Parejas perdurables (continuación 72)
Un lector casual de esta narrativa, tuvo la amabilidad de enviarme un
enlace en el que colegas suyos, recopilaron 305 fotos relativas a Minas de
Potasa de Suria.
Las contemplé, y como es de suponer evocaron los recuerdos más íntimos
de los vividos allí en mi juventud.
Antes de proseguir hoy, después de emocionarme con los recuerdos, selecciono
de entre ellos a uno, provocado por la vista de la foto adjunta.
Se trata de la nave de calderería. En ella se ve el puente grúa, que
deslizaba en toda su longitud, trasladando máquinas y piezas de tonelaje
elevado. La posición en que se distingue el puente, sobre el tercer apoyo de
las vigas guía, solía destinarse para tratar las piezas a reparar. Era la zona
permanente de actuación. Allí se trasladaban mediante accionamiento manual con
cadenas por un solo operario. Luego pasaban horas, o días para realizar los
trabajos de reparación accionando el polipasto con motor eléctrico.
La grúa, deslizaba en sus cuarenta metros de longitud de la nave, con
extrema suavidad. El operario, casi sin esfuerzo tiraba de las cadenas con una
sola mano.
Las guías, formadas por perfiles de acero laminados doble T de 20 PN
(altura de veinte cm. Con aletas de 10 cm), se soportaban con los apoyos
empotrados en las paredes.
Cuando el operario se acercaba a unos cinco metros del punto usual de
trabajo, notaba un encasquillamiento de las cadenas, luego una tendencia a
aligerarse y seguidamente, una resitencia al avance que ni con dos manos podía
vencer. Cuando las piezas eran excepcionales, tenían que intervenir dos
operarios a cuatro manos.
Este raro comportamiento de la grúa, llevaban más de un año
acusándolo, pero finalmente, se hacía excesivamente gravoso.
Engrasaron los engranajes, revisaron los cojinetes, limpiaron las
cadenas y realizaron un montón de inspecciones visuales, sin comprender el raro
efecto.
Como yo permanecía inactivo, una vez el Belga, dejó montada la nueva
máquina y regresó a la sede de Solvay, a falta mejor ocupación, asistí con el jefe
de los caldereros, a la comprobación de esta rareza del puente grúa.
Igual que ellos, me asombré. Lo normal sería que las ruedas deslizaran
por un igual, los cuarenta metros de longitud de la nave.
Luego el defecto debía hallarse en un ahondamiento en el lugar de
trabajo.
Me resistí darles mi opinión, pues era inimaginable el desgaste local
de las vigas de hierro. Menos aún su deformación. Pero no pudiendo darles un
diagnóstico plausible, me callé y dije que pensaría en ello.
Lo que hice fue aprovechando mi poca autoridad, por Vicejefe de
talleres, pasé una orden al topógrafo. Debía comprobar la nivelación de las
guías de ambos lados de las paredes de calderería.
Casi olvidé la cuestión al no recibir resultado rápido. El topógrafo,
se dedicaba a otros menesteres más importantes como acudir a las galerías de
extracción, o replantear nuevas construcciones.
Al recibir una semana después del topógrafo, el plano con el perfil de
las guías, comprendí la razón evidente. La zona mayor utilizada, con los años
había descendido dos centímetros. No por culpa de las vigas, sino por sus
apoyos empotrados en la pared.
Dí orden de disponer unos pies derechos en los extremos de las guías para asentarlas a ellos.
Luego que cortaran los tres apoyos finales. Así se liberaba la guía
pudiendo nivelarla. Los apoyos, se resanaron en las paredes y a continuación unas
soldaduras con pletinas, restablecerían la altura de los dos centímetros faltantes
a las guías. Casi se rieron en mi cara.
Sentí que si aquél remiendo que ordené, no funcionaba, sería el
hazmereir de los mineros. Por suerte, funcionó y ya me miraron con otros ojos
los operarios veteranos que veían en mí, a un imberbe (aunque me afeitara) ingeniero
de pacotilla.
Pues al ver esta foto, reviví la vergüenza que tuve al pensar en la
posibilidad de errar el diagnóstico y su reparación.
Me ilusionó recibir este enlace con las fotos de Suria, que formarán
parte de todos mis recuerdos. Se lo agradecí al autor, que no nombro, por si no
fuese de su agrado su aparición en pública edición.
Según dijo, su padre formó parte de la plantilla de Minas, y también
supongo, que aun y siendo coetáneos, bien pudiera fallar la coincidencia en mi breve permanencia., donde laboraban 450 personas.
Fotos de Minas de Suria.
https://picasaweb.google.com/104947011100849392243/Suria
Parejas perdurables (continuación 72 a)
-Papá. ¡ El yate que alcanzaste
nadando arde !
Estaba adormilado tendido prono, en la arena de la playa de Palamós.
Secándome al implacable Sol del mediodía, me reponía del sprint de
regreso desde la línea de fondeo de las embarcaciones de recreo.
No había por aquél entonces en Palamós, puerto deportivo. A partir de
los cien metros de la playa, los propietarios de naves de corta eslora, los
anclaban a esta distancia para no incordiar a los bañistas.
No solo mi hijo me ponía sobre aviso, ya resultaba un espectáculo para
todos los bañistas, quienes emitían gritos de asombro y peligro.
El asombro lo era por no entender la causa de aquel incendio
espontáneo. Y el peligro, por amenazar pasar el fuego a los yates de sus
inmediaciones también allí anclados.
Con prontitud, varios espectadores, alcanzaron las naves inmediatas,
para proceder a su alejamiento. La que inició con unas pequeñas llamas, ya era
pasto total del fuego chisporroteante por la fusión de las resinas con la fibra
de vidrio.
Pensando en el motivo, sugerí que alguien podía haber provocado el
incendio. En todo caso, lo provocaría con un mando a distancia, pues allí ni
cuando yo estuve descansando a su vera, ni después, nadie se acercó, hasta
declararse la ignición.
Lo más probable, sería un descuido del propietario teniendo cristales
o vidrios rotos en cubierta, que concentraran los rayos solares por su caída
vertical del mediodía.
Jamás vi otro incendio espontáneo, pero al menos conocí que tal hecho
no era raro.
Lo previenen en Náutica.
Incendio
Un incendio a bordo es uno de los mayores peligros que puede amenazar la vida de una embarcación. Si no es dominado rápidamente o no es localizado a tiempo, pone en serio riesgo a la tripulación e inclusive a la misma nave.
Los barcos de crucero incluyen numerosos materiales inflamables, empezando por el propio casco, que construido en resinas de poliéster resulta combustible cuando alcanza una cierta temperatura. A ello se añaden los riesgos del combustible almacenado, los muebles de madera, las telas y los revestimientos sintéticos, aunque algunos de ellos estén ignifugados. Cualquier llama descontrolada producida en el motor, la cocina o el cuadro eléctrico, puede rápidamente prender el resto de la embarcación, que se convertirá en un horno en pocos minutos.
Un incendio a bordo es uno de los mayores peligros que puede amenazar la vida de una embarcación. Si no es dominado rápidamente o no es localizado a tiempo, pone en serio riesgo a la tripulación e inclusive a la misma nave.
Los barcos de crucero incluyen numerosos materiales inflamables, empezando por el propio casco, que construido en resinas de poliéster resulta combustible cuando alcanza una cierta temperatura. A ello se añaden los riesgos del combustible almacenado, los muebles de madera, las telas y los revestimientos sintéticos, aunque algunos de ellos estén ignifugados. Cualquier llama descontrolada producida en el motor, la cocina o el cuadro eléctrico, puede rápidamente prender el resto de la embarcación, que se convertirá en un horno en pocos minutos.
Para los niños y todo el personal expectante, fue una curiosa diversión, en tanto que imagino la tragedia
que le representaría al propietario, cuando se enterara.
No quedó nada de la cubierta y no fue posible apagar el fuego antes
por falta de medios motrices de bombeo, pues agua, no faltaba.
Con esta aventura, a Tere le entró miedo adentrarse unos pocos metros
en el mar, en cambio a los niños, les entraban ganas locas de aprender a nadar
para llegar a las embarcaciones y jugar incluso subir a las que lo hacían
factible desde el agua.
Afortunadamente, desde la venta del Niu-Blau, con su piscina, ya
sabían nadar los cuatro mayores, máxime al cuarto que se inició, con la
travesía de nuestra piscina, sin respirar.
Ahora, pasábamos dos meses en Pierola, disfrutando de la nueva torre,
ajardinando el terreno de mil metros cuadrados. Y el tercer mes de verano, en
un apartamento de alquiler en la Costa Brava.
Parecía pues a los ojos de nuestra prole, que se trataba de simples
mudanzas y conocer otros lugares de ocio. No podían imaginar que era por necesidad el cambio realizado.
Tres años seguidos acudimos a Palamós. Los dos primeros solos Tere, yo
y los niños pero el tercero, nos acompañó mi suegra, por haber enviudado.
El Chalet de Pierola, una vez habilitado, acogió a toda la familia los
fines de semana. Los suegros, habían vendido su Apartamento Gemini, al no serles
apetecible pasar el tiempo allí solos.
Dos años disfrutamos en Pierola, hasta la compra de Tarter. Tuve que
echar mano a todos los ahorros, por las ventas de Cubera, y de la torre de Pierola.
Seguía pues descapitalizado aun que ahora casi se podía decir que era un
terrateniente. No solo eso: podían llamarme Castillano, señor del Castillo de
Tarter.
En serio, era una desgracia. Cincuenta hectáreas de terreno bosque, no
daban para ser un terrateniente y las paredes de un antiguo castillo derruído, menos aún
para ser un Sr. de la nobleza Castillana.
El problema seguía siendo captar dinero para realizar las obras
proyectadas en la nueva finca.
Carrión, seguía con su labor de vendedor de parcelas, con las que
subsistir hasta disponer la habitabilidad de Tarter.
Y al vender la torre de Pierola, atendiendo al acertado contrato que requerí de su propietario urbanizador, salí
doblemente beneficiado por obtener mejor precio en la venta de lo que me
costó, aún sin haber terminado de pagar, y hacerlo sin costo alguno de
legalización.
El comprador, también estuvo satisfecho, dado que la torre la adquiría acabada con todos sus detalles interiores y ofrecía por su exterior un bello
jardín que cambió el aspecto desolador de cuando la adquirí dos años antes.
Desde Pierola, para el trabajo, me dirigía a Tarter sólo. Quedaba la
familia entera incluídos los suegros y cuñada, en su disfrute por ocio
alternado con la necesaria labor de decoración y jardinería.
Tuve la oportunidad al haber remozado dos casas de Tarter semiderruidas,
de recorrer la finca con toda la familia, antes de que mi suegro enfermara
gravemente. Pocos meses después falleció.
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