martes, 30 de agosto de 2011

Parejas perdurables (continuación 58 a )

Esperanzado con el nuevo contacto comercial, el lunes siguiente iba a contárselo a Picot. Antes de entrar al despacho, un vendedor me enseñó una bolsa de croquetas reventada y lo que parecía una dentellada de roedor en una de ellas.

-¿Qué ocurre?.

-Pues que a última hora del viernes, entramos a la cámara con los pedidos preparados y se nos coló un gato. Por lo visto esto debe ser obra suya.

Pues sí que teníamos un problema. Con los ciento cincuenta palets que albergaba la cámara el gato desaparecería por arte de magia, bajo cualquiera de ellos.

Intentaron asustarlo, mediante ruidos y correrías sin convencerle que debía salir hacia la recámara, donde la temperatura no es tan rigurosa. De allí le facilitaríamos la salida definitiva. Afuera hacía calor, pero por gato que fuera, allí dentro los 25º bajo cero no podían resultarle más agradables.

Dejé de momento la cuestión que ya se resolvería en alguna de las entradas y salidas de mercancía que a diario se realizaba.

Me centré en la tendencia favorable de pedidos que iba ascendiendo. Y le expuse el plan a Picot. Otra interrupción.

-Don Carlos, el arcón de los helados, se estropeó y esta mañana ya se reblandecieron.

Habían al menos trescientas piezas de helado en tarrinas individuales. Entrarlas a la cámara, era un fraude, pues el helado descongelado y vuelto a congelar pierde calidad, ya que se le forman trocitos de hielo, por la descomposición del agua contenida. Había que tirarlos.

Picot dijo:

-Los vendedores no se marcharon aún, y aquí entre el personal de oficina y ellos nos hallamos doce personas, que en quince minutos podemos solventar el problema engulléndolos.

A todos nos pareció bien la idea y apostamos por ver quien iba más rápido engullendo y tragaba mayor cantidad.

Atendiendo a que el arcón se estropeó por ser un aparato viejo, recomendé que no se molestara Picot en repararlo, ya que en tres días dispondríamos de una remesa de veinte proporcionados por Prat.

Nuestros vendedores se ganarían un plus incrementando los puntos de venta que se desestimaron por cuanto el comerciante carecía de contenedores específicos. Y la red resultaría más rentable disponiendo de puntos de venta más cercanos entre sí.

Tal como preví, la organización se consolidaba y los empleados, tomaban confianza al pertenecer a una empresa de futuro.

Pero el gato, estaba haciendo destrozos en la cámara. Llevaba seis días allí sin conseguir los empleados, evacuarlo. Ya reventó bolsas de rodajas de merluza y otras de calamar. Por lo visto no le funcionaba la comida congelada, en cambio las croquetas le resultaban de fácil roer.

Tenía que abandonar la idea de que saliera por sus medios. Incluso pensé en cual de las vidas se hallaría ya que de estar en la séptima, de un momento a otro recogeríamos su cadáver congelado.

No había otra solución. Aconsejé que me acompañaran cuatro empleados equipados con los guantes y anorak, preceptivos para permanencia dilatada en la cámara y armados dos de ellos con varas de metro y medio y otros dos con atrapa mariposas.

Y así emprendimos el Safari gatuno por la cámara de congelación.

Paramos los ventiladores, o no hubiéramos aguantado ni cinco minutos allí dentro. Nos distribuimos por los extremos procurando asustar y ver por donde salía.

Una vez visto en el palet en que se escondía, fuimos cerrando el cerco y los armados con las varas hurgaron repetidamente, obligándole a salir. Se logró con relativa facilidad, pero se metió en otro. Esta función se repetía, hasta que más avisados, en cuanto volvió a salir, el atrapa mariposas del más célere, le cayo encima y final de trayecto.

Estábamos todos helados y no hubiéramos aguantado mucho más allí dentro. Incomprensible que un gato hubiera permanecido allí una semana vivo.

Quizá cuando soplaban los evaporadores, se escondía bajo los palets tal como vimos. Seguro que amparado por el espacio encajonado a ras del suelo, se defendía del aire racheado.

¿Qué hacer con el animalito?. Desde luego soltarlo a la calle, aunque en no muy buenas condiciones. Un vecino nos dio la solución. Reconoció al gato y ofreció traérselo a su dueño.

En aquél momento no se me ocurrió que podía acompañar al vecino y presentar factura por los destrozos al dueño.

Mientras aguardaba respuestas de clientes interesados para el próximo viaje a Madrid, uno en tono burlón, preguntaba si nuestras croquetas diferían de las de la empresa de Galicia, que eran las que ellos consumían.

Llamé a Prat y le puse al corriente. La empresa Galaica, a este tiempo debía tener delegados en todas la provincias españolas. Pero Prat no se arredró por este detalle. Tenía un as en la manga.

Seguiría la táctica de reventar precios ya que se convertiría en productor de nueva marca. Esto no me lo contó en la primera entrevista. Y ya me tuvo en vilo para saber en que lío me metía.

Insinuó que podríamos conseguir vender en Madrid, todo y más. El más era lo que no me lo especificó hasta el mismo día del viaje comercial.

Mis preocupaciones ya pasaron de los congelados a los trofeos deportivos. Verdad que Ramón estaba realizando una buena labor, pero se extralimitaba en complacer a diestro y siniestro a sus colaboradores. Por lo visto el proveedor de Copas y medallas, pasaba un momento angustioso y él le tendía la mano, incorporándolo al negocio de la tienda. Aquello, requirió la apertura del negocio en local mayor y con más empleados. Por ende, tuve que aportar mayor capital.

Y ¿qué?. Pues ahora los apartamentos Gemini, con obra conclusa y amueblados el 50 %, proporcionarían una ampliación de capital.

Pero después de haberme desprendido de unos cuantos negocios, estaba resultando que me involucraba en cantidad superior a los restantes.

Otra vez, Tere manifestó su desagrado y al revés que con Prat, Ramón le causaba desazón.



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