viernes, 4 de marzo de 2011

Parejas perdurables (continuación 17)


Recuerda Tere.

Me parece que en mi vida he pasado tanta vergüenza como cuando tuve que saltar desde el vagón, hasta donde se encontraba mi flamante marido.

Le veía a él, Muuuuy abajo, diciéndome que saltara sin miedo que él, me recogería. Miré a mi derecha, y todos los pasajeros del vagón a pesar del frío, habían bajado las ventanillas para ver el espectáculo. Llevaba un vestido hecho para la ocasión, o sea de una mujer casada donde mostrar las formas ya no se consideraba indecente. Un vestido que se me ajustaba como un guante y que por supuesto no me dejaba andar con prisas por lo estrecho que era, además los altos tacones.

La gente seguía expectante ante mi indecisión de tirarme al vacío, por mucho que nos apremiara tanto el revisor, como los pasajeros. Todos me animaban a que lo hiciera El tren en cuanto cambiara la luz del semáforo emprendería su viaje, tanto si yo me decidía como si no….

Recuerdo las palabras del conductor del convoy, también asomado desde la unidad motriz, dirigidas a Carlos. Se quejaba por lo arriesgado que sería para él, si alguien bajaba de aquella manera tan poco protocolaria que por supuesto podía ocurrir algún percance grave. Estaba completamente prohibido, y no sin razón. Pero cuando me vio aparecer a mí, solo supo decir.:

- “Además con una mujer”.

En fin…me tiré como quien lo hace a una piscina sin saber si hay agua. Encomendándome a toda la corte celestial, para que no nos rompiéramos ningún hueso.

Tras este espectáculo gratuito, todos los pasajeros aplaudieron. Podía leer en sus caras, “Claro esa pareja de recién casados, en qué estarían pensando que no han visto el gran letrero de la estación” (luego sabríamos el motivo por el cual no lo vimos), mientras aparecíamos como tontos enamorados.

No hacía falta ser un lince. Toda nuestra ropa incluida la maleta era recién estrenada. Nueva completamente. Se nos notaba a la legua que éramos unos novatos.

Lo dicho… en mi vida he pasado tanta vergüenza.

La famosa frase de MI REINO POR UN CABALLO, yo mentalmente la cambié por, unos ZAPATOS PLANOS Y COMODOS, para poder andar por el camino tan desigual. Y a pesar de sus inconvenientes, por miedo a que todo se esparciera por el suelo, abrí la maleta en busca del calzado más propicio. Sabía que no hacían conjunto con mi vestido pero…en aquellos momentos para mí era esencial poder andar sin problemas.

Deseando que el tren desapareciera por completo de mi vista, y los pasajeros dejaran de mirarnos con esa sonrisa medio burlona.

Tenían razón tanto el revisor, como el conductor del tren, que aquella parada sería muy corta, todo era cuestión de esperar al cambio de luz. Y en cuanto se puso verde, se alejó.

Lo que seguramente sólo fueron unos minutos, a mí me parecieron toda una eternidad.

¡Bonita manera de empezar nuestra vida en común! Haciendo de saltimbanquis, con riesgo de rompernos la crisma….

Ahora sí que venía bien la popular frase “Al fin solos” Pero en nuestro caso, había que añadir. “Solos y en mitad de la nada, de un lugar desconocido”

Por suerte no tardamos demasiado en divisar un hotel cercano, donde pudimos hospedarnos, como clientes únicos .

Bueno ahora sí que parecía que por fin empezaría nuestra vida en común. Sin sobresaltos, y con todo el entusiasmo que se ponen en las cosas al ser jóvenes

Parejas perdurables (Continuación 17 a)

El Dr., recomendó a Tere un ingreso inmediato a la Clínica Regina, correspondiente a nuestro contrato con Nueva Vida. Tan grave halló la amigdalitis. Y para resolver el problema de cuajo, que al cesar la inflamación, se le extirparan las amígdalas. Preveía que de no hacerlo, las inflamaciones las sufriría con frecuencia.

Con una semana de preparación y otra de convalecencia, Tere pasó medio mes en la Clínica. Por las mañanas la visitaba su madre y por las tardes lo hacía yo.

En realidad, para poder atender el despacho, me integré por completo a la vida familiar de mis suegros y cuñada. Ocupé la que fue habitación de Tere, como si mis suegros fueran mis padres y la cuñada mi hermana.

Mi agradecimiento iba en aumento pues me sentí querido por partida doble. Como yerno y como hijo.

Hice el que resultó último viaje a Andorra, para concluir los encargos pendientes. Me presentaron a un potentado, que iba a adquirir una finca, de la que quedó enamorado y quería conocer la superficie para mejor valorarla.

El día que fui para realizar la medición, su secretario me dio una cantidad como paliativo de las molestias ocasionadas, ya que desistía del encargo. Resultó que al comprobar los datos catastrales de la finca en cuestión, vió que ya era de su propiedad desde hacía años.

Me enteré que este Sr. Iba en caminos de apropiarse del País entero. Disponía de una colección de fincas adquiridas a diestro y siniestro durante muchos años. Ya perdió el control de sus adquisiciones.

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Aquellos días de visitas a la Clínica, resultaron útiles para reactivar mi búsqueda de empleo fijo. Estuve en un taller de Arquitectura afamado, con la perspectiva del proyecto importante de bloques de viviendas levantadas con estructuras de hormigón armado. Podía llevarme trabajo a mi despacho, con el que mis ayudantes se beneficiarían ya que se acabó Andorra.

Tampoco se consolidó este encargo. El Arquitecto responsable de tal proyecto, después de considerar los pros y contras, desistió, ante lo que veía imposible de cumplir en el plazo fijado por el Ministerio de la Vivienda.

La obra debería realizarse en tiempo récord de seis meses. Algo imposible para el fraguado del hormigón con el cemento Portland corriente. Representaba elevar un piso a la semana para la estructura, con lo que se absorbía el tiempo de dos meses y luego en los cuatro restantes las instalaciones y revestimientos. Tal como lo veía por seguridad, para la estructura sola, precisaría los seis meses concedidos.

Le propusieron usar un nuevo tipo de cemento de fraguado rápido, probado en Francia. No le convenció por tratarse de una novedad en periodo de experimentación.

La adjudicación de tales obras recayeron a otras empresas, que sí se comprometieron y a las que yo no tuve acceso.

Su decisión a mí me dejaba de nuevo sin trabajo, pero lo sucedido veiticinco años después le dio la razón plena.

Todas las obras construidas con aquél tipo de cemento de fraguado acelerado, sufrieron lo que se llamó “aluminosis”, debiéndose derribar antes de que hubiera una hecatombe para los cientos de inquilinos ocupantes de las viviendas con las vigas desmoronándose.

Y premonitorio resultaba el accidente en Pineda de Mar. En la playa, se estaba alzando un edificio, también con estructura de hormigón. Cada semana, levantaban un nuevo piso.

Mantenían la estabilidad, a base de no desencofrar, amén que apuntalar cada piso de los acabados, hasta un mes después. En teoría, al levantar la cuarta planta, se podía desencofrar la planta baja, ya que había transcurrido un mes. Tiempo mínimo requerido para adquirir el fraguado, la resistencia admisible.

Al disponer de tal cantidad de madera aplicada en el encofrado y apuntalamiento de cuatro plantas, agotaron existencias. El capataz, preparando el encofrado de la quinta, dio orden a un aprendiz, que desarmara la madera del piso de “abajo”, ya que serviría para seguir la obra sin pausa.

Para el aprendiz, “abajo”, de la quinta planta donde se hallaba con los albañiles y el capataz,

era la cuarta. Ni corto ni perezoso, se puso manos a la obra. Por suerte, la primera madera recuperada, correspondiente a pies derechos, no evidenció ningún problema pero al proceder con la de las jácenas, vio como se resquebrajaba por instantes, iniciando una flexión fatal.

Al grito de “Sálvese quien pueda. Se hunde el piso”. Se produjo la desbandada. Los de pisos inferiores llegaron por su pie al exterior de la obra, en cuanto a los de la planta quinta, indecisos, tuvieron la opción de saltar al vacío, o bajar por la provisional escalera.

En cuestión de un minuto, se hundió la última planta, que a la vez derribó a la tercera y estas dos a la segunda y las tres a la primera.

Total treinta albañiles enterrados entre los escombros y diez más heridos de gravedad por la caída desde la última planta.

Al juzgado fueron a parar, el constructor, el Arquitecto, el Aparejador, el propietario del inmueble proyectado, y el Ayuntamiento, subsidiario por dar licencia y no preocuparse de su desarrollo.

Se descubrió que el propietario había otorgado un plus sustancioso, si se acababa la obra en seis meses, con instalaciones acabadas, incluso amueblado. Tenía contratadas por un tour-operador doscientas habitaciones de lo que debía ser un hotel, para estrenar el mes de Agosto. Normalmente el más requerido por los turistas, con el incentivo de ocupar una obra moderna, frente al mar con una playa sus pies, casi virgen en aquél tiempo.

Con esta experiencia, tuve mucho cuidado en prestar debida atención a los futuros encargos relativos a obras, ya que esto aquí estaba sucediendo igual que antaño sucedía en Andorra por la dejadez de los constructores.

Morán me facilitó un trabajo que no encajaba con lo realizado en su taller. Se trataba de diseñar los planos de una nueva afeitadora de accionamiento mecánico. Disponía de un resorte que dándole una docena de vueltas, acumulaba energía para un minuto escaso. Si el usuario en este tiempo no acababa su afeitado, repetía la operación sin problema.

Fue bienvenido el proyecto. Además, Morán me enteró de la aventura de nuestro compañero Rosero, al que perdimos la pista antes de incorporarnos al Servicio Militar.

Aprovechó el final de carrera para correr aventuras por Suecia, antes de vestir el caqui como nosotros. Se corría la voy que las Suecas, se daban muy bien a los latinos. Contrariamente a la ñoñería imperante por España, ofrecían el sexo con una facilidad insospechada.

Previendo que esta oportunidad ya no se le presentaría jamás, dispuso su último mes pasarlo a la cata de “monumentos”.

Para ello el viaje lo financió, mediante sus ahorros y ofreciendo sus servicios como camarero, o lavaplatos. Una “gachí” de las que quitan el hipo, le sugestionó hasta tal punto que ya no pudo zafarse de ella. Prácticamente, hacía con ella lo que le venía en gana y ella a él le devolvía caricias con más afecto si cabe.

Tocando los días de su prevista estancia de asueto a su fin, le comunicó su compañera, que estaba embarazada.

Al principio, no creía que esto tuviera consecuencias, pero ignoraba que los Países Nórdicos si bien eran tolerantes al amor libre, no lo eran ni pizca ante la paterna responsabilidad.

Perseguido por la familia y bajo amenaza de denunciarle si no se casaba con su amante, atendió al requerimiento. Sin embargo sólo le quedaban tres días para incorporarse al Ejercito Español. Ya se casaría seis meses después, una vez cumplido.

No coló. Su vástago debía nacer en nueve meses, en Suecia y él allí estaría para el bautizo, por lo que en Sueco se convertiría.

Ahora, ya padre de familia en Suecia, para pagar con la justicia militar Española, regresó a Barcelona a cumplir con prisión por deserción, seis meses en el Castillo de Montjuich.

Vino con su mujer y su hijo, que le aguardarían hasta su liberación. No se fiaban un pelo.

Esto me recordó el chasco de nuestro colega Don Juan en Alcalá, pero con efectos corregidos y aumentados.

Mientras seguía yo tanteando nuevas ocupaciones, vi como no podía eludir los ingresos que me proporcionaban las clases de la Academia.

La recuperación de Tere por su amigdalotomía, se me hacía eterna y así se lo contaba en mis visitas. Ella me dijo que pensaba compensar mis ansias de manera especial el próximo día de su alta hospitalaria.


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