viernes, 25 de noviembre de 2011


Parejas perdurables  (continuación  74 )

El Alcalde nos visitaba en el curro con frecuencia. Se ofrecía a realizar trabajos que se adaptaran a lo que podía realizar con su tractor.
Aparte de limpiar bosque y acarrear materiales con una cuchara en función de dumper, poco más podía hacer.

Un día le pedí me contara la historia reciente de Tarter. Por las escrituras, ya sabía que después de la guerra civil, aquél paraje, quedó desierto, deshabitado por fallecimiento del propietario antecesor y abandono del antiguo masovero que le atendía.
Ya lo corroboró el antiguo escrito hallado en una de las paredes de la casa que habitó.

El alcalde contó:

-Según recuerdos de mi abuelo, alrededor del castillo, y ermita, se construyeron hasta siete casas, formando un núcleo urbano con treinta habitantes. Como los claros boscosos no eran ni abundantes ni de fácil cultivo, la vida allí era dura. Una vez crecidos los niños, las familias emigraron con lo que se extinguió Tarter como pueblo. Sin embargo, durante los veranos, acudían al Castillo, vecinos de los núcleos cercanos para celebrar fiestas y bailar al son de orquestas que se asentaban en el piso del castillo, ahora derruido.

Efectivamente coloqué el depósito de agua provisional en lo que quedaba del piso, pero no entendía la causa de destrucción total del que suponía debió ser el castillo de un señor feudal.

-El castillo, en realidad ejercía solamente la función de vigía alcanzando la visión de una lejana campiña, en tiempos de los sarracenos. Cada cinco kilómetros se construyeron en la edad media, castillos de este tipo, que se divisaban entre sí, así los cristianos advertían si en el campo dominado, aparecían los moros.
Luego mediante señales visuales, con rapidez, se propagaba la señal de peligro.
Esto dejó de ser de útil en la edad moderna, por lo que el abandono fue manifiesto. Sobrevivió la ermita a la que acudían romerías y los masoveros se establecieron hasta principios del siglo veinte. Fueron abandonando paulatinamente las tierras poco rentables y con el bombardeo del año 1938 por los aviones Nacionales, la destrucción del castillo, fue total y las casas quedaron como ahora las vemos.




Esto quedó de la ermita tras el bombardeo. Pero la campana, no se la llevaron las bombas sino unos avisados que sacaron un beneficio con su venta.
Me lo contó también el Alcalde.

-A la campana, el propietario del Tarter la mandó bajar por temor a que debido a las paredes maltrechas, acabara cayendo.
Como era de peso considerable, fue a buscar un medio de transporte para llevarla a una fundición. Convino con un interesado que se la recogiera a la mañana siguiente.
No tuvo ocasión, ya que en su ausencia, otros interesados la sustrajeron. Montó en cólera el propietario, sospechando que su ayudante tuviera algo que ver con el robo. No llegando a esclarecer la cuestión el masovero que vivía con él, harto del malhumor crónico de su patrón, asimismo como antes hicieron los habitantes, tomó las de Villadiego.
Nada menos que este altercado, agudizó su enfermedad del corazón y pocos días después,  solo y abandonado falleció en su lecho.
Un viandante casual, lo halló cadáver y avisó a las autoridades, quienes lo notificaron a su familia de Barcelona.
Este fue el final de lo que había sido un pueblo.

-No entiendo porqué los Nacionales bombardearían un grupo de casas rural con un castillo ya maltrecho y una ermita que no le iba en zaga.

-Creo que cumplían con la misión de desmoralizar a las tropas republicanas. Se habían instalado en el castillo con simples fusiles por armamento. Al recibir varios pases de los aviones descargando sus bombas, huyeron a la desbandada ocultándose en el bosque. Uno de ellos al atravesar un claro con su mulo de carga, fue alcanzado. Murió en el acto y el mulo quedó con las tripas abiertas.
Los compañeros dieron el tiro de gracia al mulo, lo enterraron allí mismo y se llevaron al soldado muerto para enterrarlo en el cementerio de su familia.
Así, que ya sabe Ud. quizá algún día abrirá una zanja para cimientos de un chalet y se encontrará con los restos de un mulo.

-Bien está saberlo, no fuera que creyéramos que se tratan de restos antediluvianos.

También me contó el Alcalde como la balsa que utilizamos como suministro provisional de agua bombeada hasta el castillo, era una parada obligatoria para las caballerías de la comarca. Incluso que un poco más arriba, manaba un hilillo de agua de fácil conversión en fuente potable.
La idea no quedó en saco roto, pues al año siguiente, no tuve mas remedio que poner manos a la obra.
Todo por descubrir que para obtener caudal suficiente para más de doscientas torres, aquél manantial era verdaderamente ridículo.
Opté por estudiar la subida del agua del torrente, aunque se hallara a ciento veinte metros por debajo del Castillo. Pero de allí podía sacar más de un litro por segundo.



A este torrente cruzando la propiedad, le construiría un azud para remanso de las aguas y colocaría una bomba sumergible, a pesar de necesitar un bombeo a doce atmósferas, a través de una tubería casi kilométrica.
Pero no contaba que el torrente a pesar de hallarse todo él en mi finca, también pertenecía a la Confederación Hidrográfica.

De nuevo recurrí al Alcalde, que su predisposición de ayuda era patente, por el contrario de la pertinaz obstrucción que recibí de los alcaldes de Santa María.


Parejas perdurables (continuación 74 a) 

Ilusionado por la aparición de un pasavolante interesado en adquirir una Ha de Tarter, entablé diálogo. A los pocos minutos se desvaneció la ilusión. 

-Si me vende el terreno con precio ajustado, se lo pago al contado.
-Pero lo que propone Ud., no es que le venda terreno a precio ajustado. Pretende que afronte gastos superiores al triple de lo que me ofrece.
-Pues sepa que de una finca tres kilómetros más abajo, con frente a esta misma carretera, me la venden por esta cifra y allí hay dos Hectáreas.
-Aprovéchelo si le parece buen negocio, pero todo lo que tengo que invertir para parcelar Tarter, tiene un costo que le aseguro triplica el valor que ofrece. Y luego, hay que urbanizar, lo que no puede hacerse sin disponer de servicios mínimos de viales, agua, electricidad y centro comercial.
No le convencí y me enteré que era verdad su comentario.
Adquirió una finca de dos Has. cercana, con cien metros de fachada a la carretera. Me maravillé que invirtiera una sola peseta en aquella finca.
No tenía acceso. Los cien metros frontales a la carretera, eran un cortado casi con vertical absoluta.
Por lo visto, el propietario, se desentendía de esta finca, parte de una mayor a la cual sí accedía trescientos metros más abajo, en que el terreno era llano a pié de carretera. Ya me apiadé del cliente perdido, pues lo que le dije del triple de coste, solamente para crear una entrada de acceso, se quedaba chico.
Meses después me comunicó Benito, que estaría una semana sin acudir a mi finca, dado que le encargaron abrir un camino en la finca de marras.

No creí lo que oía. Lo comenté con Benito, que estaba de acuerdo que aquello era tirar el dinero.
Tres días después reemprendió los trabajos de limpieza para ampliar calles en Tarter. Dijo que no le permitieron seguir con la labor de apertura de camino en la finca cercana. Arcadio de Obras Públicas, detuvo el trabajo indicando que debía avisar al propietario para presentar una solicitud a la Jefatura del Ministerio de Obras Públicas por tale acceso y realizar movimientos de tierras a menos de veinte metros de la fachada a la carretera. 

Lo dicho, la cosa se le ponía peor de lo que pronostiqué. Un año después, la retro de Benito, siguió a la chita callando, abriendo paso a determinadas horas para no ser visto por el celador.
Y tuvo la precaución, de llevarse las tierras excavadas cargándolas a un camión y no dejar evidencia al otro lado de la carretera.

No hubo suerte de ninguna manera. El camino para ganar la altura del cortado tuvo que iniciarlo con una pendiente del ocho por ciento. Sin embargo ni con aquella fuerte pendiente podía coronar la cima del cortado en los cien metros de propiedad y realizar una vuelta se le comía hasta cuarenta metros de fachada. Tuvo que abandonar el trabajo ya que las horas invertidas acabaron con los ahorros del nuevo propietario. Además el celador viendo un trabajo semirealizado sin permiso, lo denunció, sufriendo otro varapalo de la sanción de O.P.
Zapatero a tus zapatos. Es un refrán que calzaba a la perfección al pobre señor. No se le vió más por allí.

Mientras me ocupé de la subida de agua del torrente. La balsa pronto tuve que eliminarla. Llevábamos usando su agua incluso para beber, cuando un día al colocar la bomba, me encontré con la desagradable visión de un monumento allí defecado.
Carrión ya había realizado ventas de terrenos aún sin edificar. Lógico que ahora por allí las visitas fueran frecuentes. Y entre tantas personas, no podía faltar la incívica que mostrara su nula educación.






Estado de las sendas antiguas.
Este era el comino principal que atravesaba Tarter. Partía de la balsa junto al recodo de la carretera.
Al eliminar la balsa, tuve que crear una fuente y dar escape al agua veinte metros más al interior, para no tener también yo, problemas con O.P. 


sábado, 19 de noviembre de 2011


Parejas perdurables  (continuación  73)

Contraté con otra empresa lugareña, una retro de mayor potencia. Me la proporcionó Mullier, como Gerente de una constructora y suministradora de materiales. Congeniamos de inmediato. Iba a contarle el suceso aciago del anterior tractor. No hizo falta. Lo conocía. En definitiva en las poblaciones se conoce todo el mundo y cualquier suceso fuera de lo normal, en pocas horas es de dominio público.

Al ser la población importante más cercana del Tarter, me convertí en su cliente asiduo por alquilarle maquinaria, adquirir materiales de construcción, e incluso en muchas ocasiones, me facilitó personal suyo para las obras.

Fueron veinte años los que dediqué mi atención a Tarter, transformando su bosque frondoso, en una urbanización con ciento cincuenta viviendas construidas, restando otro centenar de solares para seguir ocupándolos. 
Al ser Mullier de mi misma edad, coincidimos en nuestra jubilación. Él sigue allí, retirado, en tanto que yo, ya llevo quince años ausente, sin haber vuelto a pisar la campiña de Tarter.
 Nos felicitamos por las Navidades, como buenos amigos que somos.

Otro amigo, que ha incrementado la cifra de conocidas parejas perdurables. Actualmente, también él y su mujer rebasaron los cincuenta años de matrimonio, viviendo en armonía con sus hijos, el mayor de los cuales es ahora el Gerente de la empresa, que había iniciado su abuelo. 
Curioso lo de las trasferencias generacionales. Son muchas las familias que siguen el negocio de sus ancestros.

Para no ser menos, recuerdo como mi padre comentaba que su abuelo, su padre y él se dedicaron a barberos, peluqueros pero ya de ninguna manera quería que heredara el oficio. Eso lo logró, pero el deseo de mi madre de que fuera Doctor, como llamaban a los médicos, lo traspasé a mi primogénito. 
A mí, desde el bachillerato el estudio del cuerpo humano, me convertía en hipocondríaco.
Todo lo que podía acaecer por desórdenes orgánicos, los asumía. Ver la sangre brotar, me producía estertores. Hablar de la trepanación, escalofríos. La simple observación de un mutilado, me aterraba.

Pero bueno, me estoy desviando de lo sucedido al estreno de la retro. Acompañé a Benito, el conductor, hasta el pié de las paredes del castillo. Le mostré como una enorme roca impedía el paso para un coche, permitiendo seguir solo una senda.
Mi intención era poder llegar hasta allí arriba, con los vehículos de todo tipo, comenzando por la camioneta de suministro de materiales. Procedería a nivelar una superficie de doce metros de radio, con lo que se podría maniobrando, dar la vuelta una vez retirados los materiales subidos, bajar por el camino de dos metros que lo ampliaría a tres y medio.

Entendida la labor encomendada, me olvidé hasta verle bajar con la retro a su máxima velocidad, llamando la atención, para que le siguiera carretera abajo.
Extrañado, subí a mi mercedes, el inembargable profetizado, que ningún banco se atrevió a permutarlo por los Bungalowes, y aparqué a pocos metros de él.
Se detuvo en un tramo de carretera, de cota cien metros por debajo de la vertical del Castillo.
Observé con horror como la mole que le propuse recortara, o apartara del camino del otero, se hallaba ahora en mitad de la carretera, obstaculizándola por completo.

Razón clara de que aquella mole, se hallaba suelta y en equilibrio inestable al borde del precipicio. La fuerte pendiente habida entre el Castillo y nosotros, hizo que rodando a gran velocidad, no parara hasta hallar el llano de la carretera.
Los Santos seguro se apiadaron de mí, consiguiendo que la escasa circulación por estos pagos, aquél día fuera nula.
El desastre hubiera sido coincidir con el paso de algún vehículo. Por otro lado, pasaría por allí el celador y no sabría que explicarle.

No tuvo que dar detalles Benito, que con pericia, fue apartando la roca, hasta alcanzar el borde cara al río, con lo que un último empujón, la hizo rodar esta vez sin peligro ya que su destino fue la vera del río. Dejó la huella de su paso, machacando arbustos, lo mismo que se delataba el curso seguido desde el Castillo.
La carretera quedó magullada y temí que de nuevo tuviera problemas, esta vez, con Obras Públicas.

Como pudo, Benito, restableció las irregularidades del firme y fue a buscar material bituminoso para dejar lo máximo pulida la carretera y con un pase final de arena, quedó bastante disimulado. Si alguien no  iba predispuesto a indagar, podía pasarle desapercibido el accidente.
Los ojos del celador por la tarde lo descubrieron, pero vista la buena labor realizada, al dirigirme la palabra lo hizo con conmiseración.

-Ya que Ud. va a realizar obras, le recuerdo que los márgenes de la carretera hasta veinte metros, son de dominio de O.P.
Y el deterioro de la calzada puede ser punible. Ya veo que esta vez fue algo fortuito, pero para otras ocasiones, apuntale antes, o haga una zanja para que el material caído, no alcance el vial.

A semejanza de mi encuentro con Jaime de ICONA, Arcadio, resultó con el tiempo, otro amigo con quien conversar al pasar por Tarter cumpliendo su servicio. Contó como antes de mi llegada, se pasaban días sin circulación por estos parajes. Pero que ahora, los vecinos por curiosidad, los trabajadores para su cometido y los suministros de materiales continuados para mis obras, aquella carretera, dejaba de ser fantasmal. Necesitaría acondicionarse ante la nueva perspectiva. Él mismo encargaría rótulos apropiados a O.P.

Luego supe que el Alcalde le había predispuesto, ya que el Tarter parecía convertirse en la esperanza de los lugareños.
De nuevo tuve que bregar con Benito, que el mal sabor de lo ocurrido, le predisponía a abandonar el trabajo. Me desatendió una semana, hasta que por fin Mullier, le convenció que aquél suceso fue algo excepcional y que en definitiva ya había asistido a obras muy peligrosas que con su pericia dominaba.

Pasado el susto, me arregló el acceso al Castillo facilitando el paso de los vehículos de la constructora, incluído mi mercedes y acabó de demoler las piedras que amenazaban caída imprevista, evitando futuros percances.

Me preparó una plataforma en lo más alto, en lo que restaba de piso bajo la ventana única en aqella alta pared, formando ángulo con otra que llegaba solo al piso. Allí coloqué un depósito de uralita de 1,80 m diámetro por dos de altura. Formó parte de la instalación de agua para las casas a rehabilitar.

Y pensando en los niños, pedí a Mullier, me proporcionara otro conductor con una apisonadora vibro.
La retro, habilitó una explanada lindante a la carretera, con las dimensiones de un campo de fútbol, La vibro, la compactó y alisó. Luego aportando veinte camiones de arena, las esparcieron y volvieron a apisonar.
Quedó un espacio perfecto, a prueba de barrizales, ya que de no tomar la precaución de la arena, se habría convertido con la lluvia en un terreno fangoso y una vez seco en un foco productor de polvo.
Lo malo era que cada año, había que proceder con otra capa de arena, pues su densidad hacía que con las lluvias, fuera filtrándose dejando una superficie con la tierra original.

Cuando lo vieron los niños se entusiasmaron, tanto que les proporcioné unos maderos para portería y cal, para señalar las líneas del campo de fútbol.
Fue el motivo que abrió ante sus ojos, un nuevo modo de esparcimiento. Y además aquél campo, tres años después, cuando ya tuve un par de casas antiguas rehabilitadas y media docena de torres de planta baja, escondidas entre la maleza boscosa, Tere lo utilizó para prácticas con el Renault amarillo.

Se lo regalé para su uso exclusivo. Un cobertizo, sirvió de garaje, incorporándole una puerta corredera. El coche se quedaba siempre en la urbanización. Las mujeres de las torres, la lisonjeaban y se granjeaban el favor de ser pasajeras del coche de la única mujer allí disfrutaba de uno propio. Les resultaba divertido realizar las compras de mercado en la cercana población, con taxi gratis.

Claro los peques al fin lograron que mamá, les permitiera hacer prácticas en aquella extensión sin más obstáculos que las porterías de fútbol.
Era imposible accidentarse..... bueno, ellos no pero ya hubo quien.





Parejas perdurables  (continuación  73 a)


Pasé muchos meses saliendo de Barcelona de madrugada con Carrión para ir con el mercedes a Tarter. Ayudábamos a los albañiles  a restaurar ruinas. Carrión, les echaba una mano cuando hacía falta la colaboración de peón. En otras ocasiones me acompañaba al almacén de Mullier acarreando material.

También hicimos de jardineros. Servíamos para todo. Convertíamos en realidad el dicho de “lo mismo planchamos un huevo que freímos una corbata.

Hasta yo me convertí en cocinero. Siendo el lugar deshabitado, para no perder horas de trabajo, al mediodía para comer, preparaba un potaje. Me salía lo suficiente sabroso como para entusiasmar a los tres albañiles fijos. Ellos y Carrión junto a mí, formábamos una mesa campestre en círculo. Las tochanas, cumplían el cometido de mesa y asiento.
Estas son las tochanas clásicas de las bóvilas de Cataluña.


Llegada la temporada de la caza del jabalí, un campesino de la comarca, ayudante esporádico de los albañiles, prometió obsequiarnos con una porción del primer jabalí que cazara su grupo.
Salían de madrugada un grupo de veinte veteranos en esta lid, ojeando los bosques cercanos y se repartían entre ellos la caza del día. Los desollaban y troceaban en porciones equitativas para los concurrentes.

El día que cumplió su promesa, elaboré un potaje de calidad extra. Para dar honor al suculento manjar, pedí a Carrión que se llegara al poblado vecino y trajera una botella de tinto de buena graduación.

Mientras, me las deseé para conseguir pequeñas raciones del grueso trozo de jabalí. Mis cuchillos resbalaban en su carne. Evidenciaba mi desconocimiento del oficio de carnicero y la falta de útil apropiado. Al final opté por un martillo y un cortafrío. Nada ortodoxo el método pero efectivo.

Diez trozos de durísima carne los agregué al potaje, dejándolo cocer tres horas. La vista del condimento con los magullados trozos de carne, no resultó nada estético, pero el sabor resultó auténtico. Nada que ver con la carne de cerdo.

Y al volver a mentar al jabalí, recuerdo como años después, ya tomada posesión para veraneo, de una de las viviendas construidas, tres de nuestros hijos, salieron del chalet en plan de exploradores por la selva tupida. Su diversión consistía en buscar la nueva guarida de los jabalíes que les conté desaparecieron al abrir calles.

Por lo visto el mayor de la expedición, que era nuestro tercer hijo, divisó un escondite del que salió un ejemplar respetable de esta fauna. Viendo que el jabalí iniciaba una marcha en su dirección, plantando cara, dio media vuelta conminando a sus hermanos, el quinto y el sexto, a que huyeran corriendo, bajo peligro de ser perseguidos por un animal enfurecido.

Muy lejos se hallaban, en el confín de la finca con bosque sin limpiar aún, por lo que corriendo cuesta abajo, el mayor tuvo que saltar un pequeño margen del terreno, sin ver que a sus pies el suelo se cubría mediante un gran zarzal.

Su salto rebasó con creces el matorral, le siguió el quinto, que al no tener piernas tan largas, su salto le llevó al límite del zarzal, causándole rozaduras, pero el sexto con sus seis años de edad, fue a caer en su centro, quedando inmerso en él.

Como el jabalí realmente no tenía intención de abandonar su madriguera, la estampida resultó inútil. No eran perseguidos. Tuvieron que afanarse en sacar al pequeño de su improvisada cuna, con brazos y piernas pródigas en rasguños de cierta importancia.

Muy mala impresión le causó a Tere, curando las heridas del peque. Estos inocentes accidentes, según mi visión, para ella eran tremendos peligros. Temía también que se pasaran horas en el río sin saber con cual monstruo fluvial se las tendrían que ver. Les prohibió ir de pesca.

Estos miedos, junto a las incomodidades por falta de electricidad, pasar frío por las noches, y carencia de locales sociales, ahora le hacen aborrecer su recuerdo. Y que de aquellos quince años allí vividos, al menos los tres primeros soportados estoicamente, los imaginaba de naturaleza salvaje. Nada menos aquellos parajes, para mí eran bucólicos. Y con el tiempo, quedó demostrada la atracción de la belleza natural que sentían los visitantes, al convertirse en colonos.

El día que inauguramos la electricidad mediante un grupo de gasoleo, acompañó a nuestro segundo vástago, un colega del instituto en que estudiaba.

Como tenía permiso de su madre para practicar con el coche amarillo por el campo de fútbol, satisfizo a su amigo, dejándole también a él conducir. El chico, era la primera vez que tomaba el volante y sin noción de cual  era el acelerador y cual el freno, en uno de los giros al final del campo, se atolondró y lo dirigió contra una portería. Tampoco era experto futbolista, no logró un gol, sino que se cargó un poste.

Visto el coche con un faro resquebrajado pregunté su causa. El amigo invitado, lejos de confesar, permitió que reprendiera a mi hijo ante todos por inconsciente y desobediente, castigándole a pagar con sus ahorros el desperfecto del faro y el poste de la portería.

Una vez solos, Tere contó la verdad y luego le transmití a mi hijo mi pesar por aceptar amigos irresponsables con muestras de tal cobardía, y le eximí del castigo. La lección desagradable en aquél momento, les valió a todos mis hijos, que asimilada, la han puesto a la práctica siempre, enorgulleciéndome de que sean responsables de sus actos en todas las circunstancias.

Apurábamos las horas de trabajo en Tarter hasta el anochecer.
La llegada a Barcelona, hacía que invariablemente cenara solo con Tere. Éramos tardíos en acostarnos y madrugadores por mi trabajo. Cinco días a la semana aquél invierno, no veía a mis hijos levantados.
En verano, la menor distancia que me separaba desde Pierola, me permitía comer y cenar con la familia, hasta que al veranear en Palamós ya no fue posible.

La cuestión era pues, cuanto antes tener alguna vivienda disponible con un mínimo de comodidades y usarla como hicimos en Santa María.
Procuré de inicio habilitar un almacén de materiales y herramientas, un garaje para tres coches y un leñero. Al depósito de agua subido al castillo, lo llenaba subiéndola mediante una moto-bomba accionada a gasolina situada en un charco, al parecer receptor de agua de manantial.

Para hormigonar, almacenaba agua en una docena de bidones usados de gasóleo.
Por cierto, que a la llegada del invierno, nos pillaron de sorpresa las fuertes heladas nocturnas.
Tuvimos indefectiblemente, que agrupar de tres en tres, a los bidones con varios centímetros de grosor de hielo, colocándoles leña en su centro. Una fogata durante una hora, licuaba la capa de hielo. Con cinco grados centígrados de temperatura ya permitía un fraguado del hormigón normal.

Por cierto inicialmente a falta de hormigonera, el suelo y el azadón accionado a sangre, como llamaban a la fuerza animal, suplían su utilidad, pastando con arena y cemento varios metros cúbicos diarios.

Una vez habilitadas un par de casas, propuse a Carrión que se alojara en una de ellas y la otra sirviera de reclamo y oficina para promoción de venta terrenos.
Mientras estudié solares estratégicos para proyectarles viviendas de planta baja de fácil construcción, con lo que serían vendibles a precio módico.

Los lugares preferidos eran aquellos en los que necesitaba menos tala de árboles. Cada uno a derribar me dolía en el alma. Soy un amante de la vegetación. 
Y pensé de inmediato en cómo utilizar la pequeña balsa para suministro de agua, teóricamente potable.
En ello, el Alcalde me animó, pues según dijo, de antaño que se usaba como abrevadero para los caballos y que nunca se agotaba. Un pequeño estudio de su potabilidad, acompañado de inspección y rastreo del manantial, en principio resultaban positivos, más al hallarse la balsa tan cercana a la carretera, a medida que avanzaba urbanizando, aparecían más indicios de su inconveniencia.






domingo, 13 de noviembre de 2011


Parejas perdurables  (continuación  72)

Un lector casual de esta narrativa, tuvo la amabilidad de enviarme un enlace en el que colegas suyos, recopilaron 305 fotos relativas a Minas de Potasa de Suria.
Las contemplé, y como es de suponer evocaron los recuerdos más íntimos de los vividos allí en mi juventud.
Antes de proseguir hoy, después de emocionarme con los recuerdos, selecciono de entre ellos a uno, provocado por la vista de la foto adjunta.


Se trata de la nave de calderería. En ella se ve el puente grúa, que deslizaba en toda su longitud, trasladando máquinas y piezas de tonelaje elevado. La posición en que se distingue el puente, sobre el tercer apoyo de las vigas guía, solía destinarse para tratar las piezas a reparar. Era la zona permanente de actuación. Allí se trasladaban mediante accionamiento manual con cadenas por un solo operario. Luego pasaban horas, o días para realizar los trabajos de reparación accionando el polipasto con motor eléctrico.

La grúa, deslizaba en sus cuarenta metros de longitud de la nave, con extrema suavidad. El operario, casi sin esfuerzo tiraba de las cadenas con una sola mano.
Las guías, formadas por perfiles de acero laminados doble T de 20 PN (altura de veinte cm. Con aletas de 10 cm), se soportaban con los apoyos empotrados en las paredes.

Cuando el operario se acercaba a unos cinco metros del punto usual de trabajo, notaba un encasquillamiento de las cadenas, luego una tendencia a aligerarse y seguidamente, una resitencia al avance que ni con dos manos podía vencer. Cuando las piezas eran excepcionales, tenían que intervenir dos operarios a cuatro manos.

Este raro comportamiento de la grúa, llevaban más de un año acusándolo, pero finalmente, se hacía excesivamente gravoso.
Engrasaron los engranajes, revisaron los cojinetes, limpiaron las cadenas y realizaron un montón de inspecciones visuales, sin comprender el raro efecto.

Como yo permanecía inactivo, una vez el Belga, dejó montada la nueva máquina y regresó a la sede de Solvay, a falta mejor ocupación, asistí con el jefe de los caldereros, a la comprobación de esta rareza del puente grúa.

Igual que ellos, me asombré. Lo normal sería que las ruedas deslizaran por un igual, los cuarenta metros de longitud de la nave.
Luego el defecto debía hallarse en un ahondamiento en el lugar de trabajo.

Me resistí darles mi opinión, pues era inimaginable el desgaste local de las vigas de hierro. Menos aún su deformación. Pero no pudiendo darles un diagnóstico plausible, me callé y dije que pensaría en ello.

Lo que hice fue aprovechando mi poca autoridad, por Vicejefe de talleres, pasé una orden al topógrafo. Debía comprobar la nivelación de las guías de ambos lados de las paredes de calderería.

Casi olvidé la cuestión al no recibir resultado rápido. El topógrafo, se dedicaba a otros menesteres más importantes como acudir a las galerías de extracción, o replantear nuevas construcciones.
Al recibir una semana después del topógrafo, el plano con el perfil de las guías, comprendí la razón evidente. La zona mayor utilizada, con los años había descendido dos centímetros. No por culpa de las vigas, sino por sus apoyos empotrados en la pared.

Dí orden de disponer unos pies derechos en los extremos de las guías para asentarlas a ellos.
Luego que cortaran los tres apoyos finales. Así se liberaba la guía pudiendo nivelarla. Los apoyos, se resanaron en las paredes y a continuación unas soldaduras con pletinas, restablecerían la altura de los dos centímetros faltantes a las guías. Casi se rieron en mi cara.

Sentí que si aquél remiendo que ordené, no funcionaba, sería el hazmereir de los mineros. Por suerte, funcionó y ya me miraron con otros ojos los operarios veteranos que veían en mí, a un imberbe (aunque me afeitara) ingeniero de pacotilla.

Pues al ver esta foto, reviví la vergüenza que tuve al pensar en la posibilidad de errar el diagnóstico y su reparación.
Me ilusionó recibir este enlace con las fotos de Suria, que formarán parte de todos mis recuerdos. Se lo agradecí al autor, que no nombro, por si no fuese de su agrado su aparición en pública edición.
Según dijo, su padre formó parte de la plantilla de Minas, y también supongo, que aun y siendo coetáneos, bien pudiera fallar la coincidencia en mi breve permanencia., donde laboraban 450 personas.

Fotos de Minas de Suria.
https://picasaweb.google.com/104947011100849392243/Suria



Parejas perdurables  (continuación  72 a)

 -Papá. ¡ El yate que alcanzaste nadando arde !

Estaba adormilado tendido prono, en la arena de la playa de Palamós.
Secándome al implacable Sol del mediodía, me reponía del sprint de regreso desde la línea de fondeo de las embarcaciones de recreo.

No había por aquél entonces en Palamós, puerto deportivo. A partir de los cien metros de la playa, los propietarios de naves de corta eslora, los anclaban a esta distancia para no incordiar a los bañistas.

No solo mi hijo me ponía sobre aviso, ya resultaba un espectáculo para todos los bañistas, quienes emitían gritos de asombro y peligro.

El asombro lo era por no entender la causa de aquel incendio espontáneo. Y el peligro, por amenazar pasar el fuego a los yates de sus inmediaciones también allí anclados.
Con prontitud, varios espectadores, alcanzaron las naves inmediatas, para proceder a su alejamiento. La que inició con unas pequeñas llamas, ya era pasto total del fuego chisporroteante por la fusión de las resinas con la fibra de vidrio.

Pensando en el motivo, sugerí que alguien podía haber provocado el incendio. En todo caso, lo provocaría con un mando a distancia, pues allí ni cuando yo estuve descansando a su vera, ni después, nadie se acercó, hasta declararse la ignición.
Lo más probable, sería un descuido del propietario teniendo cristales o vidrios rotos en cubierta, que concentraran los rayos solares por su caída vertical del mediodía.
Jamás vi otro incendio espontáneo, pero al menos conocí que tal hecho no era raro.
Lo previenen en Náutica.
Incendio 
Un incendio a bordo es uno de los mayores peligros que puede amenazar la vida de una embarcación. Si no es dominado rápidamente o no es localizado a tiempo, pone en serio riesgo a la tripulación e inclusive a la misma nave.
Los barcos de crucero incluyen numerosos materiales inflamables, empezando por el propio casco, que construido en resinas de poliéster resulta combustible cuando alcanza una cierta temperatura. A ello se añaden los riesgos del combustible almacenado, los muebles de madera, las telas y los revestimientos sintéticos, aunque algunos de ellos estén ignifugados. Cualquier llama descontrolada producida en el motor, la cocina o el cuadro eléctrico, puede rápidamente prender el resto de la embarcación, que se convertirá en un horno en pocos minutos.

Para los niños y todo el personal expectante, fue una curiosa  diversión, en tanto que imagino la tragedia que le representaría al propietario, cuando se enterara.
No quedó nada de la cubierta y no fue posible apagar el fuego antes por falta de medios motrices de bombeo, pues agua, no faltaba.

Con esta aventura, a Tere le entró miedo adentrarse unos pocos metros en el mar, en cambio a los niños, les entraban ganas locas de aprender a nadar para llegar a las embarcaciones y jugar incluso subir a las que lo hacían factible desde el agua.

Afortunadamente, desde la venta del Niu-Blau, con su piscina, ya sabían nadar los cuatro mayores, máxime al cuarto que se inició, con la travesía de nuestra piscina, sin respirar.

Ahora, pasábamos dos meses en Pierola, disfrutando de la nueva torre, ajardinando el terreno de mil metros cuadrados. Y el tercer mes de verano, en un apartamento de alquiler en la Costa Brava.

Parecía pues a los ojos de nuestra prole, que se trataba de simples mudanzas y conocer otros lugares de ocio. No podían imaginar que era por necesidad el cambio realizado.
Tres años seguidos acudimos a Palamós. Los dos primeros solos Tere, yo y los niños pero el tercero, nos acompañó mi suegra, por haber enviudado.

El Chalet de Pierola, una vez habilitado, acogió a toda la familia los fines de semana. Los suegros, habían vendido su Apartamento Gemini, al no serles apetecible pasar el tiempo allí solos.
Dos años disfrutamos en Pierola, hasta la compra de Tarter. Tuve que echar mano a todos los ahorros, por las ventas de Cubera, y de la torre de Pierola. Seguía pues descapitalizado aun que ahora casi se podía decir que era un terrateniente. No solo eso: podían llamarme Castillano, señor del Castillo de Tarter.
En serio, era una desgracia. Cincuenta hectáreas de terreno bosque, no daban para ser un terrateniente y las paredes de un antiguo castillo derruído, menos aún para ser un Sr. de la nobleza Castillana.
El problema seguía siendo captar dinero para realizar las obras proyectadas en la nueva finca.

Carrión, seguía con su labor de vendedor de parcelas, con las que subsistir hasta disponer la habitabilidad de Tarter.
Y al vender la torre de Pierola, atendiendo al acertado contrato que requerí de su propietario urbanizador, salí doblemente beneficiado por obtener mejor precio en la venta de lo que me costó, aún sin haber terminado de pagar, y hacerlo sin costo alguno de legalización.

El comprador, también estuvo satisfecho, dado que la torre la adquiría acabada con todos sus detalles interiores y ofrecía por su exterior un bello jardín que cambió el aspecto desolador de cuando la adquirí dos años antes.

Desde Pierola, para el trabajo, me dirigía a Tarter sólo. Quedaba la familia entera incluídos los suegros y cuñada, en su disfrute por ocio alternado con la necesaria labor de decoración y jardinería.

Tuve la oportunidad al haber remozado dos casas de Tarter semiderruidas, de recorrer la finca con toda la familia, antes de que mi suegro enfermara gravemente. Pocos meses después falleció.