Sobre la mesa del despacho, los ayudantes me dejaron reseña de las gestiones realizadas. Como no esperaba mucho más que el haber acabado los proyectos en curso y alguna que otra gestión para la creación de la Sociedad Inmobiliaria, quedé agradablemente sorprendido que ya tenía unas entrevistas inminentes con dos corredores de fincas interesantes.
Realicé pues al fin el viaje de novios (con churumbeles que dicen los gitanos), que a Tere también en definitiva, le entusiasmó dentro de lo que cabía. No hubiera sido lo mismo realizarlo solos. Cuando debía realizarlo, recién casados, el viaje se frustó por causa de la salud y más que limitada economía. En esta ocasión, la economía era algo mejor y la salud, nos respetó a todos. Sin embargo ni en una ocasión ni en la otra faltó el amor. O sea que enlazando ambas, tuvimos lo ideal “Salud, dinero y amor”, como dice la canción.
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El dinero ahora, dado que ya éramos una familia de seis personas, debía no solo administrase sino también multiplicarlo paralelamente .
Un gasto necesario fue tomar una sirvienta para Tere. Cuatro niños, con el último apenas destetado, la ocupaban demasiado. En principio la tomaríamos por horas, pero preví que a no tardar deberíamos disponer de una criada, tal como era lo usual en las familias ricas tanto con muchos o pocos familiares. Nosotros no teníamos elección. De puertas afuera, pareceríamos ricos.
Repasé las cuentas bancarias . Con la inyección del talón por la venta de Vespella, podía permitirme abrir una nueva cuenta a otro banco, destinada a la Sociedad a crear.
Además las gestiones para captar capital, también iban por buen camino. Todo se centraba pues en organizar el despacho en departamentos. Uno sería el Técnico, otro el comercial, otro contabilidad y el más importante, el financiero.
Eso creí al principio pero a poco, tuve que incrementarlo con el de publicidad.
De las fincas ofertadas por los corredores, opté por la de Sumella, de 24 hectáreas, a caballo de dos Municipios de la Costa Dorada.
En principio me pareció una dificultad el hecho de que quedara dividida en dos partes tributando cada cual al municipio correspondiente. Al ser rústica, lo único que delataba esta particularidad era un mojón de un metro de altura, con su número catastral.
Y al ser abandonada de años, allí no había más que algarrobos dispersos, de rendimiento negativo.
Hubo un tiempo, el de la guerra civil, en que se le sacaba partido. La carencia de todo tipo de comestibles, hacía que las algarrobas además de suministrase con el pienso para las caballerías, se utilizaban para la fabricación de chocolate para el público pobre y famélico, que éramos todos.
Y ya que hago esta mención, la complemento con la de los nabos para los cerdos que son de dimensiones considerables, pero de sabor amargo-picante. Igual que en la película Lo que el Viento se llevó, muchos los arrancaban del campo para consumirlos allí mismo.
Tomadas las decisiones dejé encargo al segundo de a bordo, que seleccionara a los delineantes en dos grupos; unos para trabajos de campo y los otros para los de gabinete, en el bien entendido que de precisarse, en ocasiones fueran ambivalentes. Pero a uno sí lo seleccionamos para exclusivamente dedicarse a la rotulación de los planos. Manejaba con rapidez el rotulador con plantilla.
Luego decididamente la recepcionista, no podría asumir la sobrecarga de mecanógrafa. Tenía trabajos de campo a iniciar para el Ayuntamiento de Santa Susana, en la costa del Maresme, y para un potentado que adquirió una gran finca de paisaje variado, agreste, abrupto, planicie, regadío y construcciones diseminadas para los cazadores, en Gallifa. Esto nos daba trabajo para unos cuantos meses.
Compaginarlo además, con la petición de un promotor urbanista en la finca Mas Ambrós de Calonge, en la Costa Brava, de intervenir asiduamente desde el levantamiento topográfico, al replanteo de las calles y futura parcelación, amén que confección de los planos de los solares a medida que estos se vendieran, ya resultaba complicado.
La juventud lo puede todo y en lugar de recapacitar sobre la saturación de trabajo, lo que vi fue lo contrario. Una seguridad laboral para varios años venideros y que me permitirían seguir adelante con mi proyectada sociedad inmobiliaria.
Así que lo comenté con Tere y me dijo que en la escuela de los niños, le dijeron que una señora buscaba trabajo de oficinista para su hija de quince años que era muy diligente.
Cuando la necesidad aprieta no se puede andar con remilgos. Pregunté si escribía a máquina con alguna agilidad y nada más. Como esto era lo que privaba en aquél tiempo, era natural que esta niña, al igual que Tere en su día con la misma edad, no le fuera obstáculo.
A la mañana siguiente, una señora con su hija me aguardaba al recibidor del despacho.
Claro tan urgente resultaba para mí como por lo visto, para esta señora.
Tuve un chispazo mental al fijarme en la niña: me recordó a Tere la primera vez que la vi, a sus trece años. Pero esta tenía quince y aún parecía menor.
La señora expuso que era una chica (ya no la presentaba como niña, pues a partir de los catorce años era legal contratar oficinistas), pulida, obediente y muy responsable.
Que lo tuviera en cuenta, por su extrema sensibilidad. Que quedaría satisfecho de su laboriosidad, pero que no la agobiara.
Esto me parecía un despropósito. Ni yo era un ogro, ni la señora me conocía, ni el trabajo de mecanógrafa daba para altercados. Pero ella insistió en este punto ya que si apreciaba por mi parte una excesiva actividad de la chica, la librara del trabajo o la despidiera, pues era su hija muy querida y sufría por lo delicado de su carácter.
Le conté que lo único que debería realizar era pasar a máquina las memorias de proyectos técnicos, o las cartas a clientes, o las facturas que le darían de contabilidad. Por descontado atender al teléfono.
No imaginé que lo remarcado por la señora trajera consecuencias. Firmamos el trato y me olvidé por completo de la cuestión.
La presenté al segundo, al contable y a la señorita de recepción. A los delineantes ya los iría conociendo. El trabajo, se lo irían pasando a medida que surgiera.
Punto final de la adquisición de la mecanógrafa y decisión firme de adquirir la finca de Sumella.
Claro que había un problema gordo. Su valor entraba en mis cálculos y podía alcanzarlo con mis medios y con una ayudita bancaria. Lo que excedía eran los costos de legalización. Había que atender a dos Municipios, los tributos catastrales, la comisión del corredor, los gastos Notariales, los de Registro de la Propiedad y las Plus valías que no abonaría el vendedor, a pesar de ser de su incumbencia, además de los tributos atrasados sin abonar, entrando en curso de sanción.
Claro si la vendían barata, era obvio que por necesidad. Al mencionar la situación, Tere intentó sacarme de la cabeza esta compra.
-No empieces algo con problemas conocidos onerosos. Los ocultos pueden ser aún peor.
-Pero, mujer, la finca tiene visos de porvenir. Están proliferando urbanizaciones por doquier. Conozco a muchas que no reúnen las condiciones de esta finca y triunfan. Y necesitamos algo lucrativo que nos permita una vida holgada.
-Pues tú verás. Por cierto en la carnicería me han recomendado una mujer para lavar, coser y planchar. Me irá bien la ayuda para atender bien a los niños.
arejas perdurables (continuación 34 a)
La semana transcurrió vertiginosa debido a la vorágine de asuntos a poner en marcha.
Con el propietario de Sumella, entablé conversación en dos encuentros. Uno en su domicilio y otro en mi despacho. La propuesta que le hice como ultimátum, la aceptó, tras consultar con un abogado pariente suyo.
Para ahorrar una cantidad considerable en los gastos de legalización, convine una entente a medias. Él percibiría un plus en el precio estipulado a plazos y me permitiría elevar a público ventas parciales a terceros que resultaran de valor menor al devengado por los plazos.
El documento de compra-venta, se extinguiría en un par de años, o se elevaría a público por el resto de superficie no segregada.
Con ello las garantías iban a su favor, pues podía jugármela vendiendo en el ínterin la finca no escriturada, que si bien fuera una estafa, la reclamación debería realizarse por querella criminal.
Incluso con sentencia a mi favor, su resolución dilatada en el tiempo (lo usual), me perjudicaría aún más que dar por perdidas las cantidades entregadas. Y el propietario aconsejado por su pariente abogado, lo sabía perfectamente.
Tuve que fiarme. De no realizar tal pacto, me quedaba con la finca pero sin capital para urbanizarla. Los bancos a una finca rústica sin construcciones en ella, no arriesgaban en hipoteca más de un diez por ciento del valor catastral que ya de por sí resulta muy bajo, por lo cual, no podía contar con su ayuda.
Sin otra salida, le pedí que a su vez me compensara con una garantía. Debía otorgarme un poder Notarial específico para la venta de segregaciones que cumplieran lo acordado. De esta forma holgaba acudir él a la Notaría cada vez que se realizara una segregación de solares.
Le pareció bien ya que se desentendía de mis tejemanejes con una sola firma.
La redacción del contrato privado y la del Poder, fueron los primeros documentos cuya transcripción a máquina por duplicado, requerí a Tecla, la mecanógrafa recién incorporada.
Otro escollo fue el que el segundo de abordo, abandonaba el barco. Me lo temía ya que estaba finalizando la carrera y seguro tendría otros planes.
El suplente fue Orpí un Arquitecto novato, deseoso de hacer prácticas.
Adquirí nuevo equipo topogáfico . Estrenaríamos el teodolito taquímetro autoreductor que se promocionaba entonces y que nos ahorraría mucho tiempo en el cálculo de la libreta taquimétrica.
También adquirí un coche de segunda mano, para transporte de los ayudantes. La inversión para el gabinete topográfico iba creciendo. Y la de la Sociedad, se preveía más cuantiosa.
Decidí para los trabajos de larga duración, dedicar un día semanal de campo a cada uno de ellos, por lo que restarían tres días para imprevistos.
Los imprevistos lo mismo pudieran destinarse a trabajos nuevos como para acelerar los trabajos de Calonge.
Para elegir el nombre de la sociedad, me ayudó el cura de Cubera al conocer mi proyecto. Era un cura joven con ganas de ser asequible al pueblo llano, introduciendo novedosas ideas para modernizar los ritos. Ya no usaba la sotana sino en contadas ocasiones. Me propuso que al urbanizar a poco más de medio kilómetro del pueblo, construyera un pequeño oratorio rural dedicado a Santa María. Era claro que velaba por sus intereses ya que a sí mismo se denominaba su parroquia.
No me pareció mal encomendarme a Santa María y a todos los Santos para que me protegieran de debacles en el negocio.
Decidido, la llamé USAMA S.A. Por Urbanización Santa María Sociedad Anónima.
Lo imprevisto fue la mal acogida que me dio su Alcalde, al proponer el desarrollo de un plan Urbanístico en Santa María. Sin comprometerse en dar beneplácito alguno, excusó que el tema debía resolverlo el Arquitecto Municipal.
Esto era un NO. Ya tenía noticias de la Dictadura descarada que ejecutaba el Alcalde. Caciques se les llamaba a los que actuaban abusando de su autoridad no permitiendo nada que a ellos no les reportara un beneficio directo, o indirecto.
Y qué decir del Alcalde del otro Municipio. De la misma calaña, pero muy sutil. Se limitó a sacar balones fuera, ya que su Pueblo Anova, se hallaba alejado y sin comunicación con la finca que pretendía Urbanizar. Esto sería mejor que el proyecto lo realizara en vistas a Cubera. Realizando el acceso por allí, su ayuntamiento nada tendría que oponer.
Un lince. Sabía como las gastaba su colega de Cubera, por lo cual sin negar verbalmente, negaba a sabiendas.
Pero yo ya no era un imberbe, de modo que oliendo la búsqueda de un soborno, al que no quería prestarme, recurrí a un colega abogado especialista en temas urbanísticos.
No se acababan los problemas. Una semana y media duró Tecla. Apenas tuve contacto ningún día con ella, debido a que pasé más tiempo fuera que en el despacho.
Y allí de nuevo me aguardaba su madre.
La semana transcurrió vertiginosa debido a la vorágine de asuntos a poner en marcha.
Con el propietario de Sumella, entablé conversación en dos encuentros. Uno en su domicilio y otro en mi despacho. La propuesta que le hice como ultimátum, la aceptó, tras consultar con un abogado pariente suyo.
Para ahorrar una cantidad considerable en los gastos de legalización, convine una entente a medias. Él percibiría un plus en el precio estipulado a plazos y me permitiría elevar a público ventas parciales a terceros que resultaran de valor menor al devengado por los plazos.
El documento de compra-venta, se extinguiría en un par de años, o se elevaría a público por el resto de superficie no segregada.
Con ello las garantías iban a su favor, pues podía jugármela vendiendo en el ínterin la finca no escriturada, que si bien fuera una estafa, la reclamación debería realizarse por querella criminal.
Incluso con sentencia a mi favor, su resolución dilatada en el tiempo (lo usual), me perjudicaría aún más que dar por perdidas las cantidades entregadas. Y el propietario aconsejado por su pariente abogado, lo sabía perfectamente.
Tuve que fiarme. De no realizar tal pacto, me quedaba con la finca pero sin capital para urbanizarla. Los bancos a una finca rústica sin construcciones en ella, no arriesgaban en hipoteca más de un diez por ciento del valor catastral que ya de por sí resulta muy bajo, por lo cual, no podía contar con su ayuda.
Sin otra salida, le pedí que a su vez me compensara con una garantía. Debía otorgarme un poder Notarial específico para la venta de segregaciones que cumplieran lo acordado. De esta forma holgaba acudir él a la Notaría cada vez que se realizara una segregación de solares.
Le pareció bien ya que se desentendía de mis tejemanejes con una sola firma.
La redacción del contrato privado y la del Poder, fueron los primeros documentos cuya transcripción a máquina por duplicado, requerí a Tecla, la mecanógrafa recién incorporada.
Otro escollo fue el que el segundo de abordo, abandonaba el barco. Me lo temía ya que estaba finalizando la carrera y seguro tendría otros planes.
El suplente fue Orpí un Arquitecto novato, deseoso de hacer prácticas.
Adquirí nuevo equipo topogáfico . Estrenaríamos el teodolito taquímetro autoreductor que se promocionaba entonces y que nos ahorraría mucho tiempo en el cálculo de la libreta taquimétrica.
También adquirí un coche de segunda mano, para transporte de los ayudantes. La inversión para el gabinete topográfico iba creciendo. Y la de la Sociedad, se preveía más cuantiosa.
Decidí para los trabajos de larga duración, dedicar un día semanal de campo a cada uno de ellos, por lo que restarían tres días para imprevistos.
Los imprevistos lo mismo pudieran destinarse a trabajos nuevos como para acelerar los trabajos de Calonge.
Para elegir el nombre de la sociedad, me ayudó el cura de Cubera al conocer mi proyecto. Era un cura joven con ganas de ser asequible al pueblo llano, introduciendo novedosas ideas para modernizar los ritos. Ya no usaba la sotana sino en contadas ocasiones. Me propuso que al urbanizar a poco más de medio kilómetro del pueblo, construyera un pequeño oratorio rural dedicado a Santa María. Era claro que velaba por sus intereses ya que a sí mismo se denominaba su parroquia.
No me pareció mal encomendarme a Santa María y a todos los Santos para que me protegieran de debacles en el negocio.
Decidido, la llamé USAMA S.A. Por Urbanización Santa María Sociedad Anónima.
Lo imprevisto fue la mal acogida que me dio su Alcalde, al proponer el desarrollo de un plan Urbanístico en Santa María. Sin comprometerse en dar beneplácito alguno, excusó que el tema debía resolverlo el Arquitecto Municipal.
Esto era un NO. Ya tenía noticias de la Dictadura descarada que ejecutaba el Alcalde. Caciques se les llamaba a los que actuaban abusando de su autoridad no permitiendo nada que a ellos no les reportara un beneficio directo, o indirecto.
Y qué decir del Alcalde del otro Municipio. De la misma calaña, pero muy sutil. Se limitó a sacar balones fuera, ya que su Pueblo Anova, se hallaba alejado y sin comunicación con la finca que pretendía Urbanizar. Esto sería mejor que el proyecto lo realizara en vistas a Cubera. Realizando el acceso por allí, su ayuntamiento nada tendría que oponer.
Un lince. Sabía como las gastaba su colega de Cubera, por lo cual sin negar verbalmente, negaba a sabiendas.
Pero yo ya no era un imberbe, de modo que oliendo la búsqueda de un soborno, al que no quería prestarme, recurrí a un colega abogado especialista en temas urbanísticos.
No se acababan los problemas. Una semana y media duró Tecla. Apenas tuve contacto ningún día con ella, debido a que pasé más tiempo fuera que en el despacho.
Y allí de nuevo me aguardaba su madre.
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