jueves, 14 de agosto de 2008

9 - SR. CASTILLO








VIVENCIAS DISTORSIONADAS



SR. CASTILLO

Mi relación con el sr. Castillo, fue estrictamente profesional. Me contrató, como técnico para su organización inmobiliaria. Por ello, al principio, no me preocupé por los informes comerciales de sus detractores que llegaron a mis oídos.
Argüían oscuros procedimientos en el desenvolvimiento del negocio. Al fin y al cabo, constaté tantos elogios de su persona por parte de los propietarios de fincas en venta, como de sus clientes.
La maledicencia de los detractores, debía proceder de casos excepcionales, o por afectados competidores. Con todo, avanzado el tiempo de mi contratación, fui testigo de severos altercados con desconocidos, en su despacho. A base de coincidir con mi presencia en repetidas ocasiones, ya no fueron tan desconocidos.

Unos eran usureros. Otros, propietarios de recientes fincas aportadas, pendientes de liquidación. La morosidad manifiesta, era excesiva. Otros, los más, eran clientes que amenazaban la integridad física del sr. Castillo. Ante todo, querían matarle por, según ellos, haber sido estafados alevosamente.

Sentada esta base, y después de platicar un rato, se rebajaban los epítetos ofensivos, lamentando simplemente que se les hubiera mantenido olvidados semanas enteras, desatendiendo sus solicitudes de entrevista para tratar los asuntos que yo en aquellos días ignoraba.

En verdad, el cancerbero a sueldo, poseía verdadero ingenio para torear a las visitas indeseadas por su Jefe. Sin embargo, mi perplejidad crecía al repetirse una y otra vez. Al final de las entrevistas los clientes, se despedían con amabilidad, elogiando a quien pocos momentos antes vituperaban. Incluso presentaban sus respetos extensivos a su Sra. esposa.
Otros se excedían invitándole a pasar un fin de semana en sus predios veraniegos, donde siempre, por descontado……¡Sería Bienvenido ¡.

Aquellas alternancias de humor por parte de los visitantes en su despacho, me mosqueaban. No podía tratarse de desequilibrados, desahogando sus neuras. Eran demasiados, para generalizarles taras mentales. Intuí que algo habría de cierto en sus desaforadas manifestaciones.
Más cierto era aún, la extraordinaria habilidad del sr. Castillo, en desarmar al interlocutor, con sus educados y afables modos.
Esto, empecé a comprobarlo, al sufrir los primeros desencantos, por demoras reiteradas para percibir mis emolumentos. Salía del despacho maravillado. Sus buenas palabras, obraban el milagro de mantenerme eufórico, a pesar de postergar más aún mi retribución. Es más, con nuevos encargos profesionales aceptados.

Esto último, era criticado por mi mujer. Señalaba la conveniencia de cancelar el trato definitivamente. Esta situación, se fue agravando, al constatar mi impotencia para lograr el cobro de los abultados honorarios demorados. La prudencial espera, dejó de serlo para convertirse en crónica, afectando seriamente mi economía doméstica. Las discusiones con mi mujer se enardecían, sin hallar salida al atolladero.

Al cumplirse el primer aniversario de nuestra boda, decidimos que a la mañana siguiente, presentaría mi dimisión al sr. Castillo, como colaborador, exigiendo el finiquito. Mientras, olvidaríamos los sinsabores, celebrando la efemérides cenando en los merenderos de la playa, famosos por sus mariscadas.

Mientras el camarero fue a por la carta, observamos con desazón, que entre las pocas mesas ocupadas este día laborable, se hallaba el sr. Castillo con su esposa.
Inevitable el saludo cortés, pero un encuentro nada congruente con mi misión propuesta. El plan de ataque, se basaba en mi extrema necesidad económica. No era consecuente, el despilfarro gastronómico.
Tampoco lo era el proceder del sr. Castillo. ¿A qué obedecía la realcitrante demora en pagos a sus subordinados, si podía satisfacer costosos caprichos entre semana ?.

"Al fin, comprendí las discrepancias entre él y su entorno comercial. Disponía de una peculiar idiosincrasia.
Los prestamistas, tenián con él, a un verdadero chollo. Basados en la espectacular rapidez de gestión de ventas de su acreditado, le ofrecían lo que precisara. Vencido el plazo de una semana, exigían los intereses del capital, como si de una anualidad se tratara.
De fallar su cumplimiento, se cobraban apropiándose de la finca objeto de transacción, por el simple valor de lo prestado. Los intereses, quedaban pendientes y se aplicaban a la próxima adquisición. Así, pasaban los usureros, a ser a la vez, prestamistas y capitalistas de su negocio.
No parecía importarle demasado al sr. Castillo, dado que semanalmente, lograba ventas de parcelas, en número superior al contenido real de las fincas.
Este overbuking, raramente lo constataban los adquirentes. Ocasionalmente, se producía tal evento, al coincidir varios de ellos merendando en su supuesta parcela.
Los improperios iniciales por defender cada cual su razón por titularidad documental, finalizaban con una confabulación para el ataque al autor del fraude.

Estos eran los que a menudo aparecían por el despacho enardecidos, si lograban colarse de la criba del cancerbero.


Muchos desistían dando por perdidas sus entregas, después de maldecir los huesos del embaucador, ejerciendo su derecho al pataleo.


Los más insistentes, lograban que se les entregara a cambio, de lo que evidentemente resultó un lamentable error involuntario, otra parcela mayor, por el mismo precio.


Era la amable atención de la empresa, para paliar las molestias causadas. En cada nueva tansacción, volvían a intervenir los prestamistas, repitiéndose el círculo vicioso de venta de parcelas, ante de adquirir la finca matriz.


Para adecuar las propiedades a las exigencias de la clientela, eran necesarias unas mejoras, que aunque discretamente se realizaban, jamás se correspondían con lo prometido, ni en calidad ni en tiempo de ejecución.


En este apartado, se agolpaban colaboradores industriales, comerciales, instaladores y una larga lista de particulares que, en mayor o, menor medida, reclamaban reiteradamente el cobro de sus facturas.


El globo iba hinchándose, por lo que era previsible su pronta explosión. Si bien era verdad que el sr. Castillo disponía de gran número de incondicionales, agradecidos por los lucrativos negocios conseguidos a su costa, no era menor el de los estafados creciendo en proporción geométrica.


Esta situación, según averigüé posteriormente, venía produciéndose a través de los últimos dieciocho años. Normal pues que ignorantes de los entresijos, las personas ajenas a la Empresa, la consideraran seria y próspera.


También recapacité sobre manifestaciones esporádicas del sr. Castillo de sus varias intentonas de suicidio. Se poducían después de ciertos agrios altercados con sus demandantes. Conociendo cómo padecía una rara e inexplicale enfermedad desde joven, que le obligaba a comer en demasía y con frecuencia, estas reacciones, me parecían crisis sintomáticas.


Repetidamente, confesaba sus necesarias visitas nocturnas a la nevera, para atiborrarse. Además en sus bolsillos no faltaban nunca galletas o bolsas de maní, para echarles mano cuando faltaban restoranes a su alcance.


Se mantenía delgado, por lo que era lógico suponerle sus desarreglos motivados por una monstruosa tenia-solitaria . Él siempre lo negó. Bien pudiera ser cierto, habiendo vivido tantos años con la afección, sin que ningún médico supiera tratarla."


Todos estos pensamientos, afloraron a mi mente, sin hallar la alternativa a acudir a saludar al matrimonio Castillo, correspondiendo a su notoria cortesía.


Automáticamente, mientras me encaminaba con mi mujer a su encuentro, urdí darle la explicación real. El aniversario de nuestra boda.


Empático, el sr. Castillo, nos sorprendió, después de felicitarnos, declarando la coincidencia de efemérides, con la de ellos. Y alegrándose desmesuradamente, pidió que nos sentáramos a su mesa, eligiéramos lo que se nos antojara de la carta, que iba todo a su cargo.


Imposible atacar el tema de mi preocupación. No era el momento ni el lugar propio. Como de costumbre, ante él, me hallaba desarmado a su merced.


Muy simpática su mujer, platicó amigablemente con la mía. Los chascarrillos se sucedieron, pasando una velada altamente gratificante. Totalmente inesperada. El sr. Castillo se lució, eligiendo los vinos de marcas de categoría con sus mejores añadas y apropiadas por cada plato.


Lo mismo sucedió con un postre de original exquisitez, preparado expresamene por el chef, a su petición.


Al llegar de madrugada a casa, mi mujer, ya modificó en parte la opinión formada del sr. Castillo. Se hallaba dispuesta a achacar a mi pusilanimidad, la carencia e resutados positivos en mi trato con él.


Absorto en la manera de enfocar el tema, camino del despacho a la mañana siguiente, distinguí un gentío, frente la fachada de Inmobiliaria Castillo.


Ví a una ambulancia, a la Policía, a transeúntes curioseando y oí unas voces estridentes procedentes del vestíbulo.


Por lo visto, a primera hora, el sr. Castillo tuvo otro de los altercados de campeonato con los usureros. Éstos, le amenazaron al estilo mafioso. Seguidamente, irrumpió en su despacho, el responsable de las obras de apertura calles de la última finca a parcelar. Con un cuchillo en sus manos, se había saltado la barrera del atemorizado abrepuertas, sumiéndolo en una crisis nerviosa.


A grandes voces, frente a los usureros, presentó su enésima reclamación, apoyando sus amenazas con el cuchillo que blandía. Le conminó a resover los tratos, dado que estaba dispuesto a cumplir sus amenazas ante los allí presentes.


El sr. Castillo, fuera de sí, chillando más si cabe, maldijo a todos, escurriéndose veloz entre ellos, saliéndo del despacho dando un portazo, tras sí en el rellano del ascensor. Subió en él, para salir al ático, noveno piso.


Los visitantes, pasado el efecto de la sorprendente reacción de quien se mostró siempre tan equilibrado, en el rellano de ascensor, continuaron perplejos al haber desaparecido su víctima, supuestamente escaleras abajo. Más les sorprendió aún al oir un grito desgarrador, provinente del ático y acto seguido el paso de un cuerpo al vacío ante sus ojos, y chasquido brutal por encontronazo con el suelo del hueco de escalera del edificio.


La portera, aguardando la llegada del ascensor, no pudo reaccionar, entre oir el chillido emitido y el aplastamiento a sus pies del sr. Castillo.


Su muerte, fue instantánea, pero la portera indemne de milagro, por la impresión cayó sin conocimiento a su lado. Unos segundos después, entraba en el vestíbulo el marido de la portera, alarmado por las voces y ruido. Viendo a su mujer tendida al suelo, inmovil y salpicada de sangre, la creyó muerta.


Entre lamentos y maldiciones armó tal escándalo, que atrajo la presencia de la Guardia Urbana, la cual, se ocupò de amenizar el resto del jaleo.


Aprovechando la confusión, hicieron mutis los usureros y el provocador. El empleado testigo, jamás se atrevió a dar datos a la policía. Amparado por las secuelas de la impesión y bajo cuidados médicos, excusó todo conocimiento de lo acontecido.


Posiblemente, amedrentado por la amenazas de los usureros y el constructor.


Barcelona, 1955


Carlos Vidal





miércoles, 13 de agosto de 2008

8 - VIVA EL REY

VIVENCIAS DISTORSIONADAS

VIVA EL REY

Barcelona, 21 Diciembre 1995

Con la prisa que me angustiaba, sólo faltaba aquella concentración tumultuaria.
Podía tratarse de una asonada, contra los abogados. Los presuntos manifestantes, invadían la totalidad del cruce adyacente al edificio del Colegio de Abogados.
Sería curioso contemplar la respuesta al conflicto, por parte de quienes cumplen tal función profesionalmente.

En este caso, la protesta podría llegar a mayores, pues el edificio de enfrente, cuartel de la Guardia Civil, se veía, protegido por cuatro números de la Benemérita, ostentando sus metralletas. Y otros más distribuidos por los límites de la masa humana concentrada.

No era eso todo. Media docena de Urbanos y Mossos de Esquadra, gesticulaban de la manera, que se suponía serviría para dirigir el tráfico. A todas luces, lo entorpecían.
Seguro que de actuar con el método habitual de dar paso alternativo en el cruce, a la circulación de vehículos, no se hubiera formado tal barullo.
Coches aparcados en las aceras, unidades policiales obstruyendo salidas, vehículos mal colocados, con puertas abiertas en medio del cruce, formaban parte del anárquico panorama.

Si hubo un accidente, no se veían accidentados. Descartaba la posibilidad de que ambulancias y grúas hubieran ya realizado su trabajo. Pero quizá el gentío debía realizar las usuales cábalas sobre la culpabilidad del conductor temerario.
Tanta policía y agentes de tráfico, indicaba algo inusual. Quizá el accidente, trascendió en reyerta, involucrando a los transeúntes. De ser así, pronto llegaría la unidad celular, para llevarse a los revoltosos.

Un atraco, parecía desmesurada imprudencia por parte de los protagonistas. En Barcelona, existen cientos de lugares más discretos para actuar con tiempo sobrado para desaparecer antes de la llegada de las fuerzas del orden. En este emplazamiento, no precisaban acudir:
¡ Allí estaban ¡.

Casi tuve que pedir permiso para atravesar la turba ocupante de la calle. Al llegar al recinto de entrada del Colegio, me topé en el mini patio, con los primeros Togados. Formaban corros apretujados, conversando animadamente. Ocupaban la mitad izquierda del recinto.
De tratarse de la asonada, raro resultaba que acudieran tantos letrados para la defensa y además con los atuendos reglamentarios propios del Juzgado.

En la mitad derecha del recinto, asimismo a rebosar de paisanos, reconocí a unos cuantos políticos y al President de la Generalitat. Aquello ya era demasiado. Imposible imaginar que clase de conflicto se cocía.
Como el tiempo me apremiaba, me abrí paso entre los togados, no sin cierto forcejeo por lo prieto de la concentración. Pedí disculpas por pisotones involuntarios.

Traspasado el umbral del edificio, me temí lo peor. Se trataría de alguna Convención, por lo que las oficinas se hallarían cerradas al público.
Esto sí, me contrariaba. Un mes tardé en decidir esta visita, para obtener este fallido resultado. Más de un mes debería transcurrir para disponer de otra oportunidad.

Otro corro de Togados en tertulia amigable, ignoraba mi presencia. No vi ujier alguno. La mesita adosada a la pared lateral, desierta sin informador. Enfrente el ascensor, sin ascensorista. Falta absoluta de rótulos indicativos de las dependencias. Total: mi desorientación absoluta.

Me daba reparo interrumpir la conversación, al corro de togados, pero no vi alternativa. Fue merced a un tímido toqueteo al hombro de uno de ellos, cuando obtuve audiencia.

Las oficinas, se hallaban a la salida del edificio principal, a unos treinta metros a la derecha. Y, sí. Estaban abiertas el público, incluso hoy, que esperaban la inminente llegada de S.M. El Rey. Asistía a la conmemoración del centenario de la Institución. ¡ Ya ¡.

Pensándolo bien, así, todo encajaba. Disculpándome, me dirigí al umbral de la salida, con pequeño rellano de cinco peldaños. Era un perfecto otero, desde el cual divisé a mi derecha los togados formando una línea ordenada y silenciosa. A mi izquierda dando frente al pasillo creado, los Políticos. El camino por tanto lo tenía expedito. Sin embargo tal consideración, no era pleitesía a mi persona. Vi, la comitiva de coches oficiales detenida donde antes hubo el barullo de vehículos y defensores del orden. Se apeaban las Personalidades invitadas. Un cordón de agentes, contenía a la muchedumbre. Preferencia absoluta para los recién llegados.

El General del Ejército de Tierra, era el primero. Le seguía el Arzobispo, y ya abrían la puerta del vehículo de La Armada…….

Mi descenso por la escalinata, fue ligero, pero no lo suficiente para eludir el topar justo en el límite del recinto, con la mano del General, que me ofrecía como saludo y credencial. Atónito, víme a mí mismo, dando excusas por involuntaria intromisión, a él y seguidamente, repetir que no era yo ningún maestro de ceremonias al Arzobispo y reiterarlo a cada nueva Personalidad, hasta S.M. El Rey….

El titubeo, duró una fracción de segundo. Devolví el saludo, con aparente aplomo, pero acto seguido, me escurrí entre los cámaras de TV, en un regate propio del mejor futbolista. De haber seguido en mi posición de maestro de ceremonias, ¿qué hubiera dicho yo a la recepción de la última visita?.
-¡ Viva El Rey ¡.
Una cálida ovación, se oyó en este instante, por apearse Juan Carlos I, acompañado del Príncipe Felipe. Las cámaras de TV y los espectadores, se hallaban absortos en el recibimiento.
En tanto, pensé que allí había un gran fallo de Seguridad. Podía yo, haber dejado mi maletín portafolios, debajo la mesa de recepción. Ahora, aguardaría a que Juan Carlos traspasara el umbral del vestíbulo y una leve presión al mando a distancia, saltaría el maletín por los explosivos, llevándose por delante al Rey y comitiva.


¡ El Rey ha muerto ¡. ……… ¡VIVA EL REY ¡