miércoles, 26 de enero de 2011

Parejas perdurables (continuación 3ª)

Tenía que confesar a Luis, la realidad de la cuestión. Nuestra amistad venía de lejos y entre nosotros no había secretos, pero esto, pertenecía a mi intimidad. ¿Para qué confesar?.

Mientras lo tenía a mi lado paseando por las tantas veces concurrida Diagonal con la “colla”, mi cerebro desarrollaba la película vivida en los últimos cinco años.

Decidí, que al fin y al cabo algún día se sabría. Mejor que lo supiera por mi boca. Y ya que habíamos entrado en materia, era la mejor ocasión de explicárselo en principio a él solo.

Pero,..... ¿Y si al fin y al cabo no me comprometía con Tere?. Nada le había manifestado a ella para que se hiciera ilusiones. ¿ Y si ella me otorgaba las calabazas que jamás coseché durante la carrera?. Sería un riesgo inútil, exponerme al ridículo.

Discurrí como afrontar el tema, ya que las primeras consecuencias sufridas afluían a mi memoria:

“La reprimenda que recibí por parte de mi padre al regreso del primer curso Universitario, deslució totalmente la euforia con la que me presentaba, por los notables en puntuación escolar obtenidos.
Como reguero de pólvora, Tunet , había transmitido por Olot la fábula de Carlos, el “infanticida”.

Desmentir con los compañeros el infundio, era cuestión entre jóvenes, con poca trascendencia, pero que llegara a oídos de mi padre, la cosa tomaba un cariz insospechadamente serio.
Estoicamente, soporté sus consejos de moralidad y el deber de comportarse como ser responsable, demostrar con acciones el provecho de los conocimientos recibidos, que al no asimilarse debidamente, conducían a las personas a semejar animales………..

Sudaba, viendo como se desbordaba la mala interpretación de mi acción caritativa, equiparándola a la monstruosidad de pervertir a una infantil niña. La pobre, ya no podría mirar a la cara a familiar alguno. Abandonada a la p… calle.
Sus padres, deberían emigrar al extranjero para no ser reconocidos ante el oprobio social recibido. Ella, permanecería en la Ciudad de Perversión que era Barcelona. (La moderna Sodoma y Gomorra). Su futuro sería el de las desgraciadas, cayendo seguro en manos de algún chulo.

En cuanto a mi familia, marcada con el dedo de culpabilidad por los ciudadanos de “La Muy Leal Ciudad de Olot”, título rimbombante otorgado por no sé cual administración antigua.
A mis padres se les conocería como progenitores de un desnaturalizado y perverso vástago. Mas le valiera a Carlos, que se le colgara al cuello una rueda de molino y se le lanzara al mar, no fuera a repetir acción semejante. (El escándalo infantil Bíblico).

Una vez aclarado con mi padre la maledicencia de los cotillas, confesó que en realidad, no les había creído una palabra, pero que no estaba de más que hiciera honor a la honradez familiar.”


Sin darme cuenta, mi imaginación rivalizaba con la de Walter Mitty.

De modo que aquello era historia. Anécdota para olvidar, intrascendente. Sin embargo, ahora resucitaba.

Dos años después, primero la abuela que me había criado, como nurse y casi de inmediato mi madre, fallecieron. Mi dolor se convertía en rabia. No era justo que ambas, después de lo que se desvivieron para que alcanzara yo, un puesto en la sociedad, con título universitario tan ansiado por ellas, no vivieran para verlo.
La cosa empeoró, pues sea por la viudedad, o por la dejadez en que cayó mi padre, según un vecino suyo que me envió el fatídico telegrama, mi padre, finalizada la velada con él, faltó al trabajo, a la mañana siguiente, por no haber despertado.
Tomando el primer tren que de Barcelona enlazaba con el autocar de Ripoll, acudí al sepelio, ya organizado por los vecinos, atendiendo a mi inusitada situación.
Se nos conocía por familia numerosa desde nuestra residencia adquirida antes de la guerra Civil.
Se redujo paulatinamente nuestro número, por enlaces de los parientes jóvenes y óbitos de los abuelos. El fallecimiento de mi padre, culminó la desaparición total familiar.

Lloré esta última pérdida, pero además, a mi edad sin estudios terminados, un negro nubarrón ocultaba las posibilidades inciertas de mi futuro.

Dios aprieta, pero no ahoga. Otro refrán sabio.

El catedrático de Construcción y Topografía, necesitaba ayudante de Campo para levantamientos topográficos, al licenciarse el que tuvo. En atención a mi particular situación, accedió a tomarme como su sustituto. Detestaba en principio mi procedencia del alumnado, por las posibles implicaciones que pudieran reportar. Le agradecí la excepción que hacía conmigo.

Esto me permitió incrementar ingresos, los justos para paliar la nula ayuda familiar, dada su inexistencia. Pero más aún, especializarme en tales disciplinas y con ello, atraer trabajo suplementario desarrollable en el bendito tablero heredado de Juan.

Y precisamente ahora, que se cumplía esta etapa de mi formación, vi a la niña de antaño con un grupo de amigos y amigas, riendo por chascarrillos comentados y programando excursiones para las vacaciones.
Por primera vez, me di cuenta que la apariencia de Tere, era la de un “guayabo”, como llamábamos entonces a las chicas estupendas. Ni su indumentaria, ni sus proporciones antropológicas, tenían que ver con el recuerdo de su primera apariencia. Y su sonrisa, me cautivó.

¿Había que hablarle?. No. En principio, seguía yo sin estar situado. Y ahora, la mili me llamaba. ¿Qué hacer?.

Esto era pues lo que confesaría a Luis. Que se trataba de la niña de antaño de la cual Olot entero tuvo noticias. Ya no serían jocosas las reacciones. Se otorgaría veracidad a lo propalado por Tunet. Mi amigo, lo entendería.
Como la cuestión ya no permitía demora, le expuse a Luis tal cual la situación. Mientras él asentía, ya que me comprendía perfectamente, iba creciendo mi determinación de postergar el compromiso.

-Mira Luis, creo que lo más conveniente será hacer mutis por el foro, pero dejando la puerta abierta.
No estoy aún en condiciones de incrementar responsabilidades. Me despediré de los vecinos y de ella, sin mencionar mis sentimientos. Si cuando vuelva lo veo todo más claro y ella sigue disponible, actuaré en consecuencia.
Y ya está bien de hablar tanto de mí. Cuéntame lo tuyo con Nuria, ya que ella en ningún momento quiere vivir en Barcelona. Nuestra camarilla, en un mes se habrá disuelto. Ella regresará a Olot. ¿Tú que harás?.

-Tal como has dicho, a nuestro regreso de la Mili, lo hablaremos también.

Otro de nuestros colegas era Antonio. Sin ambages, se había liado con Raquel, vecina de Olot como lo éramos Luis, Nuria y yo. Y ella también detestaba el modus vivendi al que obligaba la Gran Ciudad.

Aquello resultaba chusco. Se trataba del caso inverso al mío. Yo procedente de Olot, definitivamente me convertiría en un Urbanita. Antonio con toda su familia Urbanita, se convertiría en pueblerino. Hay que ver la atracción femenina, como deriva nuestro destino.

Tres de las amigas de la camarilla, ya dejaron de acudir a los paseos vespertinos diarios. Una por haberse comprometido con un desconocido y las otras dos, me temo por haberse olido que su pesca fracasó. Luego las redes las lanzarían a otros caladeros.

Algo que era tan evidente por ellas, a los chicos nos pasaba desapercibido. Con razón en su cotilleo, nos llamaban tontos del bote. Nuestra picardía era al menos tres grados inferior a la de ellas. Prácticamente, hasta los treinta años, nosotros no alcanzábamos la perspicacia natural que ellas poseían a los dieciocho. Claro que esta distancia se ha reducido en la actualidad, aunque perdura un tanto a favor de ellas.
Nosotros a ellas las llamábamos "estrechas", cuando no nos eran asequibles. Por su parte ellas nos llamaban “panolis”, por no ser atrevidos. ¿Cómo se come esto?.

Con todo, de las siete compañeras con las que compartimos los asuetos durante los tres últimos años, dos de ellas se comprometieron con los colegas. Restaban pues otras dos cuya pesca se hallaba aún indeterminada. Y tal como se veían venir los acontecimientos, de no cobrar pieza con urgencia, deberían asimismo, seguir el camino de las que ya se despidieron. A buscar otros caladeros.

Llegado el día de tomar el embarque para el servicio militar, envié mi bagaje por correo con destino al Cuartel del Regimiento de Caballería en Alcalá de Henares y acto seguido, pasé a despedirme de los vecinos.

Llamando a Tere aparte, le insinué que dada mi carencia de familia, me complacería recibir al menos una carta al mes de alguna persona, para hacer llevadera la estancia en “Tierras inhóspitas”, en las que naufragaría durante seis meses. Y que se me ocurría que podía ser ella quien me socorriera.
Estaba convencido, al ver que aceptaba de buen grado, que no le era indiferente. Sentí verdaderas ganas de hablarle con sinceridad del motivo, pero me contuve, por todo lo razonado sobre mi responsabilidad. Las enseñanzas paternas, afloraban y a ellas correspondía.

Parejas perdurables

Tere lo recuerda así:

Había quedado muy atrás el día que me acompañó a buscar mi ansiado autógrafo. Reconozco que él, físicamente no había cambiado demasiado, pero yo sí. Y lo noté porque siempre tenía algún moscón de buscaba mi compañía. Uno de ellos lo hacía de la manera en que se hacían entonces estas cosas, solapadamente, como quien no da importancia, eran encuentros fortuitos, pero Juanito parecía que me perseguía a todas horas. Al salir del trabajo invariablemente lo encontraba por allí “de casualidad” según me decía él. Charlábamos me imagino que de tonterías, ya que no recuerdo ni una conversación que se me haya quedado grabada. Pero sí que recuerdo que tenía unos ojos verdes muy bonitos. Era agradable en su trato, pero…yo le encontraba un defecto. No era alto. Era casi de mi misma estatura. Yo me he considerado siempre bajita, y en una mujer tiene un pase pero para mí, no lo tenía en un muchacho.

Carlos se fue a cumplir con la Patria, y vino a despedirse de mi familia, prometió que nos mandaría alguna postal del lugar que lo habían destinado

Cuando yo llegaba a mi casa preguntaba distraídamente, si se había recibido alguna postal del Campamento Militar. Era cierto que la esperaba, pero si he de ser sincera tampoco me preocupaba demasiado no tener noticias. Al fin y al cabo él tenía su grupo de amigos y amigas con las que hacían fiestas y organizaban bailes. Pero muy dentro de mí, estaba la ilusión de recibir alguna noticia de él. Le admiraba porque conocía todos los malos ratos que había pasado, sabía de su tenacidad tanto en los estudios, teniéndolos que compaginar con el trabajo para su sustento. Este detalle hacía que lo viera como una persona seria, alguien que de buen seguro en un momento dado sabría salir adelante con todo lo que se le presentara en contra. Lo había demostrado en los años anteriores.

¿Gustarme? Creo que todavía no. Pero bueno su 1,84 de estatura me hacía verle benévolamente, no como a Juanito. Él continuaba siendo para mí, el vecino de enfrente de casa, larguirucho, que cuando venía a pasar un rato con mis padres, me dedicaba una sonrisa y un saludo y poco más.

De momento sólo sentía por él, una mezcla de pena y de admiración al saber que había mantenido una lucha feroz en su entorno para seguir con sus estudios. Durante estos años había pasado más de una tarde en mi casa, charlando con mis padres. Le oía hablar, aunque yo no estuviera en el comedor con ellos. En su momento su historia me conmovió. Perder a su familia en tan poco tiempo, imaginaba que tenía que marcarle para siempre.

Mi habitación era un verdadero caos de fotografías de artistas de cine y de radio. A pesar de los años transcurridos mis aficiones no habían variado lo más mínimo. Disfrutaba con todo ello.

Y luego estaban las matinales en el Palacio de la Música Catalana, donde los domingos ofrecían un variado programa de música clásica, a un precio muy asequible. Iba con mi queridísima amiga, esa con la que compartíamos todos nuestros secretos, desde los siete años. Ella se empeñaba en ponerse en la primera fila de butacas, para ver más de cerca al primer violín. Decía que le gustaba. Y entre las tonterías propias de la adolescencia, nos reíamos porque yo le decía que por la edad podría ser su padre … Pero luego los acordes musicales, nos hacían enmudecer por completo, y gozábamos de la buena música.



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