mal quien esto note,
porque el mal es pelota
que vuelve contra el mismo que la bota,
o miente el pelotazo en el cogote.
Madrigal (autor: Gutierrez de Cetina)
Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿Por qué si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos más bellos,
parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no aparezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!,
ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, mirad me al menos...
EN JAÉN, DONDE RESIDO (De esta composición, únicamente recordaba las estrofas en negrita)
En Jaén, donde resido,
vive don Lope de Sosa,
y diréte, Inés, la cosa
más brava d'él que has oído.
Tenía este caballero
un criado portugués...
Pero cenemos, Inés,
si te parece, primero.
La mesa tenemos puesta;
lo que se ha de cenar, junto;
las tazas y el vino, a punto;
falta comenzar la fiesta.
Rebana pan. Bueno está.
La ensaladilla es del cielo;
y el salpicón, con su ajuelo,
¿no miras qué tufo da?
Comienza el vinillo nuevo
y échale la bendición:
yo tengo por devoción
de santiguar lo que bebo.
Franco fue, Inés, ese toque;
pero arrójame la bota;
vale un florín cada gota
d'este vinillo aloque.
¿De qué taberna se trajo?
Mas ya: de la del cantillo;
diez y seis vale el cuartillo;
no tiene vino más bajo.
Por Nuestro Señor, que es mina
la taberna de Alcocer:
grande consuelo es tener
la taberna por vecina.
Si es o no invención moderna,
vive Dios que no lo sé,
pero delicada fue
la invención de la taberna.
Porque allí llego sediento,
pido vino de lo nuevo,
mídenlo, dánmelo, bebo,
págolo y voyme contento.
Esto, Inés, ello se alaba;
no es menester alaballo;
sola una falta le hallo:
que con la priesa se acaba.
La ensalada y salpicón
hizo fin; ¿qué viene ahora?
La morcilla. Oh, gran señora,
digna de veneración!
¡Qué oronda viene y qué bella!
¡Qué través y enjundias tiene!
Paréceme, Inés, que viene
para que demos en ella.
Pues, ¡sus!, encójase y entre,
que es algo estrecho el camino.
No eches agua, Inés, al vino,
no se escandalice el vientre.
Echa de lo trasaniejo,
porque con más gusto comas;
Dios te salve, que así tomas,
como sabia, mi consejo.
Mas di: ¿no adoras y precias
la morcilla ilustre y rica?
¡Cómo la traidora pica!
Tal debe tener especias.
¡Qué llena está de piñones!
Morcilla de cortesanos,
y asada por esas manos
hechas a cebar lechones.
¡Vive Dios, que se podía
poner al lado del Rey
puerco, Inés, a toda ley,
que hinche tripa vacía!
El corazón me revienta
de placer. No sé de ti
cómo te va. Yo, por mí,
sospecho que estás contenta.
Alegre estoy, vive Dios.
Mas oye un punto sutil:
¿No pusiste allí un candil?
¿Cómo remanecen dos?
Pero son preguntas viles;
ya sé lo que puede ser:
con este negro beber
se acrecientan los candiles.
Probemos lo del pichel.
¡Alto licor celestial!
No es el aloquillo tal,
ni tiene que ver con él.
¡Qué suavidad! ¡Qué clareza!
¡Qué rancio gusto y olor!
¡Qué paladar! ¡Qué color,
todo con tanta fineza!
Mas el queso sale a plaza,
la moradilla va entrando,
y ambos vienen preguntando
por el pichel y la taza.
Prueba el queso, que es extremo:
el de Pinto no le iguala;
pues la aceituna no es mala;
bien puede bogar su remo.
Pues haz, Inés, lo que sueles:
daca de la bota llena
seis tragos. Hecha es la cena;
levántense los manteles.
Ya que, Inés, hemos cenado
tan bien y con tanto gusto,
parece que será justo
volver al cuento pasado.
Pues sabrás, Inés hermana,
que el portugués cayó enfermo...
Las once dan; yo me duermo;
quédese para mañana.
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II CONCURS LITERARI
"CONEX"
11-06-1998
Segon Premi Narrativa en Castellá
Carlos Vidal
DIA ACIAGO
A medio desayunar, me angustié, por lo tarde que era.
Salí disparado a retirar el coche del taller. Los contratiempos empezaban este día.
En el taller, se hallaba el ayudante mecánico solo. El jefe, no tardaría en llegar, pero yo, no podía esperar. En definitiva, el coche estaba ya disponible y a mí me urgía acudir a la cita en Sort.
El mecánico, argüyó la inconveniencia de llevármelo, sin antes conectar los indicadores del tablier y realizar las pruebas pertinentes. Ni caso. Ya lo harían a mi regreso. No iba a perder un buen negocio programado con tanta antelación, por llegar tarde a la cita.
Dirigiéndome en busca de la Autopista, la policía motorizada, me invitó a detenerme unos instantes en el arcén. El tiempo justo para extender la multa por exceso de velocidad.
Si era tan amable, podía echar una firmita al papelito, que entre otras instrucciones, indicaba el recurso a seguir para anular sus efectos.
Sin discusiones. Con tal de abreviar, valía la pena contribuir al Erario, si posibilitaba llegar a tiempo para cerrar el trato comercial.
La cola en el peaje, me sacó de mis casillas. Nervioso, al frenar para sumarme a la comitiva, resbalé el pié, dando un breve pero no intencionado pisotón al acelerador.
El ocupante del Mercedes alcanzado, al no descubrir daño alguno en su vehículo, con aire disciplente, me instó a conducir con más cuidado.
¿Sería martes y trece?. No, mi cita era el dieciocho. En fin, sin más contratiempos, llegué a la cita, con diez minutos de ventaja.
No había nadie. Media hora después, tampoco. Temí lo peor. Negocio esfumado. Telefonearía para indagar.Tampoco; no llevaba la agenda, ni recordaba el número. Me presentaría directamente a las oficinas de Lérida. Allí me aclararían el fallo.
En un punto del trayecto entre Tremp y Camarasa, el motor inició unos estornudos. Lo que faltaba : que el mecánico no hubiera realizado bien su trabajo.
En la próxima cuesta arriba, se silenció el motor totalmente.
Indagar las posibles causas, me llevó bastante tiempo. Fui reduciendo las mismas, por poco probables, hasta dar con la no atinada : ¡ falta de combustible !.
Claro, ignorando el nivel por indicadores no conectados, debí prever tal circunstancia. Sobraban lamentaciones. Haciendo autostop, con el primero que se brindó, llegué a la gasolinera de
Camarasa, donde me facilitaron una lata de combustible.
Para volver a mi coche, no circulaba ningún vehículo dirección norte. ¿Es que este día se concentraba el mundo al Sur?. Al fin un camionero que repostó, se apiadó de mí.
A la hora que era, ya podía prescindir de presentarme en Lérida y casi sería conveniente avisar a mi mujer.
A pesar de la reposición de carburante, el coche no arrancaba. A base de intentonas, había anegado al carburador. Más pruebas, hasta mudar el ronroneo enérgico normal del demarré, por otro débil y cansino. Me cargué la batería.
Aguardando una hora sin más intentonas, lograría reactivar su energía. Ya conocía este truco. A la espera, me estaba entrando apetito; además el cielo ennegrecía. ¡Vaya día !. Con el escaso tránsito acusado, no era prudente repetir autostop. Procedía actuar pacientemente.
La batería, permitió unas cuantas intentonas más con su habitual energía, hasta agotarse de nuevo, sin ningún resultado. Entonces observé una pérdida de agua por la junta de la culata. Esto, ya no tenía remedio. Debió calentarse el motor, sin enterarme. Mi falta de juicio al sacar el coche del mecánico en estas condiciones, dieron estos resultados.
De noche era ya, cuando ingresaba mi desafortunado cocheen un taller de Lérida, sin haber probado bocado.
Tomaría el tren para regresar a Barcelona y reparar fuerzas, para soportar las aciagas incidencias.
El vagón del ten, se hallaba repleto. El único asiento libre, frente a un señor enfrascado en su periódico. Antes de sentarme, le dije:
-¿No cierra la ventana?. El aire e frío y va a llover.
-Es igual. Da lo mismo.
Conteniéndome, ante tal falta de urbanidad, me dispuse a cerrarla yo.......¡Era igual, daba lo mismo !. Faltaba el cristal.
Corrido por el chasco y contrariado por las vivencias, me senté desfallecido.
De noche, en Barcelona, tomé un taxi. La cancela del edificio cerrada y mis llaves, olvidadas en el coche en Lérida. Las contrariedades no acababan. El taxista, me ofreció monedas para llamar por teléfono a mi mujer, desde la cabina de la esquina. Se hallaba sin luz, con los cristales de la puerta rotos. Por lo menos a tientas, podría marcar el número. Al abrir la puerta, me clavé un cristal en la mano, desprendiendo unas gotas de sangre. Al chupar para contener el fluido, me manché la camisa recién estrenada.
Desistí a llamada, al observar cómo iban a entrar unos vecinos. Afortunadamente esto salía bien. Al abrir la puerta del piso, mi mujer exclamó :
-¡¡ Al fin sabemos de ti !. ¿No tienes que madrugar mañana para tu cita en Sort?.
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Cambio climático: lo que nos cuenta el tiempo
Hace 5 años
1 comentario:
Me has hecho recordar mis viejas lecturas (con las cuales aprendí a leer, a la tierna edad de tres o cuatro años) en una colección-enciclopedia llamada "El Tesoro de la Juventud"
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