lunes, 25 de julio de 2011

Parejas perdurables (continuación 50 )

Parejas perdurables (continuación 50 )

Me extrañó al regresar de la Urbanización en día laboral a media tarde, ver a tres "gachís", llamativas jóvenes, solicitando autostop. No era mi intención parar, pero el titubeo, alegró a las niñas que me vitoreaban.
Curioso, paré y les pregunté a que obedecía el teatro que armaban.

- Por favor, debemos estar antes de dos horas a Barcelona, que nos contratan de Gogó. Si no llegamos a tiempo, perderemos la oportunidad.

-¡ Ah!. Pues.....¿Donde quieren que les deje?.

No me atreví a tutearlas, ni tampoco hacerles un desplante. Se sentaron las tres en los asientos traseros, montando una algarabía con una serie de grititos que debían formar parte de su original actuación preconcebida.

Para mí ajeno a este mundo que surgía de la farándula, era una novedad. Claro, ahora viene a ser un oficio más. ¡ Como cambia todo!.

Por mostrar gratitud, me soltaron el rollo de su vida. Yo, alucinando. Aquellas chiquillas, de no más de diecinueve años, parecía que disponían de experiencia mundanal muy superior a la mía casi doblándoles la edad.

Para no dar demasiadas pistas sobre mí, puse la radio, buscando música. Una de las emisoras, estaba haciendo publicidad de "Los Ángeles de San Rafael".
Iba a cambiar de emisora, cuando con voz grave, el locutor daba una noticia, fuera de programa por el drama ocurrido.


Era una Urbanización de las enésimas habidas por el suelo Hispano. Llevaba unos meses anunciándose y prometiendo una inauguración Oficial sonada, al finalizar las obras de su Restaurante.

Por lo visto, era hoy. Segovia, pillaba muy lejos de las Urbanizaciones de Cataluña, por lo que para mí carecía de interés, esta nueva urbanización de Ángeles, así como para los posibles clientes de la mía.
Iba de todos modos a buscar música cuando las niñas se interesaron por lo que podía decir el locutor.

No me esperaba aquello. Por lo visto la cubierta de la sala del restaurante, era aún provisional.
Cuando los cientos de comensales entre los cuales, políticos de la localidad y altos cargos del Gobierno como garantes de la importancia del evento, se hallaban a medio ágape, la cubierta se desplomó sobre sus cabezas.

Aunque se siguió una investigación que involucró a bastantes personajes, en definitiva el causante del desastre era Gil y Gil, por imprudencia temeraria. De postergar la inauguración, hasta la consolidación de la obra, tal suceso se hubiera evitado.

Sin embargo, tal como indican los artículos de la prensa, barato le salió al ser condenado por tiempo mínimo, e indultado casi de inmediato.

En el futuro , siendo alcalde de Marbella y presidente del Atletic de Madrid, protagonizó una serie de afers de los que asimismo iba saliendo indemne. Pero como todo tiene su fin, también un buen día le alcanzó a él. Eso sí, muchos años después.

Las chicas hicieron sus comentarios a los que me involucré, trascendiendo mi inevitable inquina contra personajes irresponsables. Y lo clásico de que siempre pagan justos por pecadores. ¿Cuantos de los comensales, se hallarían allí, cumpliendo su cometido honrado?.
Representantes de Organismos Oficiales, invitados de honor, familiares, incluso los sirvientes camareros, los reporteros, y un nutrido número de fotógrafos y visitantes.

Llegando ya a Barcelona, reemprendieron su charla, como si de nada se hubieran enterado y me pidieron apearse en la Diagonal. ¿Dónde actuarían?. Quise saber, pero por lo visto esta pregunta, provocaba una respuesta peor clasificada que la de averiguar la edad de una Sra. otoñal.

Pasé por el despacho, donde me aguardaba impaciente la Secretaria.

-Dejé sobre su mesa, una nota urgente de la Notaría, para que les llame cuanto antes.

Todavía pude localizar al pasante de la notaría.
Mala noticia. Me daba la opción de anular la compra-venta del edificio de San Juan de Malta.

Al traer el gestor las escrituras para liquidar Hacienda, se comprobó que las notas registrales, se hallaban afectas por un embargo millonario.
Aquella nota, estaba registrada con una antelación de diez minutos respecto mi declaración de compra.
O sea, si quería anular las cargas anteriores, debía sumar ésta, no prevista. Y no se trataba de una minucia. Por ello, el Notario, se ofrecía a anular la operación si ello era de mi interés. Claro que los gastos Notariales, serán dobles, pero los casi tres millones de la operación, quedaban en suspenso.

Aturdido, indiqué que dilataba la decisión en tanto no hablara con mi abogado.

-Carlos, veo tan mal anular la operación como la de demandar al vendedor.

Fue el consejo de Rodriguez y me explicó el porqué.

Comprendió que el vendedor jugó con mayor astucia de la imaginable por mi cándida visión. Estaba bien aconsejado por el acompañante al que no dimos importancia. El embargo lo tenían para presentar al Registro en cuanto le interesara. Y le interesaba, que figurara una vez se hubiera realizado la transacción, visto que los gravámenes eran asumibles dando un bajo precio de venta.
Así, una vez comprobada por nosotros la existencia de las únicas cargas confesadas, el astuto vendedor, inscribía su nueva carga, antes de llegar mi escritura del Notario.

Rodriguez explicó: Opción de anulación. Gastos notariales por duplicado. Pérdida del millón en metálico entregado a mano.
Esta opción derivaba en dos otros supuestos. Demandar al estafador, con pleito largo, ya que se defendería procurando desvirtuar el hecho. Con gastos y años de pleito.
O dejarle en paz, tras intentos de recuperación por las buenas, previsiblemente sin éxito.

Opción seguir el curso normal de la inscripción de la compra-venta.
Apechugar con esta carga, liquidando con demora su importe. Hasta que no saliera a subasta, también podían pasar años. Incluso en este caso, como propietario, sería el postor de la subasta preferente.

Me pareció que la solución menos mala, era la de olvidar a este desaprensivo que habiéndosela jugado a Gómez, consiguió impasivo repetir suerte conmigo.

Cariacontecido, salí del despacho, pensando en la cara que debía mostrar a Tere.
Justo. Le contaría lo de las niñas y lo de Gil y Gil. Haría unos cuantos aspavientos que parecerían dirigidos a tal personaje, cuando a mi fuero interior los dirigía al estafador del edificio de San Juan de Malta.


Parejas perdurables (continuación 50 a )

Aquella noche, no dormí apaciblemente, más bien me lo pasé agitado y memorizando el estado de cuentas bancario. Mi intención era llevar contabilidad separada para cada tipo de negocio, pero conseguirlo, debía ser imposible.
Me di cuenta que cuando no eran las ayudas a Robino, debía hacerlas a Gómez, o tenía que cancelar pólizas de Usama. Y para postre, no podía seguir sin declarar asignación por Administrador de la Sociedad constructora. La declaración de renta, tenía que hacerla aparte. Y con cualquier cantidad fija que me auto asignara, causaría temporadas de números rojos a la sociedad. No había manera de lograr remuneración fija, dependiendo de negocios que a intermitencias se descapitalizaban.

Me veía obligado de nuevo a aportar al banco, papel comercial guardado para suplir la inversión del millón estafado.
Dudaba entre entregar todo el acumulado, ponerlo a descuento, y olvidarme por una temporada del plus del coste que tendría que pagar por un edificio, que a saber cuándo podría venderlo.

……Sí. Eso era, llamaría a Robino y ya podía anunciar la venta. ¿Pero, qué estaba pensando?. En la revista para jóvenes fans de grupos musicales, ¿cuántos interesados a adquirir un edificio afectado por el Ayuntamiento y reservarlo como inversión de capital aparecerían? Obviamente ninguno. Y una campaña por la prensa, saldría prohibitiva. No se trataba de vender pisos normales. Solo servía este edificio para capitalistas de verdad, sin ningún apuro en sacar pronto líquido.

Otra opción, sería poner la adquisición como soporte del nuevo balance a presentar al banco. Lo dejaría en garantía y abriría nuevas cuentas para cada negocio, responsabilizando a los contables de una primaria administración.
Estaba dispuesto a cancelar aquellos que me siguieran complicando las cantidades destinadas a las obras en Santa María.
A la mañana siguiente, puse las decisiones consultadas con la almohada, en práctica.

Rodriguez, dio su aprobación, a pesar de que él perdía pingües emolumentos por las demandas previsibles a las que desistía.
Asigné un contable a Robino, no viendo en él gran entusiasmo. Y al contable del negocio de Modas, le sometí a prueba. Tendría que consultarme cualquier gasto extra que le propusiera la Sra. Conchita. No podían exceder los gastos al setenta por ciento de lo facturado.

Entregando al banco todo el papel comercial y el nuevo balance, al director se le abrieron unos ojos como platos. Buen negocio para él, y al traste mis deseos de escabullirme de las financiaciones.

Otro día, de regreso de la Urbanización, una vez más llegué a la dichosa barrera bajada en Sitges y con muchos vehículos formando caravana. Mientras aguardaba proseguir, un individuo pidió que le llevara a Barcelona. No era que lo pidiera muy cortésmente, pues ya abrió la puerta trasera para subir.
Cogido por sorpresa, no me opuse. Sin embargo, me llamó la atención, de que se sentaba como escondiéndose, apartado de la ventanilla.
No tuve tiempo de iniciar conversación, cuando otro individuo, escudriñaba por la ventanilla, para asegurarse de que subió alguien conocido.

-¿Adónde vas?. No te presentaste a la comisaría.

Evidentemente, eran conocidos, aunque no sabía hasta qué punto.

-No. Tengo un recado urgente y ya pasaré más tarde.

-Que sea antes de las ocho. Y recuerda que no puedes alejarte.

Entendido. Un policía de la secreta, vigilando a un delincuente con la provisional. Se me acabaron las ganas de entablar conversación. ¿Estaría yo, ayudando a escabullirse a un fichado?. Simplemente le pregunté donde se apearía.
A todas luces desistió de su primera idea, y dijo que en Castelldefels. A saber si para desviar la atención, ya que el policía tomó mi matrícula.

Libre de él, me juré que debía tomar la drástica decisión de no aceptar polizones a bordo jamás. Aunque esta decisión, no siempre pude cumplirla, como la vez que me endosaron a un accidentado.

Ocurrió unos meses después cuando por la mañana dirigiéndome a Santa María, antes de cruzar Sitges, también había una retención en la circulación, pero no por la barrera. Los vehículos reemprendían marcha lenta, parándose en un punto unos instantes y luego seguían su marcha sin más.
Llegando yo al punto misterioso, un joven, viendo que viajaba solo, abrió la puerta trasera mientras me conminaba que trajera al accidentado que entre dos compañeros estaban acomodando en los asientos posteriores, hasta el Hospital de Sitges, a unos quinientos metros de distancia.
Cerraron la puerta dejando al accidentado solo y urgiéndome ingresarle en el Hospital.

Muy desmejorado, el pasajero involuntario, indicó haber sufrido un accidente con moto, pero apenas tenía ánimos para detallar. Por suerte estaba bien anunciado el Hospital con el indicativo de Urgencias.
Ayudé a apear al accidentado y dos enfermeras con una silla de ruedas, se lo llevaron sin más. Iba a comentar mi inocencia, pero no hizo falta. Estaban alertadas del accidente, por lo que no perdieron tiempo en inútil conversación.

Por la tarde a mi regreso, volví al Hospital para preguntar por el estado del motorista.
Palidecí, cuando supe que por un desprendimiento de escroto, nada pudieron hacer allí carentes de medios sofisticados por lo que se lo llevaron con una ambulancia a Barcelona y a estas horas, temían el desenlace fatal.

Solo faltó la noticia por radio de los comentarios sobre RUMASA y el Banco Atlántico, al que estuve a punto de acudir. Por lo visto, iba saliéndome por los pelos de fregados nada usuales a los ciudadanos medios. Agoré mi futuro con macabra frialdad.
Un día me pillaría el toro sin ser San Fermín. Me estaba derrumbando síquicamente, ante tantos avatares indeseables y que en atención a la sique de Tere, iba guardándome para mí. Callaría los eventos desagradables ya que nada serviría ponerla al tanto de mis miedos.

Al llegar al hogar, esta vez los niños pudieron jugar conmigo. Era pronto, pero Tere tenía que darme otra mala noticia: La sirvienta, nos dejaba.


Parejas perdurables (continuación 50 b )

Este era otro problema que teníamos como una espada de Damocles constante, amenazando el desenvolvimiento normal de las actividades familiares.
La primero solución de urgencia era la de pedir el socorro de la "suegra", que en mi caso siempre la consideré como mi segunda madre.

Tere, en el mercado, en las tiendas habituales incluso en el colegio, daba voces a la espera de obtener pronta respuesta.
En esta ocasión obtuvo la respuesta en la abacería. Una señora le comunicó que le enviaría alguien que justo se hallaba libre.

Estaba muy nerviosa Tere. No podía acudir su madre por otros menesteres y ella no veía cómo traer los niños al colegio, hacer la compra preparar la comida y de nuevo recoger a los niños.

Yo me hallaba sumido en un maremágnum contable para cuadrar los apuntes bancarios. Tenía que cubrir cantidades importantes, que me hacían émulo de los prestidigitadores.

Lo que temí siempre, era que los constantes trasiegos de capital de unas cuentas a otras para tenerlas siempre cubiertas, evitando rojos, me complicaban enormemente la lectura de cual negocio era rentable y cual lo era menos.

Aquella mañana no podía de ningún modo hacer de niñero. Urgía traer papel al Banco
Exterior e ingresar un talón al Banesto, en tanto que al Industrial de Cataluña, le aportaría lo recaudado por Robino. Luego cubriría la cuenta destinada a Usama, con mis talones del Bco. Exterior. Total la mañana perdida, sin siquiera poder pasar por el despacho.

Absorbido en este quehacer estaba en la sala después de desayunar y Tere intentó llamarme la atención.

- Carlos, voy a llevar a los niños al colegio. De un momento a otro llegará la nueva sirvienta, que básicamente hará de cocinera. Le dije ayer que viniera a primera hora, pero se hace tarde. Dile que empiece por la cocina y que al regresar de acompañar a los niños, ya ultimaremos el trato.

Se iba Tere, cuando oí que llamaban a la puerta.

-Menos mal, debe ser ella.

Seguí pues con lo mío muy absorbido con las cuentas. Ni me dí cuenta del tiempo que transcurría, cuando oí una voz:

- Señorito, voy a buscar mis pertenencias y vuelvo enseguida.

Sin levantar la cabeza absorto en los números , le dije que bien.

Casi ya terminé la organización bancaria del día, cuando de nuevo se me llama la atención, esta vez era Tere.

- Carlos ¿dónde está la sirvienta?.

-¡Ah!. Dijo que recogería sus pertenencias y volvía enseguida.

- Pues muy lejos debe tenerlas ya pasó una hora.

Lo cierto es que no la volvió a ver. Echando cuentas aquella sirvienta, batió el récord de efímera permanencia en nuestro hogar. Calculamos que nos duró quince minutos. Los justos para lavar los platos y hacer un recorrido visual por la casa, dándose cuenta de dónde realmente se había metido.
Un hogar con cinco dormitorios, amplio salón, cocina doble, tres cuartos de baño, terraza con tres máquinas lavadoras secadoras y una cantidad de armarios con la ropa para siete componentes de la familia que debió marearla.

- De momento, Tere, no te preocupes, no iré al despacho hoy. En cuanto termine con el recorrido bancario, iré yo a recoger a los niños y a lo mejor esta tarde ya podrá venir tu madre.

Pero el problema subsistía, sin embargo la misma tarde recibió a la Srta. Rabasa, recomendada por la monja del colegio. Se trataba de una chica educada en ambiente monacal, por estar con las monjas de custodia adesde la separación de sus padres. No quiso convivir con ninguno de ellos, prevaleciendo su voluntad ya que era mayor de edad.

Contra lo imaginable, resultó otra de las excelentes sirvientas, que duró bastante y se hizo querer por los niños peques ya que para ellos fue una eficiente maestra.

Pero nada de cocina. Una nulidad. Con tal que le resolviera los demás quehaceres del hogar, Tere se dio por satisfecha, motivando que a partir de esta etapa, se convirtiera en cocinera consumada. Aún no se estilaba lo de los platos prefabricados, ni congelados ni nada de la comida rápida usual de nuestros días.

jueves, 14 de julio de 2011

Parejas Perdurables (continuación 49)

Regresar a Barcelona después de un fin de semana de recreo, era complicado en aquél tiempo y sigue siéndolo en el día de hoy a pesar de las mejoras en la red viaria, ampliaciones en las calzadas, creación de autopistas, eliminación de pasos a nivel y nuevos túneles en montañas.

Todo inútil puesto que el parque móvil, fue creciendo a la par.

Viendo cómo se dificultaba la salida de Santa María para ingresar a la carretera general, decidí repostar en Sitges, ya que a su entrada se ubicaba una gasolinera con muchos surtidores y haría la espera ágil, contra lo que sucedería si pretendía ir en sentido contrario para hacerlo en la gasolinera de Cubera, que luego otra vez hubiera tenido dificultad de nueva incorporación.

El Dodge, andaba con la reserva de gasolina, pero no tenía que circular más que dieciséis kilómetros.

Claro que consumía veintiún litros a los cien, por lo que con cuatro litros que quedaran a la reserva, era suficiente.

Primer error. La reserva no daba idea de si iniciaba, o llevaba así bastantes kilómetros.

Segundo error. El motor consume gasolina incluso parado el coche, pero en ralentí.

Tercer error. El consumo de arranque, es superior al de mantenimiento a velocidad de régimen.

Cuarto error. La batería, permitía un número limitado de arranques cuando se realizaban sin reposición por la marcha del vehículo.

Cada uno de estos considerandos, me eran conocidos. No era ningún conductor novato. Pero inimaginable me fue que una ver incorporado en la caravana, tuviera que permanecer un tiempo parado.

A la que los vehículos adelantaban, avanzaba los pocos metros que permitían y de nuevo a esperar.

Esta operación la realicé tantas veces a motor parado como a ralentí, pues según lo que parecía cada momento la espera podía prolongarse mucho, por el contrario otras se acortaba.

No comprendía el porqué. Sin embargo al ver de lejos la gasolinera, también vi el motivo de las alternancias.

El paso a nivel del tren tenía la barrera cerrando el paso. Allí pasaban todo tipo de trenes. Los expresos, los de mercancías, los de rodalías y los de intercambios.

Esto vi y entendí las consecuencias en la caravana de la que participaba. Pero también noté el horror, al no lograr arrancar el coche de nuevo. A base de usar el demarré, avancé algo intentando salir de la comitiva en una breve ampliación de la calzada. Casi lo logré, pero a unos diez metros la mole de dos toneladas de “Poder”, ya no pudo con el “Dodge”. Se acabó la gasolina y la batería.

Me apeé. Hice señas a los vehículos que me seguían. Me entendieron y ayudaron a ganar el trecho que faltaba para salir de la caravana.

Como el peso era considerable, se apeó toda la familia y empujando los desconocidos conductores, con la buena voluntad también de Tere, conduje al arcén el que a partir de aquél momento, consideré como el “maldito Dodge”.

Llegué a la gasolinera, pedí la lata más grande que tuvieran a disposición llenándola de gasolina y un carrito, para conducir una batería para recargar la mía. Tuve dificultad para esta operación de regreso al coche. La caravana era densa. Tuve que sortear vehículo a vehículo, antes no llegué al ensanchamiento del arcén. Y además, recibir improperios de los conductores que creían que era el causante del atasco. No se calmaban hasta que por sus propios ojos, divisaban la barrera del ferrocarril.

Resuelto el problema, tuve que seguir el calvario de reincorporación, llegada a la gasolinera, devolver la batería y llenar a tope el tanque de gasolina.

Al cruzar las vías del tren vinieron los recuerdos de cuando allí mismo, con mi ayudante unos años atrás, nos dormimos.

También era un incordio la barrera, aunque no con la exageración de este lunes fatal. Habíamos realizado un trabajo de campo muy original en Hospitalet el Infante. En lo que llamaban Miami Beach. Lo que lo hacía famoso, más que el nombre era el condenado viento intempestivo, constante.

http://www.youtube.com/watch?v=WeIOhL2cn_8

Con la esperanza de realizar nuestro trabajo en condiciones, dado que se trataba de fincas del interior, estuvimos más de una hora perdiendo el tiempo. Era inútil. El viento soplaba igual racheado. El taquímetro, a causa de la resistencia ofrecida por el trípode al viento, se mantenía vibrante.

Imposible realizar lecturas. Estuvimos a punto de marcharnos y volver otro día.

Un lugareño, se jactaba que daba lo mismo. Allí el viento soplaba aunque hubiera calma chicha por las inmediaciones, desde enero a Diciembre.

Al fin decidimos prescindir del taquímetro y realizamos el trabajo de medición con cinta métrica, nos ocupó cinco horas.

Era tardísimo cuando agotados y con apetito, regresamos al despacho. Pero evitamos tener que volver en otra ocasión con la duda de encontrarnos en las mismas condiciones adversas.

La barrera del ferrocarril nos pilló justo en el momento en que íbamos a cruzar las vías. Nos quedamos allí aguardando. Incomprensiblemente tardaba en levantarse sin cruzar tren alguno. Mal cálculo, o exceso de prudencia. La realidad fue que nos dormimos los dos.

Unos estridentes bocinazos, nos rescataron de los brazos de Morfeo y excusándonos, seguimos sin más novedad.

El mal trago proporcionado por el Dodge, con su extraordinario consumo para otorgarle el calificativo de Poder, acabó con la poca simpatía que me proporcionaba circular con vehículos espectaculares solo útiles para satisfacer la vanidad de los pretenciosos.

Devolví a Gómez el coche, encareciéndole que para las próximas remesas de renovación de los vehículos para alquiler, se ciñera a coches de mejor rendimiento económico. Al fin y al cabo eran los comerciales de mayor demanda.

Por mi parte la experiencia de devolver y recoger una y otra vez los vehículos cuando los precisaba, me resultaba cargante.

Mi cambio de opinión se efectuó por asimismo un cambio de circunstancias. Antes de mi accidente en Garraf, llevaba mucho tiempo, en que sólo lo necesitaba algún día que otro entre semana y los fines, pero precisamente mientras opté por prescindir del fijo en propiedad, lo necesité a diario y preví que con los trabajos acumulados en cartera, esta circunstancia sería de larga duración.

Al cominicárselo a Gómez, me hizo una propuesta, que reunía unas características que de entrada parecían inmejorables. Entrando en detalles, tuve que sospesar la parte legal.


Parejas Perdurables (continuación 49 a )

Según Gómez, se veía obligado a cobrarse de un antiguo cliente, presunto futuro socio, mediante la adquisición de un Mercedes matriculado en Andorra, donde él residía. Las promesas de aporte capital fallaron y al final, se salió del negocio de coches de alquiler, con fuerte cantidad debida al negocio.

Gómez, asimismo sin capital para seguir, me propuso intervenir en el negocio, como así lo hice y tampoco disponía del líquido necesario, para finiquitar el precio del Mercedes en Andorra, ni mucho menos para legalizar la entrada del vehículo a España.
En aquél tiempo, los vehículos de procedencia extranjera, pasaban unos rigurosos controles, que aparte de ser buen negocio para la Aduana, dotaban a los usuarios propietarios de tales vehículos de gran prestigio a los ojos de quienes no podían permitírselo.

Se trataba de un mercedes rojo, para mejor pasar desapercibido y de dimensiones también modestas como las que permitían traslados de camillas, además de seis ocupantes pasajeros y un subpiso con capacidad de equipaje superior al antiguo Seat 1500. Y al ser Diesel, un consumo mínimo. Con tanque que permitía autonomía 500 Km.

Las características mecánicas eran ideales para una familia como la mía. No lo eran según mi criterio por lo ostentosas, que harían (y así ocurrió siempre), dar la sensación de pertenecer a un potentado.
Gómez estaba dispuesto a renunciar a su parte contributiva, poniéndola a mi disposición, en atención a que le salvé el negocio sustituyendo al deudor.

Muy tentadora era la oferta y me puse en contacto con agencias de importación. No acabaron de aclararme ni el costo total de la operación por entrada del coche a España y matriculación a mi nombre, ni el tiempo que en ello invertirían.
Sin embargo, a todas luces sería menor que la mitad del precio que se pagaba por los Mercedes similares que circulaban recientemente por Barcelona.
Y para que no desistiera de la operación, el agente de importación, soltó lo que para él debía ser razón definitiva para tal adquisición.
Los vehículos así importados, eran INEMBARGABLES.

¿Es que era premonitorio?. Por mis conocimientos la cantidad de Empresas constructoras o Urbanizadoras que se iban al garete, superaban lo racional.
Los promotores de los que tuve noticias, dentro de sus peculiaridades, acabaron con suicidio, con ingreso a la cárcel, con desaparición del mercado, con absorción por otras sociedades, y….con embargo de sus bienes.

De todo lo conocido, lo único que temía yo, era fracasar en la culminación del proceso urbanístico de Santa María y perder todo lo ganado con mi trabajo y organización.
Claro, ésto sería lo que agoraba mi agente importador.
Adelantándome a los acontecimientos a este respecto, recuerdo una de las consecuencias de haber optado por quedarme con el Mercedes.

-La documentación, por favor.

Un guardia civil, nos paró antes de entrar en el área de peaje. Otro, le secundaba metralleta en mano, y otro se dirigía a más coches, invitándoles asimismo a someterse a control.
Entregué mi DNI y el de propiedad del Mercedes.

-Los DNI de sus acompañantes, también.

-¿Ha ocurrido algo especial para que inspeccionen tan a fondo?

-Nada, es un control rutinario.

¡Seguro!. Lo máximo que llegué a comprender era que aquél guardia civil, únicamente conocía la acepción de “rutinaria”, por realizarse en la ruta de los viajeros. Pues otra cosa, no sería. No estaba acostumbrado a que en mis ya miles de viajes aparecieran guardias con metralleta en ristre.
Esto se pasaba de castaño oscuro. Íbamos como siempre a primera hora de la mañana dirigiéndonos hacia nuestro destino habitual. Sin embargo era la primera vez que una inspección de estas dimensiones alteraba nuestro itinerario.
Nos fijamos que seleccionaban coches. Sólo paraban a los de color rojo. ¡ Vaya coincidencia!.

-Carlos, pon la radio. Si ocurrió algo siniestro lo comentarán.

Hice caso a mi ayudante. Tras breves instantes de acabar con un anuncio publicitario, el locutor dio la noticia.
A primera hora de la mañana, unos atracadores asaltaron la furgoneta que traía monedas fraccionarias, para cambios de los cajeros en los mercados de Grandes superficies.
Se llevaron a punta de pistola, catorce sacas de cincuenta kilos cada uno, conteniendo lo que debían ser monedas entre cinco, diez, y veinticinco céntimos de peseta. Calculaban que ascenderían a cinco millones de pesetas.

Una vez liberados del encierro en el propio Hipermercado del Prat de Llobregat, los empleados del transporte del dinero, denunciaron que cuatro individuos a cara descubierta, les intimidaron cargando las catorce sacas en un vehículo rojo.
¡Ajá!. Entendido todo. El atraco se perpetró, apenas una hora antes de pasar por este control.

No fue solo este percance que tuve por tan llamativo coche, pero en los catorce años que lo conservé, realizó una labor que no la habría conseguido con otros vehículos. Su rendimiento por economía en consumo y por utilidad variada manifiesta, compensaba con creces los inconvenientes.

Sí visto ahora, resultó más un acierto que un error dar conformidad al gestor para iniciar los trámites. El coste del trámite ascendió a cinco veces lo normal para un vehículo Nacional, o extranjero pero de segunda mano y matriculado en España.
Y eso era una minucia. Lo retuvieron en la frontera, durante el trámite que duró cinco meses. Luego el garage donde se ubicaba estos cinco meses, me cobró pupilaje.
Y la puesta a punto tras tanto tiempo de hibernación, me la cobró un taller de Barcelona a precio de millonario.
Cualquier cantidad que hubiera requerido Gómez como acreedor del antiguo socio, hubiera representado la anulación total del beneficio por precio bajo como resultaba en Andorra.

En fin, para compensar tal insignificante beneficio monetario en la adquisición, Gómez, me propuso un paliativo. Adquirir antes de embargar un edificio de cuatro plantas y local industrial en San Juan de Malta, afectado por el plan de remodelación de la zona, ya que estaba a punto de prolongarse la Diagonal de Barcelona para su llegada al Mar.

Pues esto resultó otro afer. Y ya estaba por demás dar detalles a Tere. Más bien llevaba tiempo en que se desentendía de los negocios. Estaba concentrada en el hogar y la atención de nuestros hijos.


Parejas Perdurables (continuación 49 b )

Según contó Gómez, invirtió su dinero en la hipoteca del edificio de la calle San Juan de Malta. En él vivían en cuatro pisos, inquilinos todos mayores, rayando a ancianos, más el piso principal, en el que residía la madre de un cliente, viuda y propietaria del inmueble.

La planta baja, estaba alquilada a una industria de recubrimientos metálicos. Disponía de un permiso para la galvanotecnia y electrólisis, pronto a caducar que el Ayuntamiento al estar el edificio afectado, ya no lo prorrogaría.

El alquiler era para el industrial, extraordinariamente bajo, aunque ascendiera a tres veces lo que pagaba el resto de inquilinos juntos. Por ello, no mostraba disposición alguna en abandonar el local, aunque se hallara en precario.

Los demás inquilinos, iban desapareciendo por extinción de contrato, o por óbito, dada su avanzada edad.

Aguardando la disponibilidad del edificio, el hijo de la anciana propietaria, un manirroto, se fue hipotecando, mientras no podía vender el edificio.

Recién fallecida la propietaria, su hijo pródigo desesperado, iba a gastar su último cartucho para obtener dinero.

Con tal de eximirse de los gastos de herencia, estaba dispuesto a ceder el edificio por un millón de pesetas netas. Significaba que entre la cancelación de la hipoteca existente y las deudas al fisco, así como las de cambio de titularidad, el nuevo adquirente apechugaría junto a lo que pretendía cobrar, ascendería la inversión a una cifra cercana a los tres millones.

Consulté los valores del Catastro y en que punto se hallaba el proyecto de reparcelación urbano en el Ayuntamiento. A pesar de que en un próximo año, no determinado aún, se procediera a su derribo, el simple valor del solar superaba con creces esta inversión.

Pero ello no se lograría antes de que el edificio, se hallara totalmente desocupado. Mientras disponía de los ingresos procedentes del inquilinato.

Pareció interesante invertir en este inmueble, y pasé la orden a mi gestor para ultimar los requisitos de su adquisición.

El día previsto para la transacción en la Notaría, llenamos el despacho del Sr. Notario, entre su secretario, el vendedor, yo como adquirente, el gestor, Gómez, el contable de Usama y un desconocido, acompañante del vendedor.

No me pareció oportuno preguntar por aquella intromisión en un acto privado, ya que también a mí me acompañaban el gestor y el contable de Usama, que poco tenían que ver con el vendedor. Mi interés en asegurar que la operación, era la de que no se desviara mi compra por derroteros imprevisibles. El edificio pasaría a nombre de Usama, pero yo particularmente, lo gravaba con nueva hipoteca asimismo de un millón. Era la manera de no descapitalizarme.

El gestor, estaba en contacto con un dependiente suyo, desplazado al Registro de la Propiedad. Su misión era que en cuanto la función protocolaria de la compra-venta llegara al punto de la firma, desde el Registro el empleado, daría su visto bueno, al cotejar los gravámenes existentes en esta propiedad.

De aparecer algo no declarado por el vendedor, desistiríamos en la operación.

Todo correcto, a las doce y pocos minutos, firmamos y el sr. Notario, procedió a encargar una copia auténtica, para rápidamente, acudir al Registro de la Propiedad, ya que a las trece horas cerraban la admisión de documentos, hasta la mañana siguiente.

La escritura, en la Notaría, llevó su tiempo en protocolizar. La transacción era compleja. Se requería un precio de venta, que se abonaba al vendedor, mediante el millón en metálico, y el resto, cancelando hipoteca existente, mas gastos por embargos Municipales.

Y una segunda escritura, se efectuó en la que para extinguir cargas, hipotecaba por un millón a la propiedad de Usama.

Total, a pesar de salir el contable con las escrituras de la Notaría y tomar un taxi, llegó al Registro a punto de cerrar.

Comentó que le atendieron merced a que cuando llegó él al mostrador, estaban ultimando una nota del cliente que le precedió. De no darse esta circunstancia, no le hubieran admitido los documentos, hasta el lunes siguiente.

Mi gestor y yo, nos tranquilizamos por el éxito habido, ya que tantas precauciones tomamos. Pues no. Al atender los gastos Notariales quince días después, se descubrió el pastel.

domingo, 3 de julio de 2011

Parejas perdurables (continuación 48 )

Como se lo prometí a los niños, aproveché otro domingo que nos quedamos en Barcelona, para subir al monumento de Colón.
Tere prefirió atender al quinto vástago y organizar los trabajos caseros. Me fui pues con la misma ilusión de mis hijos, pensando ver desde lo alto del monumento, a la Ciudad a nuestros pies incluso la isla de Mallorca, si el cielo era diáfano. En los treinta años que llevaba residiendo en Barcelona, no tuve ocasión de subir al ascensor apto para una docena de turistas, a la vez.

Pues, sigo en las mismas después de otros treinta años, ya que aquél día se hallaba el acceso barrado.
El día anterior, los turistas de turno, pasaron unas horas angustiosas, al quedarse atrapadas en la cabina a media altura, por avería en el ascensor.
Fueron rescatados por los bomberos y no se reabriría el acceso, hasta haber modernizado el aparato, que ya pedía su renovación a gritos. Que recuerde, desde mi pasado estudiantil, seguía siendo el original.

Para no mantenerles con la frustración, subimos a las Golondrinas, la embarcación turística que nos llevaba hasta la salida de Puerto y nos apeamos en la antesala del Transbordador teleférico.
El transbordador, quizá causaba mayor impresión que la tranquila subida al ascensor, incluso con el posible accidente de su avería. Puesto a imaginar desgracias, una rotura del cable de traslación de la cabina del Teleférico desde el rompeolas hasta Montjuich, nos hubiera permitido darnos un baño sin bañador.
Con el consecuente desespero que procedería de Tere, al presentarnos los cinco caballeros de su hogar, con la ropa chorreando.
En el bien entendido, que no era para tomarlo a broma, puesto que si tal accidente sucediera, entre contusiones por la caída, e inmersión en las aguas del puerto, más de una persona se ahogaría.
Nada de esto sucedió, ni jamás hasta hoy, o no lo contaría.

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Les satisfizo la permuta de ascensor por teleférico, así como a mí mismo. En Montjuich, tomamos una horchata de chufa como colofón al trayecto no programado, pero acertado.
Años después esta aventura, la repetirían mis hijos, para con mis nietos.

Mientras regresábamos, mi mente barruntaba la manera de contar a Tere la inversión a CONSEAR. Procuraba no darle importancia. Se trataba de adquirir un local, a plazos. Y estos plazos, se pagaban con las letras del propio negocio.
Y nada de aventurar riesgos. Incluso si el negocio iba mal, el local tenía un valor al alza. ¡ Qué ingenuo!. Para tener mejor y más amplia visión de la vida, me faltaba aún la experiencia de los Empresarios maduros.

No hizo Tere comentario alguno. En el aire se mascaba el significado de su silencio. No me atreví a florear la cuestión, pues comprendí que ella, le gustara o no, se daba cuenta que me encontraba bajo fuertes tensiones.
Abandonar negocios cuando nuestros gastos familiares a pesar de ser modestos, ascendían a más de cinco veces lo que un empleado medio podía percibir, no era lo más inteligente.

Estábamos en el barco, y había que navegar. El número de empleados a mi cargo, pesaba mucho y no podía fallarles, del mismo modo que no podía fallarle a Tere, por las promesas que le dí cuando nos declaramos el amor eterno.

El lunes me dirigí a Santa María, por dos motivos agradables. Cerrar la venta del resto de la propiedad de Orpí con un nuevo capitalista, y verificar la restitución de la línea del alumbrado.
Felipe, sería el peón futuro Guarda, al que le prometimos entrar en nómina, en cuanto dispusiéramos del habitáculo asignado como vivienda para él, su esposa e hijo.

La mañana resultó húmeda. Cerca de la curva cerrada peligrosa de Garraf, el firme asfáltico, se tornó resbaladizo. Recordé cómo la humedad, convertía al polvillo de la Cementera que allí obraba, en una viscosa materia, que rellenaba el ranurado de los neumáticos, perdiendo su capacidad directriz.
Lo recordé, por cuanto en anteriores viajes allí en el hueco de la ladera en la convexidad de la carretera, vi a coches como el mío.
En un instante, pasé de mis recuerdos, a la contemplación de una película.

No iba conmigo, pues la pantalla, que era el amplio parabrisas, venía a ser la del televisor. Contemplaba como algún vehículo serpenteaba. El del protagonista, obligado a evitar a los demás, primero frenaba quitando gas. Sin resultado. Luego intentó pisar el freno, peor. Luego, casi rozando al inmediato precursor, un bandazo le llevó directo al centro de la curva, que disponiendo de una cuesta abajo pronunciada, hacía de imán, atrayendo a aquél vehículo osado.
En pantalla, se divisaba el monte. Luego, cabeceaba. El techo rozaba los matorrales de la oquedad. Giraba y el morro se clavaba al fondo del hueco.

Pero, ¿en qué pensaba?. La película la estaba viviendo yo. Y como no tenía al coche acondicionado con los clásicos cinturones de seguridad, todo lo que pude hacer fue apretar los pies al suelo, el culo al asiento, una mano al tablier y otra al techo. Tenía que inmovilizarme con fuerza, resistiendo el choque final que a no dudar sería duro, e inmediato.
Detenido el coche, panza arriba, quedé desorientado, pero estaba oyendo murmullos de gente desde la carretera. Me entretuve en sacar la documentación de la guantera y acto seguido, con cierto esfuerzo, logré bajar el cristal de la puerta del conductor y arrastrándome, cuando ya tenía medio cuerpo fuera, escuché aleluyas de los transeúntes desde arriba la carretera:
-Ya sale, ya sale. Parece que está bien.

-Sí. No se preocupen. No me lastimé. Voy a subir.

Me incorporé sobre la zaga de mi coche, y me orienté descubriendo un acceso fácil a base de gatear.
Una ver en la carretera una docena de viajeros detenidos por el espectáculo, me ofrecían ayuda.
Uno me invitó a subir en su coche que me traería hasta Cubera. Y sacó un botellín de bolsillo (una petaca) de coñac, para reanimarme.
A pesar de no precisarlo, obedecí ante su insistencia. Estaban obrando con altruismo y no debía mostrarme desagradecido.
Me acompañaron hasta el bar de Cubera, junto a la gasolinera, para poder hacer las pertinentes llamadas a la Cía. aseguradora, y preparar un parte para la Guardia Civil.

En aquél instante, se me ocurrió, que mejor no aparecieran. Seguro que me atribuirían el accidente por conducir bebido.
Lo comenté y allí mismo se inició, otra aventura comercial, de un desconocido atento a mi relato. Pero lo inminente era verme con el Capitalista adquirente de la finca de Orpí.
Así lo expuse al Sr. Gómez, quien por una razón que en aquél momento yo ignoraba, estaba dispuesto, no solo aguardarme en el bar hasta mi regreso, sino que me acompañaría en su coche, hasta Barcelona.

¿Telefoneo a Tere?. ¡Que va!. Por más que perjurara que no me lastimé, lo único que conseguiría era preocuparla. Lo mejor era contárselo, en persona, la forma evidente de demostrar la carencia de importancia del accidente.
Cerrado el trato con el capitalista y comprobado el funcionamiento del alumbrado, me excusé de los vendedores sin siquiera haberles notificado el motivo de mi breve presencia.

El sr. Gómez, disponía de una docena de coches de alquiler. En principio, me ofrecíó uno mientras permanecía el mío en el taller, pero poco a poco, comprendí sus intenciones. El viaje de regreso a Barcelona, resultaba aparentemente muy interesante.

Parejas perdurables (continuación 48 a )

Nos intercambiamos tarjetas, ya que en principio para mí era ineludible disponer de inmediato un vehículo de automoción.

Comenté a Tere, que un resbalón por Garraf, motivó un topetazo con el resultado de coche inservible. Procuré no alarmar y quitando hierro, le comenté lo bien que resultó la venta de Orpí. Tenía alas para afrontar el nuevo negocio de Confección.

Aquél día la cuestión se mantuvo al límite prudencial. No fue lo mismo, el día que el agente de Seguros se nos presentó de improviso, alarmado.

Traía la foto del SEAT accidentado, y un parte para que lo signara en conformidad. Lo daban por siniestro total. Tere, presente, quiso ver el estado en que quedó, pues creía que unos rasguños, no serían motivo para tal decisión de la Aseguradora.

La foto, realizada desde varios ángulos, mostraba el techo, no solo abollado, sino deformado.

Y con los faros apastados, seguía otra foto de los bajos dislocados. Una rueda delantera renqueando. Las puertas desvencijadas. Resultaba más barato para la Cía. abonarme un coche nuevo, que atender el presupuesto del taller.

-Carlos, me explicarás esto.

Tere no salía de su sorpresa. ¿Cómo explicarle que aquello era el resultado de una ilusión?. ¿No le bastaba con haber comprobado que mi persona no había sufrido ni un rasguño?.

La mecánica, no era su fuerte y no entendería que el trabajo enorme de deformación realizado en magullar el coche, absorbió el impacto, por lo que al ocupante del vehículo, no le llegaba ya esfuerzo alguno.

-Mujer, que un coche, dispone de chasis resistente y además la envoltura de la carrocería, ofrece una seguridad muy distinta a la de las motos.

Le cité las motos, por cuanto recordaría ella misma cuando de novios tuvimos el accidente por las vías del tranvía y allí a pesar de mesar el suelo unos cuantos metros deslizando, tampoco sufrimos daños físicos, en tanto que la moto, tuvimos que traerla al planchista.

Para evitar el recuerdo de este accidente, cada vez que en nuestros desplazamientos a Santa María pasábamos por el enclave nefasto, daba un giro a la conversación recurriendo a algún acontecimiento interesante.

Esta táctica, me sirvió, hasta que decidí revelar toda la realidad. Ello fue un año después. Obras Públicas, al fin, hizo caso a las múltiples quejas por el punto negro con su embudo fatal en Garraf. El hueco fue rellenado, a la par que ensanchada la calzada, suavizada la pendiente y aumentado algo el radio de la curva.

Como quien no quiere la cosa, viendo la transformación, perdida la impresión de curva con barranco siniestro, le comenté:

Ah!, mira Tere, se ve que al fin se habrán acabado los accidentes en esta curva.

-¿Qué quieres decir?

-Nada, que como yo, aquí fueron muchos los que patinaron.

Y seguí procurando desviar su atención, puesto que a poco que se esforzara, recordaría las condiciones en que estaba el trazado, antes de la modificación.

Y ahora, llevábamos un año, conduciendo distinto coche en cada viaje. Gómez me hizo ver lo que ahorraba tomando los vehículos de alquiler, sin necesidad de apechugar con los costes de la aseguradora, de la plaza de Parking, del impuesto Municipal, de las revisiones técnicas, del mantenimiento, neumáticos, batería, lavado periódico y demás inconvenientes a soportar el mero propietario de un vehículo fijo.

En primer lugar, con el dinero ofertado por la seguradora, sumado a una pequeña parte de lo recibido por la venta de Orpí, financié el nuevo parque móvil de Goysa, como le llamó a la ampliación de la empresa de alquiler de coches. Fue una adquisición de 14 nuevos coches, cuya duración mediante Leassing, la establecían en un año. La empresa cada año, canjeaba sus vehículos viejos por otra tanda de nuevos.

Aquello, representaba negocio, para los fabricantes de automóviles, para el concesionario, para la financiera del Leassing, para la aseguradora, para Gómez y se supone que también para mí.

En principio estaba satisfecho el quitarme la preocupación de los cuidados de mi herramienta locomotriz y también por disponer vehículos para mis subordinados cuando los precisaran en su cometido laboral.

A Robino, le pareció una magnífica idea. Él, para presentarse ante los clientes, recogía el vehículo más espectacular que estuviera libre.

Hasta el día que se incendió su transporte, por ignorada causa. Se hallaba en la Autopista, un caluroso día de verano, atrapado en un atasco a la entrada de la Ciudad.

Para apagar el incendio, no bastó el extintor propio, sino que le ayudaron los conductores de los vehículos próximos, ante el temor de invadirles a ellos también las llamas.

No quedó claro el motivo del incendio, por lo que Gómez ya no quiso dejarle más coches a él.

También Orpí, estuvo una temporada usando los alquilados, contribuyendo al progreso del negocio Goysa. Por lo menos a éste negocio, le estaba sacando jugo inmediato.

Y Robino, aparte de adquirir uno definitivo para consigo, sin rencor, siguió publicitando a los coches de alquiler Goysa.

La publicidad a favor de mis negocios, se estaba incrementando notoriamente. El gabinete de Orpí, la constructora USAMASA, los solares de Urbanización Santa María, los coches Goysa y…..claro, las confecciones CONSEAR.

Tuve la suerte de hallar en lugar céntrico un local idóneo para la Sra. Batlle. Y verdad sea dicha, supo decorar bien la zona útil para las pasarelas públicas, en tanto que el obrador lo ordenó como una fábrica de confección en serie, de lo más moderna.

A las claras, la producción de modelitos, se convertía en industrial y podríamos servir a España entera.

Inmediatamente, me asaltó la duda. ¿Dispondría de personal eficiente para control de los negocios?. Me fié de un contable persona mayor, pronto a jubilarse y lo destiné a las órdenes de la Sra. Conchita. Ella le propondría la facturación y programación financiera. Me la traería cada fin de semana y yo decidiría el destino, si a descuento bancario, o a acopio para cobro a su vencimiento.

Como nada es eterno, esto funcionó tres años, en los que el relajamiento del control, se fue distendiendo y tuve que aceptar un nuevo contable propuesto por la Sra. Batlle, al sustituir al jubilado.

Pero antes, tuve estos tres años ajetreo con el negocio de trofeos deportivos que me encasquetó, el recomendado por el director del Banco Exterior.

Parejas Perdurables (continuación 48 b)

Aunque tuviera gran dependencia bancaria, en realidad mi economía marchaba bien. Lo deseable era algo ideal. En lugar de disponer de activo muy superior al pasivo, pero sin liquidez, hubiese preferido disponer de activo rebajado con pasivo casi nulo y liquidez total.
Atendiendo que según lo conocido de mi entorno, esta situación era la normal, incluso para Empresas de renombre, al menos por la festividad de Reyes de aquél año, me esforcé en hacer caso omiso a este sentimiento de dependencia.

Conocía a Margets, de cuando le mensuraba sus múltiples fincas del Prat de Llobregat, afectadas por el Canal de la Infanta, para regantes y en virtud a que me proporcionó buenos ingresos por algunos años, ahora que había inaugurado una Comercializadora de electrodomésticos, juguetes y muebles, COESA, iba a convertirme en cliente agradecido.

Los muebles y electrodomésticos me servirían como así fue para habilitar los Apartamentos y las construcciones piloto de Santa María. Y los juguetes en esta ocasión para cumplir con las demandas de los cinco hijos a los Magos de Oriente.
Para comportarnos Tere y yo, como Reyes eficientes sin quitar la ilusión de los niños, por la tarde fuimos a la Cabalgata. Llegaban por el Puerto, en adornadas barcazas. Allí mismo les aguardaban las carrozas y el numeroso séquito, de los tres Magos. Se les unieron bandas de música, la Guardia Urbana, y los motoristas de apertura del desfile y las ambulancias y personal sanitario cerrando la comitiva.
El desfile, cruzó buena parte de la Ciudad, durando más de tres horas. Después, a cenar y a acostar a los niños.

Este era el cometido de Tere, el mío fue ir a media noche a COESA, dado que la festividad permitía tener abierto hasta la madrugada.
Allí seleccioné lo que faltaba para los niños, además adquirí enseres de cocina que pedía Tere y un tocadiscos última generación, que pensé regalarle sorprendiéndola.
Al llegar a las tantas al hogar, aparqué el coche enfrente, recogí los paquetes, todos, a excepción del tocadiscos, que lo recogería una vez ella agotada tras organizar la ubicación de los regalos, como el escalectric, se hubiera acostado.

-Tere, voy a traer el coche al garaje y vuelvo enseguida.

Mi intención era recoger el tocadiscos para que no lo viera y dejar el coche en la calle, así por la mañana ya lo teníamos disponible a la misma salida de casa.
Pero……¿qué ocurre?. ¿Dónde está el tocadiscos?. Puse las manos para palpar el asiento trasero, dando el mismo resultado que la visión de mis ojos. ¡No había nada!. Y ¿a los pies?.
Tampoco. Y ¿al lado del conductor?. Tampoco. No hacía falta mirar el portaequipajes, allí no metí nada. Todo estaba a punto para recoger y subir al piso. ¿Por qué pues, faltaba el tocadiscos?.

Tragando bilis, al fin, admití que lo robaron. A altas horas de la noche, mejor dicho primeras de la madrugada, algún avisado vio una ocasión de las que pintan calvas. Un paquete de regalo visible en un coche de facilísima técnica para su apertura. Transeúntes escasos, o nulos y seguridad del vehículo, ausente.
¿Cómo podía subir a decirle a Tere que se esfumó mi sorpresa?. Nos dicen y es verdad, que todo lo que puede solucionarse con dinero, carece de importancia.

Pues con el vehículo a punto, otra vez a COESA. Segunda adquisición, que al saber Margets lo acontecido, me lo ofreció a mitad de precio, o sea sin beneficio para su empresa.
No pensaba comentarlo, pero Tere me aguardaba despierta.

-¿Éste es tu concepto de enseguida?. ¿Dónde fuiste a estas horas?.

No vi escapatoria, cualquier mentira piadosa hubiera acarreado mayor confusión, de manera que lo inevitable fue ponerla en conocimiento del afer de los cacos.

-Y ¿eso no te lo esperabas, en noche de Reyes?. ¿Cuántas veces se avisa de no dejar en los vehículos nada a la vista?.

Aguantar el chaparrón ya que su razón era aplastante, aparte que yo mismo la propalaba para con los conductores amigos novatos. Y se estaba constatando una y otra vez, que mentirijillas a mi mujer, no servían jamás a la larga.

Por lo menos el tocadiscos fue de su agrado y nos mantuvo en la nostalgia de nuestros años célibes, con la asistencia a los guateques privados, hasta el nuevo cambio de aparatos fónicos y sus grabaciones en L.P. con carga automática. Se programaba una carga de 10 L.P. y tenías tres horas de música sin necesidad de acudir al aparato.

En el despacho, siguiendo asimismo la moda, instalé el “hilo musical”, abonado a telefónica. Era agradable programar el tipo de música apetecida y durante todo el día no se emitía más que la música, sin locutores que interrumpieran, ni para el título, ni para vida y milagros del compositor.

Esto también lo propuso Conchita, para el salón de la pasarela, dando más expectación y lujo a la presentación de los modelitos.
Como la producción parecía seguir a buen ritmo, no tuve inconveniente en asumir este nuevo gasto añadido a los generales del negocio.

Los niños crecían en muy buen ambiente. El colegio, al cual iban asistiendo todos en los cursos 1º, el 3º, el 5º y el 7º que ya correspondía a J.C.
Se dio la casualidad que este Instituto pertenecía al Obispado, entidad propietaria de la Iglesia en que nos casamos Tere y yo. Inició la docencia el mismo año de nuestro enlace, solo para la primaria y a partir de entonces fue incrementando un curso cada año, para que los alumnos que se iniciaran allí pudieran terminar la secundaria sin abandonar el centro. De allí salían preparados para ingresar a la Universidad.

Y así fue como con los años, nuestros siete hijos se encontraron todos ellos escolarizados en el mismo centro. Tal rareza, no fue exclusiva nuestra pues algo semejante, sucedió con la familia Baranges. Eran seis hermanos y cada uno tenía su colega homónimo con nuestros hijos.
El mayor de los Baranges, resultó una lumbrera, alcanzando siempre los sobresalientes. Lo citaban como ejemplo a seguir. Incluso en deportes destacó pensando la dirección del instituto si sería apropiado entrenarle para poder actuar en las Olimpíadas.

Mis hijos se hicieron muy amigos con esta familia hasta el punto que nos relacionamos también los padres.
Cuando de repente, a mediados del último curso previo a la iniciación para seguir con los estudios superiores, el mayor de los Baranges, se comportaba extrañamente. Ya no era puntual. Se olvidaba de tareas escolares. Su carácter jovial y alegre, se estaba agriando. Incluso tuvo altercados con desconocidos.

Lo comentamos con J.C. ya que eran los compañeros más unidos. Nos reveló algo que nos dejó pasmados. Su amigo se había iniciado con la droga.
En mis años estudiantiles tuve una ligera noción de que en los Países avanzados, la juventud menos moderada, era promiscua y drogadicta. Al menos eso se veía en películas americanas, pero con gran discreción. Luego ya en los años de noviazgo, llegaron a mis oídos que la moda se iniciaba en España, aunque no conocía a nadie de mi entorno que pasara de fumar tabaco, o beber alguna copa alcohólica, en festejos.
Al sentir que la ola ya alcanzaba nuestro entorno, Tere y yo, nos sentimos alarmados. ¿Lo sabía la madre de Baranges?. Por lo visto, nadie se atrevía a siquiera comentar la cuestión como de cosa ajena y de poca importancia.

Tere muy discretamente, la abordó a la mañana siguiente, solo para sondear lo que podía saber. No fue posible comentarle nada. La Sra. Baranges, seguía idolatrando a su hijo, atribuyendo que los dimes y diretes obedecían a envidia por ser el primero en todo. Y que su hijo se hallaba agotado por el esfuerzo de los estudios. No había forma de que escuchara.

Cuando la cosa fue creciendo y ya los suspensos ganados en los estudios, no podían esconderse, la cuestión se difundió por todo el centro, los padres, los alumnos y la guardia urbana, avisada de que en la puerta del centro por las mañanas aparecían camellos.

Baranges, siguió en sus trece de que eran los compañeros y los profesores que la tenían con su hijo. Cortó con todas las comadres, considerándolas difamadoras de su hijo.
Y cuando, ingresado en urgencias su hijo, entrado en coma, y fallecido en tres días, le dieron el resultado de las investigaciones, no soportó su ceguera mantenida hasta este desenlace.

Sacó del centro a sus hijos, y con su marido se ausentaron a otra ciudad en la que no vieran a nada, ni a nadie que le recordaran la ilusa vida que llevó durante los dos últimos años.

Ya no tuvimos más noticias de esta desgraciada familia. Sobretodo, Tere lo sintió, ya que habían pasado años de amistad estrecha.
Pero antes de llegar a estos años en que también a mí se me cayó la venda que me mantuvo en la inopia de tal ola, seguíamos pasando muchos fines de semana en Santa María y casi exclusivamente las vacaciones de verano y las Pascuales.

Ya que nos estábamos convirtiendo en verdaderos Cuberenses, pasamos la Semana Santa en la Urbanización con el Dodge “Poder”, tal como se anunciaba por la tele este vehículo rayano a una limusina y que tenía en su stock, Gómez. A mí me importaba muy poco su posesión, como muchos apetecían para creerse que con cacharros así, su ego se crecía. Se suponía que causarían envidia a los conocidos y desconocidos, pero lo que era a mí, solo me interesaba por la amplia cabida destinada a los siete pasajeros que éramos y su gran capacidad de portaequipajes, sin necesitar baca.

Acudimos toda la familia a la Iglesia de Cubera, con palmas y palmones que nuestros hijos, se esforzaban en restregar con fuertes golpes. Era lo tradicional, pero a mí me parecía una forma de desgraciar los palmones tan decorativos, aunque pasado el acto, ya solo servirían para quemarlos y guardar sus cenizas. Sí, para el Miércoles de ceniza, si mal no recuerdo.

La indiferencia que me causan aún hoy, los automóviles, pronto varió a odio contra el “Dodge Poder”, y eso por culpa de un atasco y una barrera de ferrocarril.