miércoles, 9 de noviembre de 2011


Parejas perdurables  (continuación  71)

Aquella finca, me robó el corazón. Un antiguo propietario, realizó una tala de pinos hacía cuarenta años. Por lo visto debido a la guerra civil, del 1936-1939, quedó abandonada de masoveros.

El penúltimo propietario desde inicios del siglo XX, persona huraña, abandonando a su familia de Barcelona, a sus sesenta años de edad, ocupó una de las casas al pié del antiguo castillo de defensa de los sarracenos que se elevaba sobre un pequeño otero.

La única compañía que tuvo, hasta el día de su fallecimiento, fue la de un descendiente de los masoveros del siglo XIX.
Eso lo supe, por una inscripción en una de las casas en ruinas, en la que mostraba su inquina por las penurias pasadas allí.

Que us donguin pél cul Tarter
Avans cuan estava aquí,
No podía veure vi.
Ara en tinc vint votes al celler
I us o diu un masover”

“Que os den …Tarter
Antes viví aquí,
No pude beber vino´
Ahora poseo veinte botas en la bodega
Os lo dice un masovero”

La cuestión era que se trataba de una finca de 50 Has., de bosque frondoso y pequeñas partes  que denotaban haberse cultivado antaño. Una jungla me pareció, de espesura tal, que el sotobosque la hacía impenetrable.

El abandono daba fe al temor del Alcalde. Aquellos parajes se degradaban a los ojos de sus vecinos, en tanto que dominaba la Naturaleza virgen.
El que fue Castillo de defensa, junto a la Ermita destinada a la advocación de San Blas, restaba prácticamente asolado. De él quedaba en pié una pared en cuya parte alta una sola ventana aún permitía vislumbrar su antiguo esplendor. La formaban tres columnas de piedra labrada sustentando dos  arcos  de medio punto.

Con la Ermita, la barbarie se enseñoreó. Su interior destrozado, lo cubría una bóveda que amenazaba derrumbe. Y además sin puerta, seguramente consecuencia del pillaje. Y una espadaña en su cara frontal, demostraba haber soportado la campana para llamada a los fieles. Lógico que alguien en su día, seguramente por los tiempos de la guerra, se la llevó.

La carretera, serpenteante, la atravesaba en una longitud de dos kilómetros. Buena para facilitar acceso rodado por toda ella, pero no tan bueno para optimizar el rendimiento urbanizable.  Había que prescindir de la franja de veinte metros a ambos lados de la carretera, ya que el dominio de Obras Públicas, impedía construcciones de ningún tipo, ni abrir más accesos a partir de ella, de los que como finca rústica tenía ya abiertos de antaño.
Con esto se reducía la superficie útil urbanizable a 42 Ha. Pero es más.

De éstas, seis eran barranco no utilizable tampoco y otras once, por corresponder a la zona límite ribereña, ya que la Confederación Hidrográfica, prohibía alteraciones de todo tipo en una franja de cien metros.
El proyecto se limitaría pues a veinticinco Has. Útiles para una urbanización con doscientas parcelas.

Un torrente afluía sus aguas al río, creando un remanso a doscientos metros de su desembocadura. Lo ví ideal para formar un azud contenedor del agua a subir al bosque.
Lo abrupto de terreno lejos de causarme desazón, me seducía, recordando a semejantes parajes suizos.

Contacté con el Alcalde para darle a conocer mi proyecto. Nada, ningún inconveniente. Tendría que abrir calles para crear los solares y para ello, inevitablemente eliminaría varios cientos de pinos. Entusiasmado, me propuso que contratara a algunos de los vecinos de las masías que estarían contentos con ganarse unos jornales con la limpieza del sotobosque.

Una vez planifiqué el trazado, mandé a tres de ellos que realizaran la limpieza prevista por mí y que con esfuerzo, no podía enseñarles más de una veintena de metros, ya que ni el taquímetro ni la cinta métrica servía con aquella maraña vegetal obstaculizando el paso e incluso la vista. Ellos armados de hachas y azadones, realizaban una agotadora labor.
Así, el resultado era muy lento. Preferí ayudarme de una retroexcavadora. 

La máquina mientras los peones limpiaban algo lo previsto por el trazado, avanzaba a buen ritmo, pero se paraba a la espera del avance de los peones para proseguir.

Aquello, no funcionaba según mis previsiones. No podía pasar meses en limpieza del bosque. Había que hacerlo en semanas.
Así, sacrifiqué precisión en el trazado planificado, por aproximación, a ojo de buen cubero del tractorista. Le pedí que realizara por su cuenta la apertura de calles con un ancho de tres metros inicialmente. Posteriormente, pudiendo recorrer el camino, ya replantearía las calles con los ocho metros de ancho rectificando las desviaciones iniciales que hubiera causado el tractorista.
Parecía un acierto y durante dos días me congratulé de ello, puesto que obtuve un acceso abierto con los ocho metros de ancho de casi cien metros. Sin embargo, al tercer día, vino a consultarme el tractorista por dónde debía seguir, ya que mi trazado, le llevó a una guarida de jabalíes.


Jabalí, macho y jabatos.

Fui a verlo y quedó manifiesto que un hoyo de unos seis metros de radio, permaneció invisible por la maleza. Aquello fue aprovehado como madriguera. Supe contando las yacijas formadas por los miembros de una familia de jabalíes, que se trataba de una pareja adulta y cinco jabatos.

Claramente estaba desalojándolos de su hábitat al igual que los bancos desahuciaban a los inquilinos de sus viviendas por falta de pago  de alquileres.

Carrión, que me acompañaba, me disipó dudas al respecto de lo que había que hacer. Él, era entusiasta cazador de joven y conocía los hábitos de estos animales.

-Don Carlos, no tiene que preocuparse. Los jabalíes buscan siempre lugares donde ocultarse. Cuando se les molesta, por invadir su territorio, invariablemente lo abandonan para establecerse en otra guarida. En este caso, disponen de cientos de hectáreas por inmediaciones donde elegir. No tienen problema. En todo caso lo será con los años, al convertirse esta zona forestal en urbanización con doscientas familias en sus chalets.

No le dí pues, mayor importancia, e invité al tractorista a seguir con su labor. Más aún, le propuse un plus de su jornal, si me acababa aquél tramo de calle hasta las inmediaciones de la zona ribereña.

No esperé consecuencias tan nefastas, por aceptar mi oferta.



Parejas perdurables  (continuación  71 a )

-¿Ud., encargó ayer a mi tractorista que abriera camino en el bosque hasta el río?.

-Me temo que sí.

-Pues sepa que ya no trabajaremos más por Ud. Lo que hizo fue provocarle un suicidio.

No entendí nada hasta que explicó muy enfadado como su empleado, se quedó con la retro balanceando al borde de un cortado de cinco metros altura, sin poder moverse bajo el peligro de precipitarse con tal salto.

Como la luz solar ya menguaba al atardecer, se le hizo más indistinguible la espesura que tenía por delante. El sotobosque seguía como desde el inicio, mezclándose la maleza, con arbustos, pimpollos y pinos crecidos.

No se enteró que lo que tenía delante no eran pinos a su nivel, sino las copas de altos pinos, crecidos desde el pie del cortado. La cuchara al intentar arrancarlos, se encontró sin apoyo de las ruedas delanteras. Un movimiento más y al faltar suelo firme, habría realizado una caída fatal.

El conductor, con mucho miedo consiguió apearse abandonando la máquina en equilibrio inestable. Sólo en un bosque al anochecer sin nadie que pudiera ayudarle, a pié fue al poblado de Tarter y por teléfono recurrió a su jefe.

De inmediato el patrón le fue a buscar con otra excavadora con la cual se pasó toda la noche aportando tierras al pie del cortado hasta formar una rampa de tres metros de altura en una pendiente del catorce por ciento. Luego, él mismo para no arriesgar a su empleado, se subió a la retro y desanclando la pala, cayó desde dos metros de altura sobre la muelle tierra aportada.

Tuvo suerte y nadie salió lastimado y malhumorado, con rabia adquirida por el suceso, me lo echó en cara y no quiso saber nada más de mí. Ni siquiera me pasó factura por las horas empleadas.
Quizá por temor a descubrirse que operaba sin ninguna clase de seguro. Y lo que a mí me parecía dar una oportunidad a un trabajador por ganarse un plus de su jornal, vi como se había convertido en una imprudencia temeraria, impensable antes del suceso.

Pocos días después buscando otro tractorista, conocí a Jaime, el capataz de ICONA.
Era un hombre de unos cincuenta años de edad, que según contó, llevaba cuarenta años al servicio de esta entidad, que desde 1971 así se denominaba, Instituto Conservación de la Naturaleza, pero que cuando el inició su labor, se llamaba IFIE, Instituto Forestal de Investigaciones y Experiencias, que a su vez, se había denominado INIA, Instituto Nacional Investigaciones Agrarias.

El caso era que bajo las siglas que fueran él en estos años pasó de simple mozo a ayudante de Ingeniero, hasta culminar con su grado de capataz.
Y así fue como se convirtió en la mano derecha de los Ingenieros que por allí aparecían en cortos periodos para dirigir las actuaciones en la finca adyacente a la de Tarter, al otro lado del río, abarcando cuatrocientas hectáreas.

Explicaba que al incorporase como empleado hacía casi cuarenta años, el paraje era desolador pero una labor meticulosa, fue convirtiendo montes yermos, en plantaciones de diversas especies incluso una zona reservada cerca del río se destinó a factoría piscícola.
Y  se sentía ufano de haber vivido tal transformación, que era reclamo para muchos hacendados dedicados a las plantaciones en sus fincas. Al ser una entidad Nacional, los planteles que suministraban, prácticamente se entregaban por el precio del transporte. Era de interés fomentar la repoblación forestal.

-Sr. No pude menos que observar la tala de arbolado que está realizando. Le pido que cese, ya que estoy obligado a denunciarlo.

Se le veía contrariado por tener que darme esta noticia, dado su porte bonachón natural. Sin embargo me explicó que realizara una instancia a ICONA, exponiendo la tala que proponía realizar, y que por una módica cantidad, serían los técnicos forestales quienes señalarían los pinos autorizados, con lo cual ya no tendría problema para seguir abriendo calles.




Efectivamente recibí una respuesta de ICONA con la multa de quince mil pesetas por lo realizado sin consultar, e instrucciones para presentar mis solicitud, incluso direcciones de madereros que podían estar interesados en la adquisición de los cinco mil árboles que permitían talar para clareo del bosque tan tupido.

Lo que al principio me molestó, por ver como aparecían nuevos problemas al margen de la ayuda cacareada del Alcalde, fue resultando bienvenido, por cuanto trabé amistad con Jaime, que a diario pasaba por allí dirigiéndose a su trabajo. Y lo inesperado fue que me ayudaron los de ICONA a la limpieza del sotobosque y por la madera de la tala, percibí cien mil pesetas.

Lo que ocurrió cuatro años después fue espantoso. Un incendio quemó las cuatrocientas hectáreas de ICONA, poniendo en peligro la vegetación de las fincas colindantes. La de Tarter disponía de un cortafuegos natural que era el río, pero los pimpollos esta barrera la saltan volando al explotar por los gases naturales de las piñas. Y ocurre incluso a distancias superiores a los cien metros.
Como por aquellas fechas ya estaba el Tarter con los primeros colonos veraniegos, se montó durante la noche un retén vigilante por si sucedía tal posibilidad y poder atajar de inmediato la propagación por la urbanización. Hubo suerte para nosotros, pero para Jaime fue desolador.

La última vez que le vi, llorando, comentó que se sentía un inútil. Durante sus años laborables desde su juventud hasta ahora que en un mes se jubilaba, había convertido unas montañas desoladas, en un bosque, con plantaciones de diversas especies y labrado zonas de la finca en las que se estudiaban las especies que mejor se adaptaran al clima mediterráneo, así como una floreciente factoría piscícola.
Todo ello se fue al traste, su labor no sirvió de nada, de nuevo cuatrocientas hectáreas yermas. 
Le compadecí, por la verdad de su sentimiento que intuía.

-No piense Ud. en el estado en que queda donde trabajó toda su vida. Piense en el bien proporcionado mientras estaba Ud. activo.
Los estudios que se realizaron, quedan. Los suministros para plantaciones forestales durante todos estos años dieron satisfacción a muchas personas, incluso puede estar seguro que la vegetación creada por cantidad de fincas catalanas, nacieron de sus planteles. 
Y algún sucesor reemprenderá la labor que Ud. realizó, convirtiendo de nuevo la finca en lo que deseaba. Es posible que dentro de otros treinta años, así será.

Puede que mi condolencia le mitigara algo su desánimo, pero comprendí que aquel percance, a su edad, acabaría envejeciéndole prematuramente.




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