Ernesto, se las daba de donjuán. Vimos como acabó. Faltó a la cotidiana velada, aquella noche. No estaba de parranda. Simplemente en el Cuartel por orden del Capitán recluido en la sala de banderas. Venía a ser para los oficiales, el equivalente del calabozo para la tropa.
Sin permiso expreso, salió por la tarde con la moto-sidecar de su escuadrón, a dar vueltas por Alcalá. Llamó la atención a un Regimental quien le delató, mayormente por la inquina que tenían los Chusqueros a los “niños oficiales de complemento”.
El motivo fue pararse ante cierta casa con motor en marcha provocando acelerones ruidosos, repetidamente.
La razón que nos dio por tal comportamiento, nos pareció surrealista.
“Llevaba días intentando camelar al guayabo de aquella casa, que solía exponerse generosamente con las ventanas abiertas, y en paños menores, mientras planchaba su vestido. Durante el paseo del día anterior, contactó con ella y…. “Veni, vidi, vici”.
La citó para aquél malaventurado día. Saldría de servicio del cuartel a media tarde y la recogería con un medio de locomoción para alejarse de Alcalá, lo suficiente para disponer de una intimidad bucólica.
Sin embargo la preciosa joven se lo pensó mejor y temiendo ser vista por conocidos, con un “Polaco”, (así nos llamaban a los Catalanes), no acudió a la cita. Ni siquiera tenía las ventanas abiertas como de costumbre, para alejar sospechas de complicidad."
Conque el donjuán, trasquilado. Le dijimos que puestos a alardear dado que en el Regimiento aparte de caballos y Jeeps también habían tanquetas, con este último vehículo, seguro que la sílfide no se hubiera resistido.
Por suerte, su Capitán se contentó con la reprimenda privada, y no extendió el parte oficial, que le hubiera causado arresto mayor. Desde aquél día Ernesto mantuvo ojeriza al delator que era un simple brigada. Pero nada pudo contra él, dado que no lo tenía a sus órdenes.
Las rondas vespertinas por las tascas, a pesar de costarnos una miseria, a tenor del sueldo idem, se comían los pocos ahorros deseables para no seguir sin blanca al licenciarme.
El servicio en el cuartel, a excepción del día en que nos tocaba “semana” (servicio de armas, o de instrucción y vigilancia), quedaba cumplido a la hora de “fajina” o, “rancho”.
Las tardes libres, tenía que aprovecharlas mejor. Me presenté al Ayuntamiento pidiendo por el Arquitecto Municipal, ofreciendo mis servicios.
Maravillado, le resulté caído del cielo. Necesitaba un topógrafo para acudir a una propiedad de la demarcación donde se ventilaba un litigio de herencia familiar.
Me aclaró que normalmente el Ayuntamiento no precisaba más técnicos, lo cual me daba por advertido que se trataba únicamente de este trabajo esporádico. Sin embargo me recomendaría a unos Ingenieros de Madrid, con los que tenía posibilidades.
Bienvenido para mí era cualquier clase de trabajo, por ello no dudé un instante en aceptar lo que me ofrecía, sin reparos. Por cierto, fue mucho más de lo que esperaba.
El día de marras, o de “autos” en términos legales, me incorporé a una comitiva de dos taxis, un coche particular y una limusina oficial.
No entendí cómo para realizar un levantamiento topográfico, replantear en el terreno unas divisiones de fincas para en el gabinete calcular superficies, hacía falta la procesión de tan numerosa comitiva.
Por el camino me instruyó el Arquitecto, que se trataba de una discusión ya vieja, entre dos hermanos herederos de una finca ya adjudicada judicialmente, pero que restaba dilucidar a quien otorgar la Era de pan trillar.
Me hice un poco a la idea, imaginando una Era de dimensiones más que normales con obras aledañas de granero, pajar, barracón de aperos y quizá también cuadras, pocilgas y a saber.
Una vez allí, no entendí nada. Montaron el teatro judicial, con el Sr. Juez, flanqueado por el Secretario Judicial y el Municipal. Enfrente, dos grupos familiares, cada cual con su abogado.
Algo apartados, se hallaban los taxistas y las personas citadas como testigos.
Inició la sesión el Fiscal, con su perorata. A una indicación del sr. Juez, procedí a tomar medidas de…….¡Una Era de 10 metros de radio!. Ni obras anexas, ni empedrado especial, ni sendas de propiedades ajenas que cruzar. Nada. Sólo situarla en el plano de la finca matriz.
La estupidez humana, aquél día comprendí que no tenía límites. ¿Eran conscientes los hermanos, de lo que les costaría tal litigio?.
A bulto yo imaginé, las costas judiciales, los alquileres de taxis, la factura del Ayuntamiento y los honorarios del Arquitecto y míos. Con creces superaban diez veces el valor de aquél círculo de tierra pavimentada con adobes, de superficie seis áreas.
Por descontado que aquella Era, en pleno descampado rural, jamás habría estado invadida por tanta humanidad como la de aquél día.
Me dio vergüenza cobrar lo estipulado con el Arquitecto. La vencí, pensando en mi futuro con Tere. Estaba decidido a declararme a mi regreso a Barcelona. Para ello, debía consolidar una posición que para nada sería estable si no la iniciaba con un pequeño capital.
La responsabilidad de mi vida, no la podía evitar, pero arriesgar a otra persona, atándola a mi incierto porvenir era temeridad.
Si no disponía de una mínima seguridad para atender a una familia, mejor permanecer soltero.
El Arquitecto, cumplió su promesa y me dirigió al Edificio España en Madrid (el más alto, entonces, con 24 pisos), donde en la planta 16 se hallaba un grupo de Ingenieros, realizando el proyecto de las Bases Aéreas Americanas de Morón de la Frontera y de Torrejón de Ardoz. (Actualmente Españolas).
Fui bienvenido a la oficina, conviniendo un precio por hora, ya que no disponía más que las tardes libres. El destino empezaba a sonreírme. Con los cuatro meses que me quedaban, ahorraría lo impensado.
La Entidad Norteamericana que encargaba tal proyecto, se hallaba en el mismo edificio en la planta 18. Así era frecuente la intromisión de los Ingenieros Americanos en nuestra sala de delineación.
Y aquí por segunda vez fui testigo de la estupidez Humana. En este caso la de los Ingenieros Yanquis.
Los Americanos tenían un trato con el Estado Español, que les otorgaba la construcción de estas dos bases Aéreas en terreno Hispano. Su beneficio Político y Militar, era evidente y al españolito de a pié, ni se le informaba, ni le preocupaba.
La realidad para mis efectos, era la posibilidad de obtener ingresos. Vendrían de perillas para mi inicio laboral post titulación docente.
Nuestros ingenieros, presentaron a los Americanos, ochenta planos tamaño Din A-0 (1 metro cuadrado superficie), en los cuales se detallaba la superficie total de la delimitación de la Base de Torrejón, con las cotas del terreno, los mojones de referencia y las estaciones de medición con la usual precisión en nivel de centímetros altura
Con su aprobación se proyectarían las pistas rodadas niveladas sobre pavimento hormigonado.
Nuestros jefes de sección, alarmados por la amenaza de no admisión de nuestro trabajo, nos convocaron para solicitar veinte voluntarios para labor extra aquella noche.
Se trataba de adjudicar cuatro planos a cada uno y rehacer las cotas grafiadas. El cálculo estimado para tal gestión oscilaba entre tres y cuatro horas. Como excepción, se nos retribuiría con el importe de cuarenta horas, independientemente de lo que tardáramos realmente.
Casi todos entusiasmados aceptamos, yo entre ellos, a pesar de las previsibles consecuencias de una noche sin dormir.
La razón por tal reforma de los planos, “estúpida”. Como la nivelación de las proyectadas pistas rodadas se realizaría con precisión de milímetros, había que homogeneizar los planos topográficos con niveles asimismo en “milímetros”.
No hay que ser ingeniero, para entender que la huella de un zapato en terreno virgen, de realizarla en día húmedo o en seco, puede variar incluso más de un centímetro. La nivelación era pues correcta y nada influía en la obra proyectada de hormigón, cuya lisura y nivelación serían mecanizadas con precisión milimétrica.
Solución Ingeniería Española: Al albur,( a la tun tun), agregar cifras entre cero y nueve a cada cota tras los centímetros. ¿Es posible, que los Americanos, no lo imaginaran?. Daba igual, las órdenes se cumplían y punto. Procedían de Ingeniería del Ejército Norteamericano.
Económicamente, para mí fue un regalo inesperado muy apreciable. A media noche, los voluntarios, finalizamos la labor, con la antelación previsible por trabajar a destajo.
Mi problema emergía. Ya no había trenes de cercanías para Alcalá de Henares. Hasta las siete de la mañana, ¿cómo pasaba las horas?. Tendría que buscar pensión para pernoctar en Madrid, o alquilar un taxi para Alcalá.
Fue más simple, un compañero Madrileño, me ofreció, la habitación de invitados de su hogar. Y eso desbarataba el tópico consabido sobre la relación Madrileños –Catalanes. Se demostraba una vez más la irrealidad de las etiquetas cuando hay que adjudicarlas a nivel personal.
A las ocho de la mañana, ya en Alcalá, desayuné en un bar y acto seguido fui a mudar mi indumentaria civil, por la militar.
La clásica broma de los compañeros, al verme entrar en la habitación:
¿Estaban buenas las Madrileñas?.
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