domingo, 13 de noviembre de 2011


Parejas perdurables  (continuación  72)

Un lector casual de esta narrativa, tuvo la amabilidad de enviarme un enlace en el que colegas suyos, recopilaron 305 fotos relativas a Minas de Potasa de Suria.
Las contemplé, y como es de suponer evocaron los recuerdos más íntimos de los vividos allí en mi juventud.
Antes de proseguir hoy, después de emocionarme con los recuerdos, selecciono de entre ellos a uno, provocado por la vista de la foto adjunta.


Se trata de la nave de calderería. En ella se ve el puente grúa, que deslizaba en toda su longitud, trasladando máquinas y piezas de tonelaje elevado. La posición en que se distingue el puente, sobre el tercer apoyo de las vigas guía, solía destinarse para tratar las piezas a reparar. Era la zona permanente de actuación. Allí se trasladaban mediante accionamiento manual con cadenas por un solo operario. Luego pasaban horas, o días para realizar los trabajos de reparación accionando el polipasto con motor eléctrico.

La grúa, deslizaba en sus cuarenta metros de longitud de la nave, con extrema suavidad. El operario, casi sin esfuerzo tiraba de las cadenas con una sola mano.
Las guías, formadas por perfiles de acero laminados doble T de 20 PN (altura de veinte cm. Con aletas de 10 cm), se soportaban con los apoyos empotrados en las paredes.

Cuando el operario se acercaba a unos cinco metros del punto usual de trabajo, notaba un encasquillamiento de las cadenas, luego una tendencia a aligerarse y seguidamente, una resitencia al avance que ni con dos manos podía vencer. Cuando las piezas eran excepcionales, tenían que intervenir dos operarios a cuatro manos.

Este raro comportamiento de la grúa, llevaban más de un año acusándolo, pero finalmente, se hacía excesivamente gravoso.
Engrasaron los engranajes, revisaron los cojinetes, limpiaron las cadenas y realizaron un montón de inspecciones visuales, sin comprender el raro efecto.

Como yo permanecía inactivo, una vez el Belga, dejó montada la nueva máquina y regresó a la sede de Solvay, a falta mejor ocupación, asistí con el jefe de los caldereros, a la comprobación de esta rareza del puente grúa.

Igual que ellos, me asombré. Lo normal sería que las ruedas deslizaran por un igual, los cuarenta metros de longitud de la nave.
Luego el defecto debía hallarse en un ahondamiento en el lugar de trabajo.

Me resistí darles mi opinión, pues era inimaginable el desgaste local de las vigas de hierro. Menos aún su deformación. Pero no pudiendo darles un diagnóstico plausible, me callé y dije que pensaría en ello.

Lo que hice fue aprovechando mi poca autoridad, por Vicejefe de talleres, pasé una orden al topógrafo. Debía comprobar la nivelación de las guías de ambos lados de las paredes de calderería.

Casi olvidé la cuestión al no recibir resultado rápido. El topógrafo, se dedicaba a otros menesteres más importantes como acudir a las galerías de extracción, o replantear nuevas construcciones.
Al recibir una semana después del topógrafo, el plano con el perfil de las guías, comprendí la razón evidente. La zona mayor utilizada, con los años había descendido dos centímetros. No por culpa de las vigas, sino por sus apoyos empotrados en la pared.

Dí orden de disponer unos pies derechos en los extremos de las guías para asentarlas a ellos.
Luego que cortaran los tres apoyos finales. Así se liberaba la guía pudiendo nivelarla. Los apoyos, se resanaron en las paredes y a continuación unas soldaduras con pletinas, restablecerían la altura de los dos centímetros faltantes a las guías. Casi se rieron en mi cara.

Sentí que si aquél remiendo que ordené, no funcionaba, sería el hazmereir de los mineros. Por suerte, funcionó y ya me miraron con otros ojos los operarios veteranos que veían en mí, a un imberbe (aunque me afeitara) ingeniero de pacotilla.

Pues al ver esta foto, reviví la vergüenza que tuve al pensar en la posibilidad de errar el diagnóstico y su reparación.
Me ilusionó recibir este enlace con las fotos de Suria, que formarán parte de todos mis recuerdos. Se lo agradecí al autor, que no nombro, por si no fuese de su agrado su aparición en pública edición.
Según dijo, su padre formó parte de la plantilla de Minas, y también supongo, que aun y siendo coetáneos, bien pudiera fallar la coincidencia en mi breve permanencia., donde laboraban 450 personas.

Fotos de Minas de Suria.
https://picasaweb.google.com/104947011100849392243/Suria



Parejas perdurables  (continuación  72 a)

 -Papá. ¡ El yate que alcanzaste nadando arde !

Estaba adormilado tendido prono, en la arena de la playa de Palamós.
Secándome al implacable Sol del mediodía, me reponía del sprint de regreso desde la línea de fondeo de las embarcaciones de recreo.

No había por aquél entonces en Palamós, puerto deportivo. A partir de los cien metros de la playa, los propietarios de naves de corta eslora, los anclaban a esta distancia para no incordiar a los bañistas.

No solo mi hijo me ponía sobre aviso, ya resultaba un espectáculo para todos los bañistas, quienes emitían gritos de asombro y peligro.

El asombro lo era por no entender la causa de aquel incendio espontáneo. Y el peligro, por amenazar pasar el fuego a los yates de sus inmediaciones también allí anclados.
Con prontitud, varios espectadores, alcanzaron las naves inmediatas, para proceder a su alejamiento. La que inició con unas pequeñas llamas, ya era pasto total del fuego chisporroteante por la fusión de las resinas con la fibra de vidrio.

Pensando en el motivo, sugerí que alguien podía haber provocado el incendio. En todo caso, lo provocaría con un mando a distancia, pues allí ni cuando yo estuve descansando a su vera, ni después, nadie se acercó, hasta declararse la ignición.
Lo más probable, sería un descuido del propietario teniendo cristales o vidrios rotos en cubierta, que concentraran los rayos solares por su caída vertical del mediodía.
Jamás vi otro incendio espontáneo, pero al menos conocí que tal hecho no era raro.
Lo previenen en Náutica.
Incendio 
Un incendio a bordo es uno de los mayores peligros que puede amenazar la vida de una embarcación. Si no es dominado rápidamente o no es localizado a tiempo, pone en serio riesgo a la tripulación e inclusive a la misma nave.
Los barcos de crucero incluyen numerosos materiales inflamables, empezando por el propio casco, que construido en resinas de poliéster resulta combustible cuando alcanza una cierta temperatura. A ello se añaden los riesgos del combustible almacenado, los muebles de madera, las telas y los revestimientos sintéticos, aunque algunos de ellos estén ignifugados. Cualquier llama descontrolada producida en el motor, la cocina o el cuadro eléctrico, puede rápidamente prender el resto de la embarcación, que se convertirá en un horno en pocos minutos.

Para los niños y todo el personal expectante, fue una curiosa  diversión, en tanto que imagino la tragedia que le representaría al propietario, cuando se enterara.
No quedó nada de la cubierta y no fue posible apagar el fuego antes por falta de medios motrices de bombeo, pues agua, no faltaba.

Con esta aventura, a Tere le entró miedo adentrarse unos pocos metros en el mar, en cambio a los niños, les entraban ganas locas de aprender a nadar para llegar a las embarcaciones y jugar incluso subir a las que lo hacían factible desde el agua.

Afortunadamente, desde la venta del Niu-Blau, con su piscina, ya sabían nadar los cuatro mayores, máxime al cuarto que se inició, con la travesía de nuestra piscina, sin respirar.

Ahora, pasábamos dos meses en Pierola, disfrutando de la nueva torre, ajardinando el terreno de mil metros cuadrados. Y el tercer mes de verano, en un apartamento de alquiler en la Costa Brava.

Parecía pues a los ojos de nuestra prole, que se trataba de simples mudanzas y conocer otros lugares de ocio. No podían imaginar que era por necesidad el cambio realizado.
Tres años seguidos acudimos a Palamós. Los dos primeros solos Tere, yo y los niños pero el tercero, nos acompañó mi suegra, por haber enviudado.

El Chalet de Pierola, una vez habilitado, acogió a toda la familia los fines de semana. Los suegros, habían vendido su Apartamento Gemini, al no serles apetecible pasar el tiempo allí solos.
Dos años disfrutamos en Pierola, hasta la compra de Tarter. Tuve que echar mano a todos los ahorros, por las ventas de Cubera, y de la torre de Pierola. Seguía pues descapitalizado aun que ahora casi se podía decir que era un terrateniente. No solo eso: podían llamarme Castillano, señor del Castillo de Tarter.
En serio, era una desgracia. Cincuenta hectáreas de terreno bosque, no daban para ser un terrateniente y las paredes de un antiguo castillo derruído, menos aún para ser un Sr. de la nobleza Castillana.
El problema seguía siendo captar dinero para realizar las obras proyectadas en la nueva finca.

Carrión, seguía con su labor de vendedor de parcelas, con las que subsistir hasta disponer la habitabilidad de Tarter.
Y al vender la torre de Pierola, atendiendo al acertado contrato que requerí de su propietario urbanizador, salí doblemente beneficiado por obtener mejor precio en la venta de lo que me costó, aún sin haber terminado de pagar, y hacerlo sin costo alguno de legalización.

El comprador, también estuvo satisfecho, dado que la torre la adquiría acabada con todos sus detalles interiores y ofrecía por su exterior un bello jardín que cambió el aspecto desolador de cuando la adquirí dos años antes.

Desde Pierola, para el trabajo, me dirigía a Tarter sólo. Quedaba la familia entera incluídos los suegros y cuñada, en su disfrute por ocio alternado con la necesaria labor de decoración y jardinería.

Tuve la oportunidad al haber remozado dos casas de Tarter semiderruidas, de recorrer la finca con toda la familia, antes de que mi suegro enfermara gravemente. Pocos meses después falleció.







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