sábado, 12 de marzo de 2011

Parejas perdurables (continuación 19)

Mi primer año de matrimonio, abundó en alternancias de ilusoria prosperidad y falsa desgracia.
Las cosas no sucedían con meridiana claridad. Además lo hacían vertiginosamente.
Necesitaba ampliar despacho y legalizar empleados. Eso contradecía la falta de seguridad en una continuidad de clientela, por más que multiplicaba relaciones comerciales con empresas y particulares.

Andorra se acabó, pero el encargo del Ayuntamiento de Hospitalet, tenía visos de duración. La Academia, era lo más seguro, pero no lo deseado. Los proyectos de Industrias Textil Ibérica en Mollet del Vallés y Paños Margarit de Olesa de Montserrat, duraron poco más de medio año, al verse obligados a cerrar sus fábricas por recalificación Urbana.
Los trabajos que proporcionaba Morán, asimismo se redujeron, por cese del taller al fenecer su padre. Quedaba como trabajo de futuro el de Fincas Castillo, aunque al año siguiente, también se acabó.

La cuestión era que los meses transcurrían veloces, sin apenas tiempo de saborearlos Tere y yo, de modo sosegado. Las fiestas protocolarias con los colegas casados y por casar, eran casi lo único que podíamos permitirnos.
A partir de la boda realizada en Motserrat, convenimos los que residíamos en Barcelona en salir los sábados juntos para cenar, o ir al cine, o ambas cosas.

Resultó que Tere, estaba ya embarazada, cuando asistimos a la boda de Ramón y Anita en Montserrat, cosa que no lo comentó con las amigas hasta bastante más tarde, cuando ya la cosa era evidente.

En Octubre nació J.C. nuestro primogénito en la Clínica Regina, sin ningún tropiezo disponiendo a partir de entonces en casa, la compañía frecuente de su madre.
La nueva situación me hizo pensar seriamente en darme de alta en el Colegio de Ingenieros, también legalizar mi situación laboral como Autónomo y cambiar el domicilio del despacho por el de un local de mayor superficie, aunque me resistí en tomar personal fijo de plantilla. Temía por la carencia de la ansiada seguridad laboral.
Y la razón de este íntimo sentimiento, se materializó en menos de dos años. La causa original fue precisamente el Sr. Castillo.

Mi relación con el sr. Castillo, fue estrictamente profesional. Me contrató, como técnico para su organización inmobiliaria. Por ello, al principio, no me preocupé por los informes comerciales de sus detractores que llegaron a mis oídos.
Argüían oscuros procedimientos en el desenvolvimiento del negocio. Al fin y al cabo, constaté tantos elogios de su persona por parte de los propietarios de fincas en venta, como de sus clientes.
La maledicencia de los detractores, debía proceder de casos excepcionales, o por afectados competidores. Con todo, avanzado el tiempo de mi contratación, fui testigo de severos altercados con desconocidos, en su despacho. A base de coincidir con mi presencia en repetidas ocasiones, ya no fueron tan desconocidos.

Unos eran usureros. Otros, propietarios de recientes fincas aportadas, pendientes de liquidación. La morosidad manifiesta, era excesiva. Otros, los más, eran clientes que amenazaban la integridad física del Sr. Castillo. Ante todo, querían matarle por, según ellos, haber sido estafados alevosamente.

Sentada esta base, y después de platicar un rato, se rebajaban los epítetos ofensivos, lamentando simplemente que se les hubiera mantenido olvidados semanas enteras, desatendiendo sus solicitudes de entrevista para tratar los asuntos que yo en aquellos días ignoraba.

En verdad, el cancerbero a sueldo, poseía verdadero ingenio para torear a las visitas indeseadas por su Jefe. Sin embargo, mi perplejidad crecía al repetirse una y otra vez. Al final de las entrevistas los clientes, se despedían con amabilidad, elogiando a quien pocos momentos antes vituperaban. Incluso presentaban sus respetos extensivos a su Sra. esposa.
Otros se excedían invitándole a pasar un fin de semana en sus predios veraniegos, donde siempre, por descontado……¡Sería Bienvenido ¡.

Aquellas alternancias de humor por parte de los visitantes en su despacho, me mosqueaban. No podía tratarse de desequilibrados, desahogando sus neuras. Eran demasiados, para generalizarles taras mentales. Intuí que algo habría de cierto en sus desaforadas manifestaciones.
Más cierto era aún, la extraordinaria habilidad del Sr. Castillo, en desarmar al interlocutor, con sus educados y afables modos.
Esto, empecé a comprobarlo, al sufrir los primeros desencantos, por demoras reiteradas para percibir mis emolumentos. Salía del despacho maravillado. Sus buenas palabras, obraban el milagro de mantenerme eufórico, a pesar de postergar más aún mi retribución. Es más, con nuevos encargos profesionales aceptados.

Esto último, era criticado por mi mujer. Señalaba la conveniencia de cancelar el trato definitivamente. Esta situación, se fue agravando, al constatar mi impotencia para lograr el cobro de los abultados honorarios demorados. La prudencial espera, dejó de serlo para convertirse en crónica, afectando seriamente mi economía doméstica. Las discusiones con Tere se enardecían, sin hallar salida al atolladero.

Al cumplirse el primer aniversario de nuestro compromiso de boda, decidimos que a la mañana siguiente, presentaría mi dimisión al Sr. Castillo, como colaborador, exigiendo el finiquito. Mientras, olvidaríamos los sinsabores, celebrando la efeméride cenando en los merenderos de la playa, famosos por sus mariscadas.

Mientras el camarero fue a por la carta, observamos con desazón, que entre las pocas mesas ocupadas este día laborable, se hallaba el sr. Castillo con su esposa.
Inevitable el saludo cortés, pero un encuentro nada congruente con mi misión propuesta. El plan de ataque, se basaba en mi extrema necesidad económica. No era consecuente, el despilfarro gastronómico.
Tampoco lo era el proceder del Sr. Castillo. ¿A qué obedecía la recalcitrante demora en pagos a sus subordinados, si podía satisfacer costosos caprichos entre semana ?.

"Al fin, comprendí las discrepancias entre él y su entorno comercial. Disponía de una peculiar idiosincrasia.
Los prestamistas, teniían con él, a un verdadero chollo. Basados en la espectacular rapidez de gestión de ventas de su acreditado, le ofrecían lo que precisara. Vencido el plazo de una semana, exigían los intereses del capital, como si de una anualidad se tratara.
De fallar su cumplimiento, se cobraban apropiándose de la finca objeto de transacción, por el simple valor de lo prestado. Los intereses, quedaban pendientes y se aplicaban a la próxima adquisición. Así, pasaban los usureros, a ser a la vez, prestamistas y capitalistas de su negocio.
No parecía importarle demasiado al Sr. Castillo, dado que semanalmente, lograba ventas de parcelas, en número superior al contenido real de las fincas.
Este overbooking, raramente lo constataban los adquirentes. Ocasionalmente, se producía tal evento, al coincidir varios de ellos merendando en su supuesta parcela.
Los improperios iniciales por defender cada cual su razón por titularidad documental, finalizaban con una confabulación para el ataque al autor del fraude.

Estos eran los que a menudo aparecían por el despacho enardecidos, si lograban colarse de la criba del cancerbero.

Muchos desistían dando por perdidas sus entregas, después de maldecir los huesos del embaucador, ejerciendo su derecho al pataleo.

Los más insistentes, lograban que se les entregara a cambio, de lo que evidentemente resultó un lamentable error involuntario, otra parcela mayor, por el mismo precio.

Era la amable atención de la empresa, para paliar las molestias causadas. En cada nueva transacción, volvían a intervenir los prestamistas, repitiéndose el círculo vicioso de venta de parcelas, ante de adquirir la finca matriz.

Para adecuar las propiedades a las exigencias de la clientela, eran necesarias unas mejoras, que aunque discretamente se realizaban, jamás se correspondían con lo prometido, ni en calidad ni en tiempo de ejecución.

En este apartado, se agolpaban colaboradores industriales, comerciales, instaladores y una larga lista de particulares que, en mayor o, menor medida, reclamaban reiteradamente el cobro de sus facturas.

El globo iba hinchándose, por lo que era previsible su pronta explosión. Si bien era verdad que el Sr. Castillo disponía de gran número de incondicionales, agradecidos por los lucrativos negocios conseguidos a su costa, no era menor el de los estafados creciendo en proporción geométrica.

Esta situación, según averigüé posteriormente, venía produciéndose a través de los últimos dieciocho años. Normal pues que ignorantes de los entresijos, las personas ajenas a la Empresa, la consideraran seria y próspera.

También recapacité sobre manifestaciones esporádicas del Sr. Castillo de sus varias intentonas de suicidio. Se producían después de ciertos agrios altercados con sus demandantes. Conociendo cómo padecía una rara e inexplicable enfermedad desde joven, que le obligaba a comer en demasía y con frecuencia, estas reacciones, me parecían crisis sintomáticas.

Repetidamente, confesaba sus necesarias visitas nocturnas a la nevera, para atiborrarse. Además en sus bolsillos no faltaban nunca galletas o bolsas de maní, para echarles mano cuando faltaban restoranes a su alcance.

Se mantenía delgado, por lo que era lógico suponerle sus desarreglos motivados por una monstruosa tenia- solitaria . Él siempre lo negó. Bien pudiera ser cierto, habiendo vivido tantos años con la afección, sin que ningún médico supiera tratarla."

Todos estos pensamientos, afloraron a mi mente, sin hallar la alternativa a acudir a saludar al matrimonio Castillo, correspondiendo a su notoria cortesía.

Automáticamente, mientras me encaminaba con mi mujer a su encuentro, urdí darle la explicación real. El aniversario de nuestro compromiso de boda, a la par que onomástica de Tere.

Empático, el Sr. Castillo, nos sorprendió, después de felicitarnos, declarando la coincidencia de efeméride, con la de ellos, su mujer también se llamaba Teresa y llevaban diez años casados. Y alegrándose desmesuradamente, pidió que nos sentáramos a su mesa, eligiéramos lo que se nos antojara de la carta, que iba todo a su cargo.

Imposible atacar el tema de mi preocupación. No era el momento ni el lugar apropiado. Como de costumbre, ante él, me hallaba desarmado a su merced.

Muy simpática su mujer, platicó amigablemente con la mía. Los chascarrillos se sucedieron, pasando una velada altamente gratificante. Totalmente inesperada. El Sr. Castillo se lució, eligiendo los vinos de marcas de categoría con sus mejores añadas y apropiadas por cada plato.

Lo mismo sucedió con un postre de original exquisitez, preparado expresamente por el chef, a su petición.

Al llegar de madrugada a casa, mi mujer, ya modificó en parte la opinión formada del Sr. Castillo. Se hallaba dispuesta a achacar a mi pusilanimidad, la carencia de resultados positivos en mi trato con él.

Chiringuitos de La Barceloneta frente una franja de 50 m de playa, derribados en 1992 por cumplimiento de la Ley de Costas.

Hotel Vela, edificado en La Barceloneta, una vez derribados los chiringuitos, saltándose por intereses políticos, todos los condicionantes por la Ley de Costas. No solo por la prohición de edificar a más de cien metros del Mar, sino que se construyó en terreno ganado dentro de él.

Absorto en la manera de enfocar el tema, camino del despacho a la mañana siguiente, distinguí un gentío, frente la fachada de Inmobiliaria Castillo.

Ví a una ambulancia, a la Policía, a transeúntes curioseando y oí unas voces estridentes procedentes del vestíbulo.

Por lo visto, a primera hora el Sr. Castillo tuvo otro de los altercados de campeonato con los usureros. Éstos, le amenazaron al estilo mafi

oso. Seguidamente, irrumpió en su despacho, el responsable de las obras de apertura calles de la última finca a parcelar. Con un cuchillo en sus manos, se había saltado la barrera del atemorizado abrepuertas, sumiéndolo en una crisis nerviosa.

A grandes voces, frente a los usureros, presentó su enésima reclamación, apoyando sus amenazas con el cuchillo que blandía. Le conminó a resover los tratos, dado que estaba dispuesto a cumplir sus amenazas ante los allí presentes.

El sr. Castillo fuera de sí, chillando más si cabe, maldijo a todos, escurriéndose veloz entre ellos, saliéndo del despacho dando un portazo, tras sí en el rellano del ascensor. Subió en él para salir al ático, noveno piso.


Los visitantes, pasado el efecto de la sorprendente reacción de quien se mostró siempre tan equilibrado, en el rellano de ascensor, continuaron perplejos al haber desaparecido su víctima, supuestamente escaleras abajo. Más les sorprendió aún al oir un grito desgarrador, provinente del ático y acto seguido el paso de un cuerpo al vacío ante sus ojos, y chasquido brutal por encontronazo con el suelo del hueco de escalera del edificio.

La portera, aguardando la llegada del ascensor, no pudo reaccionar, entre oir el chillido emitido y el aplastamiento a sus pies del Sr. Castillo.

Su muerte fue instantánea, pero la portera indemne de milagro, por la impresión cayó sin conocimiento a su lado. Unos segundos después, entraba en el vestíbulo el marido de la portera, alarmado por las voces y ruido. Viendo a su mujer tendida al suelo, inmovil y salpicada de sangre, la creyó muerta.

Entre lamentos y maldiciones armó tal escándalo, que atrajo la presencia de la Guardia Urbana, la cual, se ocupò de amenizar el resto del jaleo.


Aprovechando la confusión, hicieron mutis los usureros y el provocador. El empleado testigo, jamás se atrevió a dar datos a la policía. Amparado por las secuelas de la impesión y bajo cuidados médicos, excusó todo conocimiento de lo acontecido.

Posiblemente, amedrentado por la amenazas de los usureros y el constructor.

Asistí a su entierro, pero Doña Teresa viuda de Castillo, no afrontó mis minutas acumuladas tras meses de impagos.

Recuerda Tere:

Y casi sin tiempo a recuperarme, noté que por las mañanas me encontraba muy mal, mareos vómitos, sólo de pensar en la comida todo me daba asco.

Allí estaba mi primer embarazo, con la ilusión que trae consigo, pero también con algunos de sus inconvenientes.

Esto merecería una parrafada enorme, y no voy a extenderme. Sólo decir que estuve vomitando durante los nueve meses, y no una vez por las mañanas, que hubiera sido lo más normal, llegaba a vomitar cinco o seis veces al día, hasta el último momento, incluso durante el parto.

Habían pasado diez meses desde la boda, y entre la operación, y luego el embarazo creo que se podrían contar con los dedos de una mano, los momentos en que me encontraba bien al 100%. Nuestros encuentros íntimos en más de una ocasión, fueron un verdadero esfuerzo, ya que todos los olores me molestaban

En nuestro caso al trabajar el marido como autónomo, siendo el único sueldo que entraba en casa, ni se nos había ocurrido pensar en repartir los trabajos cotidianos. Durante el embarazo muchas veces fue mi madre la que se ocupó de mí. Yo siempre digo que los hijos son para toda la vida y UN DÍA MÁS (yo fui para mi madre una buena prueba de ello)

Después vino el bebé. ¡Cuatro kilos y medio de niño…eran muchos! Y en aquel tiempo que no existían las epidurales. Sé que mi primer pensamiento en cuanto acabó el parto, fue ¿¿¿¿ “Y NOS LLAMAN SEXO DEBIL”?????

Es una suerte que el sólo hecho de tener el bebé en brazos, me hiciera olvidar por completo los nueve meses de vomitonas sin cesar. Pero… si siempre existen peros en la vida. El niño comía bien, pero por las noches no tenía sueño. Intentaba que durante el día no durmiera demasiado, cosa muy difícil de controlar en un bebé de tan pocos meses.

Creo que durante muchos años, si conseguía dormir cuatro horas seguidas, me podía dar por afortunada. Se suele decir, que la madres que no trabajan fuera de casa… pueden dormir durante el día, NO ES CIERTO. Los trabajos cotidianos se acumulan, y no los puedes ir dejando. O sea que lo que hacía era que si el bebé, se dormía a las 10 de la noche, yo procuraba también amoldarme a su horario, para poder descansar más horas, porque estaba agotada, la suerte era que mi juventud era mi apoyo.

Ahora que lo veo en la distancia pienso cómo lo pude soportar. Actualmente no llego ni a la mitad de lo que hacía antes. Eso sí, duermo lo que no dormí entonces. Más de 8 horas. ¡Que felicidad!

En aquellos años muchos días mi cuerpo me parecía como si fuera de plomo. Pero es cierto que la juventud puede con todo. Porque pasados los tres primeros meses, seguimos saliendo con los amigos de Carlos por las noches. Íbamos al cine, al teatro, por lo menos una vez por semana. Eso sí…durante años, aunque hubiéramos salido de noche, a las seis de la mañana, tocaba el biberón de turno. Y a las 8, levantados para desayunar y cada cual en su trabajo.

Pusimos a una persona para que viniera a ayudarme unos días a la semana, pero incluso así, aquel tiempo lo recuerdo, como si fuera por la vida medio dormida, y con dolor de espalda, supongo que debido a malas posturas, llevar al bebé en brazos me resultaba un acto heroico.

Y ya no digamos de cuando se fueron añadiendo los otros hijos. El trabajo se multiplicó por siete.


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