Curioso como al fin solucioné el problema de la fosa séptica. Orpí había proyectado y dirigido la obra de los apartamentos Gemini y de esto ya hacía más de un año. Me expuso su contrariedad al no disponer de alcantarillado en la Urbanización.
El Ayuntamiento disponía de un deficiente trazado que incumbía únicamente a la plaza, a la Iglesia y a las calles de su entorno. Imposible conseguir una red con proyección actual para una urbanización, que triplicaría el censo de habitantes habidos desde un par de siglos.
La esperanza de conseguir siquiera autorización para ello, mientras el Alcalde regentara la Ciudad, era vana. Hipócritamente, aducía pegas legales.
Pero a las torres individuales, les enterraba en su propio solar, una fosa prefabricada y homologada de capacidad para ocho personas. Casi todas las urbanizaciones lo tenían permitido.
La capacidad de una fosa prevista para un notable exceso del centenar de personas, se salía de lo normal y su ubicación con un acceso fácil para las contingencias de limpieza, resultaban un problema.
Le sugerí a Orpí que elevara un metro sobre el nivel del suelo la planta baja del bloque de nivel inferior. Luego circundara en edificio rectangular, con una acera en voladizo de ochenta centímetros ancha. Excavaría para la construcción de la magna fosa, hasta la profundidad permisible por la roca aflorada en los cimientos.
Una vez construida con hormigón la fosa de dimensiones calculadas para su óptima efectividad y máxima duración sin necesidad de vaciado, la cubriría y regularizaría los niveles del suelo hasta veinte centímetros debajo la acera.
El hueco entre la cara inferior de la acera de quince cm grosor y las tierras aportadas para ajardinar, lo aprovecharía para la instalación de un tubo luminoso de color verde limón. El tubo no se vería, pero la luz salida del suelo, aparentarían una vez encendido, como si el edificio flotara sobre una nube.
Pues esto resultó mejor de lo que esperaba. El jardinero, en dos días, dejó con su equipo de empleados y su carga de césped, arbustos, flores y rocallas, un verdadero Edén.
Me dijo que al tercer día vería el entorno del edificio completamente verde y floreado. De ello se encargaba el riego abundante sobre una capa de gallinaza.
Verdaderamente, no me esperaba aquél milagro, a pesar de mi experiencia en el Campamento de Castillejos, que para adecentar las tiendas sembrábamos cebada y en poquísimos días crecía la hierba como si se tratara del césped del prado.
La noche de prueba de este resultado, la festejamos, con refrescos y bailoteo con amigos, niños y empleados, deleitándonos con el espectáculo.
El jardín se remató con una rampa hasta la superficie horizontal que cubría la fosa rodeada con un par de sauces y un eucaliptus.
Allí aprovechando la sombra de los árboles, un par de años después, los inquilinos de Gemini, en sus vacaciones de modo habitual, montaron una mesa y con sillas plegables ejecutaban sus partidas de dominó.
El propietario del apartamento nº 13, poco disfrutó de la timba que montaban los ya habituales en acudir a tales partidas. Sea por la emoción por ganar, o perder, la tercera vez que acudió, se hizo presa del fatídico número 13 (a la tercera, la vencida) y un ataque al corazón, lo dejó frito en un santiamén.
Su viuda, me visitó al mes siguiente, pidiendo la anulación del contrato de venta, ya que quedó en muy mala situación, dependiendo exclusivamente del marido hasta entonces. Y aquello, lo lamentó mi hijo mayor, ya que de todos los niños que frecuentaban Santa María, la hija del difunto, era la de edad más cercana a la suya.
Tal como temí, ya se aburriría entre niños, o “viejos”, sin poder alternar con los de su edad. Un año después ya anunció su renuncia a acompañarnos a la Urbanización fines de semana y verano. Se quedaría en Barcelona, para estudiar.
Sí. Claro. Ya era mayorcito, pudiendo cuidarse solito. Pero desde un viernes por la tarde hasta un lunes por la mañana, hay un montón de horas en curso. ¿No se podía hacer algo más que estudiar?.
Como siempre se comportaba tan sensato, le di permiso. Era buen estudiante y capaz de poner en cintura a sus hermanos, mejor que yo. Sin embargo su seriedad no llegaba a extremos inusitados, según comprobamos cierto día, Tere y yo.
Invité a una sobremesa nocturna a dos de nuestros colegas con su pareja, residentes en Barcelona.
Una vez acostados los niños, quedamos las tres parejas para iniciar grata tertulia. ¿Qué vais a tomar?.
Cada cual pidió los usuales licores de moda que ya tantas veces apetecimos. Pero el caso fue que al abrir el mueble bar, en las botellas apenas restaba un dedo de licor.
Lamentamos nuestro descuido, pues llevábamos tiempo sin abrir el mueble, ignorando el estado de su aprovisionamiento. Sin embargo, nos extrañó.
Al sentarse los colegas, en el sofá, notaron bultitos en los laterales de los cojines.
Pues entendido. Aquello, eran cacahuetes y altramuces. La limpieza, J.C. no la realizó a fondo y así se descubría que mientras los vecinos de Santa María se entretenían con el dominó, sus amigos se entretenía con él, en casa a sus anchas.
Me recordó que veinte años antes éramos los actuales padres los que acudíamos a guateques. Me sentí complacido, al pensar que por el momento nuestros hijos gozarían de mejores condiciones que las que obtuvimos nosotros. Y para empezar, él tenía ambos padres con vida y ninguna necesidad de preocuparse por su subsistencia estudiantil.
Mientras escribo esto, me llega por correo postal un libro y una carta de Ramón. Es la segunda vez que recibo mensajes recordatorios de las andanzas pasadas, justo cuando estoy contándolas. ¿Será que las Aónides nos ponen en contacto?.
Pensándolo bien, será interesante contar la visión que tiene él de nuestro antiguo contacto. No pertenece a nuestro círculo de parejas perdurables ya que él aún no pasa de los 45 años de matrimonio, pero va en caminos de serlo.
Saludos de Avicarlos.
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