miércoles, 23 de marzo de 2011

Parejas perdurables (continuación 22).

Con la conjunción de trabajos captados por mi colega y los míos, se preveía la continuidad laboral esperada desde mis inicios de autónomo. Me dio alas para desprenderme de mi último coche antiguo, un Lancia con volante a la derecha, y frenos accionados con varillas, mayor desastre que el Ford, para adquirir un Citroen “dos caballos” de color celeste, que lo regalé a mi mujer.

Se trataba de no encontrarse incomunicada en la urbanización de turno, en segunda vivienda, cuando mi trabajo me tenía días alejado. Yo ya disponía del Seat 1400, en el que mi equipo de topografía, podía ubicarlo en el amplio maletero y los cuatro ayudantes, cómodamente, soportaban viajes de más de cien kilómetros.

El Lancia, tuve que enviarlo al desguace, después del susto habido al regreso de la playa de Pineda, donde fuimos testigos del trágico derrumbe del Hotel en obras.
Las varillas tensoras del frenado para las cuatro ruedas, eran independientes y verdaderamente había que ser un genio de la precisión, para lograr su perfecto ajuste.

Lo normal era que alguna rueda, o no frenaba, o se bloqueaba. Corregida aquella, el problema surgía en otra. Confiando en los mecánicos, circulaba hasta los ciento veinte km/h, que en aquél tiempo, era un récord.

Divisé en la lejanía un coche que se acercaba a mí bastante rápido, mientras yo me hallaba alcanzando un autobús. Reduje marcha, hasta los sesenta, para no cruzarnos, y esperar adelantar al autobús, una vez lo hubiera hecho el coche que venía.
Inesperadamente paró el autobús. Allí tenía parada. Automáticamente, sin tiempo a reducir marcha, usé los frenos a tope. El tope fue, no frenar nada. Más pisotones y nada. Intento reducir y no entra la marcha. El autobús a treinta metros parado, aguardaba mi encontronazo seguro, ya que no respondía el vehículo con sus dos toneladas de peso y sin frenos.

Jugándomela inicié el adelanto, con la esperanza que el vehículo contrario no llegara aún a la altura del autobús. No podía verlo, dado que el volante estaba a la derecha y los adelantos en España, se hacen por la izquierda.

Pues no señor. Allí estaba, me vio y se echó al máximo de su derecha. Yo al máximo rozando al Bus.
Pasé rebotado. El guardabarros delantero intercambió su pintura de color rojo con la verde del Bus y la azul del turismo. Pero nada más por milagro. Esforzándome por parar, lo conseguí a los cien metros.

Andando me dirigía al lugar del accidente, donde ya había huido el turismo por motivos desconocidos, en tanto que el chofer del Bus, viendo la insignificancia del rasguño, optó por no entretenerse en rellenar los clásicos partes del seguro y me dijo que lo olvidara.

Con mis ayudantes estuvimos un rato discutiendo que hacer. Dejar el coche y andando llegar a algún teléfono para que nos recogieran, o seguir hasta el taller en Barcelona circulando con marchas en primera y segunda. Esta opción era la más cómoda, pero arriesgada, ya que para evitar colisiones frontales, a esta velocidad, nos exponíamos a colisiones de la retaguardia. Claro que luego, el culpable para los seguros, hubiera sido quien nos alcanzara.

Solución, otro crédito del Banco Santander y adquisición del Seat 1400, de moda en aquellos días.

Un año después, convencidos de la rentabilidad, con mi colega alquilamos un despacho de doscientos metros cuadrados, apto para atender a la clientela, disponer de un contable , una secretaria y una recepcionista, mientras que la sala de delineantes albergaba a seis de ellos.

A partir de aquí, nuevos problemas surgieron, desvaneciendo los triunfos. Un delineante, nos saboteó introduciendo errores en los planos a posta. Al requerir el visto bueno para sacar copias, le corregíamos los errores. Otra vez enseñando los errores corregidos, obtenía el visto bueno, y él introducía otros que antes no estaban.
Nos causó perder clientela, que luego supimos intentaba ganarla él con maledicencia. Una vez despedido, para paliar la cuestión contratamos a un supervisor de confianza. Ello reportaba aumentar plantilla y costes generales.

Para incrementar ingresos, decidí intervenir en la financiación de fincas de clientes.
Fue bien y saqué mis primeras cien mil pesetas de beneficio, que en aquel tiempo eran mucho dinero.
Un vendedor, me ofreció la oportunidad de adquirir un “Pueblo entero”deshabitado. Como me llamó la atención, quise que me lo mostrara in situ, antes de hablar de compra-venta. Se trataba de Vespella, en la provincia tarraconense, al que en breve, si no aparecía propietario responsable, la Administración, lo daría de baja.
Y aquello, inició una nueva etapa comercial, liándome más y más.


Vespella de Gaiá

Recuerda Tere:


Por supuesto que para mí fue un alivio dejar Suria. Poder volver a mi ciudad natal, en parte fue una gran alegría, aunque ya digo sólo en parte puesto que me daba cuenta, del gran problema económico que se nos venía encima.
La falta de una vivienda, y con el embarazo bastante adelantado.
Luego saber que por poco, nos estafan, supongo que me hizo pensar que en nuestra situación, no todas las cosas eran de color de rosa.

Es muy cierto que no hay nada que enseñe más que la propia vida. Y también es verdad que cuando se es joven, se suelen ver las cosas mucho más fáciles de llevar. La juventud puede con todo. Ahora miro hacia atrás y no entiendo cómo logré pasar aquellos años.
Sentía un miedo enorme ante la gran incógnita del futuro. Que se tuviera que embarcar con préstamos bancarios, y sin tener un salario fijo, me daba pánico.
Además con dos hijos pequeños, sabía que no podría serle de gran ayuda en caso necesario. No podía irme a trabajar fuera de casa, porque si lo hacía lo que yo pudiera ganar, se habría ido en pagar a una “canguro” para mis hijos. O sea que nos quedábamos igual. Y por supuesto que siempre he dado importancia a tener a los hijos cerca de los padres, o abuelos, o sea alguien de la familia, que de verdad les importaran los niños.

En la actualidad me parece que uno de los grandes fracasos, tanto en las parejas como en la manera de educar a los hijos son debidos en gran parte, a tener que dejarlos forzosamente a una edad muy temprana en manos de cuidadoras, que por muy buenas que sean, nunca pueden sentir lo que alguien de la familia. Y esto seguro que con el paso de los años se nota.

Por otra parte pensaba no sin cierta desazón, que mi marido desde los 16 años se las había tenido que ver con la dureza de la vida. Siempre me ha parecido una lucha demasiado desigual. Pero las cosas vinieron así. Hubiera preferido tener un sueldo, aunque hubiera sido mínimo, sabiendo que a final de mes, podría contar con algo fijo. Supongo que influyó que en mi casa siempre lo había visto de esta manera. En este aspecto siempre hemos tenido visiones opuestas.
Pero bueno, queda claro que las cosas suceden de las maneras más insospechadas. Y darse cabezazos contra una pared ni ayuda ni consuela.
Y lo más importante es que a pesar de todo logramos salir adelante. El trabajo no le faltaba, lo que daba lugar a pasar muchas horas fuera de casa, y viajando. Cuando venía por las noches, normalmente los niños ya dormían.

Mis hijos ahora que son padres me han preguntado en más de una ocasión, cómo lo hacía para tenerlos a todos, por lo menos en la cama.
Porque claro, cuando ya fueron bastantes, ¡Menudas juergas se corrían en la habitación! Estaban cuatro en literas de dos, y yo les daba un margen para que hicieran un poco el loco, pero en cuanto nos disponíamos a cenar, mi marido y yo, ya les advertía, en plan sargento (o sea muy seria) que no quería oír ningún ruido. Y que no me llamaran para nada porque no pensaba ir. Les daba agua, les obligaba a hacer su “pipi”. Todo lo que se me ocurría para poder cenar con un poco de tranquilidad.

Visto el Pueblo, con un deterioro evidenciado por el transcurso de años de abandono, lo primero que acusé fue la falta de vial decente en los tres kilómetros que lo comunicaban con las carreteras de segundo orden.

Luego la necesidad de movimientos de tierras para explanadas. Derribos de viejas casas de total ruina. Reforma de unas pocas salvables y la traída de la electricidad.
Mentalmente, presupuesté en unos cuantos millones de pesetas el gasto inicial para convertir el paraje en algo que atrajera a los inversores y posteriormente a los clientes adquirentes de segundas viviendas.

Recapacitaría tras consultas con algún posible socio. Prometí que en dos días daría respuesta al vendedor, de interesarme.

Regresando, al pasar por Calafell, vi una enorme pancarta publicitaria de
“Caja Comercial de Servicios”. Abarcaba casi toda la fachada de una obra de seis pisos altura, en la que una pareja de albañiles, tabicaba en la planta baja, lo que sería con toda seguridad, el apartamento piloto, para captar clientes. La obra restante solo era la estructura y parecía que así llevaba tiempo sin preverse verdadera intención de su acabado.

Calculé que allí el edificio albergaría ocho apartamentos por planta. Sin embargo recordaba los anuncios de tal Empresa, cuya publicidad, hacía imaginar una promoción superior a mil.
Definitivamente, las apariencias engañan, ya que por su nombre, y oferta de ventas financiadas a treinta y seis meses, daba el pego de una Caja bancaria financiera.
Y este tipo de construcción desanimaba proyectar urbanizaciones en pueblos abandonados, ya que la inversión debía ser mucho mayor que la de esta Caja Comercial de Servicios, mientras que su rendimiento, sería muchísimo menor. No era lo mismo construir en zona marítima que en zona interior.

Al llegar a Hospitalet, en el barrio de Bellvitge, vi como se construían aquí sí, de verdad, miles de viviendas protegidas oficialmente, para venta, o alquiler a clases trabajadoras.
Semanalmente, de los ciento veinte bloques en curso, se levantaba un piso de estructura de hormigón. Pero a diferencia de las construcciones tradicionales, eran prefabricados al suelo con los desagües estructurados para aseos y cocina, así como bajantes para aguas negras y pluviales. Unas enormes grúas, colocaban cada semana, un piso nuevo coincidente con los inferiores. Económico al ser una obra en serie de tal cantidad.

Bloques de viviendas en Bellvitge- Hospitalet de Llobregat

Más desánimo en embarcarme en la aventura de Vespella.
Mi colega del despacho, no solo declinó su intervención, sino que además se despedía para actuar como Arquitecto Municipal de varias poblaciones costeras en el Maresme.
Hecho un lío, lo discutí con Tere. No sé porqué lo hice. La respuesta a todas luces, era la negativa a tal aventura.

A la mañana siguiente, tuve que solucionar la sustitución de mi colega, demorando la decisión sobre Vespella. Confiando al delineante que llevaba dos años en nuestro servicio, y que aquél año terminaba la carrera, le propuse el puesto de segundo de a bordo, que aceptó encantado.
Ya suponía que en uno o dos años, me abandonaría ya que conmigo, no podía escalar puesto más alto, pero en principio, ambos salíamos ganando.

Con unas cuantas llamadas, apareció un capitalista interesado. Me pidió entrevista para la semana siguiente. Aquello, cambió mi idea. Propuse al vendedor realizar una opción de compra por tres meses. Le entregaría una entrada del cinco por ciento del valor ofertado de venta. Si no lo elevaba a escritura pública al término, perdía este cinco por ciento. Y era todo lo que disponía en aquél momento. Imaginé que antes de los tres meses, de alguna manera resolvería el compromiso, entre socios y bancos.

La cita con el interesado por Vespella, resultó desconcertante. Me propuso en lugar de aportar capital, adquirirlo para sí. Me daba trescientas mil pesetas por mi opción de compra.
Reflexioné. Al capitalista le resultaba la adquisición del Pueblo fantasma por dos millones doscientas mil pesetas, lo que a mí me hubiera costado solo dos millones. Pero con otros dos millones ya iniciaba el negocio urbanístico, con la ventaja de actuar en una delimitación urbana, en que ningún vecino, ni alcalde, podía presentar oposición a los proyectos, precisamente por no existir habitantes.
Por mi parte, de adquirirlo yo, debía recurrir a otros inversionistas y a los bancos con sus hipotecas. Era arriesgado, pero convirtiéndome en constructor, quizá superaría los beneficios de la Caja Comercial de Servicios, que me amilanó.

Recordé que “vale más pájaro en mano, que ciento volando”. Sin vacilar le dije, que mi intención era crear una nueva población de recreo, construirla y proceder a la venta de casas una a una paulatinamente. O sea, que para desistir de mi proyecto, en todo caso, quería medio millón…………….

¡Asombroso!. Aceptó.



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