Parejas Perdurables IIª parte
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Por motivos de contactos con clientes visité Alcalá de Henares veintiséis años después de mi licencia militar en la plaza. Terminada la labor comercial, en vistas de la gran transformación del pueblo que era antes, a la ciudad industrializada y eliminación de casi la totalidad de los cuarteles del Ejército, tuve un arrebato nostálgico y me dirigí a lo que fue el paraje agradable ribereño del Rio Henares.
No existía. Dudé si mi memoria fallaba, pero adiviné como no muy lejos, se distinguía un mermado grupo de cañas. Seguro eran el vestigio del frondoso cañizar de antaño y al río se lo llevaron por cambio del curso de sus aguas.
Y apenas se adivinaba el cauce. Todo el paisaje allí era árido y plano. La ciudad, no creció por este entorno. Creció por el entorno de la carretera ampliada y la estación de ferrocarril.
Hacia allí volví recordando que en la estribación del antiguo Alcalá y adyacente a la calle principal, tomaba yo mis cervezas y los caldos de la mano del barman Cirilo.
Este local quedaba entre una serie de nuevas construcciones que flanqueaban la ahora calle amplia y asfaltada, hasta la misma estación del ferrocarril. Tal era la nueva configuración de la Ciudad, que me absorbí contemplando edificios buscando el bar de Cirilo.
Convencido paré frente a un edificio, al ver unas letras borrosas en la fachada que permitían adivinar BAR….
-Busca a alguien?
Un señor aparentemente de poca más edad que la mía, era la única persona que en aquél momento circulaba por allí.
-En realidad no busco a nadie, pero estoy recordando que en mi tiempo de servicio militar, aquí, había un bar cuyo dueño se llamaba Cirilo.
-Soy yo. Y recuerdo al tiempo que se refiere que era el año de los Polacos.
Vaya. Pues que casualidad. Sí; a los catalanes nos llamaban polacos por alguna semejanza fonética con la de Polonia. Era el Cirilo que nos sirvió el famoso caldo como acompañante de los chatos de vino. Y me picaba la curiosidad del motivo por el que en casa, a mí no me salía igual.
A mí me salía como un caldo normal, detestable por mi gusto. Varias veces lo probé para ofrecerlo a mis hijos. A ellos les gustaba, como un caldo más, pero yo desistí de hacerles tal cumplido ya que tuve que confesarles que la fórmula nadie me la dio. Que solo ponía los ingredientes recordados por su sabor. Me parecían los correctos. Y no debían serlo, a pesar de ponerle ají picante y pimienta negra, a discreción.
Aprovechando este casual encuentro, extrañado por el cierre de su negocio, me atreví a solicitarle la fórmula que deleitó a mis colegas durante los seis meses de estancia mientras yo solo pude enterarme del error cometido por no probarlo más que el último día de permanencia y aún con una prevención de reparo.
Sigo detestando los caldos servidos en casa, o en restaurantes. Peor aún el consomé, pero el caldo picante de Cirilo, resucitaba muertos y embotaba de tal manera la boca con su fuerte sabor y temperatura abrasadora, que definitivamente era el único que deseaba deglutir.
Cirilo, contó que llevaba los últimos cinco años, con viajes cada dos días a Madrid, para someterse a diálisis. Esto era incompatible con la tasca y su hermano ya no vivía en Alcalá. Decidió cerrar y lo único que espera que alguien se interese por el local y vendérselo.
Me pidió que le contara que ponía de ingredientes para repetir su caldo. Forcé la imaginación recordando lo de veintiséis años. Su respuesta me dejó pasmado.
-Pues los acertó todos. Eso era lo que serví durante años, sin variar nada.
-Pero es que mi recuerdo de los ingredientes, no se corresponde con el recuerdo del sabor que obtengo yo. Ni se parece.
-Es que le faltaría tiempo.
-¿Cómo?. Si lo pongo a hervir hasta cinco horas.
-No. Cinco días.
Acabáramos. Recordé que el caldo lo servía sacado de una olla permanentemente hirviendo encima del mostrador. De vez en cuando, extraía gambas, o galeras, o mejillones, ya deshechos de tanto hervir, introduciendo nuevos crustáceos y más agua para no mermar la cantidad de caldo a servir a los parroquianos. Sí. Aquella olla, no hervía durante cinco días, sino cinco años. Me recordó que la estratagema era idéntica a la del bodeguero de Montferri con su Cup subterráneo de 50.000 litros de vino.
De regreso a Barcelona, hice la prueba ocupando durante cinco días la mitad de la cocina con mi experimento.
Tere refunfuñaba constantemente, por invadir su santuario, ocupar sus cachivaches y dejar el piso invadido por los vapores del caldo que solo permanecía sin fuego, las ocho horas nocturnas.
Aparte de incordiar a mi mujer, mis hijos, saltaron de alegría con tal poción, obligándome a que por lo menos por Navidad repitiera el “caldo” y a ser posible en lugar de cinco litros el doble.
Lo intenté, pero ello no es posible. Para obtener diez litros de caldo en estas condiciones necesitaría receptáculos de veinte litros y dos fogones conjuntos para su constante hervor. Tere ya no me echaría de la cocina, sino de casa.
Saludos de Avicarlos.
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