jueves, 27 de abril de 2017

Parejas Perdurables IIª parte ( 1....4 )

Parejas Perdurables II parte. 1

Cap. 1 

-Carlos: tienes que poner remedio de alguna manera, o aquí no volvemos más.

Cada fin de semana, al llegar a la urbanización, frente a nuestra torre se juntaba una jauría de perros. Pero por más que los dispersáramos, no desaparecían. Por contra su número aumentaba.

-Hablaré con el Alcalde, es problema del Municipio. Que los recojan y atiendan en una perrera.

No tenía ninguna fe en lo que acababa de decir. El Municipio al que pertenecía Tarter, por minúsculo no disponía servicios municipales de ningún orden. ¿Cómo iban a hacerse cargo de la cantidad de perros abandonados que iban llegando a la urbanización?.

Los primeros perros que aparecieron, creí que eran de alguno de los parcelistas, pero me extrañaba que merodearan nuestra torre y no la de sus supuestos dueños.

-Carlos: no me gusta nada que los niños jueguen con los perros.

-Ya les prohibí que les dieran comida, pero su instinto es más fuerte que nuestro criterio.

La situación límite se produjo, cuando entre los siete perros que nos abordaban, dos de ellos al vernos llegar, se dirigían directamente a mis pies, lamiéndolos.

-¿Lo ves?. Te están pidiendo que los adoptes. ¿Qué harás?.

El corazón se me compungía. Aquellos perros, más que animales irracionales, parecían personas cuya única carencia era la facultad del habla. Pero sabían hacerse entender.
Venían a decirme:

¡Oh, señor! Apiádate de nosotros y admítenos en tu hogar, donde seremos felices con tus estimados hijos. No tenemos donde acudir y nos conformamos con tu aceptación y los mendrugos que tengas a bien arrojarnos. Además vigilaremos la torre en tus ausencias.

Se entendía perfectamente. Los niños encantados en que los admitiera, pero ¿No era curioso, que el instinto perruno, les indicara a quién de la familia debían dirigir la solicitud?.
No podía sacudirles patadas para deshacerme de ellos. Esto aún me dolería más. Y no era mi misión ocuparme de ellos que bastantes problemas me deparaban los ciento veinte habitantes en sus treinta y dos torres. Pero algo tenía que hacer.

El Alcalde me recibió con una idea preconcebida. Motivada por malas lenguas que indicaban que aquellos perros callejeros, de diversas razas, eran míos y les abandonaba semana tras semana por la urbanización.
¿De dónde sacaron las malas lenguas, tal conclusión?. Me temo que de la Sra. que regentaba una guardería perruna en el Pueblo cercano, interesada en que los trajera a sus instalaciones, claro…...pagando.

Investigué el motivo por el cual los perros abandonados durante toda la semana, ya que en Tarter solo lo habitaban los colonos los sábados y domingos, seguían merodeando sin buscar otros lares.

Lo solucioné inesperadamente, creando el servicio de basurero, pero mientras, el tiempo que tardé lo disfrutaron mis hijos, a escondidas de su madre.
Un día mi cuarto hijo, el más ilusionado por los juegos con la jauría, me llamó alarmado:

-Papá, el “gugu” ha caído en un pozo, detrás del peñasco del Castillo.

Le llamaron gugu a un perro grandote, desdentado con el pelaje negro azabache.
Les hacía especial gracia, verlo comer. El pobre se las deseaba dando vueltas a lo que pillaba para comer, imposibilitado de masticar, o roer. Sólo presionar con las encías.
Quizá esta sería la causa por la que los verdaderos dueños, lo abandonaran donde les pareció lugar idóneo. El Tarter.

Acompañé a mis hijos al lugar indicado. En una oquedad rocosa de poco diámetro y a un par de metros de profundidad, el gugu, emitía unos lastimeros quejidos.
Dada la pequeña dimensión, estaba cabeza abajo sin posibilidad de volverse. Y ni los niños podían entrar para agarrarlo a esta profundidad.
Si no se le sacaba de allí, fenecería tras días de sufrimiento e inanición. Fui a buscar un jalón y una cuerda. Hice un lazo escurridizo, lo uní al jalón y me dediqué a la pesca canina.
Costaba mucho hacer entrar el lazo al cuerpo del gugu. Inquieto con sus movimientos una y otra vez se lo sacudía.
Cuando lo logré apreté el nudo iniciando la ascensión.

De nuevo con los movimientos esporádicos, se escapaba el lazo, pero con el jalón, conseguí recorrerle una pata. Así, al apretar el lazo, se trabó con una pierna y sus genitales.
Estaba ya casi alcanzándolo con la mano, cuando ya izado metro y medio, empezó a aullar. Supuse el motivo, pero no podía dejarlo de nuevo para que sufriera en otros intentos.
Sin atender sus aullidos, aconsejé a mi hijo que le agarrara como pudiera y entre los dos acabamos por sacarlo indemne.
O esto supongo. Pues, al verse en superficie, entendió lo ocurrido y como ya hicieron otros perros conmigo, me lamió los pies en agradecimiento.

Los niños completaron su diversión meses después, al aparecer por la urbanización un gato casero de lo más vulgar blanco y negro.
Los perros no se atrevían a plantarle cara, mientras que el gugu, con una inconsciencia impropia de su raza, sí, lo hacía.
Esperaban ver que haría gugu, de conseguir esquivar los zarpazos del gato. ¿Le daría un beso?. ¿Le proporcionaría lametones?. Inimaginable la finalidad de agarrar a un gato con una boca desdentada.

Visto que los perros no causaban males mayores, Tere soportó el tiempo que allí permanecieron, antes no conseguí su alejamiento.
Y se sentía importante al ser la única fémina de la urbanización que tenía autonomía con su Renault para desplazarse hasta los comercios de la población vecina.
Los meses de verano se turnaban las amigas para acompañarla dos días a la semana. Y las tertulias proliferaron con las reuniones en cada uno de sus chalets.
Y a medida que transcurrían los años, crecía el número de habitantes con sus torres mientras se reducía el de los hijos que nos acompañaban.
Los mayores ya destinaban su ocio por otros conductos como correspondía a los estudiantes formando grupos de camaradería.

Los perros desaparecieron al formar un basurero lejos de las torres, estableciendo la recogida de desperdicios de fines de semana a la mañana siguiente, laboral.

También ayudó el que el lugar de pocos habitantes, lindante a Tarter, estaba promoviendo una Urbanización. Pero nada modesta como la que estaba creando yo, sino que se trataba de una gigante con previsión para veinte mil habitantes.

Aquello, me alarmó. De realizarse, daba al traste con mi progreso. No habría alcanzado el punto justo de desarrollo para sacar beneficio. Y todavía no resolví el problema de la financiación de la traída de electricidad.
Para postre este proyecto urbanizador, incluso esto le favorecía. Tenían la estación transformadora en sus límites. Lo que significaba instalación gratis, a cargo de FECSA.
Sin embargo, algo no encajaba. Mis temores se desvanecieron, en los años venideros por denuncias administrativas. 
El Alcalde del lugar, tuvo que responder por aprobar lo que se llamó una afrenta ecológica.



Parejas Perdurables II parte.

Sigue 2

Los comentarios que mi mujer con los niños estaba haciendo, estaban poniéndome nervioso.

-Por favor, mi querida Tere, deja ya de habladurías. El hecho de que un visitante se extralimitara desoyendo los avisos que se dan en profusión por el itinerario de los leones, no implica mayor riesgo.
Eso era lo que creía. Se había propagado la voz del accidente cruento que ocurrió un año antes en Rio León Safari. Un Oasis creado en Albiñana, cerca de Tarragona, en el que se introdujo fauna africana.
El recinto kilométrico, contenía varias islas en que medraban las especies compatibles. Resultaba un excitante recorrido que mediante caminos naturales, podían circular los vehículos de los turistas y observar la vida salvaje, como si hubiera ido al África.

Se hacían las fotos de rigor, hasta que una imprudencia, costó la vida al marido de una mujer que desde la ventana de su coche, se dedicó a filmar el ataque de un león.
Los anuncios advertían que durante la travesía de la isla de los leones, nadie saliera del coche y permanecieran con las ventanas cerradas.

Esto, evidentemente no lo respetó el desgraciado, pero lo que llamó en principio la atención, fue que su mujer sin inmutarse filmara el incidente desde la inesperada aparición del león, hasta haber destrozado literalmente a su marido.

Luego pensándolo fríamente, quizá aquella mujer ante la impotencia, determinaría que la filmación serviría de recuerdo para ella y la obtención de dinero por la venta a los medios.
Luego se comentaba que casi podían pisarse los rinocerontes, (mejor evitarlos), hienas, y monos.
Éstos eran muy agresivos, de aquí que se recomendara no bajar las ventanillas, pues se subían al capó, como un juego ya habitual.

Todo esto parecía una exageración, propaganda macabra para obtener visitantes. Así que con una entrada al alcance de todos los bolsillos, desde el año 1972 que abrió sus puertas al turismo, no dejaba de aumentar el foro de visitantes.
Y en Tarter, Roano, con sus vendedores animaron a los clientes para acudir aquella tarde siguiendo en caravana hasta siete vehículos. Él los encabezaba y yo con la familia al completo en el mercedes rojo, cerraba la comitiva.

De Tarter a Albiñana, tardamos poco más de media hora. Pero desde que comenzamos el viaje, Tere no dejaba de pronosticar peligros. Los niños encantados de ver animales salvajes y no hacían el menor caso de lo que contaba Tere, pero al final, hizo mella en mi ánimo.

Tuve que hacer un esfuerzo para autosugestionarme que no había peligro. De haberlo, la empresa cerraría el negocio.
Recorrimos el itinerario marcado en caminos pedregosos unos y con barrizales otros. No resultaban precisamente autopistas, pero le daban un mejor sabor de paisaje selvático en el que se divisaba de vez en cuando la fauna anunciada.
Al llegar a la isla de los leones, Tere me azuzó.

-Carlos, procura atravesar rápido que estoy asustada.
- Mujer, no……….. ¿qué?. 
Un pinchazo, de la rueda trasera del conductor, ladeó el coche en un tramo avanzado de la isla.

-Que haremos aquí Carlos. No estamos seguros, si aparece algún león.
No había más remedio que cambiar la rueda con máxima brevedad.
A J. C. le pedí que mantuviera la puerta trasera abierta mientras yo operaba. De divisar la aparición de algún león por cualquier lado, yo abandonaría la rueda, entraría en el coche cerrando la puerta en un santiamén.
La adrenalina, se me subió al límite. Al colocar el gato, se resbaló por fijación precipitada. Tuve que recomponer su apoyo y al fin, con la rueda sacada recogí los cinco tornillos, retiré la rueda pinchada y coloqué la de repuesto. La fijé con tres tornillos y no me molesté ni en colocarle el tapacubos.
Creo que los mecánicos de los bóxers en las carreras no habrían logrado el récord de velocidad que conseguí.

Una vez salidos del recinto, acabé de asegurar la rueda con los dos tornillos que faltaban, con el tapacubos protector.
No fue el susto lo peor. La reprimenda de Tere, me caía encima.

Mientras los niños callados ponían cara de circunstancias, pero supe que al regresar a las clases escolares, fueron los que se vanagloriaban de tal aventura, siendo protagonistas ante sus colegas.

Realmente años después, ya que hasta el año 1980, la popularidad de Rio León Safari fue in crescendo, no faltaron más accidentes de este tipo, hasta culminar con la de una niña de diez años a la que una leona el año 1991, le arrancó el brazo que sacó por la ventanilla, con lo que finalizó el declive. Para sacar rendimiento a las costosas instalaciones, las modificaron convirtiéndolo en
Aqualeón. Un Parque temático con juegos y piscinas al estilo Disney.

Cuando me reuní con la comitiva de Tarter, no se creyeron lo ocurrido. Es más, supusieron que los leones debían estar en sus lares preferidos durmiendo por cuanto así como les satisfizo la cantidad de animales que fotografiaron, de leones no vieron ni uno.

Pues me alegré de que estuvieran echando la siesta, pero mi proeza recordada, era que estuve al límite de una subida de presión.

Saludos de Avicarlos.



Parejas Perdurables, II parte


Sigue 3

Para olvidar el mal sabor que le quedó a Tere, y mi extrema tensión vivida por la excursión a Río León Safari, propuse realizar la que en su día concerté con el visitante bodeguero de Montferri.
Le estaba agradecido por haberme descifrado el mal resultado de mi cafetera.
Y no le pareció mal a Tere salir una tarde de Tarter para conocer una Bodega comercial.
El trayecto más corto que el de Albiñana, sólo tenía el inconveniente del trazado vial. Cincuenta y siete curvas, muchas de ellas cerradas, invitaban a marearse quienes tuvieran tal predisposición.
Uno de mis hijos, así lo manifestó.

-Xavi, lo que tienes que hacer es permanecer quieto. El coche no es una sala deportiva. Sigue el ejemplo de tus hermanos. Ya podrás correr y saltar cuando lleguemos, que será dentro de quince minutos.

Inimaginable me parecía, que esta recomendación, me la tendría que aplicar a mí mismo, treinta y cinco años después.
Una vez jubilado, me desprendí del coche, cuyo uso me resultaba superfluo. Tres años de apenas viajar alguna que otra vez con los de mis hijos, permutó mi percepción del transporte como pasajero de tal forma, que no aguantaba una hora seguida sin acusar fuerte mareo.

-Papá, eso te ocurre por cuanto no paras de hablar moviendo la cabeza.

Mi hijo tenía razón. Debí aplicarme el cuento, o es que ya no recordaba mis sentencias para con ellos de niños. Sin embargo, ya no es suficiente a mi edad permanecer quieto y mudo. Solo ayuda.

La cuestión en esta primera visita a la Bodega de Montferri fue que tuvimos que indagar el domicilio del bodeguero. Al ser un pueblo pequeño, el primer viandante que nos cruzamos ya nos lo indicó. Todo el mundo era conocido.

Muy contento nuestro anfitrión, nos acompañó a la nave cercana en la que ubicaba siete toneles de roble conteniendo dos mil litros cada uno del vino.

Se trataba de la cosecha anual de los viñedos comarcales con variantes de blanco y tinto, mientras que otros cinco de solo ochocientos litros, contenían diversidad de rancios, aromáticos y mezclas de procedencia de otras regiones.
Nos dio a probar un par de variedades que consideraba de mejor buqué. Aconsejó que escupiéramos sin tragar el vino, para no resultarnos su efecto excesivo.
Luego abrió la tapa del “Cup”, piscina subterránea de cincuenta mil litros donde almacenaba su gloria enológica de tinto con dieciséis grados de alcohol. Le introdujo una vara con una jarra sacando a la luz un líquido de intenso color tinto, a la par que denso.
Lo probamos Tere y yo, pero de los niños sólo se lo permitimos al mayor. Su sabor exquisito, nos encantó.

Lamentamos no traer garrafas como las que poseíamos en Tarter para llevarnos unos cuantos litros. Sería lo indicado para acompañar a las rebanadas de pan con tomate y lonchas de jamón en los días invernales aposentados frente a la chimenea del hogar encendido.

Le agradecimos que además nos enseñara alguno de los viñedos cercanos y explicara la forma de explotarlos con máxima efectividad.
Le prometimos que próximamente acudiríamos de nuevo pero esta vez preparados con nuestras seis garrafas de dieciséis litros.

Confiamos plenamente en lo que contó. Era el distribuidor de este vino por Cataluña, Aragón y Valencia. No tenía problema alguno en la distribución, ya que la graduación de este vino, hacía imposible que se oxidara. Los vinos corrientes de entre diez y doce grados, no resistían guardarse sin buen acondicionamiento, más de dos años. Lo normal era que antes del año, se volvieran vinagre.

Su “Cup” llevaba utilizándose con una antigüedad de cincuenta años.  Aquél vino procedía de una variedad de uvas de la región, con una cierta proporción de Aragón, mantenida a través de todos los años.
Se formó una solera que le dió el buqué característico. Antes de la extracción de diez mil litros para su comercialización, le agregaba otros tantos de cosechas recientes para completar los cincuenta mil. Así, la solera era siempre la misma.

Tal como lo contó, imaginé a unos microbios componiendo aquél líquido divino, de una raza beligerante contra los osados invasores.
Así, al denotar este ejército, una invasión en su hábitat de cuarenta mil litros por otro de diez mil, su aplastante superioridad, decidía la contienda. Los microbios recién llegados, pasaban a ser amigos conversos, o históricos enemigos yacentes en el fondo del “Cup”.

Total que durante cincuenta años aquél vino mantenía su buqué.

La sorpresa nos la llevamos un mes después al repetir la visita con nuestras garrafas a cuestas.
Al regresar a Tarter, coloqué cinco garrafas en el garaje. Justo sobre el suelo hormigonado que cubría las raíces de la higuera asesinada.  Lugar fresco y oscuro.
Pero no pudimos resistir la tentación de preparar unos piscolabis y catar el buen vino de la garrafa que situé en el mostrador del bar para su fácil alcance.

¿Nos mintió el bodeguero?. El vino que escanciamos de la garrafa, no sabía igual. Pero vimos con nuestros propios ojos como nos las llenó recién salido un cubo del cup. Aquello tenía que contárselo. Dijo que la gradación le hacía inmune a los cambios en años. Y solo hacía una hora salimos de su bodega.

A la mañana siguiente, comimos acompañando la comida con aquél vino. Solo llenamos cuatro medios vasos, ya que no queríamos que se nos subiera a la cabeza. Pero de nuevo….¡Tenía el sabor original!.

Comprendí lo sucedido. El trasiego del cup a las garrafas,  más luego éstas marearse por las cincuenta y siete curvas del trayecto, revolucionarían a los microbios del caldo, con cuya fricción sudarían excitados. Los olores de su frenética actividad, no se correspondían con los emitidos en su hábitat apacible.

Recordé lo que les ocurría a los primeros bajeles que comerciaban de la Península Ibérica a la América Latina. Los vinos se picaban con el transporte. Curioso era que los buenos se agriaban mientras que los agriados se rejuvenecían.

Comprobado lo cual, rellené botellas corrientes de tres cuartos de litro, abandonando la garrafa. Mejor usar botellas de las cuales escanciaríamos con pocos movimientos, hasta su agote.
El resto de las garrafas, fue respondiendo a tal tratamiento, resultando un acierto.


Y tentado estuve de encarecer a Roano y su equipo de vendedores que le dieran publicidad atrayendo clientes en el Restaurante, pero me abstuve al pensar en la imagen contraria que ello pudiera dar a la Urbanización. 


Parejas Perdurables II parte.

Sigue 4

La familia ya se desenvolvía bien en Tarter. El disponer de un mínimo de servicios, se suplía con el goce de la Naturaleza. Sin embargo el problema de la obtención de la energía eléctrica para eliminar la rudimentaria burra, se acuciaba. Y me lo recordaba Roano.

-Don Carlos, para ser eficientes en nuestra labor, le requerimos que de algún modo proporcione el suministro eléctrico a todas las parcelas.
Lo discutimos, ya que todo estribaba en conseguir capital para financiar lo que exigía FECSA.
Con las experiencias bancarias de Santa María, coleando aún, no quería arriesgar ni una peseta por medios de créditos.

-Se me ocurre, que en Cubera me quedan unas fincas cuyo valor ahora, tras cinco años de mi ausencia es considerable. Con todo, imposible de convertir de la noche a la mañana terrenos, en los millones de pesetas que requiere el presupuesto de la Alta Tensión.

-Los propios parcelistas estarían dispuestos a entregarle un prorrateo inicial. Les conozco lo suficiente para saber que cooperarán.

-Mire Roano: No me fío un pelo de las promesas de quienes nada arriesgan y que una vez embarcados en la aventura gozan de libertad para echarse atrás.
Y tampoco estoy dispuesto a cobrarles lo que corresponde según presupuesto, ya que las contingencias que salen siempre y son muchas a través de la ejecución de las obras, me las tendría que apechugar tanto si me favoreciera como me perjudicara. Siempre el responsable a últimas instancias soy yo y ya estoy escamado.

Al final cedí parcialmente. Le propuse que fuera a tantear las posibilidades comerciales de la finca que iba a nombre del Notario.
Y si realizaba una colecta significativa de los interesados anticipada a un compromiso escrito de atender lo que resultare una vez acabada la obra, iniciaríamos tratos con la compañía eléctrica.

Las noticias que trajo de Santa María, eran prometedoras. Por lo visto se agotaban los solares ajenos y las ofertas de los compradores como si de una subasta se tratara cada vez eran más elevadas.
Y esto me estaba provocando una predisposición a aventurarme una vez más.
Lo que no me gustó fue lo recaudado por colecta a los tan interesados en contribuir con la electridad.


Me entregó a cuenta trescientas cincuenta mil pesetas de veinte interesados. Aquello era ridículo. Ya había casi un centenar de propietarios y ochenta de ellos con su torre acabada de construir.
Le dije, que de no llegar al menos a millón y medio, podía devolver aquél dinero que no me interesaba.

-Tere, mira lo que recaudó Roano para contratar la electricidad.

-¿Ya te vuelves a comprometer?. Dile a Roano, que se meta él a promotor si tanto interés muestra.

-Ya le dije que de no obtener al menos un veinte por ciento del presupuesto, devolveré el dinero a los parcelistas. Tiene dos semanas de plazo para ello.

Pasó el plazo y lo recaudado no alcanzaba al millón. Le supo muy mal ver que le devolvía el dinero intacto del mismo sobre que me había entregado la semana anterior.

Vinieron una docena de afectados pidiendo por favor que admitiera el dinero que en próximas fechas aportarían mayor cantidad ya que se ocuparían ellos de lograr préstamos de sus bancos.
Les prometí que si lo solucionaba de alguna otra manera, les aceptaría el dinero, pero de momento no quería ningún compromiso, por lo cual podían guardárselo en sus cuentas
bancarias.
Roano, realizó una labor exhaustiva para obtener tres ventas de Santa María, con las que ya sobrepasaba el millón de pesetas. Me transmitió su entusiasmo, ya que veía que en un par de meses, entre ventas de Tarter y de Cubera, creía alcanzar el presupuesto de la Alta Tensión.
Por esta vez, la cosa funcionó. Obtuve el capital suficiente y acepté lo anticipado por los parcelistas de Tarter.
Seis meses después ponían el transformador a los pies del peñasco del Castillo, en la parte oculta, para no afear el paisaje.

Pero este éxito, no hizo más que agravar los problemas de la distribución de electricidad para los que aportaron su óbolo.
Querían el servicio en sus torres ¡Ya!.

Para ello, hacía falta el tendido de la red en baja tensión por todas las calles, aprobado por la compañía.
Su valor excedía varias veces el presupuesto de la Alta Tensión.
Como prácticamente estando descapitalizado, no podía asumirlo de inmediato, les propuse que en principio, se conformaran con lo proveniente del contador trifásico para obras. Era el obligado por contrato de FECSA. Y podía usarlo para jubilar al Generador.

Permutaba el gasto de mantenimiento y consumo de gasóleo, por el de la factura de la compañía. Ganaba en comodidad, limpieza y permanencia de la energía a transmitir, las veinticuatro horas al día.
Eso, era un parche que me obligaba a seguir luchando para conseguir lo definitivo. Y esta vez lo que debían aportar eran más de doscientas mil pesetas por torre.

Automáticamente, muchos de ellos se echaron para atrás, con la clásica excusa. Cuando tenga mi torre a punto para vivir, ya lo contrataré y pagaré lo que sea, pero ahora no lo necesito.
Tres años invertí en realizar las instalaciones siguiendo los planos y normas obligadas por FECSA. Unas veces con especialistas, y las más siendo yo mismo el que subía a los postes de hormigón con el cinturón asegurador y las herramientas colgantes, para conectar a los usuarios que iban abonando su óbolo, aún sin ser dependiente de un contador propio de él con la compañía.

El capital iba surgiendo por las ventas conjuntas de terrenos de Tarter y Santa María.
A pesar de las dificultades no podíamos negar el éxito obtenido con la electricidad provisional por el contador de obras. Aquello debía celebrarse y se hizo. 

Roano encandiló a un parcelista que era un discjockey y también showman, para organizar bailes durante una semana, coincidente con las fiestas lugareñas. El quince de Agosto. Usual en la mayoría de municipios circundantes.
Y el Restaurante cumplió su cometido.