Parejas Perdurables II parte.
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La actitud de Roano, no me complació. Parecía en su tono al hablar
como que me perdonaba la vida. Lo comenté con Tere.
-Temo que nuestro equipo de vendedores, se
está yendo al garete.
Roano insiste en que debo legalizar la
instalación total de la red eléctrica. Que se las ve y desea para apaciguar los
ánimos de los parcelistas. Que exigen un suministro suficiente garantizado como
les corresponde.
-Y ¿qué quieres?. Él vela por sus intereses.
Cuantos más servicios disponga para ofrecer a los clientes, más fácil vender.
-Pero es que ningún contrato de venta, lo
realicé bajo la obligación de darles tales servicios. Claramente lo dice en los
contratos privados y en las escrituras Públicas, que se les vende el terreno en
una ubicación de calle con una determinada superficie. Nada más. Lo que piden
tienen que contratarlo y pagarlo a las empresas que lo ofrezcan.
-Pues entonces no te preocupes. Que busque él
a la empresa que concluya tu trabajo. Tú, no te metas en más enredos.
-Si no me meto en Más enredos, es probable
que retire su equipo de vendedores y además, impedirá que traiga yo a otro
equipo, basándose en incumplimiento contractual.
-Ya sabes que estoy más que harta de
sacrificarnos por esta dichosa Urbanización. Solo me faltaba enterarme de los
rumores de una parte de vecindario, sobre nosotros.
-¿Qué dicen?.
-Nos tienen como explotadores de las débiles
familias que son ellos, simples obreros empleados en empresas dónde también son
explotados por sus patronos. A mí ya hay unas cuantas mujeres que
hipócritamente me hacen la pelota y por detrás, me llaman despectivamente la
“señorona”.
Parecía mentira que después de años de bregar para convertir aquél
bosque en una urbanización asequible a clases medias, o bajas con posibilidades
de ascender, hallándome a punto de conseguirlo, se mascara una rebelión.
-Carlos, esto te ocurre por vender barato y a
largos plazos. Adquirieron las parcelas personas que realmente carecían de
posibilidades.
-Pero si prescindía de vender barato, no
hubiera vendido nada. A mayor precio, mayor exigencia en el estado de
servicios.
No tuve más remedio que pactar con Roano. Le faculté para que
procediera a vender solares de Santa María, ya que Carrión, se ausentó, no
precisamente a las buenas. Además en pago a sus comisiones, vendí a Roano doce
solares de Tarter, a bajo precio.
Con ello, por segunda vez, introduje competencia en mi propia
urbanización. Inútil fue pactar que él, no vendiera sus parcelas hasta no haber
agotado el centenar mío.
Se esmeró en realizar ventas de Santa María, muybien valoradas. Con lo
que obtuve de aquellas ventas, con abstención de pagarle comisiones y además
hipotecar todas las obras que disponía en venta en Tarter, incluído el
Restaurante, pude contratar la empresa ejecutora del tendido de baja tensión y
liquidar lo que me restaba aún de la traída en Alta.
Como no hallé quien se interesara para realizar el suministro
eléctrico, creé una Asociación de Vecinos, la cual presidiría a la espera de
finalizar los trámites de legalización, que como ya sabía, se prolongaría
muchos años.
La Asociación, la constituirían los parcelistas con titularidad legal
y que cooperarían en los gastos de mantenimiento.
No podía exigir nada a quienes no se apuntaran voluntariamente y
tuvieran su propiedad registrada.
La operativa abandonada de años de financiarme con créditos bancarios,
resurgió atándome las manos nuevamente.
Se trataba de una instalación de tendido kilómetrico, con profusión de
farolas por las calles. Los millones que costó realmente, excedieron un treinta
por ciento de lo proyectado. También por mi ciega confianza depositada en el proceder
de la empresa contratada.
A pesar de las promesas por parte de los interesados en abonar lo que
les correspondía, volvieron a fallar una mayoría. Las letras devueltas, llovieron. Justo las suficientes para de
nuevo descapitalizarme.
Las cantidades por mensualidades de todas las hipotecas de Tarter,
superaban los ingresos por ventas. Debía retrasar la ejecución de obras, en
detrimento de la continuidad comercial.
Para superar el bache, ofrecí la instalación y red total de agua, a
Cesc, el fontanero electricista habitual contratado para reparaciones de las instalaciones de Tarter.
Le pareció bien ya que sería él mismo quien seguiría con el mantenimiento,
pero siendo propietario. Podía poner un cánon a los usuarios, a tenor de lo que
marcaran los contadores que ya había yo instalado.
Fui al banco a cancelar varias hipotecas, trayendo conmigo el cheque
de la venta de la instalación de agua, realizada ante notario.
Pedí el saldo para ver al sumar mi ingreso cuantas hipotecas restarían
aún.
-Deme un extracto del último mes, que no me
cuadra.
Me dirigía al empleado en ventanilla, ya que según mi cuenta, el banco
me regalaba el banco un millón, cuatrocientas mil pesetas.
De ser aquél saldo bueno, unido a mi ingreso podía cancelar todas las
hipotecas pequeñas. Solo me restarían las de los seis Apartamentos ISIS y el
restaurante.
El empleado me dio el extracto, de varias páginas, ya que figuraban
los ingresos por letras de los clientes así como todo tipo de pagos con los
proveedores. El resultado, allí estaba, pero yo dudaba si faltarían pagos de
facturas que aún no las hubieran cargado.
Al ser entretenido realizar tal comprobación, opté por sólo cancelar
las que en principio tenía en mente. Luego en el despacho tranquilamente
comprobaría cuales apuntes faltaban para cargar en cuenta.
¿A qué venían unas cantidades de importes variados que sumaban el millón
cuatrocientas mil pesetas?. El extracto solo delataba ingresos en metálico. Y no
tenía un solo cliente mío que me hubiera comunicado realizar estos ingresos,
que a su vez debían anotarse a su cuenta extendiéndoles un recibo.
Al cabo de una semana intrigado aún, al pasar por el banco de camino a
Tarter, insistí en que me dieran el dato de los ingresos misteriosos. No podían
por haber sido realizados en metálico en diversos días en anteriores semanas.
Creí oportuno dejar pasar un mes y si no había ninguna anomalía,
aplicaría aquella cantidad a cancelar otra hipoteca.
No cayó esa breva. A fin de mes, el director de una Empresa, que
curiosamente tenía por nombre comercial mi apellido, seguido de la clásica S.A,
reclamaba al banco por no habérsele atendido los cheques de las nóminas
mensuales de sus empleados.
Recordé que algo semejante ocurrió en N.Y. años antes y que se dio a
conocer por los medios.
Un jugador de la bolsa empedernido, operaba en varias sucursales
bancarias para distribuir el dinero que jugaba, muchas veces de procedencia
mafiosa.
Se sostenía por las ganancias que le reportaban las subidas y bajadas
clásicas. Solía manejar cifras fuertes, hasta que una de las bajadas le arruinó.
O pagaba a los mafiosos, o debía atenerse a sus consecuencias.
Tan pronto se enteró de su pérdida total, pasó por las distintas
sucursales para retirar lo poco que le quedaba y desparecer de N.Y.
Una de las sucursales, en lugar de darle por saldo una exigua cifra,
se la daba millonaria, como las veces en que el negocio le fue boyante.
Se aseguró pidiendo en ventanilla un saldo autorizado en el impreso. Acto
seguido saldó la cuenta y en lugar de desaparecer de N.Y. atendió a sus jefes y
correligionarios.
El sobrante lo ingresó a nueva entidad.
Un año después, tuvo que presentarse ante el Juez asistido por un
abogado. El banco le reclamaba la cantidad que retiró al saldar su cuenta, ya
que la consideraba una estafa. Aquél dinero pertenecía a otra cuenta.
El abogado exhibió al Juez, la nota bancaria de saldo autorizado, con
lo que no procedía tachar el retiro del efectivo de la cuenta como una estafa.
Una vez absuelto, su abogado presentó una demanda al banco por
quebrantos y costos judiciales inferidos a su cliente. También obtuvo sentencia
favorable, sin poder el banco recurrirla.
Pero aquí, no se trataba de actuar como espabilado. Las consecuencias
de obrar de tal modo, a parte de conseguir un resultado judicial incierto, mi mala fama obtenida en
un día, desprestigiaría a la buena de Tarter conseguida con mis esfuerzos de años.
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