miércoles, 9 de marzo de 2011

Parejas Perdurables (continuación 18 )

Un anuncio en el periódico, me llamó la atención por ofrecer trabajo continuado de agrimensor. No era lo que me apetecía, ya que buscaba incorporarme en alguna Industria de prestigio. Cosa que de vez en cuando lograba pero no para entrar en plantilla. Las que ofrecían empleo fijo, correspondían a lo ya sabido. El sueldo mínimo legal. Y con él, hubiera tenido que abandonar mi despacho y la Academia. Insuficiente para sostener una familia.

Me presenté para lo anunciado, y así amplié mis posibilidades económicas.
Empezaría a colaborar con el Sr. Castillo, en cuanto Tere ya se hubiera integrado satisfactoriamente a nuestro hogar.

Y ya sentía la ilusión de salir con ella al festejo de la boda del último compañero de nuestro grupo estudiantil.
Recibí su invitación para mediados de Marzo, total dos meses después de la incorporación de Tere al hogar.
La realizaría en el santuario de Montserrat. Los invitados para evitar acumulación de automóviles, subiríamos a la montaña en un autocar alquilado. Por lo demás la boda al ser de alto copete, nos obligaría a presentarnos con el atuendo ad hoc. Tere disponía de tiempo suficiente para conseguir el vestido y la toca que la hiciera digna de la ocasión.

Me sentí inicialmente un poco incómodo. Ramón, que ahora se casaba con Anita, ya asistieron invitados a nuestra boda. Y la categoría que pude ofrecer, estaba muy por debajo de lo que él ahora nos ofrecía.

Pero a fin de cuentas, nos conocíamos lo suficiente como para no tener que avergonzarnos de nuestro nivel económico. Ya sucedió con las bodas de los otros compañeros. Nuestra juventud, permitía ser menos remilgados.


Monasterio de Montserrat a 740 m. sobre el nivel del Mar

Pronto pues, saldría Tere de la Clínica y así como ella me reservaba una sorpresa, yo le daría esta noticia, a no dudar que a ella también la ilusionaría, siendo Montserrat para los Catalanes algo tan especial y que a no todas las novias les es factible poder lucir su libro de familia, rubricado por el Abad del Monasterio.

Parejas perdurables (continuación 18-a)

El día del alta de la Clínica, a las diez en punto de la mañana, hora protocolaria, fui a buscar a Tere en taxi, para no perder tiempo en aparcamientos. Tenía un ajetreo superior al esperado, ya que a mis actividades normales se sumaban la visita a Fincas Castillo y al Ayuntamiento de L`Hospitalet.

Subí al piso de mis suegros con Tere. La esperaba su madre para ayudarla a trasladar sus efectos personales al piso que estrenaríamos al fin. También ella tendría el día ajetreado. Pensaba colocar las cortinas preparadas por su madre y algunos objetos decorativos para el acabado de la instalación de nuestro hogar.

Le advertí sobre mi imposibilidad de volver a casa hasta muy tarde para poner en orden los proyectos acopiados.
Una vez en el despacho, puse al corriente de los nuevos proyectos a mis ayudantes que los acogieron con agrado ya que también ellos necesitaban ingresos para seguir sus estudios.

Pasé por la floristería, encargué un ramo de rosas rojas, para que lo trajeran al medio día a mi mujer. Luego a entrevistarme con el Sr. Castillo. Y llegado al Ayuntamiento, me dirigieron al departamento de Industria y Fomento. El Inspector Jefe, iba a atenderme, pero tratándose de un asunto extraoficial, prefirió que le aguardara, saldríamos a comer y me pondría al corriente.

Durante la comida, aclaró que no podían contratarme oficialmente, ya que los pasos requeridos para ello eran largos y dudosos. Pero la realidad, obligaba a actuaciones inmediatas.
El Municipio se hallaba en un periodo de desarrollo frenético. Al lindar con el de Barcelona, siendo los impuestos aplicados a la industria y comercio sustancialmente bajos, tanto en el centro urbano como en los extrarradios, se asentaban talleres, almacenes y fábricas de todo tipo, que escapaban al control.
Mi misión sería acelerar las legalizaciones de estos locales, mediante comprobación de lo declarado al Ayuntamiento y su real estado. El cumplimiento de la normativa de salubridad y seguridad. Y en el caso de los locales carentes de solicitud de instalaciones, realizarles el proyecto, directamente yo mismo.
Como acicate por ser técnico ajeno a la plantilla Municipal, los emolumentos serían el doble de los oficiales.

Ni que decir tiene que me entusiasmó y tras breve sobremesa, regresamos al Ayuntamiento, donde por la tarde su secretaria había dejado sobre su mesa, los seis primeros expedientes a calificar. Me entregó el dosier y mis credenciales para que sin perder tiempo comenzara las inspecciones.
Dejé los expedientes a la vista de mis ayudantes en el despacho y elaboramos un plan estratégico para convertir un trabajo artesanal en industrial. Necesitaríamos además para agilizar estos trabajos en plan industrial, a una mecanógrafa que transcribiera los proyectos en el formato adaptado a la norma del Ayuntamiento.

Tal como temí salí del despacho, más que tarde. Anochecía cuando al abrir la puerta de mi hogar, Tere acudía a mis brazos.
Sí. ¡ Al fin solos ¡. Llevaba una bata Tere, como no podía ser de otra forma, estrenada. Me condujo a la habitación, donde hizo fijarme en las cortinas haciendo juego de unos adornos en la cabecera de la cama, que a su vez, se iluminaba por los dos focos de la mesita de noche, dejando la habitación en una semi penumbra.

Decididamente una belleza sugestiva. Me conminó que al salir del baño y para cenar cómodo, me pusiera también mi batín a estrenar.
Cuando salí, Tere había dejado el piso a oscuras. Entré en el comedor y ¡Oh!, allí estaba Tere en negligée transparente, señalando el servicio de mesa.
Sobre mantel rojo, un candelabro iluminaba mi ramo de rosas y un complejo surtido de frutos tropicales, montaditos de fiambres, tacos de quesos, dátiles rellenos con bacón horneado, y las tostadas con caviar, al lado de la botella de Champán. (Cava por ser el de elaboración de San Sadurní de Noya - Catalunya).

El ágape, duró, lo que las melodías del Adagio, emitidas por el tocadiscos. Sin molestarnos en colocar más piezas musicales, entrelazamos brazos con la copa del Cava, según otra costumbre enraizada. Nos dimos el beso con fruición y con el candelabro, entramos al dormitorio.

La promesa realizada por Tere, esta noche se convirtió en auténtica realidad.

Cuenta Tere:

Me estaba pareciendo todo como un sueño.

O una pesadilla, según como se mire. Tan sólo dos días después, de haber salido de mi casa con la intención de iniciar una vida distinta en todos los conceptos, sufría unas anginas de caballo, y fiebre altísima Me encontraba francamente mal.

Muchas veces había tenido fuertes anginas, pero nunca como aquellas, que no me dejaban ni tragar la saliva, ni comer (con lo tragona, que siempre he sido).

Pero lo que más me derrumbó fue la decisión del médico, que me quería operar de inmediato. Aseguraba que aquellas amígdalas no me traerían más que problemas. Quizás tuviera razón…pero esas prisas para operarme me dejaron desconcertada por completo.

Me parecía como si no nos hubiéramos casado. Y si… lo cierto era que me sentía mal en todos los aspectos. Física y mentalmente. Pensaba que le estaba fallando, que no cumplía con un deber, a parte claro está de mi deseo de estar junto a él.

Fueron unos días muy tristes y llenos de melancolía.

Con el paso de los años, he llegado a pensar que el galeno, debería cobrar una participación en los beneficios de toda intervención quirúrgica, ya que no me explico tantas prisas. ¡Estábamos recién casados! No era justo

Nos habían inculcado tantísimo, que debíamos una obediencia absoluta al marido, (en eso quedaba incluido, por supuesto complacerle en la cama) porque era la persona que velaba por nosotras, era el que nos proporcionaba bienestar con el “SUDOR DE SU FRENTE”

¿Y qué hacía yo?

Perpetrarme en la cama, con 40 grados de fiebre Creo que llegué a sentirme hasta culpable como si fuera totalmente responsable de aquel desenlace tan inusual.

Por aquellos tiempos incluso en los anuncios televisivos, dejaban a la mujer demostrando una sumisión absoluta hacia el marido. Le servía su copa preferida cuando se trataba de una publicidad de refrescos, o si era de camisas, era ella quien preparaba los gemelos en los puños de la prenda (cosa que hacía incluso mi madre, yo entonces ya lo encontraba fuera de lugar ¿no tenía mi padre dos manos útiles?)

Por suerte, esta sumisión en aquel tiempo era algo tan usual, que no me veía demasiado fuera de lugar aunque lo reprobara. Yo como todas las demás mujeres seguía los cánones establecidos

Pero…algo en mi interior me decía que la mujer en la vida, tenía que hacer algo más, que complacer al marido.

Aunque se hiciera todo basado en el amor mutuo, la mujer no podía quedar tan marcadamente en segundo lugar, como nos las presentaban en los anuncios.

Por suerte este pensamiento quedó completamente arrinconado en lo más hondo de mi alma. Probablemente olvidado debido a las circunstancias que irían viniendo.

Porque al fin y al cabo en aquellos momentos yo también deseaba de una vez por todas poder estar en nuestra casa, disfrutando de una intimidad que desde luego carecíamos, y la necesitábamos urgentemente.

Cuando llegó el día que por primera vez estaríamos solos en nuestro hogar, fui pensando la manera de que al llegar el marido del trabajo, lo encontrara todo bonito y acogedor.

Se retrasó mucho más de lo previsto, pero por fin oí el ruido de la llave en la cerradura. Había llegado el momento tan esperado por los dos.

Para ambientar con melodía relajante, elegí al Adagio de Albinoni

Me estaba pareciendo todo como un sueño.

O una pesadilla, según como se mire. Tan sólo dos días después, de haber salido de mi casa con la intención de iniciar una vida distinta en todos los conceptos, sufría unas anginas de caballo, y fiebre altísima Me encontraba francamente mal.

Muchas veces había tenido fuertes anginas, pero nunca como aquellas, que no me dejaban ni tragar la saliva, ni comer (con lo tragona, que siempre he sido).

Pero lo que más me derrumbó fue la decisión del médico, que me quería operar de inmediato. Aseguraba que aquellas amígdalas no me traerían más que problemas. Quizás tuviera razón…pero esas prisas para operarme me dejaron desconcertada por completo.

Me parecía como si no nos hubiéramos casado. Y si… lo cierto era que me sentía mal en todos los aspectos. Física y mentalmente. Pensaba que le estaba fallando, que no cumplía con un deber, a parte claro está de mi deseo de estar junto a él.

Fueron unos días muy tristes y llenos de melancolía.

Con el paso de los años, he llegado a pensar que el galeno, debería cobrar una participación en los beneficios de toda intervención quirúrgica, ya que no me explico tantas prisas. ¡Estábamos recién casados! No era justo

Nos habían inculcado tantísimo, que debíamos una obediencia absoluta al marido, (en eso quedaba incluido, por supuesto complacerle en la cama) porque era la persona que velaba por nosotras, era el que nos proporcionaba bienestar con el “SUDOR DE SU FRENTE”

¿Y qué hacía yo?

Perpetrarme en la cama, con 40 grados de fiebre Creo que llegué a sentirme hasta culpable como si fuera totalmente responsable de aquel desenlace tan inusual.

Por aquellos tiempos incluso en los anuncios televisivos, dejaban a la mujer demostrando una sumisión absoluta hacia el marido. Le servía su copa preferida cuando se trataba de una publicidad de refrescos, o si era de camisas, era ella quien preparaba los gemelos en los puños de la prenda (cosa que hacía incluso mi madre, yo entonces ya lo encontraba fuera de lugar ¿no tenía mi padre dos manos útiles?)

Por suerte, esta sumisión en aquel tiempo era algo tan usual, que no me veía demasiado fuera de lugar aunque lo reprobara. Yo como todas las demás mujeres seguía los cánones establecidos

Pero…algo en mi interior me decía que la mujer en la vida, tenía que hacer algo más, que complacer al marido.

Aunque se hiciera todo basado en el amor mutuo, la mujer no podía quedar tan marcadamente en segundo lugar, como nos las presentaban en los anuncios.

Por suerte este pensamiento quedó completamente arrinconado en lo más hondo de mi alma. Probablemente olvidado debido a las circunstancias que irían viniendo.

Porque al fin y al cabo en aquellos momentos yo también deseaba de una vez por todas poder estar en nuestra casa, disfrutando de una intimidad que desde luego carecíamos, y la necesitábamos urgentemente.

Cuando llegó el día que por primera vez estaríamos solos en nuestro hogar, fui pensando la manera de que al llegar el marido del trabajo, lo encontrara todo bonito y acogedor.

Se retrasó mucho más de lo previsto, pero por fin oí el ruido de la llave en la cerradura. Había llegado el momento tan esperado por los dos.

Dispuse para la velada un ambiente musical relajante, como es el Adagio de Albinoni.

http://www.youtube.com/watch?v=XMbvcp480Y4


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