miércoles, 2 de marzo de 2011


Parejas perdurables (continuación 16)

Era cuestión de pormenorizar las actividades del anhelado día de la boda. No solo por la administración del dinero ahorrado, sino por el ritual eclesiástico y civil conjunto, en el altar y la sacristía, donde se aportaba un donativo voluntario a la Iglesia. Luego atender el social con la impresión de invitaciones, envío a los elegidos, contrato de Restaurante para el ágape, y programar días para el viaje de novios.

Los padres de Tere, se ocuparían de todo lo referente al ajuar de la novia, y ayudarían económicamente, al dispendio del festejo, hasta donde alcanzaran.
Por suerte, se estaba poniendo de moda un recién inaugurado restaurante “Don Bosco”, de amplios salones para fiestas. Promovían su negocio con ofertas para determinadas fechas. La nuestra, siendo tan especial, encajaba en las de oferta óptima. Casi mitad de precio.
Era evidente que las salas de festejos para el día primero de año al mediodía, nadie las solicitaba.

Luego había que pensar en como dejar los trabajos pendientes en el despacho. Los ayudantes disponían tarea para una semana, luego era el máximo tiempo que podía permitirme.

Y mis clases en la Academia de Ingenieros, se reanudaban asimismo el día siete de Enero. Era otra razón para dar por finalizada la Luna de Miel, el día de Reyes.
El director de la Academia de Ingenieros, me había solicitado para dar clases dos tardes a la semana, hacía un año. Lo compaginaba bien con mis trabajos en el despacho y mis salidas por la geografía Catalana. Estaba a punto de anunciarle que no contara conmigo al próximo curso, ya que contaba con mi absorción en Andorra.

También buscaba obtener un empleo en alguna industria, en verdad, sin mucho empeño, ya que me defendía trabajando de autónomo. Pero siempre temí la falta de clientela. En tal caso, ¿cómo mantendría el hogar?.

Pensando en el viaje, para que resultara económico, urdí un itinerario mínimo, por el suelo peninsular.
Recordé las fotos de mis padres realizadas en su visita al Escorial, de recién casados. Las postales de los sarcófagos de los Reyes de España, adquiridos como recordatorio, las mostraban orgullosos.

Decidí pues repetir su historia :

-Primer día .Tren hasta Tarragona, pernoctar en hotel.
-Segundo día. Por la mañana, recorrer las Murallas y contemplar el Anfiteatro Romano desde el Balcón del Mediterráneo. Seguro que haría feliz a Tere contemplar el Mar desde punto tan privilegiado. Pernoctar en hotel.
-Tercer día. Por la mañana en tren hasta Valencia. Paseo por El Grao, puerto natural. Por la tarde, visita a los parientes de Tere.
-Cuarto día. Por la mañana tren a Madrid. Tarde- noche, tasqueo por La Gran Vía, rememorando mis andanzas de militar.
-Quinto día. Por la mañana visita al Museo del Prado. Tarde paseo por La Casa de Campo.
-Sexto día. Por la mañana visita a El Escorial. Tarde regreso a Madrid. Noche tren a Zaragoza.
-Séptimo día. Visita a la Virgen del Pilar. Besar el hoyo del pilar bajo la estatuilla de la Virgen formado por los millones de labios que lo besaron antes que nosotros. Tarde repetición de tasqueos. Noche tren a Barcelona.

Claro que circula un refrán ….”El hombre propone y Dios dispone”.
Memorable sí, fue el día uno de Enero. Por más motivos que por el de Año Nuevo y Vida Nueva.


Monasterio de El Escorial

Recuerda Tere:


Todo iba siguiendo el ritmo normal de los preparativos para ese día.
En aquel tiempo, se solía hacer una pequeña exposición de lo que se aportaba al nuevo hogar, sobre todo los regalos recibidos. Cosa que hoy ya no se hace, pues la mayoría acaban pidiendo dinero, que es lo que más les conviene, sobre todo, porque sus viajes de novios, suelen ser a otro Continente.
Al no hacer ninguna lista, como ya había muchos que lo hacían, nos encontramos con varios juegos de tazas de desayuno, aunque de diferente diseño, no dejaban de ser repeticiones.
Pero bueno, algunos eran bonitos e irían a parar a una vitrina, junto con la cristalería, que habíamos ido recopilando, ya que en el último año, todos los regalos de santos y cumpleaños, se fueron centrando en el equipamiento de la casa.
Y me viene a la memoria, algo que es casi un chiste. Uno de los proveedores, al que conocía desde tiempo, cuando le dije que me casaba al mes siguiente, se me quedó mirando, y saltándose todo protocolo, me preguntó cuántos años tenía. Le dije que acababa de cumplir los 20. Se quedó boquiabierto. Él imaginaba que tenía como mucho 16. Supongo que por mi manera de vestir, y sobre todo por mi pelo largo, que llevaba muchas veces en una trenza, y otras lo que llamaban “cola de caballo”. Total, que debería tener el aspecto de una mezcla de niña-mujer.
Carlos ya tenía organizado cómo discurrirían los escasos días destinados al tan esperado viaje de novios. Me pareció casi una maratón contra reloj, querer hacer tantas cosas en tan poco tiempo.
Aunque por otra parte, también me apetecía recorrer un poco la península, ya que la desconocía por completo, si exceptuaba Valencia, donde tenía unos tíos. Todo el itinerario sería completamente nuevo para mí.
Yo sólo pedía que el día uno de enero no hiciera demasiado frío, cosa que hubiera sido lo más normal.
Mi vestido de novia, aunque con mangas, y sin ningún escote, no era precisamente de tela gruesa. Me parece que fui de las primeras novias, que usaron lo que entonces se llamaba un vestido tobillero. Nada de colas largas, era vaporoso, y con mucho vuelo y me llegaba hasta media pierna.
Cuando estuvo ya en casa y mi madre lo colgó en una habitación, para que no se arrugara, creo que fue la primera vez, que me di cuenta de verdad que estaba a punto de casarme.

Crónica de las primeras 50 horas de una boda.

Día primero, hora 7 a.m. Entro en el bar frente a mi despacho-vivienda.

-Buen Año. Un coñac, por favor. Hoy a las nueve, me caso.

El barman, recién abiertas las puertas del local, se compadece.

-Mucho ánimo veo que le falta. ¿Tan terrible se presenta la situación?.

-Quisiera saltar el ritual y el protocolo social, por mi extrema timidez, pero es un cáliz obligado y necesito que el público me vea sonriente y no compungido. Pedí celebrar el enlace a primera hora, para evitar el máximo de curiosos en la Iglesia.

-Pues una copa de coñac, dentro de dos horas, de nada le servirá. Tómese un par de ellas diez minutos antes.


-Imposible. Hay que comulgar en la misa y es obligado hacerlo en ayunas, al menos por dos horas. Es lo que hago.

-Pues no siendo la boda inmediata, una copa de coñac, ningún efecto causará.

-Sí. De momento dejaré de temblar. Me podré vestir el Chaqué y hacer el nudo del corbatón que detesto, junto a los ridículos guantes. Una vez en el patíbulo, ya todo me sobrevendrá imparable.
La payasada, que para más INRI, la reirán un centenar de curiosos además de la cincuentena de invitados. Y tendré que posar ante los fotógrafos en las clásicas posturas que me avergüenzan por antinaturales.
Asistí ya a un montón de bodas de conocidos, como simple invitado y aún así, sentía vergüenza ajena, ante todos los típicos actos de estos rituales. ……¡Vivan los novios!.......¡Que se besen!......¡Arroz para la fertilidad!......Todos a besar a la novia……¡Unas palabras del novio!...Que abran el baile……Panegíricos del cura, el padrino y el vecino de enfrente……¡Brindis por triplicado!.....Ramo para la amiga próxima a su casorio…..y todas las hipócritas recepciones de beneplácitos por parte incluso de desconocidos.


-Hombre si así lo siente, debía realizar la boda por lo Civil en el Ayuntamiento y con los testigos imprescindibles. Y en traje de calle.


-Esto no es factible. Voy a casarme con la mujer que más quiero y la boda clásica para las mujeres es la ilusión de su vida. Jamás me perdonaría haberla privado de tal satisfacción.

Las 9 a.m.
Insólito. Ante la escalinata de la Iglesia, se agolpaba una muchedumbre. No solo los invitados, las mujeres de toda edad; unas beatas, otras viudas y las más, cotillas conocedoras de la función en ciernes, por los anuncios obligados que durante un mes exhibía la Parroquia en panfletos y en tablón de avisos. Se convirtió nuestro enlace en el acontecimiento de interés Nacional.
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Las 12 a.m.
Los pillamos con las manos en la masa. Los invitados, de pie formando varios corros , animadamente comentaban sus propósitos realizados en la verbena fin de año.
Los camareros estaban colocando los últimos cubiertos en la mesa presidencial. Las demás formando herradura frente a la presidencial, aún estaban desmanteladas.
Las mujeres de las faenas, finalizaban el barrido del piso dejándolo expedito, para el baile.
Otros camareros, arrinconaban el excedente de mesas para no entorpecer . Encima les colocaban las sillas patas arriba.

Corriendo al vernos el maitre de ceremonias, se disculpaba:

-Perdone Don Carlos, nuestro retraso, se debe a que la fiesta de Revellón, se prolongó contra lo previsto, hasta las seis y el Servicio se retiró a descansar, sin tiempo a redecorar ninguna sala.

Diez minutos después, un tocadiscos emitía los clásicos compases dedicados a los novios y todos lo invitados pasaron a ocupar sus respectivos lugares según el criterio que Tere y yo habíamos acordado.

¿Acertado?. ¡Que va!. Sin seguir el compás de la música sonante, se estaba armando un jaleo mayúsculo. Los de la mesa tres se iban a la dos. Los de la dos a la cuatro, los de la cuatro repartidos entre la dos y la tres, enfín. Mejor no haber asignado plazas a ocupar.

En la Presidencia , a mi derecha, los únicos familiares que a su vez cumplieron como padrinos, mis tíos de Girona, de lejano contacto, más en el tiempo que en distancia kilométrica.

A mi izquierda, Tere, sus padres y unos de sus tíos y su prima.

El refrigerio resultó bien a fin de cuentas. El cocinero, se comportó mejor que los camareros, supongo por cuanto el menú era un noventa por ciento preparado en frío.

Las 3.p.m.
No aparecieron los músicos prometidos para amenizar el baile, por el mismo motivo que el de los camareros con su negligencia.
El Maitre, lo suplió, con una sesión de discjokey, que en aquél tiempo se llamaba simplemente colocador de LPs en el tocadiscos.

Aquello se pasaba de castaño oscuro. Estaba bien que nos ofrecieran un precio rebajado, pero no un servicio deficiente. A mi tío-padrino que ya se había encargado de visitar a la novia en su domicilio donde le entregó el clásico ramo, le dí el dinero convenido para atender la factura del hotel. Sin embargo le pedí que las disculpas del Maitre, procurara convertirlas en un demérito del valor estipulado. Total, que regateara.

Tere y yo, después de un par de bailes, nos fuimos raudos a mudar los trajes de novios por los de calle, en nuestros respectivos domicilios de soltero.

Las 5 p.m.
Llegados a la estación, fuimos testigos de la salida del tren directo a Tarragona. Por los pelos, no llegamos a tiempo. Tomamos billete para el siguiente que era un mercancías.
Total, paraba en todas las estaciones y llegaríamos a Tarragona al atardecer.

Las 7 p.m.
El Revisor del tren, al marcar nuestros billetes, nos advierte.

-Tenían que apearse aquí, pero ahora que ha arrancado el tren, no pueden hacerlo, está prohibido apearse en marcha.

-¿Cómo?.......¿Era Tarragona?.......

Unas risas incontroladas de los viajeros cercanos, alertaron a todo el vagón.
Ja,ja,ja, los novios acaramelados se evadieron del mundo real.

-Pero sr. Revisor. ¿No puede parar un instante?.

-De ningún modo, pero les informo que este mercancías dentro de un par de minutos parará, para dejar paso a un Rápido. Su parada será muy breve de modo que si prefieren apearse allí, en lugar de la estación de Salou, estén a punto y en cuanto se detenga, salten sin demora.

Sin tiempo a reflexionar los pros y los contras, agarré la maleta dije a Tere que llevara ella el maletín y nos dirigimos a la plataforma del vagón, siendo revistados por todos los pasajeros con sonrisas de oreja a oreja.
Tere, se puso el abrigo y me siguió, cuando el Revisor volvió a la carga.

-Pero, Sra. ¿Con tacones altos saltará?. De ningún modo . No dije nada, no puedo responsabilizarme de tal riesgo.

-No tema,- dije yo- saltaré primero y a ella le daré la mano.

Muy nervioso, con la mano a la puerta de salida para abrirla y saltar tan pronto parara el tren, me fijé en la distancia a recorrer de regreso para llegar a la estación donde debimos tomar el taxi para el Hotel Imperial Tarraco. Nos lo recomendaron y además dominaba el Mar, por ubicarse al lado del famoso Balcón del Mediterráneo.
Me estaba arrepintiendo de saltar. Casi era preferible llegar a Salou y olvidarnos de Tarragona, hasta la vuelta de Zaragoza.

Paró el tren y yo aún titubeando. Reaccioné y ya directo salté desde el primer peldaño que al no pararse el vagón ante un andén, se hallaba a una altura cientoveinte cms. del terreno. Para postre, no llano.

Automáticamente, tomé la maleta, le pedí a Tere que me diera el maletín y se descalzara. Los tacones podían aprisionarse en la plancha perforada de los peldaños al saltar.
Cumplió ya que el nerviosismo con la premura de la acción no permitía razonar, pero al intento del salto, se asustó. Descalza no podía exponerse a un terreno abrupto y hacerlo desde una altura que le daba miedo.

-Salta sin miedo a mis brazos mujer. Si casi puedo agarrarte los pies.

Saltó, me desequilibró, y caímos al suelo, de espaldas yo y ella abrazada a mi cuello encima mío.

Una ovación, proveniente de la totalidad de viajeros del vagón asomados a las ventanillas, hizo que fluyera mi sentido del ridículo.
Arrancaba el tren cuando oí los comentarios.

“Esos enamorados, que dan rienda suelta a la pasión en los lugares más inverosímiles”……..


Las 9 p.m.

La Luna llena, en noche serena, invitaba al romanticismo. Estuvimos de acuerdo que no podíamos acostarnos sin disfrutar de unos minutos, contemplando el brillo de las olas desde el rompiente del Puerto.

Vimos como se acercaba una en la lejanía, destacada entre las demás por su altura. A nuestros pies, la espuma de las recién llegadas, se disolvía para dar paso a la siguiente.

Al chocar con el muro protector, se elevaban varios metros convirtiéndose en polvo de minúsculas gotas. La Luna les daba su toque luminoso, verdaderamente fascinante. Y allí sin otro impedimento que el frío reinante, estábamos Tere y yo, embelesados por la belleza del Mar.

-Carlos, tengo frío. Ya me doy por satisfecha con lo visto.

-Aguarda un momento, mira la ola que se acerca. Será apoteósica su llegada. Luego nos vamos.

Fue una suerte divisar tan pronto el rótulo luminoso del Hotel, tan cercano al Puerto. Nos habíamos levantado sin ningún rasguño, tras el salto del tren. Tere guardó los zapatos de tacón alto, para calzarse unos planos. A pesar de ello, andar por la vereda lateral de la vía férrea, era una incomodidad. Nos hallábamos casi a dos kilómetros de la estación, pero el anuncio de aquél hotel a unos trescientos metros, tuvo el efecto de un imán.

Nos registramos para una noche, y tras ocupar la habitación, pedimos una cena ligera, ya que nuestro apetito no era de tal clase. Y aquella Luna iluminaba la campiña solitaria. Apetecía disfrutar de un paseo hasta el rompeolas.

Y tal como decía Tere, a pesar de ir abrigados, se notaba el frío que calaba a los huesos.

La ola llegó. Era altísima, esperábamos un espectáculo sin par.

Lo fue. El rompiente la elevó varios metros por encima de nuestras cabezas y lejos de convertirla en polvillo acuoso, nos cayó encima como verdadera cascada.

Reaccionamos de inmediato alejándonos del borde. Y empapados los dos, regresamos corriendo al hotel.

Subimos sin más a la habitación, nos desvestimos, extendimos la ropa para que secara, sobre los radiadores, y sin más nos metimos a la cama desnudos.

Tere tiritaba, abrazándola la cubrí con mi cuerpo, también frío. Nos tapamos incluso las cabezas bajo las mantas y aguardamos reaccionar.

No tardé en recuperar el calor. Primero el habitual del cuerpo humano, al que siguió el extra por disponer debajo mío a la mujer soñada.

Tere también reaccionó y al fin, dimos suelta de nuestras apetencias contenidas durante dos años.

Sin dejar de abrazarla, para no enfriar el ambiente, entre somnolencias, repetimos varias veces el acto.

Segundo día, 9 a.m.:

Con la ropa ya seca, al salir del baño se quejó de dolor en la garganta. Temía haberse enfriado. Bajamos a desayunar y a ella se le hacía doloroso tragar.

Y la afonía delataba que la cosa iba a mayores. Solicitamos un taxi y nos dirigimos a una farmacia. Le dieron unas pastillas para la afonía y seguimos paseando por las Murallas, hasta apostarnos en el famoso Balcón del Mediterráneo. Las ruinas del que fue Anfiteatro Romano, se hallaban a nuestros pies. Y desde allí divisamos el hotel que nos cobijó por fortuna. El Imperial Tarraco, quedaba postergado para un futuro, ya que caló fuerte el deseo provocado por quienes nos lo recomendaron.

Murallas de Rarragona


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El Balcón del Mediterráneo es uno de los puntos de mayor interés turístco de la ciudad de Tarragona. Se trata de un barranco de 23 metros de altura que se encuentra al final de la Rambla Nova, bordeado por una barandilla de hierro forjado, realizada por Joan Miquel Guinart, en el inicio del siglo XX.

El Balcón ofrece una bonita panorámica sobre el mar Mediterráneo, tal como se aprecia en esta fotografía. A los pies del balcón se encuentra la playa del Miracle y al fondo de la misma el llamado Fortí de la Reina un antiguo palacio y fortaleza que ha pasado a ser parte de la historia de la ciudad.

Delante se encuentra el monumento a Roger de Llúria, navegante catalán de origen calabrés que se hizo famoso por sus hazañas bajo el reinado de Pedro II el Grande. Al lado del Balcón del Mediterráneo se extiende el Paseo de las Palmeras, al final del cual se encuentra uno de los lugares más importantes de de la Tarraco Romana: el Anfiteatro Romano.

Este es uno de los monumentos que atrae turismo a Tarragona y que ayudó a que se la nombrara como Ciudad Patrimonio de la Humanidad.


Las 12 p.m.

Entramos en un bar para tomar un aperitivo. Tere, lo dejó a medias. Le dolía tragar. Volvimos a la farmacia. Le iniciaba fiebre. El farmacéutico, aconsejó tomar un febrífugo y mejor acostarse hasta que le bajara la inflamación, que podía durar varios días.

Aquello me alarmó lo indecible. ¿Cómo iba a realizar un viaje por tierras Hispanas, en aquellas condiciones?.

Telefoneé a mi suegra, para que nos acogiera unos días en la habitación que fue de su hija, dado el imprevisto. No podía tampoco llevarla en estas condiciones a nuestro hogar aún por estrenar.

A la mañana siguiente, llegaríamos y requeriríamos al Dr. De Nueva Vida, que así se llamaba la Clínica contratada para nuestra futura atención médica. También la estrenaríamos.

Tercer día, a las 9 a.m.

Ya en Barcelona, juré y perjuré a mi suegra, que no maltraté a su hija de ninguna manera, que fue algo fortuito. La culpa la tuvo la OLA.

Fin del viaje de novios. 50 horas de odisea.

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